La vida nueva, que desde la niñez ardía

Escrito Por: Hugo Neira 1.111 veces - Feb• 25•19

Los que me han llamado me conocen, saben que carezco de cálculo alguno y menos de ambición política. No es que la desprecie, y menos a quienes le dedican su vida. Las líneas que siguen, son una suerte de anticipación de lo que pienso escribir en esta columna. Pero para comprenderme, creo que no tengo más remedio que explicar sin vanidad, de dónde provengo.

Soy un caso particular. Mi padre, un rebelde, que por eso entra a la policía montada. Así conoce a mi madre, en Abancay, señorita de gran familia, los Samanez. Se amaron, se casaron, tuvieron dos hijos y se divorciaron. No estaban hechos para vivir juntos. Fueron mis abuelas paternas las que se ocupan de mi infancia, las Damiani, ellas mismas, singulares. Arequipeñas de origen italiano, estudiaron en el norte de Italia. Fueron para mí tutela y rigor. Luego, un segundo rigor, el barrio en el cual crecí, Lince, barrio de broncas. Mi adolescencia fue un interminable combate callejero. La tercera lección de exigencia fue la escuela fiscal, recuerdo el nombre, el 429 de Lince. Escuela estatal, o estudiabas o te ibas. Luego, secundaria en el Melitón Carvajal. ¿Alguna sorpresa, que a los 18 años y muertas mis abuelas, entrara en San Marcos y trabajara como obrero para sobrevivir y estudiar? Tuve una cultura ni criolla ni andina. Quizá, por eso, una mirada distinta a la de otros escritores. Fuera de etnias y clanes familiares, navegué a contracorriente. No es una cuestión de ideología sino de modo de ser.

Pero sí, la suerte y el azar. Me dieron becas, por lo menos para ir a comer al restaurante universitario, “la muerte lenta”, en San Fernando. Luego, la fortuna quiso que Porras me llamase a trabajar en su casa, junto a Pablo Macera, Carlos Araníbar y Mario Vargas Llosa. En fin, periodista, años después, desde 1961, en el diario Expreso, cuando lo dirigía José Antonio Encinas. Me enviaron al Cusco como corresponsal de guerra, y mis crónicas son Cuzco, tierra y muerte. Libro que me dio un premio nacional y el azar, un inesperado salto a Francia. François Chevalier, profesor francés de paso por Lima, buscaba un peruano para completar su equipo y me invita a trabajar en París. Curiosa historia. Difícil de repetirse.

Vengo, también, de la inevitable errancia. Hoy dicto cursos, editan mis libros, pero el Perú no es un jardín del Edén. Me viene a la memoria una frase de mi maestro Porras: «la recompensa falaz de las suplantaciones de mérito». Pese al raje y las envidias, continúo con mis investigaciones. Y hago poca vida social y poquísimo tuiteo. Mi programa para ustedes, abarcará las ciencias sociales y lo que corresponde a un siglo de tecnociencias como el XXI. Transformaciones de sociedades, nuevos modelos de gobernabilidad y el renacimiento mundial de una cultura ligada a diversos saberes, tanto científicos como humanistas. Mis crónicas solo se harán para conducir al ciudadano lector hacia su propia libertad.

Publicado en el portal digital Café Viena, 25 de febrero de 2019

http://cafeviena.pe/index.php/2019/02/25/la-vida-nueva-que-desde-la-ninez-ardia/

 

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