Gabriel García Márquez. Para darle gracias

Escrito Por: Hugo Neira 1.850 veces - Abr• 18•14

Se nos ha ido. Quisiera decir unas par de cosas y expresar de la manera más sencilla la gratitud al escritor que acaba de morir. Como dice el dicho, «todos los hombres son mortales». Pero ¿cuál es tu victoria, ¡oh muerte!, si sabemos hablar de la vida? Tuvo, y merecidamente, innumerables lectores. Y yo no soy sino uno de tantos. Pero no seguiré sin confesar en este preámbulo, el no ser necesariamente un lector apasionado de narrativa. Frecuento a ratos la novela y el cuento, pero no siempre, y no se vaya a pensar que desdeño la literatura, no. De leer, leo, y mucho, pero me apasionan otros géneros, otras lecturas, y me detengo en estas confesiones. No vienen al caso.

¿Me permitirá el amable lector que rememore cómo hace muchos años,  descubrí, por decir así, la narrativa de Gabriel García Márquez? ¿A su primera gran novela,  Cien años de Soledad? Comenzaba apenas a rodar por el mundo. Ciertamente, había escrito el gran colombiano otros primeros relatos que yo no conocía, creo que esto le ha pasado a muchos de sus lectores, y por lo demás, no soy un especialista de literatura, digamos, como lo es José Miguel Oviedo. Sucede, pues, lo que narro ahora, por los años sesenta trabajaba y estudiaba en París, y fui a una institución educativa parisina a retirar de su biblioteca varios libros. Había por delante un largo fin de semana. Eran textos de lectura obligatoria. Entre ellos, me llevé también una novela que me sugirió el bibliotecario. Pues bien, ese sábado y domingo no pude dejar ni un momento de leer a Gabriel García Márquez desde la primera frase, «Muchos años después, ante un paredón de fusilamiento, el coronel Aurelio Buendía habría de acordarse de aquella lejana tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Sin duda, la fascinación del relato lo han vivido incontables lectores. De modo que  lo que cuento puede no ser demasiado original, tanto mejor. En fin, creo recordar que el ejemplar que tuve esa vez en las manos era una primera edición argentina, Sudamericana me parece era el sello. Y pensar que una editora catalana, Seix Barral, tuvo el manuscrito en la mano y lo dejó pasar.  ¿Debo decir que adelante lo seguí leyendo? Sí, todo lo que escribiera.

Se nos ha ido. Pero, por una vez, Dios del cielo, abandonemos los rituales y los comportamientos estereotipados al uso. Y que no son los mejores para honrar a un creador.   Seamos sinceros.  Hace un buen rato que le aquejaba  una cruel enfermedad que quita la memoria, el alma y el ánima. Cuánto me gustaría que celebremos su vida. Como dice el dicho, todos los hombres son mortales. Lo que no es mortal es la obra. Para eso está hecha, para vencer el tiempo.  A Gabriel García Márquez se le seguirá leyendo mientras exista esta lengua, el castellano.

Dije que diría cosas sencillas. En primer lugar, fue un inmenso escritor. Tiempo habrá para volver sobre el contenido de su literatura. Y no voy a tener el mal gusto de ponerme a especular si es más o menos grande que otros grandes de la literatura, no faltará quien aproveche la ocasión para ese tipo de sordidez. Hoy, solo me remito al espíritu de síntesis del jurado del Nobel que al otorgárselo dijeron sus razones: «Por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente».

En segundo lugar, se sabe que fue un hombre bueno. En su vida de mortal, buen padre, leal a amigos y convicciones. En tercer lugar, García Márquez fue también un desinteresado maestro. Durante años, en el apogeo de su merecida fama, dirigió un taller de literatura. Enseñaba a un puñado de gente a saber escribir un relato. El curso se llamaba «cómo se cuenta un cuento». Me parece que ese aspecto, que a veces pasa desapercibido, merece recordarse. La humanidad de ese hombre grande y sabiamente sencillo.

Algo más. Ocurre que cuando muere Octavio Paz, en 1990, me hallaba en Lima, en el momento en que se desarrollaba un simposio de psicoanalistas que habían invitado a algunos científicos sociales, entre ellos el que firma, y en eso llega como de un rayo la noticia, en medio de una plenaria, ante una inmensa sala abarrotada de participantes venidos de toda la América Latina. No recuerdo el nombre de quien estaba en la mesa directiva y que tomó la iniciativa que aquí comento. «Amigos, acaba de llegar la noticia. Octavio Paz acaba de morir. Les propongo —dijo esa atinada persona— que celebremos su partida con un aplauso». Y eso hicieron, se pusieron de pie y aplaudieron. Creo que debemos hacer lo mismo. Aplausos por Gabriel García Márquez.

El mejor homenaje para un escritor es leerlo. Sin duda, otro lugar común, pero se me viene a la conciencia, en este mismo instante, la poca práctica que se tiene entre muchísimos en nuestro país, por desgracia, que consiste en evitar a toda costa el leer. A veces se me ocurre que es un gesto de autosuficiencia. ¿Se han fijado, para leer un libro —el que fuera— hay que agachar la cabeza? Es admitir que no sabemos algo. O que buscamos fuera de nuestro contexto el placer de que una voz que no conocemos, nos vuelva a contar algo. Como si fuéramos niños. Para entrar al paraíso del conocimiento la lectura es la puerta dorada. La conversación del alma con lo que se llama el lenguaje. No la imagen, las palabras.

Las obras de García Márquez están en las estanterías de nuestras desoladas librerías. No hay sino que entrar en una de ellas y adquirir una de sus novelas o cuentos y regalárselo a algún adolescente. Ya  hay varias promociones de escolares a quienes les han  enseñado en las inútiles aulas de la educación peruana actual a no leer, haciendo del Perú una curiosa y lamentable excepción. Nunca se ha editado más libros en el mundo. Pero formamos parte de un país que recula hacia la oralidad. No leer es una plaga peruana, reciente, inquietantemente reciente.  Octavio Paz decía que no hay que esperar peras del olmo, pero como poeta (o sea, como filósofo) añadía que el hombre es el único olmo del cual hay que esperar peras. Ojalá.

Supongo que los profesores de literatura, si la asignatura por milagro existe, acaso dediquen una clase a dar a conocer a los pequeños el encantamiento de ese relato a la manera de Gabriel García Márquez. ¿Colombiano? Sí y no, lo bueno no es de nadie. Lo bueno es de todos. Dicen que aprendió de la boca de la abuela, en Aracataca, a contar cosas maravillosas con el aire más natural del mundo. «Muchos años después, ante un paredón de fusilamiento… ». Sí pues, había una vez un hombre bueno que contaba historias asombrosas que no olvidaremos nunca. Se ha ido y no se ha ido. Está con nosotros, como está Cervantes, como Homero, si tenemos el gesto saludable de hojear esos relatos encantadores… El resto, vanidad de vanidades.

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