La IPVU. O sea la Inquisición de los Propietarios de la Verdad Única

Escrito Por: Hugo Neira 28.007 veces - Ene• 03•18

En Twitter, Memorex dice hoy lo siguiente: “Hugo Neira ingresando al cóctel de Keiko Fujimori, donde canceló sus 500 dólares”. Tomo esa posverdad como una infamia contra mi persona. Sí estuve. Pero en calidad de invitado. El autor del tuit da por sentado que pagué. Una vez más, una de esas fake news. No fue así. ¿Cómo entonces? Fui con mi mujer y corrieron con el gasto amigos de Keiko. Ella quería verme, en persona, para agradecerme lo que dije en la entrevista que me hizo Juan José Garrido, entonces director de Perú21. A una pregunta que hizo Juan José —que lamento no siga a la cabeza de ese diario— sostuve que no «temía una victoria de Keiko». Como se comprenderá, eso contradecía la intensa propaganda de demolición en torno a esa candidatura, sosteniendo la tesis completamente delirante que la hija iba a repetir las actitudes autocráticas del padre. ¿Por qué razón habría de hacerlo? Ni ella ni ningún otro presidenciable, ya no había coches bomba, apagones, terrorismo. Tampoco me espantó una victoria de PPK. Pero a partir de la segunda vuelta, solo atiné a ver dos corrientes de derecha por el momento, rivales. Pensé en algún acuerdo, en nombre de la necesidad de gobernar, me equivoqué. No pude imaginar el cachascán en el que se metieron, oficialistas y la bancada naranja. Esperamos que eso no siga.Ahora bien, ¿por qué desacreditarme? En el transcurso de este horrendo 2017, no he parado de insistir en que la democracia es plural o no lo es. Y que nadie tiene la razón por completo. Y por sostener esa idea abierta y republicana, el partido del odio me odia por no odiar.

Ahora bien, ¿por qué desacreditarme? En el transcurso de este horrendo 2017, no he parado de insistir en que la democracia es plural o no lo es. Y que nadie tiene la razón por completo. Y por sostener esa idea abierta y republicana, el partido del odio me odia por no odiar.

Supongo que seguirán las calumnias. Conviene que diga, públicamente, cuál es mi credo y mi vida. Por lo primero, yo escribo y pienso en los ciudadanos, no en los militantes o simpatizantes de tal o cual corriente política. En segundo lugar, cómo soy. No aspiro sino a las tareas que ahora me ocupan: mis clases, mis libros, mis artículos. Caracterialmente, soy un tanto un lobo solitario. No me gustan las invitaciones, de esas que me llovían cuando era Director de la Biblioteca Nacional, y yo las tomaba, puesto que eran al mediodía, como una distracción innecesaria. Distribuía las tarjetas de entrada entre el personal. Por lo demás, no soy de grandes comilonas. Me encuentro con amigos, prefiero los tête-à-tête, cara a cara, delante de un café. En la Tiendecita Blanca. O en el Haití de Miraflores. Tampoco soy hombre de club. Me gusta la calle, la gente. Y las entrevistas en los diarios, o las invitaciones a la televisión, no las busco. No tengo un equipo de comunicaciones conmigo. Cuando Canal N me ha llamado, o Beto Ortiz a su programa, no es porque Perico de los Palotes le han pedido que me inviten. Se lo pueden preguntar a la gente de la televisión. Jamás he pedido un espacio, aunque a veces tengo ganas de hacerlo, para presentar mis libros. Pero anticipo lo que va a pasar: por lo general, algo me preguntarán de mi última obra (dos libros gruesos por año, no está nada mal ¿no?) pero se irán a los hechos inmediatos. Tienen razón, manda la actualidad, sobre todo la nuestra, cada vez más de color de hormiga.

Entonces, ¿quién es mi rival, quiénes son los que me echan caca puesto que yo no aspiro a cargo alguno? Unos que llamaremos la IPVU (la Inquisición de los Propietarios de la Verdad Única). Y si se siguen interesando por mi humilde persona, les anticipo los delitos que he cometido en los últimos años. En efecto, he ido a locales políticos. No solo los del aprismo —son sus jóvenes los que me invitan— sino a uno de Humala, en el Cusco, me invitaron unos alumnos míos (en aquel momento, dictaba un curso los fines de semana en Cusco). A mi asombro, en el 2010, fue mucho público y la crema del humalismo local. Fue un malentendido. Mis alumnos me habían hablado de una conversación y me encontré con un hemiciclo. Les dije entonces: «ustedes son los que me deben explicar qué entienden por nacionalismo, yo solo estaba preparando un libro sobre Nación». Y eso fue lo que pasó. Me hicieron preguntas, una de ellas por qué había aceptado un puesto como director de la BNP, y yo, qué era lo que iban a hacer si ganaban las elecciones, por ejemplo, ¿cerrar los locales de los partidos rivales? El público del gran salón dijo a gritos que eso era lo que iban a hacer «y mandarlos a la cárcel». Los de la primera fila, lo contrario. Fue divertido, se pasaron discutiendo líderes y pueblo. Al final, me condecoraron con la medalla de su partido. El que me la puso fue Jorge Acurio, hoy en la cárcel. Así pasan las cosas.

A ver, ¿cuáles otras? He estado invitado por Keiko a una reunión de su bancada, en el hotel El Pueblo, sobre cómo «es la dinámica de un poder como el parlamentario». O sea, ya, ¡te ampayamos! Y una vez estuve ante el estado mayor de Sendero Luminoso, en la cárcel de Piedras Gordas. O sea, ¡era senderista! Resulta que durante los años de la BNP, unas bibliotecarias que se encargan en una tarea nada fácil —atender las demandas de los presos políticos— me hicieron saber que ellos querían que yo fuese a verles. Ya no era director pero me recordaron mi compromiso. Fui a Piedras Gordas. Como de política no se podía hablar, les propuse una conferencia sobre la obra de Julio Cortázar, y lo aceptaron. Fui entonces, les dije que la conferencia se podía convertir en algo mejor, en una charla. Les propuse que en una primera parte, me escucharan quién era Cortázar, tanto el hombre como su obra, y luego, leyéramos todos un par de cuentos que yo traía como fotocopias, y luego, discutiéramos. Así fue. Quiero decirle algo al lector de estas líneas. Pocas veces he tenido ante mí un público tan agudo y mentalmente rápido. Me hicieron las preguntas más sorprendentes y brillantes. Fue una tarde fenomenal. Luego, con Morote a la cabeza, me enseñaron su biblioteca, sus talleres, y cerraron la tarde con el obsequio de una hermosa torta, que ellos mismos habían hecho. Salí de los muros de esa prisión para presos riesgosos con una pena negra en el alma. No me volvió en nada simpatizante de su ideología, pero me dije, para mi capote, «qué lástima que gente como esta se perdió en una batalla inútil y cruenta, a la que los llevó Abimael Guzmán». ¡Qué crimen y qué error!

Cuántos pecados. No soy del Partido Popular Cristiano, pero hice el prólogo al formidable libro sobre su vida y memoria, de Luis Bedoya Reyes. A pedido suyo. Que me transmitió Harold Forsyth. Tampoco soy aprista, pero prologué el libro de Nicanor Mujica Álvarez Calderón. ¡Cómo no aceptar! Es una vida llena de hazañas, cambios de vida, algo completamente fuera de lo común. Lo hice porque así lo quiso François Mujica. Y se lo agradezco.

Es un clima inquisitivo el que hoy reina. Es cierto que el escándalo Odebrecht/Lava Jato ha embarrado a media Lima. Y están destruyendo la poca democracia que nos queda, es seguir intimidando. Están, sin embargo, lejos de la realidad. Yo sé, porque me lo han contado, cómo los ministros —en este régimen y en el anterior— consultaban a opinólogos. No voy a dar nombres, tanto de ministros como de algunos de mis colegas, y no lo hago puesto que le dije a Beto, en su programa, que no voy a decir nada de quién con quién y en qué lugar, porque los peruanos tenemos la religión de la amistad. A Beto le encantó, y al toque, lo digitó en su Twitter. Con lo cual quiero decir que hay gente que se ocupa seriamente de los políticos, porque son gente del mundo de las ciencias políticas. Estoy diciendo, con humildad, que no soy el único.

Ahora bien, los autores de esas fake news hacen como que no entienden que uno se ocupe de política, como es mi caso, sin ser parte de uno de los grupos en competencia. Y manipulan entonces el ancho mundo de los que no son universitarios. Construyen un enemigo. Desdicen a todos los demás, salvo ellos mismos. Son peor que la Inquisición colonial. Porque saben que mienten o exageran, mientras fingen ser los inmaculados. Si esto sigue, si por cada gesto o acto cotidiano —por ejemplo si te ven con un amigo al que ellos no aprecian— te cargan de inmediato con vicios ajenos, entonces ese ambiante limeño se vuelve peor que el Moscú de Stalin. Reina la sospecha. Unos pocos califican quién es decente o no lo es. Dictadura, lo que se llama dictadura con militares, tanques y suspensión de garantías, no hay. Pero sí otra forma dictatorial, llena de hipocresía y medias verdades: te metes con nosotros y ya te jodiste, si no tienes cacerolas te las inventamos. Sí, pues, esto ya lo he vivido desde que era muchacho. Es un capítulo de una de las novelas de Bryce Echenique. Los blanquitos nunca pierden, y cuando pierden, tiran golpe. Hoy, sueltan tuits con medias verdades.

A propósito, señor Cateriano, y gracias por el tuit que me dedica, una pregunta: ¿en qué colegio estuvo usted en su secundaria? ¿No será por casualidad, La Inmaculada? Y a propósito, califica a Alberto Fujimori, de exdictador. OK, pero ¿dónde estaba usted cuando quemaban las papas, con el terrorismo de Sendero? ¿No cree usted que, le guste o no, algo le debe? La vida por ejemplo. Porque de triunfar la guerra que le declaró Abimael Guzmán al Perú, si ganaba, usted y yo estaríamos muertos. Me intriga algo, la forma cómo se expresa. Usted es un hombre culto. Y me pregunto por qué no usa en sus escritos los conectivos. Es decir, usar las expresiones «por una parte, por la otra». Sí, pues, sirven para decir el pro y el contra de un caso. Dudo que sus profesores, entre ellos algún cura, no le enseñó el arte de usar frases que permiten enfrentar temas complejos. La oración, por ejemplo, que usa este sistema: ‘si bien es cierto que’… ‘no deja de ser cierto que’… A mí me sirve mucho. Puedo decir, por ejemplo: «Si bien es cierto que Fujimori realizó varias políticas positivas, como introducir el país al mercado libre, y la victoria sobre SL, no deja de ser verdad que dio un golpe de Estado, se vinculó en extremo con Vladimiro Montesinos, etc. No es su estilo, ¿no? Con todos mis respetos, doctor Cateriano, un abismo semántico nos separa.

Sí pues, hay un destino en algunos cuantos, en mandar en este país de cholos, blancos de clase media y pobretones, de chinos, japoneses, descendientes de polacos o italianos, de todo, pero ellos mandando. O por la derecha o por la izquierda. «Dicen estar a favor de un Estado de derecho, pero no es cierto. No quieren ninguna fuerza política o legal que esté por encima de la sociedad civil y sus conflictos. Sino, ya habría concursos públicos para cargos ministeriales, no a dedo como hoy». Lo he escrito en el colofón de la segunda edición de ¿Qué es Nación?. «Las clases altas, si el país adoptara un sistema de Estado de derecho, perderían gran parte de sus privilegios. No hablo de bienes sino de distancias sociales que necesitan para prolongar su estatus poscolonial ».

Es hora de acabar esta larga carta a mis amigos que en las redes levantan el dedo por que me aprueban. No quiero perder la ocasión de agradecerles a todos las últimas horas del 2017, no han dejado de enviarme felicitaciones y saludos. Me atribuyen «sosiego», «conocimiento y años de estudio y experiencia». Les doy las gracias, incluyendo a la que me dice «más sabe el diablo por viejo que por diablo». Por lo visto, estos amigos anónimos y numerosos están cansados de lo que llaman, «los odiadores». Seguiré. Puedo equivocarme, pero eso es otra canción. Lo que me preocupa, aun en la lejanía física, es el feroz sectarismo. La intolerancia es lo peor que nos está pasando.

¿Sabe usted dónde estoy ahora? En el extranjero. Salgo del Perú para hallar las fuentes de mi segundo libro comparativo México y Perú. Y en mi patria, ¿me insultan? ¿Así que Neira pagando su cuentita para hacerse pata de una candidata presidencial?! ¿Y luego pasar piola con su careta de «objetivo»?! No, pues. Como se nota que no me conocen.

Esta historia me recuerda un relato de Abelardo Sánchez-León. Se había ido a Europa por un corto plazo, estaba en París, con un amigo, están tomando su desayuno muy tranquilos en una avenida, y pasan dos peruanos que los reconocen, se sientan en su mesa, los acompañan hasta el metro, en uno de sus pasajes subterráneos los asaltan y les quitan todo. Y entonces, una de las víctimas, el personaje central de este relato, acaso el mismo Balo, dice: «por lo visto, de Lima nunca se sale».

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