Nacional: Política/Educación Parte II

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Sabatina, 21 de abril del 2001


La palabra del mudo (II)

Presidencialismo y Conos

 

Hugo Neira


Este artículo, sobre un fondo de desconcierto que deja la primera vuelta, se escribe en función de una doble tesis, la de la debilidad del país ante el presidencialismo absoluto y la de la herencia juvenil y ciudadana del fujimorismo. Si se sigue mi razonamiento, y el lector tiene un poco de paciencia, se aclararán –espero-  algunas cosas que nos están pasando.

Todos sabemos que el Perú tiene un régimen presidencial. No discutiré el fondo histórico que conduce a este hecho: tendencia centrífuga de las regiones, variedad y heterogeneidad nacional, motivos no faltan. Hay algo de razonable en el deseo de un Ejecutivo fuerte, y en él, de un hombre enérgico. Pero también hay algo de irrazonable, el enérgico puede ser también un abusón, un excesivo. Tratando de explicar la deriva autoritaria de Alberto Fujimori, con quien colaboró, Hernando de Soto dijo lo siguiente: "Si el presidente es autoritario, es porque las instituciones peruanas le otorgan un poder descomunal" (Sally Bowen, El expediente Fujimori, p. 111). Descomunal. ¿El sillón los dilata? El complejo de Lope de Aguirre, en el espacio del Nuevo Mundo, el poder no tiene límites. Elegimos nuestros probables Tiranos.

Sin ser constitucionalista, la respuesta a ese mal inveterado está a la vista. Degregori sostiene (La Década de la Antipolítica, p. 33) que lo que caldeó los ánimos entre Fujimori y el Congreso de 1992 fue la aprobación de una ley de control del ejecutivo, que le iba a impedir dictar "medidas extraordinarias". Así de claro. Limitar al poder presidencial. Los ilustres congresistas, que luego dispersaría Fujimori, se acordaban de las medidas "extraordinarias" de García sobre la Banca y la Deuda —nada de lo cual estaba en el contrato, vale decir, en las promesas y programas de 1985—, y en cuanto Fujimori, que no dispusiera de los mandos militares en provincia, para la "guerra sucia", lo cual igual hizo. Los nuevos congresistas del 2001 pueden reflexionar sobre ese precedente sensato: o limitan el poder presidencial o volvemos a las mismas, o peor. En quince años hemos tenido el presidencialismo caprichoso de García y la disimulada dictadura de Fujimori.

La segunda tesis es que los votos de origen popular no responden a instancias habituales de izquierda o derecha. Si se dan una vuelta por la librería "El Virrey" o por algún otro establecimiento del ramo, encontrarán un trabajo del sociólogo japonés (sí, pues) Yusuke Murakami, La democracia según C y D, IEP, 2000. Pese a tan sugerente título, la atención ha sido mínima. Pues bien, Murakami explica la nueva cultura política de los Conos. Los sectores populares —según ese trabajo de campo— no tienen ninguna lealtad democrática, tampoco lo contrario. En la encuestas salen tres sectores, uno liberal, y otros dos, intermedio e intervencionista, que van desde que "el Estado intervenga" a "que intervenga todo". En lo esencial, el fujimorismo los habituó a una forma de vertebración sin lealtades partidarias, un toma y daca. Los utilitarios votos de los sectores populares quieren un Estado que los ayude, y "son indiferentes a que sea demócrata o autócrata" (Murakami). Paremos, pues, de atribuirles criterios de "centro-izquierda" que algunos se inventan. Habituados a los tejes y manejes del fujimorismo, son parte de un país con democracia pero sin ciudadanos, o "imaginarios" como diría Sinesio López. O "súbditos", como afirma Eduardo Dargent. La precariedad no crea ciudadanía sino votantes en masas necesitadas, "mediapolíticas" como dice Tanaka (lo que pasa es que yo me leo a los peruanos, y en Lima, ni por el forro).

Ya está bien de cuentos: los de C y D escuchan las promesas de Alan García no como algo nuevo sino como lo que ya conocen: uso de fondos públicos. Así, esa candidatura, vista desde los Conos, es continuidad y no ruptura del fujimorismo. Un problemita: ¿Qué van a hacer esos mismos jóvenes, a la hora inevitable del desengaño? Porque les están engañando, no hay torta que repartir. Muchos se irán, pero no hay visa para todos. ¿Algunos tomarán las armas? ¿Otros, pragmáticos, tratarán de sobrevivir? Otra desilusión, telón de fondo de la irresponsable campaña.

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Sabatina, 14 de abril del  2001

 


La palabra del mudo (I)

 

Hugo Neira


Como quiera que la sabatina es un pañuelo,  recurro a casi aforismos.  No es lo mejor, pero no me queda otra.

1.  Los peruanos quieren un congreso multipartidario. O sea, quieren que los políticos concierten entre sí. Qué bien.

2.  Hay dos fuerzas electorales. Dos mayorías, por absurdo que parezca. En sustancia, quieren lo mismo: empleo, retorno a la democracia.  Solo que con prioridades diferentes. 

3.  La campaña alanista ha puesto en el centro del debate la desigualdad. No soy de derechas, y me alegro. Campaña hábil: ha hecho pasar en segundo o en olvidado plano, sus errores en el pasado.

4. La campaña toledista, tomando en cuenta temas económicos, no deja de ser la continuidad de la Resistencia antidictatorial. El que no pase al 40 por ciento, señala que la sociedad está irritada no solo por la corrupción o los videos, sino que, en la dureza del presente, piden que el Estado se vuelva a ocupar de la pobreza. De Toledo dijo Vargas Llosa padre, que es un "liberal de izquierda". No se nota.

5.  Hay un entierro un tanto apresurado del fujimorismo.  ¿Sólo en el 2% o menos de Boloña?  En el parlamento, Cambio 90 y NM  están cerca del 10%. Y parte del voto de UN es fujimorista.  Más allá de estas aritméticas, persiste una herencia fujimorista.

6.  El fujimorismo fue un estilo pragmático de política. No programas sino posiciones de poder. La gente quiere que gobierne  un  hombre duro y mañoso para que se las arregle con los mañosos. Por eso perdió Lourdes y ni arrancó Santisteban.

7.  Más aún. El pragmatismo a la peruana es delegación del poder al candidato más mañoso y más seductor. Fujimori fue un dictador mediático. García  usa tanto la pequeña pantalla y las plazas.  Y todos lo encuentran "encantador".  En el Perú, para convencer hay que engatusar.  Vuelve, pues, el tema del encanto de la culpa cuando mañana todos, lloremos. Todos, incluyendo los apristas.

8.  En los últimos diez años nadie educó al pueblo soberano.  Ni los partidos, que casi desaparecieron en 1995 (menos del 5%).  Ni los medios de comunicación, el rating para programas "serios" cifra 1 ó 2 por ciento. Tampoco la enseñanza superior. Es impresionante lo que cuenta FOZ. En una universidad limeña y privada ni uno solo de los alumnos pudo dar un ejemplo de hiperinflación. Habían olvidado (¿o perdonado?) a García.

9.  Las elecciones movilizan en un dogmatismo de emociones, las que no permiten reflexionar. Pero el pueblo, ni abyecto ni tonto, entiende el aspecto instrumental de las promesas electorales. Quien gane, será el héroe no de una movilización sino de un cansancio. Lo que la gente siente: la política les atrae y les da asco. Y la desilusión  se llama MRTA.

10.  En los países serios —no en el Perú— un presidente no es un Príncipe, ni hace lo que le sale por los forros. García dice que no gobernará con el aprismo. Qué lástima. En 1985, durante la campaña, no dijo ni pío de no pagar la deuda externa ni de meterle tanques a la Banca. Al subir, se lo sacó de la manga. Eso es "presidencialismo absolutista", aunque le pongan pachanga, y en el cajón, el zambo Cavero.

En suma, el binomio "decencia y justicia social" no tiene candidato. El que se afirma en una cosa, no convence en otra. La elite intelectual no ha tenido tiempo de profundizar, ella misma, desconcertada. La presidencia: carrera de astucias. Vuelve  el reino de la mentira. Retorna la atmósfera de crisis. Bravo.  No sé si lo escuchan, un coro de risas en los países vecinos.

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Sabatina, 07 de abril del 2001


¿Quién de verdad, es radical?

 

Hugo Neira


Cuando llegó la hora electoral, en México, Jorge G. Castañeda, un intelectual  considerado de izquierda moderada, y próximo a Cuáuthemoc Cárdenas, sorprendió al ponerse al lado de Fox. En su pública explicación, Castañeda razonó de la manera siguiente: ¿cuál es la prioridad? Para México, en ese instante, era enterrar al PRI. Y Vicente Fox pudo hacerlo. Ahora bien, la opción Toledo no me parece distinta. Es enterrar el fujimorismo pero también lo que lo precede, un fin de siglo lleno de mañas. Eso es lo que está clamando la calle, junto con empleo.  A los que suban, decencia, o sea, que no roben. Sabatina breve: la radicalidad de la democracia es Toledo.  Discurriré en tres partes.

Tenemos Transición pero sesgada.  Algo que no ocurrió ni con españoles ni con chilenos. Sus dictaduras les dejaron prosperidad económica.  Fujimori nos arruinó dos veces.  En lo ético y con la recesión.  Se entiende que lo social cuenta, diez años de hambre y retroceso. Pero la cuestión social es tema también de postcampaña.  Y es frivolidad que la podemos arreglar rapidito, cuestión de tener programa y labia.  Tiempo habrá, Lourdes, como García y Toledo, tiene equipo.  Bien mirados, los programas electorales de estos días ya se parecen. Los candidatos presidenciales prometen, por ejemplo, aligerar impuestos, o ayudar con crédito al agro. Mañana, cuando las urnas hablen, tendrán que acercarse más y tejer inevitables alianzas.  Qué bien.  El país no le va a dar a nadie un cheque en blanco como en el pasado, a García en 1985, a Fujimori en 1995.

En segundo lugar, una Transición es ruptura. Es alejarse del pozo sin fondo de la arbitrariedad presidencial.  ¿Y qué ha sido el fujimorismo?  El profesor Martín Tanaka, en una carta que le agradezco, me dice varias cosas muy atinadas.  El fujimorismo fue una alianza o coalición, un tipo de política que articuló intereses muy diversos y no se limita a su dimensión mafiosa.  Cuánta razón tiene.  De tal manera, que si me obligan a reducir todo eso a una sola actitud, yo diría que el fujimorismo fue “manejo”.  Fue un presidencialismo que se puso por encima de las leyes.  Pero, que conste, ni eso lo inventó Fujimori. Lo recibió en herencia, servido en bandeja. Porque al Perú lo “manejaron”.  Y por eso estamos como estamos.

Radicalidad es evitar de raíz otros montesinismos.  Se trata de devolverles a los actores su propia esfera de poder, como en estos últimos increíbles meses lo viene haciendo Valentín Paniagua y su gabinete de probos.  Otro que Toledo ¿quién va a continuar esa tarea?  La limpieza de los establos del rey de Augias con el torrente de la ley no ha hecho sino comenzar. Acabo de leer una entrevista a Toledo en el diario La Vanguardia de Barcelona.  Nombrará un Procurador especial para casos de corrupción.  Por eso le temen.  Porque es capaz de dejar que los jueces hagan su trabajo. Fuera de Paniagua, una novedad.

Por último, ¿creen los peruanos que el Perú puede seguir como si el país no fuera mayoritariamente mestizo e indio?  ¿O no se han enterado que el irresuelto tema indígena sacude ya a Ecuador y Bolivia?  Cabe recordar que muchos votaron por Fujimori porque lo veían cholo, y el muy astuto se ponía poncho shullo.  ¿No es este el país donde muchos jóvenes andinos escucharon al primer Sendero?  Parece mentira, lo hemos olvidado.  Hace muy poco, los reservistas le pedían armas al sublevado Humala.  Eso invoqué en una sabatina anterior.  Me han escrito, ¿qué es la Otredad?  Señal de lo escindido que está en el Perú.  La Otredad es el otro, es el indio.  Y para éste, el que no lo es.  En México corre la palabra, pero claro, México tiene mil problemas pero tiene identidad.  Y entonces, ¿no creen que es hora, y por el voto, que un presidente peruano se parezca a la mayoría de peruanos.  Y nórdicos no somos.  Además, uno con estudios en Stanford.  ¿Toledo humilde?  Al contrario, es la posibilidad para que no entremos e el torbellino de los conflictos étnicos, y que en su presidencia se reconcilien etnicidad y democracia.  Y eso es la opción de este domingo.  Cerrar una página de la historia, abrir otra.  Mañana eligen.  Que Dios los ilumine.

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Sabatina,   17 de marzo del 2001


De misa, mesa y mozas

 

Hugo Neira

Lo de misa, dicho en clave, permite evocar temas delicados,  Iglesia, curas y género, en general, política y religión, estas últimas,  actitudes ante la vida que cuando se juntan sólo dan dolores de cabeza. Mejor tenerlas por separado, pero en Perú, de cara a las elecciones, se están juntando peligrosamente.  Hablo, por cierto, no del catolicismo de Lourdes Flores Nano, que en sí, es respetabilísimo. Hablo de cuanto la candidata está cerca o no del Opus Dei. Y esta no es graciosa discusión.  Se trata de saber si después del poder oculto del montesinismo, se nos encarama otro, el de la Santa Mafia.

El Cardenal Cipriani, acaba de oficiar su primera misa de purpurado en la Catedral, aunque con las masas al frente, católicos fervientes le armaron una manifestación en la plaza de armas a la que Monseñor como siempre, respondió con exabruptos. Hay algo en el personaje que no termina de cuajar, un asunto de nivel semántico, se expresa como los  sujetos registrados en los videos de Vladimiro. ¿Un purpurado lisuriento?  En Lima, sin embargo, me parece que una vez más se está tomando el rábano por las hojas. He leído tu artículo Linda Lema (La República, 12 de marzo) tu causa es la mía pero el tema, me parece, merecería un enfoque menos centrado en encíclicas. No es  cuestión de discutirle a la Santa Madre Iglesia qué es bueno para ella. La institución es añeja, sabia, retrechera, y tiene sus problemas.  A nivel de aparato eclesial, busca su equilibrio  entre reformadores y conservadores, como todo el mundo. A lo que iba, Cipriani es cardenal y no hay Dios que lo mueva. Cierto  es, y en eso te doy razón, que si llega asociado a Lourdes, de eminencia gris, las hordas negras van a meterse en todo, en especial en la vida de las mujeres. Pero el tema es de Estado y no teológico.

En la modernidad política el poder espiritual y el temporal van separados. Esa prudencia se llama laicidad. Hay dos maneras,  la manera de los Estados Unidos, que se fundan en la libertad religiosa (desde 1791) un cierto tipo de separación de Iglesias y Estado, y un fondo de religión civil que perdura. La otra manera es Francia. El Estado no profesa culto alguno. En Europa no es caso único. En España el catolicismo ya no es religión de Estado. En fin, no hay democracia moderna que sea confesional. La modernidad liberal es laica o no es. Laico no quiere decir antirreligioso ni menos anticatólico. Se puede ser católico ferviente y ser laico, postura que practican, repito, los españoles desde la Transición. Van a misa, la tasa más alta del mundo, pero ante las urnas se determinan por opciones no confesionales. Laico no quiere decir inmoral. Muchos de los que aparecen en los videos con Montesinos, eran de ir a misa todos los domingos. Laico fue Manuel González Prada, que fue una especie de santón civil (L. A. Sánchez).

El problema de la candidatura de Lourdes Flores no es que sea de derecha o conservadora, todo eso es legítimo, y menos que sea mujer. No, el problema es su proximidad al Opus Dei. El problema es, de nuevo, el disimulo.  El tema es, pues, si  los peruanos, después de haberse dado el lujo de tener como tirano a  un subprefecto japonés, ahora van a elegir  el primer régimen teocrático (solapado) de la historia de América Latina. De modo que la preguntita que tenía que haberte hecho Jaime Bayly no es si eres virgen, ¡vaya pachotada!, y altanería de blanquito, a lo que respondiste Lourdes muy bien: "eso a ti no te importa". Pero lo que sí nos importa es saber no si prefieres  Opus o Jesuitas (que no están mal, lo concedo) sino si tu eventual postura como presidenta no sería clerical. Sólo eso nos faltaba. Por lo demás, desde este templo de republicanismo, te hago otra preguntita: ¿no te parece que los de la Obra deberían darse a conocer? ¿Quién los persigue? Qué gustito ¿no? por la criptopolítica. Calladitos, encuevados, conspirando. La Misa, pues, es una cosa, otra es la Mesa (la economía) y otra las Mozas, el derecho de las mujeres. Nada de chantajes. La pregunta sobre el Opus igual valía para un candidato varón, para el caso Rafael Rey.  Lo que los ciudadanos quieren es que no vuelva la mentira. Votaron Fujimori y el Presidente fue Montesinos. ¿Votarán por Lourdes  y, entonces, eligen a Ciprani?

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Sabatina, 10 de marzo del  2001


El centro es la muerte

 

Hugo Neira

Que algo ‘es la muerte’ es expresión nuestra, un vocear que algo es estupendo. En una reunión amical alguien me preguntó qué era lo que más extrañaba del Perú, fuera de amigos, cocina, etc. Le respondí que la manera de hablar de las peruanas. Se hizo un silencio y me repreguntaron qué era eso. Dije que las peruanas no hablaban sino ronroneaban. Y entonces un joven, que me dicen prepara una tesis sobre los seis castellanos que en Lima se escuchan, añadió: "sí pues, las peruanas son la muerte".

No, no es en ese magnífico sentido que hablo del centro en política. En política peruana, literalmente, el centro es la muerte. Este es un país de extremos, modosito y todo. El centro está bien para países bien puestos, con derechas e izquierda como Dios manda, no aquí. Por lo demás, los partidos de centro que conozco en otras latitudes, son pequeños, sin grandes ambiciones, no se gana con ellos elecciones, menos tumultuosas como las que vienen. ¿Cómo se puede ser de centro en el Perú? Izquierdas hay, las muy ingenuas, pero, dígame el lector, con toda sinceridad ¿conoce una sola agrupación política que haya entrado en liza que se califique de derecha? Aquí hay de todo:  Fuerza Perú, Despertar Nacional, Agraria Popular, Regidores Unidos, de todo, 33 agrupaciones, pero ni loco nadie se declara conservador. No siempre es así en la América Latina, chilenos y ecuatorianos y colombianos tienen sus partidos conservadores. Los peruanos no. Aquí, como sabemos, todos somos muy revolucionarios. Héctor Velarde decía que no se podía trazar una avenida sin hallarse con una huaca o con una casona colonial, y conservamos todo. Pero, a la hora de buscar votos, todos jacobinos. ¿Usted se cree eso?

El centro no existe. O mejor dicho, es un lugar de fuerzas contrarias. Un punto de tensión. No se forma porque uno diga soy de centro sino por la maldita correlación de fuerzas. De modo que no entiendo como un señor tan importante, dicho con todos mis respetos, como Carlos Ferrero, sale diciendo eso  de que Toledo "es de centro" (La República, domingo 4 de marzo). Que quiere Usted, señor Ferrero, lo comprendo, lo dice en código, el hombre es sensato, va a hacer lo que promete y tiene una política social. Pero eso es una lectura posible. Hay otras más aviesas, más limeñas. Y centro puede ser leído para un electorado mayoritariamente joven y en búsqueda de soluciones, como desprovisto de energía gubernamental, "ni chicha ni limonada", ya me lo dicen en el correo que me hacen llegar algunos, y  con la mejor intención.

No, no hay centro, ni lo es Alan García ni Lourdes Flores, ni lo es Alejandro Toledo: si el centro fuera tranzar, ya lo hubiera hecho, éste último, cuando las elecciones del 2000.  Todos quieren, sin embargo, que los tomen por centristas, o por centrados como dijo Jorge Santisteban, pero ni por esas. ¿Qué hay entonces? Está clarísimo, hay tres radicalismos en marcha. Y radical quiere decir ir a las raíces. Es radicalismo lo de Alan García. Cuando el país se empantanaba en debates jurídicos y morales, vino a decir que es cuestionable el modelo económico de la dictadura. Antes de la llegada de García, se hacía como si de eso no había que hablar. Pero ahora hay que hablar de deuda externa, pobreza, tarifas públicas, del modelo como mentira. Radical es también Lourdes Flores Nano. Es el radicalismo del olvido, voy a extraditar a Fujimori, perseguiremos a Montesinos, y aquí no pasa nada, todo es muy bonito, el cebiche está muy rico, voten por una mujer, vengan votos fujimoristas. Toledo tiene una posibilidad de radicalidad, la radicalidad de la democracia. Y de lo nuevo. Pero la más difícil, como diga una palabra de más, le saltan a la yugular. Pero como no diga, los que quieren un Estado distinto se irán con García y los del partido de la inmovilidad con Lourdes Flores Nano. Por decirlo todo perdió hace diez años Mario Vargas Llosa. Hoy puede pasarle lo contrario. Esta vez, el silencio no es de oro. 

PD. El autor de esta columna no es asesor de la campaña de García, ni de Toledo, ni de Lourdes Flores. Ni con una bayoneta en la espalda, lo sería de Carlos Boloña.

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Sabatina, 24 de febrero del  2001

 
Genoma y país

 

Hugo Neira


En la escena  mundial, lo que merece comentario es el  análisis del genoma humano. En el país, la alternativa presidencial en alza de Lourdes Flores Nano. De alguna manera, son dos formas del enigma. Uno biológico, el otro social.  Con la diferencia que la complejidad y el secreto del
ADN y los genes que determinan el comportamiento humano comienza a revelarse. No así las razones, si las hubiese, que determinan un salto de humor en las intenciones de voto. De las recientes encuestas provienen dos mensajes, en sí, contradictorios. La gente está francamente horrorizada ante el grado de corrupción provocada por el sistema Vladimiro/Fujimori. Sin embargo, igual pueden votar por quien no representa un adiós definitivo a las fuerzas que operaron en ese mismo poder mafioso.

Esa novedad en las intenciones de voto desata  comentarios, lo cual es natural. Por desgracia, muchos son objeciones "ad hominem". Se recuerda que como congresista votó a favor del acuerdo con el Ecuador y que fue más que moderada en el momento de la crisis de gobierno de Fujimori, admitiendo que el tirano se quedase para presidir la Transición. Es una crítica a la que no le falta razón: el gato de despensero. Pero es verdad que en esos días confusos, muchos pensaron que la salida de la dictadura tenía ese precio y la hoy candidata, no fue la única. Cierto, no fue Toledo pero tampoco hay que confundirla con Martha Chávez.

El personaje no es desagradable, y como diría Cantinflas, ahí está el detalle. Es persona jovial, comunica bien, con claridad, fue buena congresista y además es mujer. Es plausible intuir que tras Lourdes Flores hay diversas corrientes. Parte de las fuerzas financieras, ese tipo de empresarismo que ha hecho pingues negocios en los años del cohecho organizado. Ese mundo de "asesores económicos y políticos del régimen fujimorista, dirigentes del PPC de notoria vinculación al antiguo régimen" que denunciara hace poco Javier Diez Canseco en este mismo diario. ¿Eso es todo? ¿Qué se hizo del voto popular tras Fujimori en 1993, en 1995 y en el mismo 2000, donde no fueron pocos?  Con Boloña no están.  Me parece percibir un tercer grupo. Aquel tipo de ciudadanos clasemedieros sinceramente escandalizado por los escándalos, los videos y lo demás, pero gentes que al tiempo resultan sordas a toda crítica del sacrosanto modelo. Pese a los horrores revelados, los de una suerte de ilusión postfujimorista de neoliberalismo decentón. Error sería subestimarlos. En fin, hay que mencionar a los infaltables del partido del no, los del voto enconado o conspirativo, los de "cómo hacer para que Toledo no agarre el poder". Y para acabar este listado, hay que considerar el voto de las mujeres. Si tal  es el caso, sería un formidable malentendido. No por ser mujer se combate por el "género". Lourdes, célibe y católica conservadora, poco tiene que ver con las reivindicaciones de las de "Flora Tristán", para citar un grupo claro. Aquí las luchadoras de avanzada tienen un dolor de cabeza. Cómo apoyarla, ¿tan cerca del Opus Dei?  ¿Cómo oponerse a la posibilidad de que el Perú tenga por vez primera, una mujer presidente de la República?

Está pasando lo que me temía. En una sabatina insistía en la composición laberíntica de aquel fujimorismo bajo Fujimori, político sin duda, pero también social (Camarón que se duerme). Dije que no se agotaba en un movimientismo (Martín Tanaka) o un reclutamiento de minorías antipolíticas (Iván Degregori) o sólo en la denuncia (necesaria) del poder mafioso y el asistencialismo. Sostuve que había una potencial votación hostil a toda innovación. Y esto, arriba, al medio y abajo. Pues bien, ahí tienen más de lo mismo, esta vez sin complejo de culpa y con buenas excusas cristianas.

En el análisis del genoma luce un concepto, el de retroalimentación.  En medicina ocurre cuando los niveles de azúcar se elevan y el cuerpo, entonces, produce insulina, y el azúcar se almacena. El proceso se detiene al alcanzar la sangre un nivel correcto de azúcar. Autorregulación. Por analogía, podemos observar que cuando algo va a pasar en el Perú —electoralmente hablando—, los peruanos se las arreglan para que las cosas no corran el riesgo de modificarse. La historia del voto timorato cubre el siglo. Es la insulina del miedo contra todo tímido u osado reformismo. Pero sin alteración o progreso, las sociedades empeoran. Duele comprobarlo, la inercia conservadora ha conseguido el efecto paradojal de que el país difiera sus reformas. Y del balcón de Huaura, ya van dos siglos.  Somos un tipo de sociedad tradicional que adopta la modernidad democrática para acomodarla  de manera perversa a unas prácticas viejas y cada vez más envilecidas.

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Sabatina, 27 de enero del 2001


Pasó un Ángel

 

Hugo Neira

"Y un día voló al cielo el ángel dorado de la plaza mayor" – Jorge Basadre –


El correo electrónico es una maravilla, es red de amigos, libre conversación, iniciativas. Me llega un artículo de Alejandro Sánchez-Aiscorbe, "Todos somos culpables". Lo leo, es más, comparto su punto de vista y le escribo, no sólo para felicitarlo sino para pedirle autorización y citarlo y usar su idea central para una "sabatina". Hablando de nuestros hombres públicos, incluyendo los más eminentes y más antifujimoristas,  Sánchez-Aiscorbe nota que nunca les ha escuchado decir —ni a Belaunde, ni a Vargas Llosa ni a Morales Bermúdez— lo siguiente: "Me he equivocado". Mala seña, añade. En efecto, muy mala.

Intento hacer algo.  Puesto que soy residente en Tahití, que como todo el mundo sabe es el Paraíso, decido ir a visitar al mismísimo San Pedro, y pedirle un favor para el Perú y los peruanos. Este consiste,  ya que estamos en plena contienda electoral, en solicitar que intervenga el Ángel del Arrepentimiento. Bueno, después de muchos forcejeos —hasta en el cielo se necesita vara— consigo que el Apóstol me reciba. En su galáctico despacho, tiene San Pedro  un aire preocupado,  por lo visto los celestes intereses no van bien y la injerencia divina apenas apacigua la natural estupidez humana. Me recibe pero de arranque ni me deja hablar, me ataranta. Después de todo, son muchos siglos de experiencia. 

– ¿Otra vez por aquí? ¿No vendrás a pedirme otro milagrito, no? Ya les hemos dado a los peruanos el milagro del video. El milagro Paniagua. Y no dejan de aparecer otros videos. Además, la corriente del  Niño no ha vuelto, no hay crisis asiática… no sé de que se quejan. ¿Qué quieres ahora?

Le explico mi idea. Un celeste descendimiento, aún si fuera brevísimo, del Ángel del Arrepentimiento. Se echa a reír. Me dice que un político nunca se arrepiente, menos los políticos peruanos. Pero como por mi parte insisto, machaco, me obstino (los peruanos hemos sido siempre fuertes en eso, en el período colonial, en España nos llamaban "pedigüeños"), termina a regañadientes por ceder. En el aire ha aparecido una computadora. Resulta que tiene seis ángeles de peso pesado en materia de arrepentimientos, unos por Kosovo, otros por Palestina. San Pedro me cuenta, además, que el más ocupado es el que trata de convencer a Pinochet para que pida perdón por sus crímenes. Y es así como bajó el Ángel del Arrepentimiento por unas horas a Lima. No se sorprendan  si en los días que vienen se escuchan discursos de descargo. Más o menos, de este estilo:

Don Fernando Belaunde. Me llaman Paladín de la Democracia. El Patricio. La verdad es que me gustaría reconocer que hice una evaluación errónea de los terrucos, los creí abigeos. No quise ver el problema, me obsesionaba que los militares tomaran fuerza y me dieran otro golpe. Con todo, en mi segundo gobierno creció la maquinaria represiva, el narcotráfico, la guerra sucia. Tampoco presté atención a los informes de Amnistía Internacional, y me arrepiento de haber dicho que los "echaba al tacho de basura".

Mario Vargas Llosa. ¿La campaña del 90? No, para nada. Aunque, pensándolo bien, me fastidia haber sido tan concesivo con la clase empresarial. No tardaron en abandonar el FREDEMO e irse con la dictadura para hacer sus leoninos negocios. En mis días de joven rojo sanmarquino aprendí que en Perú no hay burguesía, acaso por eso, les ajusté las clavijas hace poco, en la televisión. ¿Arrepentimientos? Hay el tema del Informe Uchuraccay. Hice frente a dos astucias, la de los campesinos y la de los militares. Me mintieron. Los indígenas engañan, probablemente desde Pachacútec, se disimulan, una forma de protegerse. En cuanto a los militares, usaron la Comisión, lo dice el general Noel Moral, como una cortina de humo. Cubiertos con mi Informe, iniciaron el genocidio en los Andes. Me equivoqué.

Alan García. Me he quemado las pestañas estos ocho años estudiando los problemas del Perú y la experiencia de gobiernos socialdemócratas. Voy al Perú para combatir al Mercado Absolutista.  Pero de repente, como me dijo públicamente Raúl Vargas,  "ese no es el discurso que el país espera". Quieren escucharme confesar errores. No en el extranjero, ante el pueblo peruano.  Quise superar a Velasco en las reformas, por eso lo de los bancos, y a Fidel en lo del antiimperialismo, de ahí el no pago de la deuda. Se me subieron los humos a la cabeza, goberné mirando las encuestas. Sembré el caos, esperando manejarlo como decía, pero al final, se me disparó todo, la inflación, la escasez, los "doce apóstoles", las masacres en los penales. Me equivoqué.

Karol Wojtyla. Ya le pedimos perdón a los judíos por lo del holocausto. ¿Tendremos que pedir perdón a los peruanos por el nombramiento de Juan Luis Cipriani? La Iglesia es una institución humana, sufre presiones, había que darle su ala al Opus. Con todo, es un error. El cielo me perdonará, no sé si en Cusco, Arequipa, Lima

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Sabatina, 25 de enero del 2001


El test  Alan García

 

Hugo Neira


No es que vuelva Alan García, es que vuelve como presidenciable en una plancha aprista. Antes de llenar las plazas, su retorno llena los "medios" informados  y la comidilla familiar, y hay de todo.  Desde los que se rasgan las vestiduras, habituados a su condición de  reo contumaz y a su alejamiento del país, los mismos que a la menor observación sobre el modelo neoliberal, evocaban los depósitos en el
BCCI o el tren eléctrico, como si todo crítico del  empobrecido presente quisiera la vuelta al purgatorio populista. Hay los que esperan a Alan —por eso de que el Apra nunca muere—, con las mismas maquinitas y el aplauso y  los pañuelos blancos de siempre, e incluso los hábitos aúlicos, como el de ir a darle las gracias al presidente colombiano. Hay los que en fin, desde otras tiendas, sacan el ábaco de los cubileteos electoralistas, creyendo llegada la hora crítica de las encuestas y acaso, la de eventuales acomodos. ¿A quién le quitará votos? ¿Qué pasará en una segunda vuelta? La revista Caretas añade una cavilación de más, al  preguntarse si premunido de un "batacazo", de llegar a Palacio, hará las mismas cosas. Es decir, Caretas, me parece, apunta muy lejos.  Ni tanto que se queme al santo.

Por cavilar, cavilo, como todos, pero en ejercicio que no compromete a partido, grupo ni a nadie, incluso, ni a este mismo liberalísimo diario que me alberga. No debería entrar en consideraciones personales, pero conviene que señale —en país de jóvenes—  que en las pocas ocasiones en que tuve militancia política en Perú, o sea, en la juventud comunista y luego en el velasquismo, tuve al frente a los apristas, a los que consideré adversarios, rivales, pero no apestados ni enemigos del género humano. En consecuencia, no llegué a desarrollar esa cultura del antiaprismo  que es uno de los rasgos más neuróticos (y más corrientes)  de nuestra vida pública. Y no me vengan con la inflación y el desmadre del gobierno de García, a Haya de la Torre igual lo odiaron  sin que llegase al poder. En fin, aunque admirara a Haya y reivindicara su calidad de ciudadano y pensador, no me hice aprista por mi personal lectura del caudillismo. He dicho en mis libros y sigo pensándolo: el mesianismo político, venga de donde viniere, es el peor de nuestros males.

A los hechos, el retorno de Alan me parece un test. Es decir, una  prueba, tanteo o cateo. Para todos: aprismo, contienda electoral y clase política. Y sin duda para el propio García. Con arreglo a esto, el primer test es interno, partidario y según parece, la importación del líder se decidió a galope, tras una decisión de la OEA remitida al ministro de Justicia García-Sayán y un video grabado de Alfredo Zanatti, de carácter exculpatorio. Sea como fuera, me parece que quien se afianzará sería el aprismo parlamentario y quien pierde es García. El augurio es siempre resinoso pero no en el caso presente: el líder de los apristas no deshilvanará en pocas semanas la tenaz memoria de penurias, apagones, enredos administrativos, excesos y balconazos, los llamados “anticuerpos”.  ¿La resistencia que provoca se hubiera mitigado si vuelve para presidir una lista parlamentaria?  Ya es tarde, los dados están echados y atienden a la costumbre electoral de las dos aspas, una para congresistas y otra para presidente.  Con solo seis congresistas y un porcentaje incierto en urnas, la opción de un aprismo sin Alan resultaba suicida.

El segundo test concierne al campo socialdemocrático. Me refiero a  una  naciente galaxia de pequeños grupos y actitudes (SODE, la agrupación de Francisco Miro Quesada, el grupo "justicia y libertad", Barnechea, etc). Hay, en efecto, un polo ideológico  que critica el fujimorismo liberal no solo por corrupto sino por inepto y que igual no quiere ni el Estado interventor ni la apertura comercial que destruye industrias, empleos y mercado interno. Un esbozo, diríamos, de izquierda moderna, como la que cuenta Chile, Brasil, y Europa occidental. Ahora bien, guste o no, García con argumentos críticos recogidos en las canteras socialdemócratas, viene a enfrentar un campo de hegemonía neoliberal y sus argumentos críticos se recogen en esa cantera socialdemócrata.  Pero cuando vaya a hablar de “corregir el capitalismo” (Castoriadis) le van a sacar en cara, sin más trámite, lo del dólar MUC, la hiperinflación, las licencias a amigotes, el Estado tal como lo dirigió, no sólo interventor sino desordenador.  ¿Quién escuchará, bajo esa grita, la idea de que la justicia social es compatible con las inefables fuerzas del mercado?  Paradójicamente, el reingreso de García no acelera, sino retarda y encoge ese espacio de izquierda moderada, hoy referida a quien no ha sido ni lo uno ni lo otro.

La última incógnita son los jóvenes, los seis millones de nuevos votantes que no lo conocen. La pregunta me la hizo, ante cámaras, Marco Aurelio Denegri. Le dije que acaso hay otra cultura más que política, cívica, y diez años después, realista. Y la oratoria de AG les puede sonar a eco de otros tiempos.  No tengo veinte años, pero mucho he hablado con los que sí la tienen. Acaso quieran algo que no se ubica ni en los fervores privatistas ni en los carismas caudillistas.  Cierto es que lo contrario es siempre posible, la calle, la seducción del mitin ¿Cómo descartar en la política peruana y en todas, el papel de la elocuencia? En efecto, tengo mis dudas. ¿Lo verán como un crítico de la calamidad del fujimorismo  o como una visita del pasado? ¿El idioma que le escuchen, será tomado como el de un socialista reciclado o la prueba que el tiempo de la gran arenga multitudinaria ya pasó? La palabra test, curiosamente, también construye conceptos como contestar y detestar. Pronto lo sabremos. Quien vive, verá.

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Sabatina, 23 de diciembre del 2000


La democracia Wari

 

Hugo Neira


La Transición está en buenas manos, de eso no cabe la menor duda. Restablecido el principio de autoridad democrático, la reinstitucionalización ha proseguido. Sin embargo, más allá de la justa electoral que se avecina, hay aspectos de la realidad, muy profundos, al nivel de las creencias, que francamente me inquietan. Existe un apriori desfavorable,  y no de hoy, sino de ayer y de mañana y que concierne a la convicción democrática. Muchísimos peruanos —más de lo que se cree—  están íntimamente persuadidos que el Perú no está hecho para ese tipo de régimen. Lo sé porque algunos me escriben. No soy yo quien va a cambiar con una "sabatina" tan ancestrales prejuicios. Pero intentaré un comentario, glosando a una de mis corresponsales, a quien  no conozco, pero cuya opinión encuentro significativa. 

No le parece posible que nuestra sociedad se amolde a la fórmula democrática. Su desconfianza es profunda.  Argumenta de la manera siguiente. "Nuestra sociedad tiene un origen multicultural". Tras de nosotros están "los desarrollos históricos dentro de formas de estados avanzados propios". Se refiere "a los imperios Wari, Tiahuanaco, Inca" (respeto su ortografía). Del presente, señala, "el Estado actual tiene fuertes dosis de externalidad, sin desmerecer sus aportes".  Y concluye con clara franqueza, "vivimos una contradicción permanente entre nuestro inconsciente histórico y lo que debemos hacer como miembros de una sociedad moderna. Una permanente contradicción neurótica".

¿Qué puedo decirle? Sólo tengo un contrargumento, fundado en una reflexión, "absurdo". En efecto, si cada nación contemporánea invocara su pasado histórico, no habría democracia en ningún lugar de la tierra. Italia podría prescindir de partidos y elecciones pues en sus antecedentes está Roma, la mayor formación esclavista de todos los tiempos. Los franceses podrían invocar sus  guerras de religión,  se despedazaban. Inglaterra no siempre fue la serena nación de estos días, su historia es paradojal, inventaron el parlamentarismo a través de sangrientos conflictos. ¿Quién no proviene de un pasado bárbaro? ¿Japón? Hasta 1868 era país de feudales violento. ¿España? Hasta la Transición, no conoció la paz civil. ¿Suiza? Tan pacifista en estos tiempos, antaño proveedora de mercenarios —la guardia suiza en el Vaticano— empujados por el hambre. 

La argumentación historicista es equívoca. En el mundo de hoy, los regímenes que se resisten a la revolución planetaria de los derechos humanos, invocan algún particularismo: identidad del Islam, "valores" asiáticos. La impostura culturalista incuba la prolongación del despotismo. Ahora bien, cada nación y pueblo enfrentan su propia forma autóctona de arbitrariedad. Cada construcción democrática es una ruptura. Es decir, algo que duele y cuesta.

La democracia es un desmentido a nuestra historia, lo concedo. Nada en nuestro pasado la garantiza. Ni el Virrey, ni el Caudillo, ni el Presidencialismo ladrón. Lo que siempre funcionó es su contrario, la sociedad jerárquica. Hasta nos gusta, cada uno en su lugar. Pero, ¿no será de ese poder sin límites de lo arcaico, de donde provienen nuestros males? ¿Y qué deben hacer los mexicanos, que también tuvieron "estados avanzados propios"? Toltecas, Mayas, Aztecas. Puesto que practicaron los sacrificios humanos en lo alto de sus sanguinarias pirámides, ¿deben hoy abandonar la democracia? Nuestra  tradición y sus aportes (la biodiversidad, por ejemplo) ¿se oponen a la posibilidad de un Perú de individuos libres y con leyes? ¿No es eso un falso dilema? En suma, ni hay democracia Wari, ni le podemos pedir al admirable pueblo que estudió Luis Lumbreras lo que no estaba en su horizonte histórico. No la hay como no hubo "habeas corpus" tiahuanaquense ni minorías políticas con los Incas. Dejemos de usar los formidables imperios andinos como excusa.

Toda democracia es una "externalidad" como dice. También lo fue para los europeos. La adoptaron de la antigüedad griega. No hay sociedad destinada al despotismo para siempre. En cuanto a la tensión que percibe, es real. Pero lo que llama  "neurosis" es ética de la  responsabilidad que recae sobre los ciudadanos. La modernidad democrática es una posibilidad, no un castigo. ¿Sigue Usted escéptica? En ese caso, la indiferencia democrática de parte de las elites y parte del pueblo, será la garantía de los tiranos necesarios a lo largo del siglo XXI. Espero equivocarme.

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Sabatina, 18 de noviembre del  2000


"Mea Culpa"

"Y llegó el tiempo del murciélago" – Manuel Scorza-

                     

Hugo Neira


Nunca en mi vida, que recuerde, he sentido tan encolerizados a los peruanos. Mi mail se incendia de enfurecidas denuncias. Y no son llamados a un tipo de política, de izquierda o de derecha, no. Es como un sobresalto ciudadano. Como si los tiempos no dieran, todavía, para otra cosa, y no lo dan. Se lucha por volver al grado cero de la vida en comunidad, a lo elemental, a volver a creer que militares y jueces, ministros y funcionarios de toda laya, son cuerpos protectores y garantizadores de la legalidad y no verdugos de una nación que, sin embargo, los alimenta. El  malestar es inocultable. El Perú está herido, como llagado de revelaciones.

Cada mañana arroja su andanada de vilezas, y al país se le cae la cara de vergüenza. Los videos de la corrupción congresista abrieron la serie de increíbles revelaciones, los siguen ahora los de la francachuela postelectoral entre generales montesinistas. A los evaporados dineros de la privatización, las cuentas en bancos de Zurich. A las salidas y retornos del ex-asesor presidencial, el  juego de escondidas en cuarteles. A las amenazantes declaraciones del ex-jefe del SIN, la exhibición de trofeos del safari presidencial sin orden judicial a la casa de la esposa. ¿Para qué seguir? Iniquidad sobre iniquidad. Después de la ilegalidad de un tiempo de farsas y de mañas, viene un tiempo de cenizas. Como en la vieja religión de mis abuelas, bueno será un tiempo de contrición.

El fujimorismo, pecado mortal de tontera electoral y candidez política. Mea Culpa. Y si estamos en eso,  nunca fui fujimorista, pero cuando intenté definirlo, en Hacia la Tercera Mitad (pp. 578-593), lo traté como un caso de "aventurerismo autoritario, un proyecto sibilino de despotismo a largo plazo" (p.591), "de vía dolorosa a la modernidad"  etc. Y asombrado por su carencia de ideas, arriesgué lo de  "la política de la antipolítica" (tomé el concepto del brasileño Weffort).  No me equivoqué, en cambio me quedé corto. No me percaté de la deriva mafiosa, acaso porque mi lectura de los hechos se detiene en 1995.

Hoy, mesa de diálogo y esa Transición en claroscuro. Déjenme hacer otra pregunta. Porque esto no es sólo ir a unas elecciones más, es necesario saber qué les pasó, estos diez años, a los peruanos. O sea, ¿qué es el fujimorismo?  El tema es de calibre, tanto como el de la naturaleza del senderismo. Espero se le aborde al mismo tiempo que la agenda electoral. Es el gran mal. Su intrínseca  criminalidad consiste en establecer una nueva matriz de relaciones político-sociales no sólo opresoras sino corruptoras. Tras leyes festinadas, avanzó enmascarado. Educó en la mentira. Todo eso es reciente, nuestros tiranos no fueron unos santos pero la maquinaria mafiosa  los supera.

A Leguía no lo manejaba el faite Tirifilo. Ni a Odría, un Tatán; tuvieron sus zambos y matones, sin más. Con Fujimori se ha emporcado la primera magistratura. Esto no es ni siquiera la fiesta del chivo. Los dictadores tropicales de Batista a Trujillo, tuvieron tratos con la mafia, no fueron la mafia misma. "Acá nos hemos equivocado todos en encasillar este régimen político", me dice mi joven amigo Alberto Vergara. (Con E. Dargent, en La batalla de los días primeros). "Discutimos si era dictadura, dictablanca, democradura, autoritarismo. No había que consultar a Robert Dahl ni a Almond, sino a Scorsese y a Coppola. Era una banda", concluye. El problema, Alberto, es que el fujimorismo sociopolítico continuará. Expresa el país vacilante que inventa sus propios tiranos. ¿Cuánto tiene esto qué ver con la poca confianza que se tienen los peruanos?  A esto alude Matilde Caplansky, psicoanalista, en Ideele, y "para restituir algo de la perdida autoestima"  señala que el desplazamiento de la perversidad de unos cuantos al campo de lo político, pervierte a todos "pues obliga casi a tranzar indulgentemente con las mentiras y atropellos de los gobernantes".  Si el contexto peruano facilita el manejo perverso como sostiene, entonces, hay que abrirnos un proceso de introspección. Como comunidad humana algo falla para que durante diez años hayamos tomado esa gente como salvadores.

Eso es Mea culpa, examen de arriba a abajo. Fujimori es causa pero también efecto de una cierta predilección peruana por la inmoralidad. ¿O no es cierto que tradicionalmente se devaluó a la honestidad como una forma del candor? ¿Acaso no se  tildó a un hombre honrado como José Luis Bustamante y Rivero, por su amor a la ley, el "cojurídico"? A esa parte descompuesta del contorno la entiende a la maravilla el doctor Montesinos y ese producto de la peruanización achorada que es Alberto Fujimori. Acaso la infamia de estos años enseñe a votar. Y no a irse como tontos tras el primer desconocido. A Palacio de Gobierno, hoy acéfalo, conviene colgarle un letrero "Se necesita inquilino honrado". Ese reclamo, tal como están las cosas en Lima, ya es todo un programa revolucionario.

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Sabatina, 04 de noviembre del 2000


Manifiesto y ñeque

 

Hugo Neira


Ventura García Calderón, hijo del desventurado Presidente al que los chilenos llevaron cautivo a Chile, cuenta que fue a ver, años después, al que fuera cónsul de Francia. Esa presidencia en un país agónico fue muy criticada por negociar con el ocupante. Acaso por eso el cónsul le dijo que a su padre le había faltado algo. Picado en lo vivo, el escritor le pidió que aclarara. Y el viejo diplomático galo, que había vivido muchísimos años en Lima y conocía nuestros modismos, le respondió: "No se moleste amigo Ventura, pero a su padre le faltó ñeque".

Ñeque es coraje físico y moral. En Tacna han gritado "Ollanta con galones, general sin pantalones". O sea, "to have and have not", tenerlos o no, hay un cuento de Hemingway, y una película con H. Bogart. Los españoles hablan de cojones, no hay que escandalizarse: como expresión, Camilo José Cela le dedica un libro entero. Y es lo que está clamándose por calles y plazas del Perú "Ollanta tiene huevos". Así están las cosas. A tiranos de pacotilla les ha salido al frente un héroe, algo que no estaba en el libreto. Me río dulcemente. Qué sorpresa para los que se creyeron que la historia en los años de la globalización ya no era pasión ni honor ni patria, sino rentabilidad, capitales, compras en cartera, y en eso que entra en escena el teniente coronel EP Ollanta Humala Tasso. Un poco de épica no cae mal después de tanto sainete. Y qué susto para algunos, ¡un patriota! Y el retorno de temas como dignidad, indignación, desobediencia y ética, es decir, valores no-bursátiles que Boloña no podrá tasar.

El Manifiesto es cosa necesaria, como el ñeque. Sediciones y amotinamientos lo necesitan. En los años treinta, contaba Manongo Mujica Gallo, fundador de Expreso (no el de hoy, el de los sesenta),  de un coronel que cuidándole la plaza de armas a un ausente Sánchez Cerro, se lamentaba de no haberle dado un golpe por falta de manifiesto. No basta, pues, tropas y redaños. Los españoles lo llaman pronunciamiento. El de Franco es muy conocido: "Sepan cuantos …".  No hay intento de cuartelazo, si es serio, sin esfuerzo de explicación; no se sonrían, es la parte jurídica de lo ilícito. Las revueltas militares sin manifiesto son las peores. La de Pinochet, sin texto, le metió bombas de la aviación a las oficinas de Allende. Fujimori, su 5 de abril de 1992, lo anunció en un mensaje pregrabado.

En cambio, Humala, comandante EP,  es un clásico. Su Manifiesto está bien construido, en tres tiempos. Trata de la ilegitimidad de Alberto Fujimori en la Presidencia de la República. Luego, observa como los de la cúpula "han alcanzado sus grados divisionarios por manipulación", y de paso se refiere a Montesinos como hombre "prontuariado". Por último, señalando el enriquecimiento ilícito por armas y drogas, sostiene que "rota la cadena legítima y ética del mando, queda exonerado del voto de subordinación". Francamente, mejor no se podía argumentar. Luego, casi con alegría, invita a sus soldados a una "marcha de remembranza etnocacerista".

Eso no es un golpe de Estado, puesto que  se desplaza a miles de kilómetros de Palacio, por el cruce de Chilligua o del  Juramas, lugares hoy de leyenda. Es un gesto, como ha dicho Mirko Lauer. Y es sedición, no quepa duda, y así lo ha entendido casi toda la clase política que no lo aplaude pero tampoco lo condena. Rafael Rey, "ilegal pero legítimo" (La República, 30 de octubre). Pero no falta quien tergiverse, y un diario de Lima dice muy orondo, "conato militar contra  autoridades democráticas". ¿Cuáles?  Los rebeldes con Humala están diciendo no sólo que el rey está  desnudo, sino que el país está acéfalo. Como Fujimori no se vaya ya, va a meternos en un laberinto de conatos y no serán todos circunspectos. Lo de Toquepala es advertencia. Por el momento, el comandante Humala ha liberado al general Bardales, dejado irse a muchos de sus soldados  y se ha echado al monte, a pie. Insisto, un clásico. Encima se llama Ollanta por un lado y Moisés por el otro. Es el retorno a las buenas tradiciones del coraje, sin coches de lunas biseladas ni bombazos en Tarata. Se le puede cantar en quechua o en romance del Mío Cid. "Albricias, que de Castilla nos echan, algún día tornaremos a esta tierra". Nos ha hecho pasar de una semana negra a una rojiblanca. El pueblo agradecido le lleva mantas y comida. Entre tanto, suben tropa para  buscarlo. Cuidado con tocarlo. Encarna la dignidad. Así como los cuatro marineritos que se burlaron la cassette liberadora, los estudiantes de las marchas callejeras y ahora, el par de cojones de los Humalas, grandes como cuatro "suyos", puesto que son dos hermanos. Ya sabremos algún día el nombre de sus siete soldaditos, caceristas no fujimoristas. O sea, el honor del Perú.

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Sabatina, 30 de setiembre del 2000


¿Transición?

 

Hugo Neira


Comentar la acelerada historia del Perú de estos días es como enviar tarjetas postales a bordo del Titánic, por veloz que resulte el morse, la inundación de bodegas va más rápido. De tal manera que este cronista ha decidido proyectarse, perdón por la huachafería, o sea, anticiparse. Supongamos, pues, que estamos en camino no sólo de nuevas elecciones sino de algo más serio, o sea,  de una Transición Democrática. El concepto ronda a todos, cuando no nos distraen las trampas del poder, las siniestras facilidades dadas a los ex-asesores para que partan a Panamá y con felicitaciones, la mecedora, la política de al te tengo, el estilo que le conviene a Fujimori, experto en provocar  y administrar la zozobra. Pero lo que prepara, después que se ha sacado de encima al doctor Vlad, no es una transición sino la prolongación de lo mismo. Si no tenemos claro en que consiste una Transición,  podemos fallarla.

Una Transición requiere, al menos, tres requisitos. El primero de ellos es hasta tonto: que los de arriba entiendan que es conveniente irse. Los militares de diversas Juntas, en Brasil, en Argentina, dejaron de gobernar. No es que cae un régimen, es que cesa.  No pretendo dar lecciones a nadie, todavía menos sustituirme a los actores políticos, pero conozco la Transición Española, matriz de las otras, porque la viví comprometidamente como periodista y en vida de Francisco Franco, en diarios y revistas españolas de la oposición (Cambio 16, Cuadernos para el Diálogo, en el legendario Madrid).  Estuve cuando el sistema franquista se desmoronó. Hoy, profesor, la explico a mis alumnos de estudios avanzados. He leído en un diario limeño que las Cortes o parlamento eligieron al Rey. No, no fue así. Hubo unas Cortes de factura franquista, ante las cuales el joven soberano juramentó, pero hubo otras que salieron de elecciones generales para una Constituyente (junio de 1977). Esa Transición la hicieron ex-franquistas reciclados en conservadores democráticos, como don Adolfo Suárez. Hubo voluntad de cambiar, y desde arriba. Franco no presidió la Transición. Qué suerte tienen algunos. Hay una España post-franquista. No veo por donde salga un Perú postfujimorista.

El segundo requisito ha sido invocado por Nicolás Lynch en la vecindad de esta página y es el de la legalidad. En la España franquista, de 1939 a 1975, no hubo legitimidad, pero España no fue una nación sin leyes ni orden, hubo legalidad que Lynch llama "autoritaria". De acuerdo. Seamos sinceros, el único pase legal de poder se hizo en l985 y acabó en 1990, es decir, cuando el demócrata Fernando Belaunde le entregó la banda presidencial a otro demócrata, Alan García, y este, a un no-demócrata, Alberto Fujimori. Ahí muere esa primera Transición.  Que el lector haga cuentas, ¿diez años en dos siglos? Desde entonces comenzó el desmontaje de las instituciones republicanas. No estoy diciendo que hay que abandonar toda esperanza, sino que la legalidad, siendo débil, terminó por esfumarse. Todavía resulta lamentablemente cierta la frase de Manuel González Prada: “nada hay en el mundo más corrupto que un juez peruano”.

Si una Transición es cuando los que gobernaron, por lo general ilegítimamente, comprenden que tienen que ceder y, los que llegan, por lo general los de la oposición  democrática, comprenden que no pueden hacerlo todo de golpe, entonces, el tercer requisito resulta el más difícil. Una Transición no es ni continuidad ni revolución. No es 1789, ni 1910 (la Revolución Mexicana),  ni 1917, ni siquiera la caída de Somoza. No la gana únicamente la calle, la opinión nacional o internacional sino la conciencia de la imposibilidad de seguir gobernando con métodos dictatoriales. Las Transiciones contemporáneas se han hecho empujando y deliberando. En Madrid deliberaron los que en Lima no quieren verse ni en pintura. Y allá no fueron diez de despotismo sino cuarenta años. Una Transición es una salida, una salida negociada. Y en ello reside la tercera dificultad. Para no fallarla, es preciso cualidades que por lo general van por separado como la audacia y la prudencia. No es fácil. Maximalistas tenemos. Componedores también. ¿Pero, cordura y coraje, esa paradójica combinación de virtudes que se llama talento político? Una Transición se hace con un talante particular, en actitud deliberativa. Las Transiciones son como un examen delante de la opinión mundial, una suerte de test psicológico colectivo para comprobar si hay talante democrático en un país, es decir disposición no solo electoral sino humana a soportar al adversario. ¿Me escuchas Marta?

Quedan de pie los grandes dilemas. ¿Fujimori la preside o mejor, mucho mejor, un ciudadano ejemplar? ¿Vamos a unas nuevas elecciones o a una Constituyente? Una Transición, si la es, es una prueba para la clase política por entera, con duras exigencias, para unos y otros. Alguien ha dicho que las elecciones deberán realizarse en el Perú bajo "control internacional". No Señor.  Las Transiciones son domésticas o no lo son. La española la hicieron los españoles; la chilena los chilenos; la de México de salida del PRI, los mexicanos, y hasta el propio PRI;  así que si nos sale mal, entonces es que no la merecíamos.

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