Hugo Neira Samanez, doctor en Ciencias Sociales, reparte buenos deseos al oficialismo y a la oposición. En su casa de Lima, que alterna con temporadas en Santiago, Neira tiene la mayor parte de su biblioteca. A sus 80 años, tiene una larga lista de investigaciones en curso y libros por publicar. (Foto: Juan Ponce / El Comercio)
Por: Fernando Vivas
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Vive entre el Perú y Chile, pero la Navidad la pasa aquí, en su tierra. Me recibe en su terraza, invadida por parte de su biblioteca. Sobre una mesa, enormes táperes rotulados se asolean con las fichas de investigaciones y libros por venir. Uno de los rótulos menciona a Arguedas y a otros dos personajes cuya asociación es muy provocadora. Tres cerebros angustiados ante el fin de sus culturas. Me pide que no revele los nombres. Le debo guardar el secreto.
—¿El diálogo entre PPK y Keiko abre una nueva fase?
Espero que sí. El acercamiento de un presidente legítimo y la encarnación de la oposición, no sorprendería en otras partes del mundo.
—Hay quienes dicen que fue muestra de debilidad del presidente.
¿Cuando Estados Unidos y Rusia, en la Guerra Fría, tenían un teléfono rojo estaban reconociendo su debilidad? Gracias a Dios así se evitaba la guerra atómica. Por encima de la geopolítica pesaba la responsabilidad de la humanidad. Por encima de PPK y Keiko está pesando la responsabilidad de una nación.
—En lugar del botón rojo destructivo, el teléfono rojo para hablar.
La gran mayoría de la sociedad peruana respondería, con un sentido común que a veces falta en la clase política, que esperaba ese gesto de ambos. Porque en la lógica popular suponen que ese es el trabajo del político y estamos en Navidad. ¿Puedo desarrollar una idea?
—Por supuesto, pero haz referencia, por favor, a la censura de Saavedra.
Hay una cadena entre el ciudadano y las decisiones gubernamentales. En el medio está el congresista que es controlado por el ciudadano que puede votar o no por él y el congresista controla al ministro, tiene que fiscalizarlo. No estamos acostumbrados a que aparezcan representantes de orden plebeyo y popular. Alain decía que los jefes de Estado tienden a ser monarcas y los parlamentos a ser oligárquicos. Hasta que llega el pueblo tal como es. Entonces, los parlamentos modernos son malcriados, son turbulentos, se agarran a trompadas y nos aterramos porque no tienen buenas costumbres. Yo tengo paciencia y comprensión. Ni PPK ni los que han llegado en mayoría al Parlamento han tenido experiencia de partido político. Me abstengo de un juicio negativo a priori.
—O sea, ¿comprensión y hasta indulgencia con quienes llegan desde la tecnocracia y desde cierta marginación del establishment?
Los detentores legales de la representación popular son el presidente y los congresistas. A ellos se suelen enfrentar otras gentes, los franceses les llaman ‘los notables’: empresarios, artistas.
—En la campaña dijiste que Keiko podía reciclar la herencia autoritaria de su padre. Tras su derrota, ¿esa capacidad ha disminuido?
Aclaro que no tengo antis ni quiero participar en ningún partido. He visto ahí un fenómeno nuevo, la emergencia de una capa social política que representa un poco a las mypes, al sector informal. Todo el tiempo hablábamos de la informalidad y pensábamos que tarde o temprano iban a estar detrás de la izquierda, del aprismo o de algún partido moderno. Resulta que no, están formando su propia élite política. No tengo un juicio definitivo sobre algo que está creciendo, pero para empezar digo que no veo golpistas. Escucho a los entrevistados de las comisiones del Congreso y me parece que están haciendo un trabajo interesante. Y Zavala es un buen ministro. Ahora tengo una posición pro oficialista y pro oposición [ríe].
—¿Cómo sintetizar la promesa de PPK de modernizar el país? Suena gaseosa.
Cuando PPK dice tenemos que entrar a la OCDE, es un proceso muy largo, pero está bien. Eso quiere decir cómo entramos a la modernidad, y eso significa profundas reformas: nuevos estándares para la educación popular, rehacer la descentralización que es un tema tabú, elevar la capacidad laboral y aumentar la productividad.
—La corrupción nos paraliza, ¿no?
[Busca por buen rato un libro, Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú republicano de Jorge Basadre] El s. XIX lo perdimos por la corrupción y por eso nos interesa que no fracasen PPK ni Keiko. Basadre recoge este concepto de sultanismo de Weber: [lee] “sistema estatal que carece de contenido nacional y racional y desarrolla en extremo la esfera del arbitrio libre y la gracia del jefe”. Si no tenemos una democracia eficaz, la gracia del jefe, el poder híbrido de un Evo Morales o Correa puede establecerse; y cada empresa con su libre arbitrio puede hacer lo que le parece.
—Honor a Basadre. El Lava Jato es sultanismo a escala internacional.
A niveles dantescos de corrupción. Es un riesgo para la economía mundial al punto que los americanos se han metido en el tema. El imperio ha tenido que intervenir para no podrirse. ¿Cómo se puede cambiar eso? Con una conciencia del tiempo. Con el tiempo corto la gente se pone muy nerviosa y quiere hacer plata pronto, desaparece el escrúpulo. Necesitamos pensar las cosas de aquí a 10 o 15 años.
—Por favor, tus buenos deseos de Año Nuevo.
La sociedad peruana busca que le den fronteras nuevas de conquista. Tenemos que vencer las montañas, hay que sacar el agua de la selva hacia la costa. La migración va a ser donde haya tierra agrícola, porque en la ciudad no hay empleo formal. Que no solo se muevan las mercancías, que se muevan los hombres. La sociedad peruana se está moviendo sola, desconectada del Estado.∞
Publicada en El Comercio, 26 de diciembre de 2016