De pronto, el tema del suicidio

Escrito Por: Hugo Neira 1.068 veces - Abr• 23•19

Por unos días, al menos hay en el Perú un momento reflexivo. Moralista, filosófico, y no solo comercial o político. Desde el miércoles pasado, día de Ceniza, doblemente porque es la Semana Santa y el día en que un político dos veces Presidente llamado Alan García, decide aguarles la fiesta a sus feroces enemigos. Coge el revólver y se pega un tiro. Los portadas iban a lucir un Alan enmarrocado. Tuvieron que cambiarlas. Al parecer, había preparativos para una gran fiesta en la plaza San Martín para celebrar su prisión (¡!) Pero los rivales que necesitaban terminar de hundirlo para que no siguiera siendo la encarnación de los opositores al régimen actual, se quedaron con los crespos hechos. Un corte de manga les hace Alan mientras marchaba a ese lugar enorme y desconocido por todos, que se llama la muerte.

En estos días, nos enteramos de que había explicado a sus hijos que no iba a pasar por los martirios de la nueva Inquisición y sus «humillaciones». Como todos sabemos, tomar preso a un acusado no necesita forzamente los grilletes en las manos, pero en el Perú actual, no solo cuenta detener a un sujeto sino arrasar su nombre y figura, matarlo en vida, aplastarlo. Alan García no se dejó hacer. Alguien que no tiene nada de aprista, Ulises Humala —sí, sí, el otro Humala—, que polemiza con quienes quieren ver en ese gesto de Alan García como una cobarde fuga o un acto de demencia, ha tuiteado lo siguiente: «No fue un acto de desesperación, sino un hombre que ha muerto de pie». Y añade: «un acto de dignidad». Claro está, eso había dicho ya Mauricio Mulder. Y entonces, ¿por qué ese coincidencia? Las actos espirituales y morales son tan escasos que han llegado a un grado casi cero en nuestro sacudido país, que de paso olvidamos que hay cosas tan obvias que no es preciso formar parte de la misma cultura política para coincidir. Un huaico, un terremoto, es un hecho real, por encima de la religión, el sexo, o la edad del que lo sufre. Un suicidio puede ser muchas cosas. Pero en ciertos casos, es un acto de coraje que lleva a todos a reflexionar.

Peruanos, hay un «suicidio no patológico sino moral». ¿Quién dice eso? ¿Algún aprista o apristón? Nada de eso, sino la Encyclopédie Philosophique Universelle de PUF, tomo II, p. 2493. Sí pues, una enorme obra que me acompaña, en PDF, por donde vaya. ¿Y qué más dice? Puede ser una «decisión libre», «personal». En ciertas condiciones de guerra, dicen los filósofos contemporáneos y europeos, «para evitar torturas, prisiones injustas, etc». En el mismo género, entran otros tipos de sacrificios como, por ejemplo, huelgas de hambre, y hay un tipo de suicidio-sacrificio. Lo dice esa enorme obra, escrita por sabios sensatos y moralistas.

Entonces, hay que convencerse, nos guste o no: el suicidio de Alan García no obedece a un gesto súbito, no es lo que se llama un raptus suicidaire, es decir, un acto impulsivo o inconsciente. Ejemplo, una señora que sale de su casa tras una bronca terrible con un marido al que no soporta, y conduciendo, se mata chocando un poste. No se puede saber si fue intencional o casual, o oscuramente el deseo de morir. Nada de esto en el caso Alan García. Es bueno saber para que Freud, el gran Freud, el suicidio no fue un tema que tratara directamente, prefirió ocuparse de las multitudes, en 1921, y acaso porque el tema  incluye cuestiones de ética, religión y moral, y Freud, al fin y al cabo judío, no lo estudió sistemáticamente como solía hacer con otros temas, otras pulsiones. Lo digo porque no vayan a creer que es un asunto baladí.

Soy sociólogo y no psicoanalista, aunque tenga varios amigos en esa disciplina, Moisés Lemlij, Max Hernández, Matilde Caplansky. Desde la sociología, el suicidio deja de ser un asunto personal cuando se vuelve un fenómeno social que afecta más bien a la crisis de un país y que el suicida llama a despertarse. Gandhi cambia la India sacándolos de un comportamiento conformista ante el dominio de los ingleses. Se sirve del sacrificio de sí mismo en sus célebres y prolongados ayunos.

Un suicidio cargado de historia y sentido fue el de Stefan Zweig, gran escritor que huye de la peste nazi y se refugia en Brasil, que lo acoge. Pero en 1942, cuando parecía que la Alemania nazi ganaba la guerra, decide irse al otro mundo antes de caer en manos de sus verdugos. En Brasil había corrientes políticas que admiraban el nazismo.

Se suicida Mishima, el autor El mar de la fertilidad. Se hizo lo que llamamos harakiri  y que ellos, los japoneses, llaman seppuku. Es un suicidio terrible, no está al alcance de nuestras costumbres. Te metes un cuchillo enorme en un lado del vientre, y luego, como si fuera poco, cortas hasta el lado derecho con las dos manos, abres el vientre hasta el lado izquierdo. Y todo eso, sin ponerte de pie. Y no nos olvidemos de nuestro Arguedas. Dos intentos, el último fue el decisivo.

¿Tienen algo en común el escritor japonés y el peruano que igual usaba el quechua que el castellano? Algo tienen: el amor de ambos por las sendas tradiciones, tanto del Japón como la del Perú andino. Arguedas, desde su conocimiento de Chimbote, ve aparecer a un nuevo peruano, algo confuso, mitad andino y mitad criollo. Acaso lo que ahora llamamos ‘achorado’. Arguedas quizá se fue para no ver esa catástrofe cultural y moral.

Los suicidios de esa calidad, como el del presidente chileno socialista Allende —se queda en La Moneda (Palacio de Gobierno) con una ametralladora en la mano ante aviones de guerra que lo bombardeaban— trascienden la política. Son éticas.

Respeto y claridad, peruanos. La muerte de Alan García es un giro excepcional a otros tiempos acaso más civilizados. El rival de la justicia es la injusticia. Y es la que se viene aplicando al rival político bajo el pretexto de la lucha contra la corrupción, con lo que se llama la «detención preliminar», que no son solo 10 días sino una forma de amedrentar. Y a lo que le sigue, la «detención preventiva». Alan García no quiso prestarse a esa pantomima. Hoy sabemos que dejó una carta a sus hijos. «Cumplido mi deber en mi política y en las obras hechas en favor del pueblo (…) no tengo por qué aceptar vejámenes». Y están en su carta estas líneas: «Por eso, le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones, a mis compañeros, una señal de orgullo».

Es tremendo. Esa muerte y el enorme error del gobierno actual. Primero, en vez de hundir al aprismo, ¡lo han resucitado! Estuve en Alfonso Ugarte. En segundo lugar, es un mensaje a todos los peruanos para que apoyen la lucha contra la corrupción, pero no por las maniobras que aplican —preliminares y preventivas— antes de haber encontrado alguna prueba de ilícito oculto. Flojera de indagar. Recursos facilitones de dominar. Pero esta vez les salió el tiro por la culata. Lo digo con todas sus letras. Alan había recibido tan pocos votos en el 2016 que apenas sumaban un 5,8% del total. Pero hoy ya no es así. Ocupará un lugar olímpico, al lado de otros grandes que también pagaron con su vida el derecho de ser inocente aunque otros los asediaban y encerraban políticamente. Y han despertado a los leones dormidos. Los apristas. La opción peruana por un partido que es lo que más se acerca a la socialdemocracia que ha hecho la Europa de hoy. Todo lo que quería Alan García para el Perú, era que «fuera un país del primer mundo». Tal como se los digo. Textual.

Nunca fui aprista, en mi juventud estuve en otras corrientes, el viejo Partido Comunista. Luego, con Velasco, cuando en 1969 inicia la reforma agraria, dejando la universidad en Francia. Volví siete años después dado que en Lima, diversas universidades me cerraban la puerta. Me hicieron un gran favor: en Europa me esperaban con las brazos abiertos. Ahora bien, a ver si se entiende. Cuando comunista, nunca fui antiaprista. Porque yo no puedo estar en contra de un «partido del pueblo». Y si digo y escribo esta postura, no es porque aspire a algún cargo político. Se equivocan. Solo me habita el amor al Perú y a los peruanos, y el deseo profundo de decir qué es lo verdadero y qué es lo falso. No me llevo por el rumor ni de ideologías del odio y el anti. Cada palabra, cada línea es obra de mi propia consciencia. Puedo equivocarme, pero busco la verdad.

Alan García se sacrificó para que tengamos un Poder Judicial sin trampas y no arbitrario. Porque en estos años confusos alguien decide, en secreto, a quien hay que jorobar, y detrás corren los fiscales y allanamientos. Es espantoso y a la vez increíble. Ya veo los libros de historia del futuro. «A los inicios del siglo XXI, hubo dos pestes morales que afectaron a los residentes peruanos. Por una parte, muchos no solo salieron de la pobreza sino que aspiraron a ser multimillonarios en poco tiempo. Y la segunda, que a nosotros, historiadores galácticos nos sorprende, el regreso a la Inquisición colonial» (Enciclopedia Galáctica, tomo XII, p. 34256).

Publicado en Café Viena, 23 de abril de 2019

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