¿Modernidad o Fatalidad signo cruel?*

Escrito Por: Hugo Neira 552 veces - Jun• 21•21

Me pregunto cuándo perdimos la senda, la trocha, el itinerario hacia la modernidad  (como se puede leer, no digo sendero). Tuve la suerte de estudiar Historia en San Marcos, y luego, asesor del maestro Raúl Porras y en la casa de Colina, al lado de Pablo Macera y Carlos Araníbar —Mario ya se había ido a París— haciendo fichas para él. Aprendimos las técnicas del trabajo intelectual. Y en mi caso, la importancia de las fuentes históricas. Sin embargo, invitado a trabajar en Francia como chercheur (investigador) y siguiendo una formación de alto nivel, volví a estudiar Historia al lado de otras disciplinas. La formación europea, a diferencia de los norteamericanos, practica la multidisciplinariedad. Hice estudios de Ciencias Sociales, ese era el tronco, pero con ramajes de cursos de Filosofía, Antropología y de nuevo, Historia. Esta vez bajo el paradigma de la longue durée, de Braudel.  En pocas palabras, no es el acontecimiento solamente lo que se estudia. Disculpe amable lector por esta introducción, el periodista acompaña al profesor.

Para pensar el presente, conviene saber cuándo se instala el fenómeno que hoy nos envuelve y debilita. La bipolarización. No pienso en términos moralistas. Es un hecho.  No me gusta nada, pero eso es lo real en este sombrio momento. Y como no se ha  inventado los viajes al pasado, me pongo a hojear a la buena de Dios y, entre mis papeles, de pronto me encuentro con un resumen de un conversatorio en Lima, donde participaron Julio Cotler, Guido Lombardi, Jorge Bruce, y Fritz Du Bois. Eran otros tiempos de Internet y vídeos, pero sí de frases contundentes. Por ejemplo, Jorge Bruce hace una pregunta: ¿el crecimiento trae gobernabilidad?

La respuesta es de Julio Cotler: «la sociedad peruana desaprueba las instituciones y el régimen democrático». Y continúa: «el Perú es el país de América Latina que más desaprueba la democracia». Julio saca entonces unas estadísticas, cifras sobre la felicidad en el mundo. País número uno, Dinamarca; luego en el número tres, Colombia. Y el Perú en la posición 61 y a la cola de los países de Latinoamérica. Jorge Bruce sigue en el coloquio: «Creo que crecimos sin querer creciendo. Es por parches. No todos crecen. Hay odio al que le va bien, hay sospecha».

Guido Lombardi: «Estamos en el continente más desigual. El Congreso no representa a los peruanos. Ejemplo, nosotros tenemos que estar en el hemiciclo para votar, votar, y votar leyes, no vamos nunca a las bases, no hay encuentro, materialmente no está previsto que se haga representación. Hay una desconexión total. Yo fui elegido por 6 mil votos, que sin duda son de Lima, pero ¿a quién represento? El 70% que deja la secundaria no podría seguir ni entender este debate. Salen sin saber pensar, no razonan…» Luego, varios para decir que «hay amenazas autoritarias cerca, en ambos extremos, la del antisistema por un lado, la de la dictadura por el otro. Para educar y tener gente pensante, son varias décadas, como 4 para revertir la mala educación, y el próximo voto es el 2011, no hay tiempo».

Y al final, Julio Cotler: «Mucho se habla de crecimiento, de ‘lo bien que  nos va’, y más se frustran los que no lo ven. Hay frustración de ciertos sectores. Creo que acá hay una distancia que viene de ‘la desigualdad de las desigualdades’». Y concluye: «No se ha dado la Nacionalización de la sociedad. No hay Nación.» Este conversatorio ocurre el miércoles 2 de julio a las 18 horas. En el 2008. Duró unas dos horas, auditorio lleno, pero pocos jóvenes… Se le llamó «La batalla por la democracia» y ocurrió en el Centro Cultural de la Universidad Católica, en Camino Real.

No voy a ofender la inteligencia del amable lector ni su capacidad lectora. Es evidente que el abismo de estos días era algo previsible. Cuatro cabezas claras y de personas bien conocidas ora por estar en el Congreso, ora por estar en el mundo universitario, preveían cautamente lo que ha pasado. A lo largo de diez años, presidentes sin partido, escándalos de corrupción, crecimiento económico que no llegaba a las capas más pobres. Ahora bien, toda sociedad —según la sociología— tiene tres capas sociales. La élite económica. La élite política. Y la élite del conocimiento. Pero como sabemos, a trece años de este tiempo presente, por lo visto, las dos primeras, no se asomaron a los discursos y libros de lo que se puede llamar la «intelligentsia». Desdén de los empresarios, lejanía cada vez más ancha. O quizá la soberbia de políticos y hombres de negocios lo explica. La arrogancia del dinero, el asedio de diversos servicios que los pobres no pueden recibir —educación gratuita y de calidad, y servicios de salud—, lo acompañaron desde el 2001 hasta nuestros días, hasta que la circunstancia se modificara, y en eso estamos.

Pero insisto, todo lo que ha ocurrido está en esa cosa despreciable que llamamos libros. En Perú, los de abajo no leen porque no les han enseñado en la pésima secundaria —si es que no se quedaron en la primaria—, y las clases medias y altas las devora la sociabilidad limeña. No por solo placer sino que en el sistema perverso de nuestra sociedad cuentan más que el cartón de maestría o doctorado, los vínculos, los parientes, los amigos, para tener una chamba. Puedes venir de Oxford pero si no tienes contactos, estás perdido. Está es una más de las maneras del mundo colonial. Me atrevería a decir que el Perú no es todavía una república sino un país cuya clase dominante tiene las señas de un mundo neocolonial. ¿No ha sido —entre otras sorpresas— el voto provinciano contra el voto de la capital, el resultado de esas elecciones?

Pero pese al desdén de los intelectuales, algunos tuvieron la emoción de ser escuchados. Fue el caso de José María Arguedas. También se suma a la cautela: «Hay mundos de más abajos y de más abajo». Pero eran los años 70, quien sabe, el mejor de todos los periodos del Perú contemporáneo. Arranco con un pasaje de los Zorros. «He sido feliz con mis insuficiencias porque sentía el Perú en quechua y en castellano.» Y en ese mismo libro: «Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y abrirse otro en el Perú.» Y lo que él representa: «se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres ‘alzamientos’ del temor a Dios y del predominio de ese Dios y de sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora de Vietnam, el de la calandria de fuego, el Dios liberador. Aquel que reintegra. (…)  Empezamos a quebrar la muralla que cerraba Lima y la costa —la mente de los criollos todopoderosos, colonos de una mezcla bastante indefinible de España, Francia, los Estados Unidos, y colonos de esos colones—, quebrantar la muralla y la música, ahora el zorro de arriba empuja o está empezando a hacer danzar el mundo» (pp. 270-276, ed. de 1971). 

Breve interpretación al fragmento de Arguedas. Los fúnebres alzamientos fueron los estallidos de cólera de los peones y arrendires, desde los años 20, a sangre y fuego, en el Sur, que fueron aplastados a su vez, por las Fuerzas Armadas. Pero desde los 60, las invasiones campesinas ocupaban los latifundios, pero sin matar ni quemar haciendas. Era una toma de tierras, aquellas que les habían robado con ayuda de jueces y fiscales, desde el siglo XIX a la mitad del siglo XX. Como sabemos, esos movimientos, que en algún momento los he llamado gandhianos (porque Gandhi era un revolucionario pacífico), produjeron la reforma agraria de 1969. Yo vi entonces un Arguedas feliz.

Pero si evoco a Arguedas, es un paso en este austero estudio. Los años 70 del siglo pasado eran un instante febril y de reformas. Me ocupo en un libro sobre los pensadores peruanos desde la Independencia hasta el siglo XXI. Fue un acuerdo con una universidad peruana. Larga investigación. Desde la carta de Túpac Amaru II, la de Viscardo y Guzmán, Baquíjano y Carillo, Vidaurre, Sánchez Carrión. Luego, los liberales peruanos. De González Vigil a José Gálvez. Pero solo al final del XIX, Manuel González Prada, el primero que introduce en nuestro país el pensamiento crítico. Desde ese lado bien anarquista, luego los novecentistas. Les sigue un capítulo sobre los historiadores, a saber, Riva-Agüero, Jorge Basadre, Pablo Macera y Raúl Porras. Y luego, herencia de Prada, por cierto Mariátegui y Haya de la Torre.   

Sin embargo, después de los precursores y republicanos, vienen los liberales, y al final del siglo XIX, Prada y los novecentistas, después los políticos intelectuales, (Mariátegui, Haya, Belaunde), luego los clásicos –nuestros historiadores– los indigenistas, viene Arguedas, Luis Alberto Sánchez, los contemporáneos (Heraclio Bonilla, Carmen McEvoy, César Hildebrandt, Osmar Gonzales, Héctor Béjar, Dwight Ordoñez, Luis Millones, Matilde Ureta de Caplansky, Martín Tanaka, hasta Manuel Burga, Alberto Vergara, Danilo Martucelli, Flores Galindo y Degregori). Los 70 fueron diversas lecturas de lo peruano, todas muy bien escritas y brillantes. En la historia del arte y del conocimiento, hay algo misterioso: cuando hay un Góngora, hay un Lope de Vega, un Quevedo, un Tirso de Molina, un Cervantes. O sea, el Siglo de Oro. Ocurre en las ciencias de la materia, con la teoría cuántica: está Einstein y Heisenberg con el principio de la «incertidumbre», y Niel Bohr, Godel. En fin, nunca las Ciencias Sociales han sido tan variadas y en la construcción de otro paradigma. Con algunas excepciones, esa generación libre y fecunda desaparece. Los vence el peor enemigo del hombre, el dios griego Cronos. La edad, el que escribe tiene conocidos que están en el cementerio.

Lo peor es que a esa disipada enciclopedia de la política y las ciencias sociales, se la ha evitado en los sílabos pedagógicos. En los 70 se pudo hacer esas modificaciones que nos atan a nuestra Edad Media. Tuvimos una suerte de profetas pero el país estaba sordo. Y vuelvo a resaltar lo que se dijo en ese conversatorio: la academia establece que la nación debe organizarse en un Estado soberano. Gellner, «el carácter nacional», ¿lo tenemos? Es la fuente primaria de su identidad y lealtad. Ahora bien, esta nación todavía es un archipiélago de regiones, culturas distintas. Hay dos culturas, la andina y la criolla. Ha ocurrido en otras evoluciones el mestizaje, pero en el Perú la intercomunión, si existe se demora. La educación habría sido que desde niño se los conociera. Es al revés, son las «murallas» de las que hablaba Max Hernández en uno de sus libros. Y en los 80 aparece Sendero Luminoso; y todo lo logrado, se pierde.

Modernidad, «no es ni un concepto sociológico, ni un concepto político, ni propiamente un concepto histórico. Es un modo de civilización» (Châtelet). La modernidad no quiere decir volverse americano o europeo. China e India son sociedades modernas. Lo es Japón. Abundan los técnicos, país de lengua suya, con religión propia, hasta su ropa y su gastronomía. Puede que Brasil, México o Chile, entren a la modernidad, ¿pero nosotros? La política está agotada, el país se rompe a causa de las hegemonías ideológicas. Para Michel Maffesoli, «estamos en un tiempo de tribus». Dejemos, pues, lo político, recuperemos el «buen juicio».    

Posdata: el Juan Esquina de mi columna anterior era Luis Alberto Sánchez, Retrato de un país adolescente.

* Fatalidad es un vals de Julio Jaramillo

Publicado en El Montonero., 21 de junio de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/modernidad-o-fatalidad-signo-cruel

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