“Los dolores que quedan son las libertades que faltan”. Córdoba, 1918

Escrito Por: Hugo Neira 1.489 veces - Ene• 31•19

“Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime”. Son estas las primeras frases del Manifiesto Liminar, con firmas a pie de página, de los miembros de la comisión directiva de la Federación Universitaria de Córdoba. (El texto se encuentra en internet.) Ese manifiesto pareciera la proclama de un Libertador. El tono es grandilocuente y a la vez preciso. “La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido” […] “Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes” […] “Nuestro régimen universitario —aun el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes”. Esa reflexión es decisiva. (Y es desde entonces que los estudiantes intervienen, mucho o poco, en las elecciones de rector. Lo que cuenta es que intervienen.)

Prosa magnífica, podemos tener la impresión que la calidad de ese discurso realmente audaz y subversivo cuenta mucho en la difusión rapidísima de ese tipo de liderazgo estudiantil. Unos contenidos que desbordan el reclamo pedagógico, algo político y cultural que se expande no solo en la Argentina sino en el continente entero. Dicho eso, ¿podemos asombrarnos? Ha pasado cerca de un siglo, y a simple vista, poco o nada explica que la Reforma Universitaria que llama a “un demos de estudiantes”, pone de cabeza no solo el sistema vertical de los estudios superiores, sino, a la sociedad entera.

La idea de “gobierno propio”, que está en la proclama de líneas arriba, es un principio más que radical, republicano o socialista, va más allá que todo aquello: es el concepto de libertarios, partidarios de la autogestión, situacionistas, anarquistas de los decenios de los 60 del siglo XX. Y eso, ¿se proclama en Córdoba? No es por azar que en el diario argentino Clarín, a propósito de uno de los aniversarios de la Reforma en Córdoba, en 1998, Nestor Kohan señala que “no fue en París, sino en Córdoba, muy lejos de la Torre Eiffel” […]. “Los estudiantes se declararon en huelga general y tomaron por asalto la antigua y oscurantista Universidad de Córdoba. La universidad, en ese entonces, funcionaba bajo la impronta de sectores conservadores de la Iglesia Católica. Las cátedras tenían muchas veces carácter hereditario, los programas de estudios eran anacrónicos” (Clarín).

Ahora bien, una manera de eludir la radicalidad que contiene la Reforma Universitaria de 1918 es tratarla desde el reclamo del movimiento estudiantil. De los cambios que produjo y que conocemos hasta el exceso: autonomía académica, cogobierno de estudiantes, profesores y graduados; extensión de la universidad a otros sectores sociales, y libertad de cátedra. Pero si nos detenemos un instante en cada reclamo, podemos entender por qué llama la atención de otros demos de estudiantes, y por qué el movimiento fue reprimido. Autonomía académica era dar libertad a la universidad ante el Estado y las clases dominantes. El cogobierno de las autoridades y delegados de estudiantes por voto, puede parecer a simple vista algo inocente, pero ¿qué pasa si lo reclaman los obreros en las fábricas, los empleados en las empresas o en los ministerios? O sea, ¿la autogestión? En cuanto a la extensión de las preocupaciones de los universitarios por los sectores sociales, era la posibilidad que nuevas elites inconformes y partidos obreristas y socialistas de trabajadores se pusieran de acuerdo. En cuanto a la libertad de cátedra, era la plataforma que permitiría la solidez de una clase de intelectuales sostenidos por la necesidad de una sociedad moderna de tener pensadores críticos. Por lo general, no solo el Estado sino la sociedad misma no tolera el pensar crítico. “Una sociedad detesta que revelen sus mentiras dizfrazadas de verdades” (Castoriadis). La Reforma Universitaria no puede ser sino un estado de cosas completamente distinto de la sociedad bajo mecanismos de dominación de arriba hacia abajo. La Reforma, bien entendida, va de los estudiantes a los profesores. Era peor que una revolución. Una subversión al principio del dominio paternal o patriarcal.

Cierto, los dirigentes fueron detenidos, procesados por sedición, pero lograron los estudiantes conseguir el apoyo de los sindicatos obreros. Otro paso, pues, a que el tema de las reformas no se quedara en los muros de la vida universitaria. El lema nacido en Córdoba en 1918 —“¡Obreros y estudiantes: unidos adelante!”— cruza fronteras y es tomado como un recurso estratégico en una infinidad de movimientos y partidos políticos de la América Latina. Como se puede ver, estamos lejos del claustro de profesores y estudiantes.

Ahora bien, hay un grado muy alto de originalidad y audacia en el movimiento mismo, pero no podemos dejar de pensar que, más allá de todo determinismo, ese tiempo es de una Argentina próspera, de rápido desarrollo, polo de emigración europea, y políticamente, luego de la ley Roque Sáenz Peña, por primera vez de sufragio secreto y obligatorio, el país de Hipólito Yrigoyen, de la Unión Cívica Radical, en 1916, será la de un presidente que llegaba al poder por los votos populares. Yrigoyen de alguna manera se le considera hasta el día de hoy como el acceso de las primeras clases medias al poder político (todo esto, antes de Perón). Yrigoyen no perdía nada si la Reforma triunfaba sobre la Universidad teológica. Al contrario.

Hay que explicar el contexto del milagro cordobés de 1918. Si nuestros datos no nos llevan al error, había cinco universidades en Argentina, a saber, Buenos Aires, La Plata, Tucumán, Córdoba y del Litoral. Ya había centros de estudiantes. Pero, según los que conocen a fondo lo que pasó, Córdoba era un dominio de la Iglesia y era muy difícil cualquier modificación. Córdoba era francamente no solo reaccionaria sino medieval. “La enseñanza de Darwin era prohibida por herético y se impartían materias como “Deberes con los siervos” (La izquierda, diario, 15 de junio del 2017). En la historia interna de la Reforma, cuentan muchos los errores de los clericales. Los estudiantes habían manifestado en las calles (otra innovación que luego se ha repetido en todo el planeta, ¡marchar en las calles!) y sin embargo, “sus reclamos eran todavía tímidos.” Primer paso en falso de las autoridades, una respuesta cerrada y negativa. Los estudiantes pasan a la huelga general, el 1 de abril, con una adhesión total. Se provoca, pues, la intervención del gobierno, el día 11 de abril, y se nombra en el cargo a José N. Matienzo, nada menos que Procurador General de la Nación. Unos días después, anuncia reformas, un nuevo sistema para la elección de las autoridades en el que participarán la totalidad de los docentes. (No se habla todavía de la participación de estudiantes). Se reanudan las clases. Y como el representante del gobierno había declarado vacante el cargo de rector y de decanos, se abren unas elecciones para el 15 de junio. Para el nuevo rector, hay tres candidatos. El liberal Enrique Martínez Paz, que era el candidato de los estudiantes. El segundo es un laico, Alejandro Centeno. Y el tercero es Antonio Nores, representante de la cúpula clerical y miembro de la Corda Frates. Como su nombre lo indica era una asociación de exestudiantes de colegios dirigidos por eclesiásticos. En realidad, una asociación ultraconservadora. En una segunda votación, gana Nores. Los estudiantes toman la universidad a viva fuerza “irrumpieron en el salón de grado, rompieron vidrios y muebles, descolgaron cuadros de las antiguas autoridades de la universidad, expulsaron del lugar a la policía y matones contratados por las autoridades clericales”. Nuevamente declaran la huelga general y esta vez, ella se extiende en las universidades argentinas. Ahora bien, el Manifiesto Liminar, aquel con el cual abrimos estas páginas, titulado “La juventud de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”, que se supo más tarde había sido redactado por Deodoro Roca, solo entonces se da a conocer.

En fin, Nores renuncia. Yrigoyen mismo interviene. La victoria de los reformistas —así se denominan— llega a confirmarse puesto que un decreto de reformas es lanzado el 12 de octubre de 1918, la mayoría de reclamos de los universitarios es admitido. Y Deodoro Roca se convierte en un intelectual conocido y celebrado. Ortega y Gasset lo reconoce como “el argentino más eminente de los que había conocido”. Y para Ezequiel Martínez Estrada fue “el escritor político argentino más importante del siglo XX”. ¿Qué escribió? Como diría Cantinflas, “ahí está el detalle”. No escribió ningún libro. En cambio, recibió en el sótano de su casa, a mucha gente: Waldo Frank, José Ingenieros, Víctor Raúl Haya de la Torre, Rafael Alberti. Escribió en vida poemas, artículos. Su obra ha sido recopilada y editada a su muerte. Citaremos algunas, sin ánimo de ser exhaustivos. El difícil tiempo nuevo (1956). Ciencias, Maestros y Universidades (1959). Y uno que se titula, Prohibido prohibir (1972).

Es decir, un concepto de mayo del 68. Lo cual indica que ese evento le interesó. No podía ser de otra manera. Mayo 68 es la continuación de la Reforma Universitaria en Córdoba de 1918. Si el lector de esas líneas quiere saber más sobre Deodoro Roca, puede conseguir por internet un buen trabajo sobre su vida y sus ideas. Libro de Fernando Pedró, así con ese acento, titulado Deodori Roca. Entre influencias y olvidos.

Un nuevo sujeto social, la juventud

La juventud es una palabra de ese tiempo. Concepto decisivo. Está en Ariel de José Enrique Rodó: “Aquella tarde, el viejo y venerado maestro a quien solían llamar Próspero, se despedía de sus jóvenes discípulos”. Y les dice: “Pienso que hablar a la juventud, es un género de oratoria sagrada”. Está en Ruben Dario (1867-1916) “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer”. Era más que una corriente literaria, era lo que he llamado en otra ocasión, el juvenilismo. Un estado del alma, que corresponde a los periodos de la historia de grandes transformaciones. El movimiento universitario del cual salieron esencialmente los principales conductores de partidos políticos (de Haya de la Torre al cubano Mella, o al joven Fidel Castro en los cincuenta) arranca en los años veinte con aire iconoclasta. Sus denominaciones son todavía vagas, antes que se separen en comunistas o socialistas, apristas, radicales, demócratas o peronistas, se llaman mancomunadamente “nueva generación”, “vanguardia”. Como va a pasar con los jóvenes del 68 francés, se declaran una generación sin maestros. De sus propias filas salen ideas y pensadores.

De la reforma universitaria peruana y de la reforma universitaria mexicana, luego de Córdoba, proviene el Ateneo universitario en México, las lecciones de Antonio Caso, y en especial José Vasconcelos, “la raza cósmica”. Ya no es tiempo de pesimismos. Si Europa se hunde —eso es lo que pensaba mucha gente a raíz de la terrible primera guerra mundial— el nuevo mundo tomaría la posta de la continuación de una civilización, con una diferencia: con espacio y acogida de todas las razas. Tiempo de migraciones en Argentina, Brasil, algo en Chile. En esos años, en el Perú, brilla la gente del Conversatorio Universitario, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras, Jorge Basadre, “maestros” cuando no llegaban a los treinta años. Y juveniles profesores en la Universidad Popular González Prada hecha para obreros anarco-sindicalistas, una suerte de educación superior por las noches al proletariado limeño. En ellas daba clases José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. La separación de ambos, por razones de concepciones diferentes en la idea del partido “de la revolución”, vino después. No será la única vez en que los revolucionarios se separan porque tienen concepciones distintas de lo que será el partido y el Estado, después del triunfo. En fin, a lo que vamos, los años veinte lucen catedráticos que no peinaban canas. Es Rodó quien habría dicho algo que proviene de Renan: “la juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso que es la vida”. Ayudaba, sin duda, el aire del tiempo. Lo que llaman los franceses, l’air du temps. Los alemanes, el Zeitgeist. Algo que sienten o presienten los poetas y los intuitivos flota sobre los seres humanos, presagios de felicidad o de catástrofes.

Luego de Córdoba, fueron innumerables los “mensajes a la juventud”. En ese clima de vísperas, de mañanas que cantan, se generó una verdadera reversión de valores. El medio natural, por ejemplo, dejaba de ser un obstáculo a la civilización, y Alfonso Reyes, el gran ensayista mexicano, en su juventud, exalta el medio natural. Tiene 28 años cuando escribe Visión de Anáhuac, 1917. Es una lectura sin complejos de América. Entre tanto Vasconcelos escribe: “Nosotros mismos hemos llegado a creer en la inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia irreparable del oriental. La rebelión de las armas no fue seguida por la rebelión de la conciencia” (La raza cósmica, 1925). Vasconcelos sabe cual es el “objeto del continente”, su probable misión, reunir las razas, la quinta raza, la cósmica…”. Son los años que José Carlos Mariátegui edita sus libros, La escena contemporánea que es de 1925. Los “Siete ensayos…” son de 1928. A todos los otros -ismos, Mariátegui no deja de pertenecer al juvenilismo. Veamos, pues, a quién dedica su libro, el primero, escrito después de un viaje por Europa. “Lo dedico a los hombres nuevos, a los hombres jóvenes de la América indo-íbera”, Lima, 1925. Haya de la Torre, el 7 de mayo de 1924 funda la Alianza Popular Revolucionaria Indoamericana. A los 29 años. Vallejo tiene 26 años cuando se edita Los Heraldos Negros, en 1918. No es coincidencia, es una generación. Viajeros, curiosos, originales, irruptivos, innovadores desde los poemas a los originales partidos políticos que inventaron, críticos del mundo y su país y su vida, pero cálidos, sonrientes, pero a veces, pese a la energía del poeta, a medida que pasaba el tiempo, acaso por el exilio, la nostalgia, el dolor de la lejanía. “Fue domingo en las claras orejas de mi burro, / de mi burro peruano en el Perú, perdonen la tristeza.” (Poemas Humanos)

Este es un ensayo. No pretende ser una obra exhaustiva, aunque algunos ejes ya están planteados, la libertad de pensamiento, las alianzas de los educados con los oprimidos. Lo de Córdoba fue una revolución en 1918. No es la primera ni será la última en que la señale como un punto crucial. Es un antes y un después. Un hito, como una línea divisoria de aguas. Un parteaguas, aunque no sea una palabra que admita la Academia.

Tras las páginas de Rodó, dice Germán Arciniegas, “vinieron las caldeantes del argentino Manuel Ugarte (1878-1951). Las del mexicano Isidro Fabela (nacido en 1882) el diplomático e historiador que escribe Los Estados Unidos contra la Libertad. Las reposadas y magistrales del peruano Francisco García Calderón (1883-1953), en La creación de un continente. Había, dice el gran colombiano Arciniegas, una nueva conciencia continental. Era notorio la pasión, el optimismo. “El anhelo de renovación llevó a don Justo Sierra a remodelar la universidad de México, y a don Joaquín V. Gónzalez a crear la universidad de La Plata, que marcó una nueva era en la Argentina. Había fe en el otro destino, la libertad”. Y en fin, “en 1925, José Ingenieros y Alfredo L. Palacios fundaron la Unión Latinoamericana para agrupar al elemento intelectual en torno a los maestros de la revolución”.

Esto por el aire del tiempo en materia cultural. En cuanto a la política, Arciniegas ve que después de ese 1918, después de esa escuela de aprendizaje político que eran los congresos de estudiantes, “los egresados de las federaciones estudiantiles fueron los líderes que liquidaron las dictaduras”. Pero Arciniegas no se chupa el dedo. Observa la deriva de ese culto a la juventud, “se inventó la revuelta de las aulas, que habría de convertirse en una costumbre, a veces viciosa, de la vida latinoamericana” (Germán Arciniegas, El Continente de siete colores, Historia de la cultura en América Latina, Aguilar, Bogotá, 1989, pp. 430-432.)

Seamos realistas, pidamos lo imposible. Mayo de 1968

“Está prohibido prohibir”. “Las fronteras, nos cagamos en ellas”. “La imaginación al poder”. “Trabajador, tú tienes 25 años, pero tu sindicato es de otro siglo”. Los afiches y los graffiti de la movilización estudiantil de mayo del 68, puesta aquí, en estas líneas, son inmensamente necesarias. Vamos a intentar explicar los acontecimientos de mayo y junio del 68, veremos sumariamente su contexto económico, político pero también sus aspectos socioculturales, ese enfrentamiento alucinante contra el paternalismo en la familia, el rechazo de la pareja y la propuesta formal para la mayor libertad para el sexo y para la forma de vivir. Los afiches nos recuerdan que aquello fue una serie de acontecimientos, muchos de ellos violentos, tanto de parte de los CRS —policía de combate callejero— y los estudiantes que levantaron barricadas y enviaban cocteles molotov por los aires. Mayo del 68 marcha de una discusión en el interior del patio de La Sorbona entre rector y dirigentes estudiantiles, a una huelga, a manifestaciones, a la toma del Quartier Latin, el barrio latino, por la insurrección juvenil, y luego las enormes manifestaciones públicas, todo esto, en un ambiente a la vez tenso, violento y sin embargo, festivo.

Comenzar por los afiches no traiciona los otros aspectos de Mayo 68. Pero plantea, desde la entrada, que siendo política, acaso fue una vasta revuelta espontánea, antiautoritaria, y oscila en esos dos meses, entre una toma de poder y una suerte de vértigo mesiánico. Pero no para el futuro, el aquí y ahora. La libertad llegó a una alegre trasgresión del orden, se hacía en los parques el amor en público. Esa barricada no es la triste de Víctor Hugo en Los miserables. Por lo demás, la base social primera y esencial del movimiento, estaba constituida por estudiantes, hijos de la burguesía. Hay un mayo 68 estudiantil, un mayo sindicalista, un mayo antigaullista, un mayo trotskista y maoísta, un mayo de la revolución sexual. Los años 70 serán, entonces, los primeros efectos de lo que ocurre en el barrio latino de París. El desdén al consumo, la multiplicación de comunidades de hippie y libertarios, el impulso al movimiento feminista, el interés por la ecología, la transformación de las prostitutas en trabajadoras sociales. Comienza por la admiración de los jóvenes de Mayo del 68 por el Che Guevara, por la China de Mao, y acaba en Gilles Lipovetsky, el autor de L’ère du vide. La era del vacío, la desconfianza de la política, que es el mundo que hoy tenemos. Alguien muy inteligente dijo lo siguiente por mayo del 68: “no sé si es la última revolución del siglo XIX o la primera del siglo XXI”.

Seamos sinceros. Los grandes acontecimientos de la historia —como 1917 en Rusia, la emergencia de Mussolini en Italia y el nazismo en Alemania, el New Deal de Roosevelt, e incluso en el pasado histórico, el 18 brumario de Napoleón— son fenómenos imprevistos. Es normal y hasta obligatorio que desde un punto de vista académico acudamos a las causas que lo provocaron. Algo de eso haremos, el inicio, la huelga general, la amplitud que toma no solo en Francia sino en Alemania, Italia, México o Brasil. Su internacionalidad, pese a tener raíces muy francesas, muy específicas. Las barricadas vienen del siglo XIX, de la revolución de 1848 que fascinó a Karl Marx y a Engels, testigos de vista. Huelgas y marchas es algo frecuente en la sociedad francesa. No se inventaron en 1968. Francia es el país del Frente Popular de los años treinta. Cierto, el comunismo y el anarquismo se mezclan en los hechos de mayo y junio del 68. Pero algo más. En los afiches se dijo cosas que debemos recordar. “Abajo los crápulas estalinianos”. Faltaban sin embargo 32 años para el desplome de la URSS y de la burocracia en el poder. Los que se movilizaron con el mayo del 68, no esperaban un socialismo como el de los países de la Europa central, bajo el control del Kremlin. ¿Entonces qué? Vayamos por partes. Desde el microproblema sorborniano a una onda antiautoritaria que ha dado la vuelta al mundo y el anuncio de una posmodernidad.

Pequeñas causas y grandes efectos

El efecto mariposa, un aleteo en China puede producir un mes después un huracán en Texas. Todo comienza una mañana de mayo, cuando en el ancho recinto interior de La Sorbona, se espera la presencia de un centenar o más de estudiantes. Se han agotado las negociaciones entre las autoridades y los dirigentes de la UNEF. Hay unos antecedentes bastante sombríos que preparan el estallido de esa mañana. En Nanterre, 150 estudiantes habían ocupado las oficinas, y se habían proclamado anarquistas. En abril, Daniel Cohn-Bendit, de 23 años, dirigente estudiantil en Nanterre, había sido arrestado. Todo eso es cierto, pero también es verdad los errores que se cometen en ese día fatídico. Jean Roche, rector de La Sorbona, bajo la hipótesis —cierta o falsa— de que un grupo de extrema derecha llamado Occidente había amenazado de intervenir si esa asamblea de estudiantes se realizara, pide la intervención de las fuerzas del orden. La Sorbona es evacuada por lo que los franceses llaman, “une intervention musclée”. O sea, a viva fuerza. Los estudiantes expulsados se desparraman por el cercano parque de Luxemburgo, y comienzan a acumular adoquines para levantar barricadas. Las fuerzas policiales especializadas en disturbios, contratacan con gases lacrimógenos. Los vecinos se asoman a las ventanas, nunca se ha visto un combate callejero de esa intensidad. Al llegar la noche, unas 574 personas han sido arrestadas. Ha sido una batalla campal. Pasará a la historia por su violencia callejera. No hay ningún muerto, ni la policía ni los manifestantes han usado armas de fuego, pero hay unos 481 heridos en París, 279 estudiantes, 202 policías.

Los días siguientes, del lunes 6 al 10 de mayo, las cosas empeoran. Lo que sigue es, a la vez, la huelga general, el teatro Odéon como un lugar al estallido de la palabra libre, y las medidas políticas tomadas tanto por el Partido Comunista de Francia como la respuesta del general De Gaulle. La disolución del Parlamento, o sea, el llamado a elecciones legislativas. La huelga general se inicia el 13 de mayo, con un detalle de otros casos en la larga historia de la lucha de clases en Francia, esta vez no tiene límites. Francia ya es una sociedad que ha ingresado a la sociedad de consumo que se ha instalado en los hábitos y costumbres. Es el país tras los éxitos de las Treinta Gloriosas. Estamos diciendo que una huelga general en una sociedad de supermercados es algo que sacude a todo el mundo. El movimiento de mayo del 68 ha dejado el barrio latino. Es toda Francia. En algunas ciudades provinciales ha habido marchas en contra: en Dijon, “no queremos Nanterre”. En cuanto a las jornadas en el teatro Odeón, se expresan públicamente diversas tendencias, ideologías, actitudes, propuestas. El público será variadísimo, desde obreros venidos de la fábrica Renault en huelga, a severos profesores libres momentáneamente de dar clases, vecinos del barrio, escolares de liceos, y turistas, y algunas figuras del cine, el teatro, que se presentan. No es una militancia sino muchas.

Pero la balanza de la historia se inclina hacia el retorno del orden. No será el orden social y político, pero tampoco el pasaje a una victoria libertaria, acaso sin Estado alguno. No, la clase política francesa ha actuado. El muy capaz e inteligente Georges Pompidou propone mejoras ostensibles e inmediatas a los obreros, a condición de que retornen al trabajo. La historia conoce eso como los Acuerdos de Grenelle. Los franceses, a diferencia de muchos pueblos sudamericanos en que no tienen en sus aulas de escolares cursos de historia, sí recuerdan la suya, los años dramáticos de los 30, las ventajas sociales conseguidas por acuerdos en 1936, en tiempos del Frente Popular. La suspensión de la huelga viene a tiempo. Ya se estaba hablando de un parlamento provisorio, es la idea de François Mitterrand, que en las últimas elecciones había puesto al general De Gaulle, con la sorpresa de todo el mundo, en balotaje. Mitterrand propone a Pierre Mendès France a la cabeza de ese nuevo parlamento.

El gaullismo, no obstante, tiene cuadros, gente experimentada, y tiene a De Gaulle. Suya es la idea la disolución de la Asamblea Nacional. Y el 30 de mayo, justo al final de ese mes histórico, algo hace, algo enorme. Convoca una marcha de apoyo a su gobierno, en la muy extensa avenida o paseo llamado Champs-Élysées. Fue gigantesca, como en casos como este, las posibles cifras no son las mismas. Unas 300 mil personas para algunos, cerca de un millón según los gaullistas. De Gaulle es un general al ataque, no renunciará, no cambiará de Primer Ministro, se llama a elecciones legislativas. Para algunos analistas, es el viejo conflicto comunistas contra gaullistas. El partido comunista acusa a De Gaulle de dictador, lo compara con Napoleón. Una vez más, se han equivocado. La mayoría de franceses no quiere una revolución, aun si sus dirigentes, los brillantes jóvenes filósofos que han conseguido consideración y respeto, la dirijan. Tampoco quieren que continúe De Gaulle. En 1969, Georges Pompidou llega al Elíseo. Las legislativas de junio del 68 son un éxito difícilmente discutible. Tendrán la mayoría absoluta en el Congreso.

¿Qué quedó de Mayo 68? En el terreno de lo imaginario, de las esperanzas, de las ideologías, de lo posible y lo imposible, los acuerdos de Grenelle entre el gaullismo y los obreros comunistas, acaba con el mito de una revolución a partir de la clase obrera. No es un asunto solo francés. Lo que ocurre de inmediato es la disolución de los grupos juzgados como extremistas. Son once movimientos, los lambertistas, una rama del trotskismo. La juventud comunista internacional de Alain Krivine (del que tuve el honor de ser amigo) del movimiento del 22 de marzo, el abuelo de Mayo 68. De los marxistas del maoísmo en Francia, que entraron en “clandestinidad”; a los que conocí, porque me invitaron a que explicara por qué los campesinos peruanos habían conseguido vencer a sus explotadores sin disparar un tiro y con sus propios dirigentes, tan indios como ellos. (Les expliqué lo que está en mi libro, premiado en 1965, Cuzco: Tierra y Muerte.) Su clandestinidad era de lo más cómoda. Iba yo a verlos en mi moto, obligatoriamente porque puede correr más rápido que un coche de la policía, y las clases eran en un pueblito de los más cómodos y encantadores de la campiña francesa.

¿Comunistas, más allá del comunismo?

Uno de los aspectos políticos que no se puede dejar de lado es que el movimiento de estudiantes de mayo del 68 (o mejor dicho la serie de movimientos que lo habitaban), no podía realmente triunfar como una revolución —en un país industrial— sin el apoyo del partido comunista francés. Si no se conoce la historia de los franceses y el panorama de sus partidos políticos, no es inteligible lo que acabamos de abordar.

El PCF no es que pudiera ganar las elecciones, pero sí podía llevar a un hombre de izquierda al poder, aliado con los socialistas. Fue el caso de François Mitterrand, y en dos ocasiones. Ahora bien, Mayo 68 comienza a dejar de ser una revuelta estudiantil cuando estos, los del 68, se unen con las fuerzas sociales de obreros y trabajadores. Si esto abre el abanico de la protesta a clases sociales que no estaban en la lucha por los cambios educativos, entonces, no se entiende por qué se vuelve un problema no solo parisino sino nacional la rebelión de mayo del 68. Hay pasajes, pues, de la revuelta en el barrio latino a la rebelión en las barricadas, a la revolución cuando van a Boulogne-Billancourt, y los obreros los rechazan. No lo dicen claramente, pero es eso. Reformas y mejoras, sí. Una revolución social ahora, con gente que no conocemos y son de una clase burguesa. No, hasta ahí llega mayo del 68.

Hay otro punto, ligado a la mentalidad de los miembros del PCF y los estudiantes de mayo del 68. Para los primeros, la Unión Soviética seguía siendo ejemplar. Para los estudiantes, en particular, los de estudios filosóficos eran lo que comienza a llamarse “de extrema izquierda”. Más les inspira lo que ven en Vietnam, donde el imperialismo americano se estaba rompiendo los dientes, como en la Cuba de Castro.

No hay que autoengañarse. Cierto, los sindicatos fueron a la huelga, más bien los obreros desbordaron sus organizaciones, fue “una huelga salvaje”, pero en el barrio obrero de Billancourt, rechazan la continuación de la huelga. Seamos claros. Los proletarios franceses —cuyo nivel de vida no era nada malo, gracias a su lucha constante por arrancar la plusvalía a los propietarios de los medios de producción—, ¿por qué diablos tenían que seguir esa revolución de “petits bourgeois”, además, estudiantes? O sea, ¿futuros patrones? Sí, estaban de acuerdo con mejoras de salarios, con autogestión en las empresas, lo que por otro lado, no era gran cosa, se practicaba ya en Alemania. Hay que conocer a fondo la sociedad francesa y los abismos que separan a los obreros industriales de las capas medias y ambas, de los agricultores o campesinos. No son diferencias económicas, el Estado providencia se ha ocupado durante decenios de reducir las desigualdades. Son diferencias socioculturales. Los estudios de Bourdieu sobre el uso del ocio —sí, del tiempo libre— marcan distancias abisales. Mientras los padres de las clases medias llevan a sus hijos a la ópera, al teatro o a los viajes que amplían el conocimiento, la clase obrera tiene sus maneras de consumir y de vivir.

Mayo 68 hizo una corta alianza de clase. No duró mucho. Mayo 68 se acaba en junio, y una ley dada más tarde, en diciembre de 1968, corrobora los acuerdos de obreros con el Elíseo, aumentos salariales, cuarta semana de vacaciones pagadas, los famosos Acuerdos de Grenelle. Seré más claro. Mayo 68 acaba cuando los puestos de gasolina vuelven a funcionar. Los obreros, propietarios de sus autos como todo el mundo, querían salir de vacaciones. No fueron los terribles CRS, la policía de choque, que acaba con el movimiento. Sino la llegada del verano. La sociedad del consumo y del buen vivir ya estaba instalada.

La tesis principal de la juventud revolucionaria —siempre la jeunesse— era la siguiente: el poder está tranquilo. Su máquina electoral la ha construido él mismo. Luchemos sobre nuestro terreno. La ocupación de las fábricas. No fue así. Acaso lo que ocuparon fue una serie de modificaciones sociales de nuestro tiempo. Desde una perspectiva de la ‘larga duración’, mayo del 68 es el siglo XXI por completo.

“Las barricadas cierran las calles pero abren otros caminos”. A modo de conclusión

Mayo 68 fue discutido intensamente. La verdad es que no aprecio, salvo excepciones, las lecturas del 68 acaso porque provienen de escuelas de pensamiento, tanto liberales como marxistas, incapaces de integrar en sus análisis, los cambios de paradigmas. Mayo 68 no solo ha suscitado —el término es débil— los movimientos sociales y mentales de los años 70. La ecología, las comunidades de vida alternativa, la lucha por liberarse de culturas europeas como los bretones, los vascos, los catalanes. Movimientos de autonomía. Es perfectamente visible que no es en vano que Marcuse edite de nuevo su libro, El hombre unidimensional, que subtitula “ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada”. ¿Por qué escribe Raoul Vaneigem Tratado de saber vivir al uso de las jóvenes generaciones? ¿Y Guy Debord La sociedad del espectáculo, en 1967? ¿Sentía venir la gran ópera de los estudiantes rebeldes? De una rebeldía que no era solo política sino existencial, vital. ¿Por qué el Anti-Edipo de Gilles Deleuze y Félix Guattari, en 1972?

A lo ocurrido en mayo del 68, y después, no lo entendemos. Por dos razones. Las ciencias sociales han querido explicar las sociedades desde el ángulo de la economía, la sociedad misma y sus comportamientos y sin duda, desde sus instituciones. Pero hoy sabemos que eso es importante pero no es suficiente. La familia y las diversas formas que hoy existen, la cuestión de la intimidad, del sexo, la importancia que cobran los aspectos culturales, las mentalidades, la repartición de roles en el seno del hogar y de las empresas mismas, todo eso que se desplaza ya no solamente a la economía y a la política sino a la antropología, las ciencias cognitivas, las nuevas formas de educar y formar, de trabajar, todo eso que había removido mayo del 68, son su contradictoria herencia. ¿Terminado el Mayo parisino? Pero sí yo lo veo todo el tiempo en las generaciones actuales. ¿De qué época viene el culto al individuo? ¿La libertad suprema de autoeducarse? Esa dimensión de la palabra libre, de la vida de uno que cada uno se inventa, viene de esa ruta. Mayo parisino ha sido un deseo de cambiar no solo el poder político sino de cambiar la vida. Mayo ha politizado la vida privada. Pero no para tener partidos, sino prescindir de ellos.

Fue una profunda remoción de lo que los alemanes llaman, el Erleben. Es decir, el conocimiento del conocimiento por la experiencia, lo inmediato, lo vivido. Tan cerca de la “mismidad” de Ortega y Gasset. Y por eso la frase en alemán. Ich habe etwas erleben, o sea, “yo he vivido esto y aquello”. Me lo guardé hasta el último párrafo. Yo he estado presente en el mayo del 68. Por modestia y para que el lector no crea que me incline a uno u otro lado, atento a los códigos académicos, no me ha impedido reflexionar. Ahora bien, debo decir al lector de estas páginas cómo yo, nacido en Abancay, Perú, educado en Lima en San Marcos donde estudié historia (mi primera formación, luego hubo otras dos, en Europa), llego a París. El asunto es sencillo. Me habían contratado en la Fondation Nationale des Sciences Politiques como chercheur, o sea, investigador. ¿Por qué razón? No fue una beca. El profesor Chevalier había pasado por Perú para reclutar un peruano para que formase parte de un equipo de investigadores en el Institut des Sciences Politiques (S. Po.). Un mexicano, un brasileño, un peruano y el resto, otros tres investigadores jóvenes, formados en S. Po. Ocurre que yo había acabado de publicar un libro, que era el resultado de un largo periodo en que seguí las invasiones de tierras en el sur del país, organizadas por la Federación Campesina y cuyo líder indígena era Saturnino Huillca. Esas crónicas, sin intención de formar un libro, fueron publicadas por el diario Expreso, entonces un diario, cómo se decía en la época, “progresista”. Mis artículos no querían sino decir la verdad. Un poco como el Manifiesto Liminar de Córdoba 1918. “Hemos resuelto llamar a todas las cosas con el nombre que tienen”.

Las dos revoluciones que este ensayo ha reunido tienen rasgos en común. Los separa las circunstancias, el contexto. Una se produce en un lugar casi monacal. La de mayo del 68. Pero ambas corresponden a situaciones más bien de éxito económico. Argentina era un país que atraía emigrantes. Francia estaba pasando por un decenio de crecimiento. La sociedad del consumo de masas se había realizado. Las causas económicas no explican ni una ni otra rebelión. Lo que sí tienen en común es la juventud, la jeunesse, como actor. No puede ser una coincidencia. Mayo 68 añade el placer, el sexo. Lo de Córdoba es más austero. Ambos son extremistas. Extremismo de la libertad, la vida, la inteligencia. Qué placer haber escrito estas páginas que no tienen -ismo alguno que las corrompa. Cierto, ¡intentemos lo imposible! (Marzo de 2018)

Publicado en la revista digital Rumbo al Bicentenario, n°2, del Congreso del Perú, enero de 2019, pp. 17-28.

http://www.congreso.gob.pe/Docs/comisionbicentenario/libro/02/index.html

 

 

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