¿Identidad o identidades?

Escrito Por: Hugo Neira 460 veces - Nov• 30•21

En el Perú y pensando en otras sociedades                                                

Esta pregunta me la ha hecho un alumno. Y recordé uno de mis profesores en Europa que me dijo: si no estás seguro de tu respuesta, di que la darás en la clase siguiente. Eso es lo que hice, sin imaginar el lío en que me metía. Al final de este texto, hay unas líneas de una enciclopedia de las mejores que existe (la de Oxford, de Filosofía, nada menos), pero ahora explico que la identidad es una mismidad numérica, o sea la estrella de la Madrugada y la de Tarde, es lo mismo. Vivimos en una era en la que, además de los libros, el poder está en las imágenes. Desde el principio del siglo XX, el poder de lo visual no es solo cuadros artísticos, imágenes en las iglesias, sino el cine, la fotografía, internet. Y entonces ¿qué rostro, qué personaje podía ser el representante de Londres, Inglaterra, el Reino Unido, y los mismos norteamericanos? Estoy hablando de Charlie Chaplin. De su personaje, tomemos algo de Wikipedia, la enciclopedia libre que es planetaria. «Desde 1889 a 1977, fue un actor, humorista, compositor, productor, guionista, director, escritor y editor británico. Se le considera un símbolo del humorismo y del cine mudo. Al final de la I Guerra Mundial, era uno de los hombres más reconocidos de la cinematografía.»

Arrancó en 1914, yo no había nacido todavía. La primera película se llamaba Todo por un paraguas, y luego, con el tiempo, lo vimos como Charlot, en el baile, en el fuego. Y siguieron La quimera del oro, y de la mano de mi padre, Luces de la ciudad, Tiempos modernos y El gran dictador. Le pregunté a mi padre si era inglés, y lo era. Mi padre me preguntó qué me parecía que cambiara de oficios. Y en efecto, Charlot era músico ambulante y bombero, también prestamista. Más adelante lo vimos en una película cuyo nombre no recuerdo, era un hombre sin casa ni dinero pero ayudaba a un niño llamado Jackie Coogan, nunca pude olvidar esa ternura desinteresada. De niño no podía entender esa mezcla de comedia y sentimentalismo.

Cuando había crecido y era escolar, hacía mi secundaria en el Melitón Carvajal —esos formidables colegios que el dictador Odría creara para los hijos del pueblo— y tenía tres posibilidades: formación en comercio, en maquinarias o una para continuar en las universidades. Con mis compañeros de colegio y el apoyo de los profesores, entendí que el personaje de Chaplin encarnaba miles de trabajadores en Estados Unidos y Reino Unido que se habían quedado sin trabajo luego del derrumbe de la economía con la gran crisis de 1929. Y mejor aun, Charles Spencer, su nombre de nacimiento, era un hombre de maneras educadas, de ahí que se vistiera como un empresario con éxito, y ese sombrero propio a burgueses o acaso alguien de la nobleza inglesa. O sea, un vagabundo con bastón y sombrero de torre. En cuanto a su vida, se casó varias veces, en los Estados Unidos, lo veían comunista, tuvo problemas con el servicio de Inmigración y Naturalización y le prohibieron el regreso a los EEUU.

El personaje de Charlie Chaplin me permite intentar comprender ya no a un europeo ni un norteamericano, sino a un personaje que todos conocemos, Mario Moreno Reyes, que usted, amigo lector, conoce como Cantinflas. Nació en 1911 y muere el 20 de abril de 1993. De nuevo un personaje, en películas en negro y blanco o ya con colores, un comediante mexicano. No seamos mezquinos, cicateros, Cantinflas encarna una manera de ser, una identidad que se ve o se le escucha, algo particular y que es propio al personaje. En cuanto a Mario Moreno, no es solo un éxito filmatográfico sino que lo tuvo en la lengua. A Mario Moreno le debemos eso que le gustaba, por ejemplo, a nuestro querido Julio Hevia, que se nos fue y nos dejó ¡Habla Jugador!, libro formidable sobre la jerga peruana. No sé si existe algo parecido en México, pero en Cantinflas se han contado centenares de adjetivos y verbos. Que se escuchan en los 31 filmes en los que el personaje de Cantiflas hace de boxeador, ruletero, gendarme,  bombero, torero en Ni sangre ni arena. En otras, Cantinflas es mago, también supersabio, o un siete macho, o político (Si yo fuera diputado). Y como Cantinflas y México son una nación emergida, el mexicano que es Cantinflas no tiene complejos ante sociedades avanzadas: puede ser uno de Los Tres Mosqueteros, o Don Quijote, o puede hacer la vuelta del mundo en 80 días. Sobre estas ideas, dicho en nuestra jerga, los peruanos diríamos que «se igualan».

Y nosotros, ¿qué? También hemos tenido personajes, sobre todo en Lima. Uno fue Pedro Cordero y Velarde. Hubo otros, pero ninguno tan afirmado. Cordero y Velarde se había autodenominado Apu Capac Inca y, como si fuera poco, Conductor del Mundo, Soldado de tierra, Mar, Aire y Profundidad. (O sea, evocaba los submarinos, era entonces la II Guerra Mundial.) Además era Rey de Financistas y Mago del Estado por Voluntad Divina. Fue un personaje popular en la década de los 50.

Su historia es triste. Nace en Pasco, de padres ayacuchanos. Desde joven se dedicó a la música, dirigía orquestas, hacía bufonadas y chistes. La gente se divertía por lo que llamaba «corderadas». En Lima, se alojaba en un solar de la calle San Idelfonso, cerca de la Escuela de Bellas Artes. Perdió todo con el terremoto del año 40 pero se repuso. Durante diez años educó a músicos hasta que dos personas —amigos suyos, gente de la bohemia limeña, el periodista Federico More y el músico Osmán del Barco— decidieran jugarle una broma: en El hombre de la calle, lo animan a que se postule a la presidencia de la República. Era un hombre de la calle a quien escuchaba la gente de la calle.

Se toma en serio la broma, sus mentores lo inscriben y para estos fines, él entonces despilfarra sus propiedades. «Cuando se da cuenta del engaño, derrotado y empobrecido, cae en una depresión y en la locura. Pero lo que sigue es digno de un caso psicológico. Se queda con la fantasía que si no llegó a ser presidente del Perú, sí llegaría a ser el Apu Capac Inca, Emperador y Conductor del Mundo, Soldado de Tierra, Mar, Aire, y Profundidad. Y mago del Estado por Voluntad Divina.

Loco Cordero y Velarde. Se ganaba la vida cuando había un mitin político en Lima. Lo llamaban y le pagaban para romper la atención del público. Loco pero formidable orador, en plena Plaza de Armas o más bien en la Plaza San Martín, Cordero era leal a su sueño de grandeza y la gente prefería escucharlo porque, a los que gobernaban, les decía zamba canuta. Acaso más vigoroso que los candidatos normales, y además, con su peculiar indumentaria. «En honor a su alta investidura, lucía una chaqueta negra de solapas y condecoraciones y la Banda Presidencial. Siempre con su sombrero de tarro, y él siempre sonriente y parlanchín.»

Por mi parte, confieso que conocí a Cordero y Velarde. El azar. Yo iba a una imprenta porque era parte de una revista de un grupo de jóvenes de izquierda, en San Marcos, pero yo no era el director, hacía un trabajo más bien técnico. Llegaba a esa tienda de impresiones para examinar lo que se llama el «machote», o sea leía por completo los textos antes de que se editaran. Y bueno, había una sala para los clientes y ahí conocí a Cordero y Velarde, que tenía su propio periódico. Conversamos muchas veces, no le simpatizaba ni el aprismo ni el marxismo. El país no estaba hecho para ser una república. Él prefería una monarquía. Para que los peruanos aprendieran a obedecer. Dicho eso se despedía a paso muy parsimonioso, como corresponde a quien era Apu Capac, Emperador del Perú. Su periódico era El león del pueblo y su libro Pueblo mártir.  Me parece que el título lo dice todo. En ese momento no entendí por qué insistía sobre la importancia de Lima, pero tenía razón. La tasa de migraciones era mayor que en otro departamento. Lima se estaba transformando en una ciudad de migrantes. ¿Estaba loco? De 1940 a 1990 no hubo un solo gobierno que no dejó de tener una política de vivienda. Además fue el tiempo de las invasiones «ilegales», y el crecimiento de las barriadas, los conos, y los informales.

Conclusión. Luego de lo que hemos resumido, hubo teatro, café-teatro y diversos personajes. Comediantes y actores no han faltado, pero los personajes son muy diversos. Es el caso de Tulio Loza, pero debo decir que tenemos mucho en común. Él es nacido en Abancay, en Apurímac. Yo también. Tulio Loza ha estudiado en San Marcos, yo también.

Pero el «cholo», en su trayectoria artística —lamento decirlo—, no es convincente. Creo que el problema no es el actor sino la masa enorme de peruanos que pueden llamarse cholos. Los hay de tantas actitudes, de los que no cambian al vivir en el mundo urbano que es enorme. Los hay humildes, pero los estereotipos son diversos y es muy posible que las etiquetas sean diversas. Hay estereotipos diríamos tradicionales y otros muy próximos a los criollos costeños. Si esto es así, entonces hay una gran diferencia entre Nemesio Chupaca Porongo y el personaje del osado Camotillo el Tinterillo. Lo que Tulio Loza nos está diciendo es que la choledad no es una sola  sino el resultado diverso de la metamorfosis del cholo. Es una aventura personal como cuando llegaban los migrantes a una tierra y gente distinta. No tenemos por qué asombrarnos, todo en el Perú —desde los Andes al territorio—, todo está fragmentado. De Piura en la zona norteña y costeña, a digamos Cusco o Puno o Arequipa, son lugares, regiones y culturas heterogéneas. Y mientras pase el tiempo y continúen las migraciones internas, no podremos decir cuál es la identidad  de un peruano. País que por la Conquista tiene dos culturas, la española y la de la población local e indígena; la costa y la sierra, los ricos y la pobreza de una gran parte del Perú. Pero con el tiempo y la entrada a la modernidad, los pueblos logran sus enlaces internos, probablemente a lo largo de este siglo XXI. Y solo entonces podremos usar conceptos holísticos. Lo que nos puede hacer avanzar no es otra cosa que es el humanismo. Y que será algo que viene de lo indiscernible, una idea de Leibniz.

Publicado en El Montonero., 29 de noviembre de 2021

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