¿Pandemia, hambre y elecciones? Tres abismos

Escrito Por: Hugo Neira 628 veces - Mar• 15•21

Qué tiempo este. Pero pestes y epidemias siempre las hubo, sarampión, viruelas, el dengue que no se ha ido, ni el sida, y más allá de lo que conocieron nuestras  tatarabuelas, hubo la gripe española de 1918, que llegó hasta nuestro país a pesar de que no estuvimos en la Primera Guerra Mundial que fue europea. En el mundo, esa pandemia hizo de 20 a 50 millones de muertos. Pero anteriormente hubo algo peor en nuestra historia. Cuando llega Colón al mar Caribe, y más tarde los conquistadores, por poco desaparece la población indígena tras las epidemias de tifus, escarlatina, viruela y gripe, que involuntariamente llevaban consigo los invasores. De hecho, en las islas del Caribe, habían comenzado a desaparecer aldeas enteras, bastaba que algún español tosiera o estornudara. Esa masacre no fue un producto voluntario. Nadie en el XVI conocía el origen de las pestes. El descubrimiento de «gérmenes» —así los llaman— solo ocurre con Pasteur, el 7 de abril de 1864. Pero hay que decirlo, el choque entre el Viejo y el Nuevo Mundo fue enorme. Cuando llega Cortés y su hueste, en 1519, había 25,3 millones de aztecas, zacatecas y en 12 mil tribus en el México de Moctezuma. En 1601,  tan solo un millón. En el peruano mundo andino, entre 1570 y 1620, pasaron de un millón doscientos mil a seiscientos mil. Estos datos fueron compilados por investigadores americanos, W. Borah y S. F. Cook. Y un americanista francés —que tuve la suerte de conocer cuando estudiaba en París,  Bernard Lavallé— de quien aprendí la importancia de ese inesperado cataclismo demográfico para entender la  rápida Conquista y el inmediato establecimiento administrativo del Imperio de los Habsburgo en las Indias. Tema que olvidamos. Nathan Wachtel explica ese Tahuantinsuyo post Incas, que no solo se desconstruye sino que pierde la fe en sus dioses. Los gobernó, por tres siglos, la tiranía de corregidores y curacas. Y el pueblo andino abraza la religión de los vencedores.

Hoy, la peste del Covid-19. En los tiempos contemporáneos, nunca hubo una pandemia tan  universal.  Pero eso no es toda nuestra actual desgracia. Por si fuese poco, estamos a días de unas elecciones. Y el humor colectivo es de lo peor si se considera 2016, 2011 y otros momentos electorales. Pero no hay más remedio. Sin embargo, no se confunda el lector, no estoy diciendo que no debe haber un 11 de abril sino que coincide con una situación tanto económica como emocional de la peor especie. Qué de problemas, pérdida de puestos de trabajo por millones, muertes de familiares que no tuvieron oxígeno, cierre de colegios, tiendas y empresas, lo que conduce a la inseguridad del futuro inmediato y a la desconfianza para con los políticos, fuesen los que fuesen. Cualquier política tiene una racionalidad, que desaparece cuando se abre el abismo. ¿La venganza colectiva en las urnas? No soy el único que así lo piensa. Jaime De Althaus: «la demanda de castigo es más fuerte que la esperanza o el miedo» (El Comercio, 05/03/2021)

Ahora bien, la paradoja. Meses tremendos pero fecundos. Algo se ha aprendido, lo precario de nuestro crecimiento económico y la terrible dualidad de los pocos que tienen empleos formales y el océano humano de los informales peruanos. Si algo se aprende con las pestes es que nos descubren todo aquello que no hemos construido: hospitales, laboratorios, y de paso la infraestructura de carreteras y vías férreas que nos faltan, y el hecho contundente que no somos un país que haya entrado en la Modernidad. Al menos, una visión dolorosa pero real y necesaria de lo que es el Perú actual. En la mentalidad peruana de antes que el Covid-19 nos abriera los ojos, hubo el narcisismo de considerarnos ya modernos y capaces de ingresar a la OCDE. Hoy, los contagios, las hospitalizaciones y la muerte nos devuelven a la realidad. Quizá nos estemos volviendo más modestos, más realistas, más pragmáticos. Puesto que como se dice, «hay mucho por hacer».

Por mi parte, sin que haya nexo alguno entre la poesía y la salud colectiva, se me viene a la memoria Los heraldos negros. La versión norteña de nuestro apocalipsis. «Hay golpes en la vida, tan fuertes/ … Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos,/ la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma…/». Y como dijo César Vallejo, «Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras/».

Los poetas suelen ser certeros. Una de esas «oscuras zanjas» es la necesidad de hallar un chivo expiatorio.1 Pero esta vez no podemos señalar la oligarquía porque ha desaparecido, aunque la reemplazan otras capas dominantes. Ni Sendero Luminoso o el terrorismo. O alguno imperialismo al cual echar la culpa. No solo se trata de los últimos presidentes, de los errores de Vizcarra, o si es capaz o no Sagasti. Si así fuese, no diría lo que voy a decir. Lo que tiene claro la ciudadanía no es por quién va a votar sino por quién de ninguna manera votará. En consecuencia, me intriga y preocupa el antivoto para con los candidatos. Lo cierto es que desde el 2020 al 2021, ha subido el deseo de no votar por tal o cual. Por ejemplo, Guzmán tenía un 45% en contra y ahora un 57%. De Soto, un 38% en contra en diciembre y ahora, un 44%. ¿Qué política es esta en la que no se confía en los políticos? Entonces, ¿en qué? Estamos entrando en la crisis de la representación misma.

Como se sabe, las democracias, desde el siglo XIX a nuestros días, funcionaron por la representación política. Un sistema para el Estado moderno, no vino de España sino de Inglaterra: «una multitud de hombres se convierten en una persona, de tal modo que este pueda actuar con el consentimiento de cada uno de los que integran esa multitud en particular». Habla Hobbes, en el Leviatán, «la unidad de multitud y persona». Un sistema siempre y cuando no haya malestar en elegir representación presidencial y de diputados (ese es su nombre, no el de ‘congresistas’). Pues bien, si no queremos Congresos, ¿quién o quiénes entonces encarnarán el poder? ¿O la utopía peruana es que nadie mande a nadie? ¿Cada uno en su ayllu? ¿Otra vez con su curaca? Cuando se hizo  incontrolable la ciudadanía, el mexicano Fernando Escalante la llamó «ciudadanos imaginarios». Y eso es lo que está pasando. Al desaparecer las instituciones políticas también desaparecen los ciudadanos de a pie. Esto se semeja a un suicidio colectivo.  

Cuando un pueblo no quiere ser reclutado en partidos o corrientes presidenciales y  como diputados, entonces surgen las elites. Nos ha pasado varias veces, pero por lo visto, es eso lo que nos puede ocurrir. Es hora pues de decir cómo se dañaron las reglas comunes: la lógica institucional en estos últimos años fue desdeñada, y eliminado el Congreso puesto que «el pueblo lo quería ». Fue una acción fatal. Hoy abundan los candidatos improvisados. «Hay 665 candidatos que cambiaron más de una vez de partido» (El Comercio, 27/02/2021). Algunos han pasado por seis agrupaciones, a saber, Perú Patria, Apra, Fuerza Popular, Sí Cumple, Alianza por el Futuro, y Alianza Solución. Notará el amable lector que esas «empresas electorales»  —no son partidos— evitan decir si son de izquierda o de derecha, o lo que sea. Los nombres de los supuestos partidos se parecen mucho a la manera como se bautizan los caballos de carreras para el hipódromo. Nombres estrafalarios pero que permiten inscribirse. Lo que es visible, y no es necesario ser politólogo para darse cuenta, es que ya no cuenta ni la doctrina ni la representación regional o ideológica, sino llegar a tener bancada. 

¿Cómo no van despertar sospechas en los electores esos casos de abierto oportunismo? ¿Cómo no van a sospechar los peruanos que los representantes quieren llegar al Estado para hacerse ricos? Y alguien señala que la abundancia de camaleones —así les llaman— prepara un posible fraccionamiento en el Congreso venidero. Habrá más bancadas. Será peor que todos los anteriores. El motor del desarrollo del subdesarrollo está prendido.

En fin, otra de las «zanjas oscuras» de Vallejo es el comportamiento de los diarios limeños. Apoyan sin escrúpulos a los partidarios de lo antipolítico. Con el pretexto de hacer una primera plana, clavan en los quioscos esa suerte de afiche que se mira pero no se compra. Hablo de la portada de El Comercio, el viernes pasado: «Fiscal pide 30 años de cárcel para Keiko Fujimori y entorno». Todos sabemos que si hubiese pruebas de ilícitos, hace tiempo que se hubieran puesto a la luz del día. Pero se trata de usar un tema legal que demorará en el Poder Judicial, y que en plena campaña hace daño. ¿Quién va a votar por alguien que irá presa por 30 años? Genial, felicitaciones por el psicosocial, ni el maestro —o sea, Vladimiro Montesinos— lo hubiese hecho mejor. Pero no solo es Keiko sino que en cuanto haya algún candidato que crece, le cortan las alas. En La República: «Empresas de López Aliaga tienen deuda coactiva de S/ 28,4 millones con Sunat».  Nada de esto incendia la pradera, como esperan los del «poder fáctico». Es al revés, la humedece. Y no quiero decir con qué líquidos. Es una pradera muy resbalosa para unos y otros. Pregúntenle a Vizcarra. Y a Sagasti, que cuando más vacunas llegan menos confianza le tienen. Yo creo que para todo esto hay que llamar a Freud. Tanto encuevamiento hace de Lima una ampliación gigantesca del Larco Herrera.

Todo esto no es lo que se llama política. El amable lector preguntará qué lo es. No es un combate en el que cada cual echa mierda al otro con tal de llegar a Palacio de Gobierno. Para el sociólogo que soy, «política es la gestión no guerrera de los conflictos» (Comte-Sponville). «Es una realidad universal que todo hombre en cuanto tiene poder, tiende a abusar, por eso es justo ponerle límites» (Montesquieu). «Resistir y obedecer, he ahí las dos virtudes del ciudadano. Con la obediencia asegura el orden. Con la resistencia asegura la libertad» (Alain, es un francés, no es Alan). Todo eso está en mi libro, p. 401, ¿Qué es política en el siglo XXI? Concluyo con «la política es una actividad. Su meta es el bien común. Lo público». No dije para hacer negocios. Y antes que el amable lector salga corriendo a comprar mi libro —lo encontrará en las mejores librerías del rubro— le transmito melancólicas predicciones. Jaime de Althaus: «el próximo presidente verá impotente cómo se consolidan las argollas y mafias dentro de las entidades públicas». Como comprenderá el lector, de aquí en adelante, no seguiré la evolución de las encuestas de candidatos presidenciales. Los dados ya están echados. La gente seguirá irritada e indiferente. Pobre Perú, necesitamos magnas construcciones y gigantescas modificaciones en la sociedad y en el Estado pero eso no es para ahora. No se educó al soberano. Es decir al pueblo. De lo que venga, todos seremos culpables.

1 Chivo expiatorio quiere decir que se busca personas o grupos a los que se quiere hacer culpables. La Alemania nazi le echó la culpa de la derrota a los judíos. Hay momentos en que un pueblo entero enloquece y se niega a admitir su propia responsabilidad.

Publicado en El Montonero., 14 de marzo de 2021

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