Navidad del niño, y “Considerando en frío, imparcialmente” *

Escrito Por: Hugo Neira 1.305 veces - Dic• 25•17

Cuando se acaba el año, todos los diciembres de mi vida, viva donde viva, en las islas semidesnudas de palmeras tahitianas o en los fríos parisinos, es decir, en medio de la más alta densidad de museos, exposiciones, librerías y públicos masivos de curiosidad infatigable, o en esta enorme ciudad comercial que es Lima, con dinero o sin él, residente o viajero, si es diciembre, haga calor o hielo, no la paso del todo bien. Poco importa que Santa Claus, Papá Noel o como le llamen, ande vestido de rojo invernal y con renos o con guayabera tropical y en bicicleta, igual me recuerda aquella espina que llamamos niñez. Estas fiestas me devuelven al periodo horrendo de la existencia en que no eres, y dependes de otros, los gigantones, los adultos, que te regalen algo o nada. La melancólica infancia, a la que según el poeta, todos pertenecemos.

Que no se haga problemas el lector, no fui de niño ni más ni menos infeliz o feliz que otros, conocí como todos la angustia consumista infantil de la noche pascual, aunque mis abuelas provincianas y cristianas de las de antes, afirmaban que los presentes —nunca decían regalos— los traían para el 6 de enero los Reyes Magos. Había entonces que esperar, lo cual me iba haciendo lentamente un outsider, en el bronco barrio de Lince, entre morenos, blancos pobres y cholos, todos trompeadores, mi infancia fue un match de box ininterrumpido, y ni siquiera Navidad era tregua. Porque al día siguiente, el feriado 25, había que lucir los regalos en la calle, escaparate de imberbes desplantes, ponerse la ropa nueva o sacar el camioncito eléctrico, o sea, competir. No hay duda, en el Perú, los pobres mismos, y yo lo era, aspiran a vencer la pobreza. Como mi padre se ausentaba o aparecía a deshora, y según mis abuelas no había sino para el yantar cotidiano, el techo hogareño y acaso uno que otro gasto pero eso sí, estricto y para la escuela, el niño que fui se las ingeniaba; o sea trabajaba las semanas para Pascua y adquirir el regalo que luego fingía venir del misterioso Papá Noel. Cuestión de no ventilar líos de familia y perder prestigio con la barra de la esquina. Me autorregalaba. Mi pobre padre a veces llegaba con algo, días después. Por lo general arribaba una encomienda de provincias, envío de mi lejana madre.

Acaso por todo eso, estas fiestas, más paganas que cristianas, a mí la verdad es que me ponen a parir como dicen los madrileños. Vamos a ver ¿seré el único? Claro, es ocasión para reunirse con la familia o los amigos, pero también con las penas. ¿No ha hablado de esto Valdelomar, en “la cena pascual” y el sitio en la mesa del ausente? A mí, estos días me abren los vastos pasadizos del adentro. Algunos dan a un patio que ya no existe. Lo cierto es que recuerdo con más fuerza, por estos días, a mi padre, aunque viviese por su lado. Y a los tíos abuelos y nuestra modesta casa de Lince. O a Porras el maestro, y a los amigos muertos, a Carlos Delgado que siempre se me aparece en sueños por estas fechas. Y a Carlos Franco o a Pocho Tantaleán. Y a Jorge y Álvaro, los hermanos que perdimos. Y entonces ocurre que después de un sueño de esos (yo soy de los que se acuerdan de sus ensoñaciones) me digo hoy voy a verlos, y a mi vieja tía Alicia que me criara. ¿Y saben qué? Hay un día del año en que voy a una iglesia católica a escuchar la misa de medianoche. No se rían. Soy un laico, un agnóstico, pero esa noche, yo sé que voy a estar en contacto con las abuelas que me criaron. Un poco como en la película de E.T., el extraterrestre. ¿Se acuerdan? Cuando dice “phone home”, y te parte el alma. En eso creo yo, que solo se me permite una vez, y en Pascuas, el contacto. No se lo cuenten a Max Hernández, me va a mandar un enfermero llevándome una camisa de fuerza. Lo que pasa es que con la Navidad es cuando aprendemos a soñar. Y acaso, a creer.

Ocurre, pues, que cosmopolita como ha sido mi vida, he hecho todo tipo de amigos, y entre ellos, alguien excepcional. Ocurre que Claire tiene un pariente que es sacerdote católico y que vive en país musulmán con todos los riesgos que eso significa. Hoy es arzobispo en Argelia, en una diócesis en que hace unos años asesinaron a diecinueve monjes de su congregación. Se llama Paul Desfarges y nos ha escrito para esta Navidad. Y nos dice que ese pueblo de Argelia es el suyo, “su Iglesia, nuestra Iglesia, con su diversidad de nacionalidades, de lenguas, de culturas, de sensibilidades eclesiásticas distintas”. (Por si acaso, amable lector, los problemas étnicos y religiosos de Argelia son mil veces más tensos y violentos que los nuestros.) Pero ahí está, pese a todo, en la parroquia de Bordj el Kiffan, entre los emigrados del Subsahará, atendiendo a los más vulnerables, “las madres encinta y los niños”. Les cuento esto, porque lo suyo es una lección de fervor y tolerancia y coraje. Les cuento porque es un honor, no siempre se conoce, en vida, a un santo. Nos desea, para este pueblo de peruanos que no conoce, “la paz interior y exterior” “para contraponer a la violencia siempre la fuerza de la dulzura”. Creo que nos estamos pasando en materia de polarizaciones y de odios y de antis. Que Dios lo escuche. Feliz Navidad.

* “Considerando en frío, imparcialmente”, es el título de un poema en Poemas humanos de César Vallejo.

Publicado en El Montonero., 25 de diciembre de 2017

http://elmontonero.pe/columnas/navidad-del-nino-y-considerando-en-frio-imparcialmente

 

 

Noël de l’enfant. “Considérations à froid, sans parti pris”

Toutes les fins d’années, tous les mois de décembre de ma vie, où que je me trouve, que ce soit dans les îles à demi peuplées de palmiers tahitiens ou dans le froid parisien, là où se concentrent musées, expositions, librairies et public de masse d’une insatiable curiosité, ou encore dans cette énorme ville commerciale qu’est Lima, avec ou sans le sou, résident ou voyageur, qu’il fasse chaud ou qu’il gèle, je ne me sens jamais bien pour Noël. Peu importe que Santa Klauss, le père Noël comme on dit, soit tiré par ses rennes et de rouge hivernal vêtu, ou en tenue tropicale et à bicyclette, à chaque fois, il réveille les malaises de ce qu’on appelle l’enfance. Ces fêtes me rappellent cette horrible étape de l’existence sans l’être, quand il dépend des autres, ces géants, les adultes, que tu reçoives un présent ou rien. L’enfance mélancolique, de laquelle, comme l’a dit le poète, nous venons tous.

Le lecteur cependant ne doit pas s’inquiéter. Enfant, je n’ai été ni plus ni moins heureux ou malheureux que les autres. Comme eux, j’ai connu l’angoisse consumériste infantile de la nuit de Noël même si mes grands-mères, issues de la province et chrétiennes à l’ancienne, affirmaient toujours que les présents —elles ne parlaient jamais de cadeaux— arrivaient le jour des rois mages, le 6 janvier. Il fallait donc attendre, ce qui faisait de moi un outsider dans le quartier chaud de Lince, parmi les noirs, les blancs pauvres et les migrants des Andes, tous des bagarreurs sans relâche; mon enfance a été un interminable match de boxe et sans trêve aucune pour Noël. Parce que le jour suivant, le 25 décembre qui est férié, il fallait exhiber ses cadeaux dans la rue, la vitrine de jeunes imberbes insolents, revêtir la tenue offerte ou bien montrer le petit camion électrique. Autrement dit c’était une compétition. Cela ne fait pas de doute, au Pérou, les pauvres dont je faisais partie, aspirent à vaincre la pauvreté. Comme mon père était souvent absent ou n’apparaissait qu’à son heure, et que d’après mes grands-mères, on avait juste de quoi se nourrir et se loger chaque jour et pour une petite dépense scolaire, l’enfant que j’étais devait donc se débrouiller. C’est ainsi que je travaillais durant les semaines précédant Noël pour m’acheter un cadeau que je ferais ensuite passer pour livraison du père Noël. Histoire de ne pas ventiler les embrouilles familiales ni perdre ma cote aux yeux des copains du coin de la rue. Mon pauvre père m’apportait quelques fois quelque chose, mais des jours plus tard. En général je voyais arriver aussi un paquet venant de la province, de ma mère lointaine.

C’est peut-être pour tout ça que lorsqu’arrivent ces fêtes, plus païennes que chrétiennes, je me tords de douleur. Voyons un peu, serais-je le seul? Bien sûr, c’est l’occasion de se réunir avec la famille ou les amis mais aussi avec les peines. Valdelomar n’en avait-t-il pas parlé dans “la cène pascale”, la place de l’absent autour de la table? Ces jours-là, chez moi, ouvrent les vastes couloirs de mon intérieur. Certains donnent sur une cour qui n’existe plus. Ce qui est certain c’est que je me souviens avec plus de force que jamais de mon père, même s’il menait sa vie de son côté. Mais aussi de mes grands-oncles, et notre modeste maison de Lince. Ou encore mon maître Porras, les amis qui sont partis. Carlos Delgado qui m’apparaît toujours en rêves en ce moment de l’année. Carlos Franco et Javier Tantaleán. Mais encore Jorge et Alvaro, nos frères qui ne sont plus. C’est alors qu’après un de ces rêves (je suis de ceux qui s’en souviennent facilement) je me dis que je vais les revoir ce jour même, comme ma tante Alicia, celle qui m’a élevé. Vous savez quoi? Il y a un jour dans l’année où je vais à l’église catholique pour écouter la messe de minuit. Ne vous moquez pas. Je suis un laïc, un agnostique, mais cette nuit-là, je sais que je vais être en contact avec les grands-mères qui m’ont élevé. Un peu comme dans le film, ET, l’extraterrestre. Vous vous souvenez? Quand il dit: “téléphone maison” et qu’il te brise le cœur. Je crois en ça, ce qu’il m’est permis de faire qu’une seule fois par an, pour Noël: le contact. Mais n’en parlez pas à Max Hernández, il serait capable de m’envoyer un infirmier et de m’embarquer en camisole de force… Il se trouve que c’est quand vient Noël que nous apprenons à rêver. Et peut-être bien à croire.

Comme j’ai eu une vie cosmopolite, je me suis fait tout type d’amis parmi lesquels quelqu’un d’exceptionnel. Le hasard a voulu que Claire a un parent qui est prêtre catholique qui vit en pays musulman, avec tous les risques que cela signifie. Il est aujourd’hui archevêque en Algérie, dans un diocèse où il y a quelques années 19 moines de sa congrégation ont été assassinés. Il s’appelle Paul Desfarges et il nous a écrit pour Noël. Il nous dit que ce peuple d’Algérie est le sien, son “Église, notre Église, dans la diversité des nationalités, des langues, des cultures, des sensibilités ecclésiales, des mentalités”. (Soit dit en passant, aimable lecteur, les problèmes ethniques et religieux en Algérie créent mille fois plus de tensions et sont beaucoup plus violents que les nôtres). Et pourtant il est là, malgré tout, dans la paroisse de Bordj el Kiffan, entre les migrants sub-sahariens, pour aider les plus vulnérables, “les femmes enceintes ou avec un petit enfant”. Je vous raconte tout ça parce que ce qu’il fait est une leçon de ferveur, de courage et de tolérance. Je vous le dis aussi parce que c’est un honneur, on ne rencontre pas toujours dans sa vie un saint. Il souhaite pour notre peuple de péruviens qu’il ne connaît pas “la paix intérieure et extérieure” parce que “le contrepoids à la violence sera toujours la force de la douceur”. Je crois que nous avons dépassé les bornes en matière de polarisations, de haine et de “anti-”. Que Dieu l’entende. Joyeux Noël. (HN, 25.12.17)

* “Considérations à froid, sans parti pris” est le titre d’un poème de César Vallejo, de son recueil Poèmes humains

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