Cavilaciones: Por qué en Perú se extinguen los partidos

Escrito Por: Hugo Neira 732 veces - Ago• 26•19

¿Qué se hizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón / ¿qué se hicieron? /¿Qué fue de tanto galán? —Jorge Manrique—

Cuando me tuve que ir a Europa, hace más de cuarenta años, en el Perú, mi país, la tendencia intelectual que dominaba era la pasión por las ideas. Desde que he vuelto, lo que encuentro es la pasión por las pasiones.

Y una extraña democracia constituida por diversas tendencias no democráticas. No seríamos los únicos. En ciencias políticas, hoy se considera que las elecciones contra la democracia son frecuentes. Obviamente, no en boca de nuestros comunicadores, les pagan para ser optimistas.

Tres hipótesis se abren ante este problema. La primera, es la protesta política ante la dominación neoliberal. La segunda es una espiral de decepción, provocada por la corrupción, lo cual establece una ruptura entre país real y país político. La tercera es que los sistemas electorales no logran garantizar ni una justa representación ni una buena gobernabilidad. (Amérique latine, les élections contre la démocratie? Olivier Dabène. Y para las encuestas, el Latinobarómetro).  

El problema de las tres hipótesis es que hace tres decenios que el comportamiento electoral no coincide con la oferta económica. Y hoy la América Latina es un continente de desengaños colectivos, pese a un cierto auge productivo. Pase lo que pase, con líderes carismáticos o con gobiernos moderados, no se encuentra una dinámica que aleje Estado y sociedad de la economía neoliberal. Sin proponer, por nuestra parte, que esta es inamovible —nada lo es, ni el universo mismo—, los resultados en los ciudadanos son diversos. Van desde la bronca deserción a la indiferencia. En cuanto a la primera, la decepción de la democracia, los niveles son diferentes: Honduras el más alto, un 44,6%. En cuanto al Perú, su decepción es mayor que Bolivia, Chile y Costa Rica. Lo que explica la era de los outsiders, Fujimori, Toledo, Humala, PPK y compañía. En México, es altísima, lo que explica la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, gracias a los decepcionados. Cuando gobernaba el Brasil ese presidente llamado Lula, había algo que se le puede llamar ‘delegación de poder’, lo mismo pasó en el Ecuador de Rafael Correa, y sigue existiendo en la Bolivia de Evo Morales. A estos regímenes — Evo, Correa, Hugo Chávez— se les llamó de «izquierda». En general, es el calificativo de muchos de mis colegas europeos, con los cuales discrepo.

¿De izquierda? Para razonar, prefiero llamar la atención del gobierno de la señora Bachelet. Terminado su gobierno, la reemplaza debido a las urnas, el presidente Piñera. Quiero decir que en Chile no ocurre lo que ha ocurrido en los otros regímenes considerados de la nueva izquierda. En Bolivia, el movimiento hacia el socialismo, el MAS, y una federación de movimientos sociales, no solo elevan al poder a Evo Morales —al parecer para siempre— sino que destruyen el sistema de partidos después del 2000. En Brasil, el Partido Socialdemócrata Brasileño, el PSDB, logra denunciar la corrupción que destruye el PT, Partido de los Trabajadores. Claro está, cae Lula y unos «19 partidos que eran sus aliados» (Dabène). El resultado es el mismo que en Bolivia. Se acaban los partidos. Y como sabemos, cuando no hay política, lo que hay es politiquería. Polarización. Lo que no impide popularidades.

Para evitar lo que Romeo Grampone llamaba «nuestra obstinada ignorancia». Un tiempo de rupturas. De ahí, el outsider, mejor dicho, los aventureros, tanto en Brasil como en Perú. Ahora bien, un colombiano, Francisco Gutiérrez, ha estudiado las tendencias en el cambio del sistema de partidos de Bogotá, y ¿saben cómo le llama a este fenómeno? Lo llama, «historia de democratizaciones anómalas» (Véase ¿Degradación o cambio?, Bogotá, Norma, 2002).

El tema de los partidos peruanos me ha interesado desde mi retorno. En un Quehacer, el n°136 de mayo-junio del 2002, me ocupé de los partidos políticos, con este título: «¿La soberanía del pueblo?» Ese artículo, en épocas en que las izquierdas leían y compraban sus revistas, nacía en un clima de vísperas. En efecto, tiempo de elecciones municipales y regionales, pero ni en ese momento me convencí que queríamos partidos. Antes de ser sociólogo, fui historiador, y no me olvido de las nefastas herencias: «Culto al caudillo, la costumbre de la corrupción en las élites, la tentación al despotismo». Dije todo eso, hace 18 años. Por lo visto, no se oye padre.

¿Qué es un partido político? Es un grupo organizado y permanente cuyos miembros se reúnen porque comparten un proyecto político, ciertos valores comunes, o ciertos intereses. Esta definición no es exhaustiva, pero reúne la academia planetaria —Sartori, Lipset, Duverger—. De él viene el principio de clasificación. Una cosa es ser militante, otra ser simpatizante. La otra palabra clave es «permanencia». La duración es algo decisivo. No lo son cuando no superan el lapso de vida del fundador. En ese sentido estamos ante una extinción digna del Pleistoceno, cuando predominaban ciertos mamíferos, el mamut peludo y felinos de grandes colmillos. La cuestión no es pues qué nuevas leyes sino por qué desaparecieron. Todo esto para decir la insoportable sucesión de presidentes sin partido en el curso de estos 19 años. Desde el FREDEMO de Vargas Llosa, lo que hay son partidos «atrápalo todo». Catch-all party.

No necesitamos una Comisión de Alto Nivel como la de Tuesta, sino un equipo de Paleontología. De esos que estudian cómo el gliptodonte y el megaterio desaparecieron en la América del Sur. No se ha indagado a los que fueron más que testigos, actores, es decir, lo que sienten los exministros de Toledo, digamos un Jaime Quijandría, Javier Soto Nadal. Y entre los nacionalistas, Daniel Abugattás, vocero del extinto Partido Nacionalista Peruano. La dicha Comisión se ha ocupado del parto de un sistema nuevo, sin estudiar que llevó a la extinción los poderosos partidos de los años 2000 a 2016. Se necesita una autopsia. Nuestra ciencia política no puede explicar esos cambios climáticos. A dicha Comisión, con todos mis respetos, le ha faltado una variante. Viene de mis colegas europeos. ¿Qué cosa es un partido político? Algo que existe en las sociedades del afecto. No estoy bromeando: Frédéric Lordon, La société des affects, Le Seuil, París, 2013.

Se han olvidado en la Comisión el papel de las emociones. Lo que han hecho es una suerte de esquema para montar empresas y no partidos. La estructura Tuesta revela hasta qué punto, hasta en los mejores, les come la testa la lógica del mercado. Se olvidaron de las pasiones. Y por supuesto, de una idea de la patria. Un ideal. Un programa. No me sorprende. Tampoco tenemos nación. Renan, Herder, Fichte, Gellner, Hobsbawm: la nación la hace la tierra y los sueños. También los partidos. Chau.

Publicado en El Montonero, 26 de agosto de 2019

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