Déjame que te cuente… peruano

Escrito Por: Hugo Neira 777 veces - Abr• 27•20

Ocurre que hastiado del ir y venir de la marcha del coronavirus en mi país y en el mundo entero, recurro a algo que aprendí de niño, el asueto. Mi primaria la hice en una escuela estatal situada en la avenida Militar, a un paso de la plaza principal del distrito plebeyo de Lince, a 10 cuadras de la casa de mis abuelas en la que crecí, y que los hacía a pie. Lima no era todavía una ciudad peligrosa. En esa escuela fiscal la pedagogía de entonces era estupenda. Sin excederse en las horas de clase, las maestras —todas muy bien formadas— nos soltaban en un canchón donde corríamos, armábamos breves equipos de fútbol. Asueto, recreo, pausa, con algo de festividad. Pero también a menudo nos trompeábamos. Era el otro lado de la moneda, el lado oscuro de la condición humana. A veces la fraternidad pero también odios gratuitos, y a esa edad, aprendíamos lo que más tarde leo en un filósofo antiguo, vivere militare est. Seneca, la vida es combate.    

Me voy a ocupar de Chabuca Granda, que fue y es algo más que una célebre cantautora. Lo hago para mis lectores pero también para dos personas. Renzo Bambarén, periodista, habíamos quedado en un encuentro, pero el hombre propone, Dios dispone y el Covid-19 y la cuarentena, todo lo descompone. Me iba a pedir algo más que cercano a ella, acaso porque se sabe que la autora de «La flor de la canela» tuvo una vinculación con la generación de los 60 y 70 en la que me incluyo, junto a poetas, escritores, políticos e intelectuales muy jóvenes. La otra persona es nada menos que Eduardo González Viaña. Sé que ha estado enfermo, y gracias al cielo, está sano. Y recuerdo que me había dicho que, después de El largo camino de Castilla, se iba a ocupar de Chabuca. Si eso es así, entonces, como ha hecho girar la historia del Perú del XIX en torno a Castilla, Eduardo hará tornar la cultura peruana a partir del valor simbólico de esa mujer que renueva el vals y deja varios signos que todavía esperan su semiología. Barthes, nos habría dicho que contribuyó a un uso social que podía incluir no solo la música, sino un sistema de significaciones. Si no ha leído El imperio de los signos, se pierde el amigo lector uno de esos textos que nos enseñan el significado y las consecuencias de las «representaciones» de libros, música y vida social y política.

Para ello, hay que deshacernos de algunos prejuicios. No nace en Lima. Cotabambas, cercano a Abancay. Padre minero. Y a los 3 años, su familia se muda a Lima. Se hizo limeña, Colegio Sagrados Corazones Belén. Y crece en Barranco. No era de las clases ricas y distantes del resto. Venía de una familia modesta, trabajaba como secretaria sin por ello descuidar su afición juvenil a la música. Cuando se casa es con un brasileño, Demetrio Fuller de Costa, y sabemos poco de quién era, con toda seguridad no era uno de esos «caballeros de fina estampa», hacendados que lucen en sus canciones. Tuvieron tres hijos y se divorciaron. Hay nietos, que se ocupan de su obra. No es cierto, pues, que su vals era el acto de dominación de los de arriba hacia los de abajo. La anticipa la guardia vieja, el vals desde Covarrubias, Ayarza y Felipe Pinglo y Baluarte, eran la voz melancólica que cantaba los dolores y desolaciones del pueblo criollo. Chabuca es paralela a los Morochucos, de «estrellita del Sur», o a los Embajadores Criollos. El vals peruano es extenso. Una cultura musical criolla bien situada, pero Chabuca no la rompe, la completa. En ella no había melancolía sino alegría.

Chabuca Granda era una persona de clase y a la vez sencilla. Su música llega a los 8 álbumes, pero todo se inicia con «La flor de la canela», en los años 50. ¿Pero quién era esa persona que «perfuma el recuerdo» y que se pone «jazmines en el pelo y rosas en la cara» y «airosa caminaba derramando lisura». Pues bien, se sabe que era Victoria Ángulo, «una elegante mujer afroperuana de unos 50 años» (Carlos Dávalos, en Público). No es pues, un personaje producto de la ficción literaria como el Santiago Zavala de Conversaciones en La Catedral, el de “en qué momento se jodió el Perú”. Ni el Julius de Bryce, acaso en su mejor novela. No dejo de leerla. El personaje de «Flor de la canela», resulta ser persona de carne y hueso, trabajaba en la Botica Francesa, en el jirón de la Unión, y se hicieron amigas. En efecto, la morena iba del Centro de Lima al Rímac, y cruzaba un Puente de palo de esa época. Pero hay algo más.

Chabuca, sin ser del todo parte de las grandes familias, por lo visto frecuentaba las actividades culturales de la Lima de la mitad del siglo XX. Y asiste a una conferencia del historiador Raúl Porras Barrenechea, titulado, El Río, el Puente y la Alameda en 1953. Lo que sigue es algo que no se toma en cuenta, pero que yo lo sé porque tanto Porras como Chabuca misma, me lo contaron. Ella se acercó a Porras, con la familiaridad propia a las clases ilustradas de esa Lima. Le lee el poema de «La flor de la canela», y Porras le pregunta si practica algo de música. Chabuca le dice que sí, más bien cantar, pero no sabe escribir música. Porras le dice, como un profesor que orienta a un candidato a doctor, «si no escribe música por ahora, busque un músico y aprenda». Y eso es lo que hizo Chabuca, otro acto de humildad, se hizo de amigos, artistas, guitarristas, tríos como Los Troveros Criollos. Estoy diciendo que se llevaba muy bien con la gente del pueblo. Uno de sus primeros álbumes se hizo en 1962. Entonces, nace el vals de Chabuca Granda. Y del letrismo poético, Porras la orienta a algo más poderoso que lo escrito. La música.

El éxito fue inmediato y alucinante. Gustó a los de arriba, gustó a los de abajo. Acaso porque hizo algo que es raro en el Perú. Juntar emociones de lo popular y de las capas educadas. (Ya lo quisiera más de un político). La letra de sus canciones, envolvía la gente que conocía, «José Antonio», y a la vez,  al guerrillero Javier Heraud, muerto en 1963, a los 21 años. Fue entonces que César Hildebrandt dijo: «Chabuca se izquierdiza, se sitúa en la orilla de la sensibilidad social, en la orilla de la culpa». ¿Cuál culpa? Cuál va a ser, la oligarquía antes de Velasco. Es tiempo de decir que ese mito peruano —bastante torpe y malvado— que Chabuca cantaba a una Lima «señorial, tradicional», no es así. Esa Lima era ya un ensueño, un pasado. Más bien en sus poemas, los zaguanes, las callecitas, Lima de los 50. Chabuca Granda no es un Ricardo Palma musical. Su mundo era lo inmediato. Pero no alcanza a ver las transformaciones que trajo consigo la migración andina. Lo de Cholo soy, no me compadezcas de Luis Abanto Morales, no es solo una canción sino un manifiesto.

Hay algo más. Otra fase de su creación, música con zapateados y cajones afros. Y en lo que concierne al sexo y el amor, su confesión. «Cardo y ceniza», Como será mi piel ante tu piel. Eso de hablar de su cuerpo una peruana, acaso solo Carmen Ollé. «Dejé de tener himen como de tener amígdalas en una operación». En fin, Chabuca Granda usaba un metalenguaje (Ver Barthes). Su vals vincula el cajón de los negros y la música de alto nivel. Fue nuestro Piazolla, el argentino que elevó el tango para conciertos. El de ella atraviesa las fronteras y se vende por millones. Para el mundo, es la peruana del siglo XX. Para nosotros —qué casualidad—, en la pésima tele, ¿por qué la Chola se llama Chabuca? ¿Y preguntamos cuándo se jodió el Perú? Ya estábamos bastante jodidos, pero con la actual calamidad de la cultura masificada que no eleva sino aplana, rebaja y disminuye, la decadencia se hace cada vez más visible.  

Publicado en El Montonero., 27 de abril de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/dejame-que-te-cuente-peruano

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