Perú. Sociedad

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Martes, 10 de febrero de 2009  – Diario La República

Cinco jinetes y los celulares

 

Por:  Hugo Neira

Tenía curiosidad de escuchar qué podían decirnos cinco monumentos de la economía y los negocios internacionales en el evento de la Cámara de Comercio de Lima (CCL). El tema era que abordaran el contexto mundial de la crisis económica y lógicamente los planes del gobierno para minimizar el impacto. O sea, cómo el Titanic esta vez elude el iceberg, y todos, di Caprio y la Kate Winslet, y nadie ahogado, o sea estupendo, cada uno con su empleo, su canon cada región. No me le creo, pero en fin, no haré de pitoniso cuando en esa reunión para comenzar se dijo: “esta crisis no tiene precedente, y es muy difícil pronosticar” (Silva Ruete).

Los clásicos jinetes del Apocalipsis son cuatro. El hambre, la peste, la guerra y la muerte. Grandes flagelos, por esencia. ¿De dónde las ganas de arrimarle a la alegoría del desastre humano una quinta figura del espanto? El quinto jinete es la crisis. Concepto que no conocieron las sociedades preindustriales, precapitalistas. Simplemente eran siempre pobres, sujetas a hambrunas regulares. El sistema industrial que aparece desde el siglo XVIII ha producido la más grande cantidad de alimentos y medios de transporte de la historia de la humanidad, pero tiene una enfermedad propia: se llama crisis cíclica. Ante el caso actual, se impone una estrategia. Pero eso requiere no ser devorado por el “día a día que es lo que nos pasa en Perú”, según Bruno Giuffra en el último “Somos”. De estrategia, precisamente, se hablaba esa mañana del 6 de febrero en el evento del cual me ocupo. Desde las notas que tomé.

Sí pues, ya nadie hace resúmenes, que es lo primero que aprendí en un diario limeño hace 49 años. Ahora estudian “comunicaciones”. Cuando le tocó hablar a Pedro Pablo Kuczynski, lo hizo respondiendo a una pregunta sensata que le hizo el moderador. Dijo que “el monto del plan anticrisis le parecía bueno, similar al de Chile. Kuczynski se refirió a varios temas, me llamó la atención lo del nivel salarial en el tema, “viejo tema”, pero, “hay que poner orden en el escalafón”. No me acuerdo si él u otro sugirió “una prima técnica” como incentivo. Dijo también que lo “del Contralor era muchas veces un exceso de celo”, y que “se debería definir qué es lo que se tiene que controlar”. “Los funcionarios se mueren de miedo”, y en la audiencia (unas 800 personas, perceptiblemente de alto status) casi hay aplausos. Eduardo Ferrero y luego David Lemor insistieron, con ejemplos concretos, y casi siempre abrumadores: “Collique, donde no vuela una avioneta por un asunto de papeleo, ni para el club ni para una constructora, el perro del hortelano”. Lo mismo el tren eléctrico, alguien dio una explicación pasmosa, se pudo ampliar el plazo o algo por el estilo, “y no recomenzar de cero”. En fin, ante una pertinente pregunta del moderador, cada uno dijo lo que a su juicio le faltaba al país. “Puertos, carreteras, aeropuertos”, uno “la sierra sur”, el otro, que el riesgo es la inflación, que exportaría los EEUU. En fin, todos dijeron que educación. Y entonces sí me asusté. Por dos razones. La primera es que la cosa de la educación “no es que para cuándo se reconstruyen los planteles”, como dicen algunos titulares, sino que el abandono de una educación masiva y de calidad en el curso de los últimos 30 años, lo vamos a pagar los próximos 30 años. Alguien dijo en esa mesa, que “ya con una primaria de lujo” sería mucho, creo que Silva Ruete. A qué voy.

Vivimos una situación paradojal. Si es verdad que nunca ha habido más posibilidades de ingresos para cuadros medios y profesionales surgidos del pueblo, a condición de estar bien calificados, lo cierto es que muchos no lo están. La situación es: llegó la plata, su posibilidad, pero el ciudadano de a pie no está preparado. La incultura es masiva, universidades las hay bamba hasta dar ganas de llorar o reír. En educación desde hace tiempo se pusieron a formar buenos ciudadanos con discursos sobre los valores, pero muchos jóvenes que salen hoy de secundaria, y que no gustan de leer e instruirse, no saben literalmente hacer nada. Y ahí están las pandillas. Y esperen todos el 2011, ya se contará en urnas a los furiosos masivos. El voto de protesta de los no preparados.

¿Me dirán, las elites lo están? Esa es mi segunda preocupación, los comportamientos. Miren, en ese evento no cesaban de sonar los celulares. Las azafatas entraban conversando mientras guiaban a los tardones, se hablaba fuerte en el pasillo y se metía ruido como si tal cosa. De la reunión, las exposiciones me parecieron claras, modernas. Pero parte de la platea no. Y estábamos en el local de la sacrosanta Cámara de Comercio. Queremos llegar a la sociedad avanzada sin pasar por el aburrimiento de ser puntuales y callar un poco cuando se está escuchando algo tan grave. ¿Se anuncian las borrascas del Apocalipsis, pero ni por esas se concentran? O sea, vamos de espaldas, para ponerme fino.

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Martes, 24 de febrero de 2009 – Diario La República


China Tudela. Mofa y poder

 

Por: Hugo Neira

He podido ir al teatro, sí pues. No todo tiene que ser en la vida apuros de funcionario, o fines de semana encerrado en acabar libros institucionales; y en el poquísimo tiempo de ocio que me queda –en realidad ninguno– o voy al teatro o voy al cine, o muérome. Mis diversiones no han cambiado desde que era estudiante; en el fondo sigo siendo eso, un curioso, y si hubiese tiempo, acaso conversar entre amigos, sin grandes tragos ni comilonas. En fin, a lo que voy, lo oral es decisivo, más en nuestro mundo. Los contenidos esquivos de una sociedad. Por eso he ido al teatro a ver “La China Tudela”. ¡La verdad es que me encantó! Pucha, se te pega. Bien por Rafo León, suya es la comedia; y por Katia Condos, por lo actuado. Y no es que los otros actores estén mal.

Para comenzar, no es la primera vez que hablo flores de “La China Tudela”. En este mismo diario, hace cinco años, he escrito que “lo de la China pasa como personaje divertido, chispeante, con aplomo que viene de los buenos colegios y el sonoro apellido. Pero del griego Aristófanes a la comedia y el cine actual, nada es más serio que el humor. Y nada más esquivo” (25/03/04). En la ocasión, dije también: “La doctora Lorena Tudela, Loveday, por favor –lo de China es resabio de sus días de adolescente–, se nos presenta como alguien que dice y siente como la gente de las clases altas de Lima, en particular las mujeres. Hasta aquí el estereotipo, el lugar común. No es tanto así”. Luego observé su rara franqueza. “¿Así hablamos? No lo creo, la flor del habla fina de Lima opta más bien por la alusión, a la que la doctora Tudela por cierto a veces acude, ‘no sé si me entiendes’. Pero en cambio, ahí están los deslenguados retratos de Pachi, Madame Carrot, Willi o el Tukuyrikuy azambado y Margaracha. Y eso no es raje de salón sino que tira para panfleto”. En fin, resaltaba en esa ocasión, la teatralidad del personaje. “La política peruana como escenario, Lima entera, el mundo. Pero la pregunta cae por su propio peso, ¿por qué nadie la ha llevado al teatro? ”. Está claro que el vaticinio se ha cumplido. Está en tablas. Y con éxito. Katia Condos dice en reportaje de “Somos” que “el público de Asia se ríe mucho”. “Se ríen de sí mismos”. Y eso merece comentario.

En mi modesto parecer, hay tres Chinas Tudela. La estudiante por los años 70, la deliciosa adolescente que siente que la cosa de la movilidad social ya no tiene arreglo y comete lapsus reveladores, “en mi casa la cho…, perdón, la trabajadora del hogar”. La segunda es la doctora Lorena, que se les prende a Fujimori, a Margaracha y a Madame Carrot. Señales de un rechazo de clase, pero a la que no faltaron razones. Y esta tercera, la de la obra de teatro. ¿Saben una cosa? Es la mejor. La más nítida. En escena, hay otros dos personajes, un estupendo psicoanalista, no por azar llamado Isaac, bastante esquizoide, el hombre se trabuca, para gozo del público. Y en escena está Jessikah’s Yesseniah’s, su empleada, gordita, claramente popular. ¿Y saben una cosa? Ambas, a las que todo separa, cultura, hábitos, todo, se llevan requetemuybien. La Jessikah’s conversa sobre la crisis, y cuando la China quiere explicarle (todavía los intentos pedagógicos), le habla de la Bolsa a la empleada, ella le contesta “¿cuál bolsa?”, ¿qué creen ustedes que responde la China? Años atrás, hubiera dicho horrores clasistas. Ahora se queda callada, sonríe, nos sonríe (al público) y cancheraza, exclama: “La adoroooo”. Esta última Tudela tiene mensaje. Este es mi país, así somos, y aquí me quedo. Eso dice ella, pero hay otros personajes en escena (a Toffee, el primo músico que anda rayadazo, mejor lo dejamos, ¿ya? ).

Cuando salí, estaba como contento pero también perplejo. ¿Qué es lo que he visto, qué sentido tiene? Y un rato anduve distraído, en ese estado que mis amigos psicoanalistas llamarían la atención difusa. Y pensé en cosas diversas, arribismo, achoramiento, balcanización, en la cercana Bolivia de la política por etnias, abismales desigualdades creadas por el propio crecimiento, desgarros de esta metrópoli, el Sur y la mar en coche. Huevadas, diría Pepe del Salto, el enamorado que tuvo La China de jovencita y que era más bruto que un adoquín (a propósito, Rafo, ¿que pasó con ese?). Hay tres personajes, más que parodias, arquetipos. El intelectual que trastabilla entre el lenguaje técnico y las malas palabras. La China, y no es que tenga “un tufillo de marginalidad” como dicen en los blogs, es elitaria. Y la Jessikah’s, plato fuerte e inesperado de la comedia, opuesta a su patrona y a la vez como amiga. Los tres diferentes pero en escena. Y entonces el mensaje me vino de golpe: aquí nadie sobra. Casi me caigo, andaba subiendo las escaleras para salir de Larcomar. Tomé un lápiz y anoté. En una hora de espectáculo, han mostrado no estar de acuerdo pero sí aguantarse mutuamente. Ojalá la feroz realidad no deshaga ese ensueño (de interculturalidad y colaboración de clases) de una noche de verano.

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Martes, 24 de marzo de 2009 – Diario La República

Pena, teta y papa

 

Por: Hugo Neira

Lo primero que se ve es el rostro apenado de una anciana, y un canto triste, una melopea en quechua. Luego se asoma la sombra del afecto, la hija, cuyo rostro no abandonará más la pantalla. El canto fluye en quechua, pero es accesible al público porque lleva traducciones. Es el vínculo que ella, la hija, Fausta (Magaly Solier), guarda con los espectadores. El personaje casi no habla, retrato de una muchacha introvertida, hermética, pero nos llega su “voz interior”. La escuchamos cantar. La literatura suele acudir a ese recurso, al monólogo interior. El cine también, no mucho, porque interioriza la acción. Se usa entonces la voz en off. Aquí son canciones. Ahora bien, ese canto y rostro son el hilo conductor de la historia. No hay teta ni tetas, salvo como metáfora. Viniendo de la violencia, no hay escenas de guerra. Se ha filmado el alma.

Hay dos maneras de contar esta historia. Puede decirse, por ejemplo, Fausta está enferma del miedo, de lo que pasó con las mujeres violadas o asesinadas en los años del terrorismo. A lo que la cultura andina, a ese recuerdo terrible, le ha dado una metáfora, “la teta asustada”. Es decir, la explicación de que la leche materna transmite la memoria del horror. El resultado es esa muchacha precavida hasta el extremo, y que viviendo en una zona urbana que por las escaleras en los cerros bien puede ser Lima, no va sola a ninguna parte. La otra manera de contar la misma historia es que para evitar violaciones (y acaso la muerte) se ha introducido una papa en la vagina. No sabemos desde cuándo ni a raíz de qué. El filme no desciende en detalles innecesarios, pero la solanum tuberosum, como su nombre lo indica, es un tubérculo, y tiende a crecer.

El personaje central tiene tres problemas: sus temores y la madre muerta. No tiene dinero para transportarla a su tierra y enterrarla. El tercer problema es la escondida papa: sigue creciendo. Y Fausta, que no vence sus reparos ante un médico, cuando nadie la ve (pero el espectador sí), con delicadeza, se corta las puntas de la impertinente solanum tuberosum que asoma desde sus entrañas. ¿Qué significa ese objeto que por temor a una violación le impide llevar una vida normal, tener un compañero, acaso hijos? Hay que decir que Fausta va y viene a sus quehaceres, a sus modestos empleos, y está rodeada de gente, de un tío suyo, un buen hombre, que le da consejos justos y que ella no sigue; el ambiente que la rodea es de vida, y de vida intensa, de gente humilde, pero que trabaja, se divierte; en su contorno hay muchos matrimonios masivos, con novias vestidas de blanco. Hay recién nacidos. Un mundo que el rostro de Fausta, el bello de Magaly Solier, atraviesa con semblante duro, lejano. Aunque los ojos a veces la traicionan, y esté a punto de llorar.

La papa que Fausta ha enterrado en su intimidad es lo que la separa de los hombres. No solo de soldados o de guerrilleros sino llanamente de los hombres. Una de las escenas decisivas es cuando ella, la empleada, retrocede paso a paso en el vasto jardín de la residencia en donde sirve. Me dije, feed-back, escena del pasado, violación, pero no, es una cuadrilla de muchachones que cargan un piano nuevo al interior de la casa. Fausta huye de los varones, huye del sexo, de la vida. Hay una escena que no llega a ser violenta, pero el tío, cuando ella duerme, le tapa la boca, y la muchacha se debate para lograr respirar. “Quieres vivir, hija”, dice el hombre entre llantos. Al fin, pide que le saquen la solanum tuberosum. Y entierra de paso a la madre, no en su lugar de origen, sino al borde del mar. La historia termina bien. Pero no hay amores. Un regalo del jardinero, una maceta con una flor de papa. Ella lo acepta sin más. Es un filme más bien púdico. En suma, la madre insepulta y el deliberado silencio nos dicen cómo quienes vienen de la violencia procesan su duelo. Tras reconstrucciones personales, lentas, trabajosas. Desde un “tempo” interior que no es el del mundo urbano y criollo y menos político que tiene otras prisas. Y si algo me queda por marcar es el laconismo del personaje. Ulula, pero como canto íntimo. Pese al contorno, al ruido de la gran ciudad, a los mercados alegrones, al mundo festivo y chicha, está ese personaje de tragedia griega cuyo coro secreto son los quechuas que cantan en su pecho. Están, por último, las dos culturas. La urbana, chola y chicha, empeñosa, bullanguera, extravertida. Está la cultura andina venida a la ciudad, sus ríos profundos de un silencio que no olvida. Cine de significados poético y rudo a la vez. La máscara de Fausta, y al fin el llanto de la protagonista, la expulsión liberadora, catártica, de la pena, la teta y la papa. Sin embargo, los intensos vínculos entre terror, masculinidad, violencia sexual y el cuerpo femenino están presentes pero sutilmente. El espectador debe comprender que todo está en apenas ese rostro de muchacha que no sonríe y unas cuantas canciones. Temo que muchos no lo entiendan.

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Martes, 21 de abril de 2009 – Diario La República

Velocirraptores, en Lima

 

Por: Hugo Neira

Vivo en una ciudad en donde vienen cosas misteriosas. Durante el día graznan unas extrañas aves. Pero tal vez no lo sean, son como zumbidos, lo cual dudo, tendrían que ser inmensos para que su sonido llegue adonde vivo. Vivo en un edificio pegado a los cerros, no es un departamento muy amplio, pero suficiente para mí y mi mujer. Tiene una hermosa terraza, es lo mejor que posee, y a ella nos asomamos: a los pies la inmensa ciudad que podría ser hermosa, humana, pero ha dejado de serlo. La estridencia de esas voces nos inunda. Braman, mugen, bufan. No sé qué son. Pero no dejan ni trabajar ni descansar. ¿Qué son?

Estoy muy preocupado. Hablo de esto a amigos y colaboradores en el lugar en donde laboro, pero se quedan callados y cambian miradas. Les pregunto: ¿ no los escuchan? Porque si esos ruidos terribles, que vienen de diversos lugares, solo los escucho yo, debo ir de inmediato a buscar un colega de Mati Caplansky o de Marx Hernández, acaso Lemlij, pero ya se sabe: los psicoanalistas no tratan a los amigos muy amigos. Pero me dicen “sí, doctor, también los escuchamos”. Entonces me quedo más despavorido. De tanto explicar a Aristóteles, por los cursos que dicto de filosofía política, he tenido que explicar no solamente su idea de la Polis, del Logos, sino de su lógica. Entonces A es cierta o falsa. Y su contrario, B, si A es cierta, B es falsa. O sea, si no soy yo el loco, lo están quienes escuchan esos ruidos y como si tal cosa. Viven con ese graznido, o zumbido, o majido, o lo que fuera, mañana, tarde o noche. “Así es la cosa, doctor”, me dicen, y entiendo menos todavía.

¿Qué es la cosa? En la última universidad cartesiana en la que dicté clases antes de decidir volver al Perú me quedan todavía amigos, profesores. Les he enviado un mail. Les pregunto si por casualidad no se les ha escapado algún velocirraptor que haya hecho cría en Lima. Después de todo, Tahití es una isla estilo Parque Jurásico. Y uno de mis colegas, Herbaut, biólogo, ha tenido la gentileza de responderme. La idea de cruzar una avestruz de nuestro tiempo, mejor dicho sus genes, con lo que se encuentre en un resto de terápodos, sauropodomorfos o alguna variante entre las 600 ramas conocidas es una vieja ambición de laboratorios muy especializados, pero ni encuentran genes en estado de conservación ni han recibido fondos para tal experimento. Y me pregunta muy interesado sobre los ruidos que pueblan de las mañanas a las noches la ciudad de Lima. Me temo que pronto desembarque.

Uno de mis amigos más queridos, que si no lo fuese no le habría perdonado tan desmesurado dislate, me dice que lo que hallo de raro es corriente, y que debo acostumbrarme. Tiene la peregrina idea de que ese ruido lo producen las sirenas de los coches –él usa carros–, en fin, de automóviles. No lo creo, en nombre precisamente de la lógica de Aristóteles, y me he acordado de mi manual de lógica formal de Boole, de Peirce, y por poco no consulto la Principia mathematica de Russell, pero no me salen las cuentas. Se puede distinguir entre lo verdadero y lo falso mediante matrices, y de esta manera analizar hasta la composición del universo. Pero esas tablas no me explican porqué graznan esas cosas todo el tiempo, y en Lima. He aplicado la hipótesis de que el ruido, como dice mi amigo, lo produzcan coches particulares. Y todas las tablas dicen que eso no es posible, puesto que en todas las ciudades del planeta hay coches. Y si existen para evitar robos, ¿por qué suenan en Lima, incluso en sitios protegidos?

Me quedo sin comprender. Alarmas tienen, en efecto, los coches en Buenos Aires, Montevideo, San Paulo, como en Lisboa, Québec, pero no se les escucha. Entonces, ¿únicamente aquí producirían esos ruidos aterradores y constantes? Me dice entonces un colega joven que en otras ciudades, incluyendo sudamericanas, las alarmas por supuesto existen, pero sus propietarios las ponen con decíbeles bajos o, en todo caso, las desactivan cuando están bien guardadas. Pero, entonces, sigo sin comprender. ¿No saben los propietarios de autos de esta ciudad de Lima bajar sus sirenas o al menos aprender a manipularlas? Me decía esto en el café Haití, pero a gritos, porque en ese mismo momento varios velocirraptores aullaban a la vez. Viene entonces otro amigo, Hugo, y me dice “tienes que comprender que los nuevos citadinos son ostentosos, les gusta que su carro suene, quieren que todo el mundo se entere de su éxito”. Y me da la puñalada final, “no somos una sociedad civil sino incivil”. Me quedo más perplejo que nunca. ¿La gente misma de Lima (y quién no tiene carro) produce ese veneno auditivo? ¿Un producto de la vanidad? ¿Lo mundano agresivo, es mi carro y qué chu… etc? Es la folclorización de Lima, me dice un estudiante que se está comprando un 4×4. No puedo creerlo. Cada noche espero que los velocirraptores cesen y volvamos a ser una ciudad normal, sin regresiones al Cretásico.

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Martes, 14 de julio de 2009 – Diario La República

Más allá del falo  

 

Por: Hugo Neira
 

Cuando se ejerce, como es mi caso, un par de oficios no solo diferentes sino diametralmente opuestos –comentarista en diarios y profesor– y si se quiere cumplir con ambos, las cosas como que se complican. Anduve yo cerrando unos cursos tratando de explicar que el alemán Max Weber había inventado una reflexión sociológica cuya virtuosidad consiste en intentar comprender (verstehen, en alemán) incluso lo “reprensible y equívoco” de un grupo dado. Que comprender no es aprobar. Y en esto que los alumnos: “y la crisis, doctor, y el baguazo”.

Y yo dale que dale que hay que cumplir con el sílabo, y la politiquería para la pausa del café. Uno de ellos, muy vivo, que si Weber estudia “la acción”, entonces, el flechazo amazónico de Pizango, o la lista de ministros por juramentar (y en esa noche de clase, todavía inconclusa) y retruco, que entonces también la emergencia de subjetividades en torno al crimen de la cantante Alicia Delgado. Ante tal acting out, como dicen los psicólogos, flechazos de selváticos y disparos de terroristas como que se han quedado cortos. Les han robado el show la saga de Pedro César Mamanchura, cogido a 15 minutos del paso fronterizo de Aguas Verdes. ¿Para qué se quedó, me pregunto, en el Hostal Imperial la noche de un fatídico viernes? ¿Y con solo 952 soles en los bolsillos? ¿Y la caja fuerte? Un ex soldado, hombre del pueblo, Mamanchura, cogido en un dramón personal, que ni novela mexicana ni el mismo Shakespeare. No sé cómo decirlo, desde el teatro isabelino del XVI, “la máquina de producción de la pareja” (¿voy bien Lacan?), como que se ha movido. Los amantes de Verona, Romeo y Julieta, eran empalidecidos heterosexuales, los separaba el clan. Hoy, el falo es para quien se lo trabaje, sexo aparte. Y ésta tampoco es historia de pobretonas. Están en escena “Princesas del folclore”, “Reinas de las parranditas” y, en el fuego de la seducción, regalos, camionetas, joyas de oro, viajes. O sea, “tu envidia es mi progreso” (aviso colgado de una combi).

Hay que notar la estilística de la crónica policial: “cada uno es dueño de hacer lo que quiere con su dinero y también con su corazón”, suena como relajada, tolerante pero, hasta donde se sabe, persecuciones y maltratos físicos a los “cabros”, continúan en los Conos. En fin, luce en el caso Delgado/Abencia Meza algo del buen castellano de antaño: lo despiden a Mamanchura por “cizañero”. Otro cronista dice “todo apuntaría a que más que el móvil del robo, lo que le pasó a la infortunada Alicia bien pudo ser un espeluznante crimen pasional” (Trome, 30 de junio). Todo un estilacho en un diario llamado popular, pero notarán, bien dateado y escrito. Además, en la misma página, “La Curacao te regala los mejores electrodomésticos”. La publicidad con sangre entra.

Sostengo, pues, que la presente fase del capitalismo peruano de repente anda por las páginas policiales de los diarios y no por los editoriales sobre cambios ministeriales. Hacen bien los diarios en dedicarles a los líos de la farándula, al Chollywood, el espacio que le dedican, y entre ellos este diario en el cual colaboro, una edición especial el domingo último. Muchos dirán que es servir la morbosidad del lector, verdad a medias. ¿Es morbosa toda la prensa y la mass media mundial dedicada a celebrar a Michael Jackson y, a la vez, a preguntarse si habría muerto asesinado?

En nuestras ciudades sudamericanas, inmensas, Lima incluida, “los territorios de la ilusión”, que diría Monsivais, han cambiado. Al joven de brillante porvenir del pasado lo reemplazan el futbolista, el rockero. La moral modernista la ha entendido el pueblo “conviértete en lo que eres”. La puesta en escena de lo popular no son solo los frentes regionales o la llanta quemada. A veces se parecen temiblemente al bolero, “Yo no sé si es prohibido, si no tiene perdón, si me arrastra al abismo, sólo sé que es amor”. Lucha de clases y otras clases de lucha: el falocentrismo que se ha pasado de bando, y el confuso amor, “te amo pero te mato”, “goza pero no goces”, y así por el estilo. Psicoanálisis, subjetividades emergentes y reverso obsceno se dan de mano en este “superyo por defecto” (Zizek), o sea, la cultura popular se inventa héroes, canallas, víctimas.

Y para concluir, es de lamentar que el ex soldado Mamanchura asesine de modo tan inexperto. Tras cortes chapuceros, otro fallido en la garganta, luego jalones achorados con correa de pantalón, no pues. Es una vergüenza nacional que los cafichazos mexicanos y sicarios colombianos que nos visitan lo hagan mejor. ¡Y esos suicidios con raticida! Acaso la escuelita de valores que inventaron los docentes constructivistas pueda introducir un cursillo sobre la estética del crimen y el suicidio. La actual deja mucho que desear.

Nota:Más allá del falo” es título de un capítulo de Zizek, en Las metástasis del goce, Paidos, México, 1994. Por si acaso.

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Jueves, 27 de agosto de 2009 – Diario La República

Diarios. Sí, pero…

 

Por: Hugo Neira

He recibido la carta clara y amable de Federico de Cárdenas dándome razones a propósito de la nueva diagramación, pautas que acato, como lo prueban estas líneas. Pero justamente quisiera decir algo en la materia. De ahí el cauteloso título. El nuevo formato obliga a la cortedad. Pero ello no me llevará a abandonar, por mi parte, la estructura que siempre aparece en mis artículos, la de una argumentación: un silogismo. He aquí la premisa mayor: cambios gigantescos, espectaculares, se están produciendo en lo que se llama la sociedad de la comunicación en el mundo entero. Y ellos involucran las diversas formas de lectura, impresas a visuales, y sus soportes, computadoras, periódicos, revistas, librerías, bibliotecas y editoras. Todo.

Lo que voy a sostener en líneas inmediatas proviene de los foros internacionales en los que he participado los últimos tres años en tanto que director de una gran biblioteca del Perú, no en muchos, pero sí en alguno que me permitió entrar en relación (por mail, luego de asistir) con diversos expertos, sobre el futuro de la producción, comercialización y preservación de libros (valga decir Bibliotecas) y aunque no era mi propósito, también acerca del destino de los diarios en el mundo ante la competencia de lo que se llama caritativamente “nuevas tecnologías de la información”, y que crudamente son los hipermedia. Y bien, los que hacen y leen “blog”, no van a pasarse a la lectura de información en papel. El chateo ofrece lo que uno de los expertos, Kelvin Smith, profesor en Oxford, llama “el reencantamiento de las relaciones cotidianas”. Diarios más ligeros no nos devolverán ese público, pero existen otros. Simultáneamente, y es la segunda premisa, existe un público potencialmente lector. En nuestro propio país lo forman una masa crítica de nuevos profesionales. Al fin y al cabo, son el resultado de unas 75 universidades que mal que bien han hecho nacer clases emergentes. Para entender esto no he necesitado de foros en el exterior sino de viajar por el país. En efecto, un programa me lleva a dictar cursos los fines de semana en provincias. Pero esos públicos de Chiclayo o Cusco no están en los diarios capitalinos, ni sus problemas, ni sus intelectuales, y casi ni sus políticos.

Todo esto conduce a replantear el papel de los diarios. Es hora de preguntarse qué es un diario impreso. ¿De qué debe ocuparse? Nunca como ahora resulta cierto lo que estableció Harold D. Lasswell: el encadenamiento de los medios de comunicación. En pocas palabras, a la noticia se la oye en la radio, se la ve en la TV, y en los diarios, se la comprueba. Dicho esto, quiero acudir al síndrome de Cantinflas. O sea, “si yo fuese diputado”, qué haría yo si fuese accionista, directivo de un cotidiano nacional, dicho lealmente, y sin ninguna intención de darle lecciones a nadie. Buscaría mis aliados naturales en la radio, en la TV, un diario por sí mismo ya no es viable. Asociarse dentro de una cadena de comunicaciones. Crearía lectores, daría espacio a opinadores de provincias. Es un error creer que la gente no quiere orientación.

En suma, el destino de un gran diario nacional, sea éste u otro, no es volverse un blog impreso. Y es conducir la opinión, no seguirla. Cualquier error en la materia nos sería fatal. Nos toca pues, significar y eso precisa de semántica y de espacio. De artículos de fondo y pregunto, ¿por qué no se modifica el diario El País, de Madrid, ni La Jornada, de México? También allá sus jóvenes chatean y tienen mucho más Internet que nosotros. Hay que preguntarse qué está pasando en la sociedad peruana que los ciudadanos no consultan ni leen. Los efectos del señor Vexler y su escuelita constructivista: a capas enteras de nuevos profesionales, no les enseñaron a leer diarios ni libros. ¿Puede restañarse el error de las pedagogías sin aulas de lectura? No lo sé.

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Jueves, 08 de octubre de 2009 – Diario La República

Combi y democracia de masas

 

Por: Hugo Neira

¿Hay una “cultura política” en nuestro país? Sí, pero es difícil, muy difícil de clasificar. Porque esa cultura política, si así llamamos a la suma de conductas con un fuerte componente depresivo y a la vez entusiasta que nos habita, simultáneamente es emprendedora como desmovilizadora, y por lo tanto, repudia toda interpretación. Digamos, al desgaire, que la cultura de la eterna transición peruana es a la vez democrática y antidemocrática. Cultura política hay, pero sinuosa, ambivalente, y no asoma en las encuestas. ¿Por qué habríamos de decir la verdad, si todo el tiempo nos pasamos evitándola? No deberíamos del todo asombrarnos. Pero si una moral asoma en las sinuosidades de las preferencias populares, esta resulta inconfesable. Es una implícita moral del provecho.

Sí, del provecho personal, o grupal, desde las clases altas (altas por ingresos, y punto; de la crisis de las elites habrá que hablar en otra ocasión) hasta la gente, digamos, del “Moqueguazo”. Si esto es cierto, lo del interés personal o grupal, entonces, ¿cultura política que prohíja el clientelismo, la corrupción pasiva y que puede tenderle la cama a un nuevo tipo de autoritarismo? Pues no, tampoco es eso. Porque nuestra cultura política –si por ello llamamos las conductas reales y no los buenos propósitos– como es del provecho lo es también de la protesta. O sea, te apoyo si me apoyas, y si no, la muy difundida teoría del “maltrato”. Aquí estamos en las antípodas de Locke, para quien las ideas ciudadanas se caracterizaban por su simplicidad, eso sería en su tiempo y entre anglosajones, aquí, en el universo del heredado barroco, es todo lo contrario. Nada menos simple que el alma peruana.

Ahora bien, si el “maltrato” es la forma quejosa y extendida de encuesta ciudadana, entonces, gobernar el Perú está lejos de ser una fiesta. Si te dan apoyo, es por poco tiempo. El pueblo tiene a quien gobierna, o cree gobernarlo, en la cuerda floja. Este sistema de castigo de los de abajo a los de arriba no es ni de izquierda ni de derecha, aunque tiene de ambas. En realidad, todo es a medias. País prudentemente de medios tonos, pese a los muchos gritos y muchos tumultos; con revueltas, pero que no necesariamente conducen a la revolución social (mucho riesgo, los que están saliendo de pobres ya son muchos) ni tampoco, no se ilusionen, conducen a la estabilidad. Cierto, no hay parálisis, pero sí ese desconcertante desarrollo a la peruana: sinuoso, tedioso, a empujones.

El empellón es parte de nuestros usos, desde la forma cómo se lleva a los reos a un tribunal, o se sube uno a una combi. Los peruanos viven una vida política muy parecida a la que pasan –muy incómoda– en los pésimos sistemas de transporte masivo. Van a la democracia entre baches y calles inseguras, con el riesgo de desbarrancarse en cualquier momento, porque el chofer se quedó dormido o mete pasajeros canallas en medio de una carretera. Las secretas leyes que rigen nuestra vida peruana no provienen del mercado ni de la religión. Provienen del sistema de transporte masivo. Llaman tránsfugas a los que se bajan de esta u otra combi partidaria, cuando es lo normal si ves que te llevan no a Chiclayo sino al Huallaga. Es de sospechar una relación entre viajar políticamente en disgregadas y privatistas candidaturas y entre esperar el bus que te lleva al trabajo y el aleatorio cambio de humor del ciudadano, no de a pie, sino de taximoto, combi y bus traficado.

Ahora bien, la democracia de masas es transporte de masas. Pero aquí todo lo han privatizado. En las provincias operan brockers, o sea, agentes privados de los asuntos públicos, como irresponsables buses. Así, cada vez que alguien propone un tren que una el Callao con Huancavelica, o remodele el transporte como en Lima, o un nuevo aeropuerto en Abancay, se dice, la democracia saldría ganando. Pero cada vez que un bus se precipita en el vacío y en el llanto, me digo, todavía no hemos salido de la aldea totalitaria.  

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Jueves, 22 de octubre de 2009 – Diario La República

¿Ha dicho usted identidad?

 

Por: Hugo Neira

Hay un concepto que corre calles plazas y plazuelas. Que invade cenáculos culturales, estrados políticos y la intimidad de los peruanos, como asunto capital. Y puede que lo sea más que la pobreza. Ese problema es el de la identidad. En algunos casos, se presenta como dilema atroz. ¿Realmente, tenemos una crisis de identidad? El otro día, en el curso de una visita a Arequipa con ocasión de la Feria Internacional del Libro, a la salida de mi conferencia, me esperaba un grupo de jóvenes. Al filo de la medianoche, nos quedamos conversando un buen rato. Uno de esos jóvenes me expuso sus dudas. Estoy trabajando una posible tesis sobre Confucio, me dice. Pero, prosigue el joven, últimamente me ha interesado Mahoma. Medio pasmado, atino a decirle, ¿pero bueno, donde está el problema? “Tengo una crisis de identidad. No sé por cuál decidirme”.

Un hindú, el economista Amartya Sen (lo cito por lo conocido que es), premio Nobel de Economía de 1998, explica el concepto antropológico de la identidad cultural. «Una misma persona puede ser mujer, ciudadano americano, originario del Caribe, de ascendencia africana, cristiano, liberal, vegetariano, heterosexual». Esto me sirve para decir que hay tres maneras de aproximarse al tema de la identidad. La identidad es individual, y, si alguien se confunde, se cree por ejemplo otra persona, tenemos que llamar a un psicólogo. En los asilos de alienados no falta alguien que se cree Napoleón y a menudo, Jesús de Nazaret. Ahora bien, cuando se trata de identificación a un grupo familiar, clánico, religioso o lingüístico, hablamos de identidad cultural. Esta es inmensamente variada, como lo señala Amartya Sen.

Se está definiendo la identidad como una esencia. Algo secreto, profundo, inamovible. Una suerte de segundo Machu Picchu escondido. Lo de la esencia de la peruanidad, me mata. ¿Será el ceviche? ¿Será la polca, el pasacalle, el huaino o el vals? Y los torturados espíritus entran a la búsqueda de la esencia nacional. Pero eso no es ya antropología, ni historia, sino un retorno pimpante a la filosofía rancia de otras edades. La esencia, la substancia, Dios mío. Lo que tenemos es historia, y en ella, flujo, variabilidad, fisión y fusión. Somos un país de mestizaje, pero no del viejo sentido, hijo de español e india, es decir, como Garcilaso. Somos país mestizo, pero también lo son Brasil, México. Y si se examinan de cerca, todas las naciones del mundo.

Pero, se precisa de naciones. Y de Estado, y “en forma”, como decía Basadre. Es decir quien albergue los derechos de los ciudadanos a sus opciones grupales. En este pasaje del nivel de lo cultural a lo nacional, nos atracamos. Un americano no tiene por lo general ese problema. No lo tiene después de decenios de lucha por obtener derechos cívicos. Pero América se fundó sobre un pacto de pluralidad de religiones. Y se ha continuado. Así, se puede ser de origen europeo, asiático, ser ítalo-americano, black o hispano como dicen, y no es un trastorno. Los “otros”, tienen que aceptarlo. Puede optar, en efecto, por ser protestante, católico o miembro de una de esas estrambóticas iglesias que se inventan cada día, de la religión de Osiris, siempre y cuando no molesten al vecindario. La sacrosanta palabra no es qué es identidad sino, sea la que fuera, que sea respetada porque es un derecho ciudadano. Al estudiante arequipeño le recomendé que para tener identidad nacional debía conocer a nuestros autores. Desde Garcilaso a Vallejo, Scorza, Vargas Llosa. Pasando por Palma, Basadre, etc. No hay que optar en Perú por una idea de identidad cultural única porque eso es excluir a las otras. Pero tener orgullo nacional es posible si se visita la Casa de la Literatura. Ahí están nuestras glorias. Y eso, el buen decir, es identidad peruana.

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Jueves, 06 de octubre de 2011 – Diario La República

Estadio y guerra privada

 

Por: Hugo Neira  

El deporte, el “sport” de los británicos, fue adoptado por el mundo entero. Hace más de un siglo que diversos públicos y en multitud de países, con placer y alegría, gozan de la victoria del equipo favorito pero también de la competición misma. Norbert Elias señalaba su visible secreto: “El sport es la violencia domesticada” (Quest for Excitement, 1986). Del box al fútbol, el espectáculo produce excitación, emociones, y si en su práctica hay enfrentamientos corporales, el riesgo mayor está exceptuado. El deporte no está hecho para matar. Es simulacro del combate pero no el combate mismo. Si es sangre y muerte es otra cosa. Y por eso estamos en estos días tan conmovidos. Por ese asesinato ocurrido en un estadio.

A la violencia ya estábamos como habituados. Desde el VRAE, cuyos  adolescentes se bajan helicópteros, a violencias triviales, como el colectivo que puede ser tu peor enemigo, o la niña que perece por manejar unas bombardas de fiesta. No es asunto solo capitalino, en el fondo de Huaral vivía el peruano que las autoridades argentinas reclamaron por haber matado a su conviviente. Como escribe Carlos Galdos en “Somos”, se tiene miedo de ir al centro, a una discoteca, a esperar a la enamorada en la calle. La violencia nuestra suele ser extravagante: un joven policía se suicida en un restaurante de Pueblo Libre. Muchas veces se ha asociado la violencia urbana al fútbol y este diario acaba de recordarlo. Los encapuchados de la barra del Alianza Lima que dispararon contra Víctor Tuesta, de 23 años. O la barra de “los callejeros” que atacó de un disparo a un hincha aliancista. Esos crímenes fueron en las inmediaciones de los estadios, pero al joven Walter Oyarce acaban de arrojarlo desde un palco del Monumental. Asistimos a la destrucción del concepto mismo de Estadio. No los inventan ni los conquistadores ni la cristiandad medieval. Fue invento de los griegos antiguos.

Atenas, habitada por guerreros-ciudadanos, los hoplitas, crea esos juegos entre guerra y guerra, y esos espacios, los estadios, no para eliminar el instinto de muerte sino para rebajarlo, limarlo. No quiero aquí extenderme sobre cómo se enfrentaban en la lucha libre a mano desnuda y se rompían vértebras y costillas. Los ingleses humanizan esos juegos brutales, e introducen entre aldea y aldea rivales, un objeto, el balón. Sublimación del deseo de atacar físicamente al rival, aunque en el otro fútbol, el rugby, se permite el tacle. Y ese deporte que casi no practicamos, no tiene “barras bravas”, vaya usted a saber por qué. Ahora bien, que el estadio moderno se vuelva su antípoda, el circo romano, no para la competencia deportiva sino de improvisados gladiadores, no es incidente reducible a matricular las barras bravas. Todos hemos visto a “Los Reyes del Monumental” en foto a cinco columnas: un grupo de hombres jóvenes, fornidos, pecho al viento, satisfechos. David Sánchez-Manríquez, José Roque, Jorge Montoya, Richard Valverde. No los llamaré ni “loco”, “cholo”, ni “negro”. Pero sí cabe preguntarse ¿qué son? No falta el criminólogo, “trastorno psicosocial”. Qué fácil. Y otro, en El Comercio, “la violencia no es clasista”.

Discrepo. Los que a Walter Oyarce “le levantan la pierna izquierda mientras otro lo empuja con las manos”, no vienen de los conos pobres sino de La Molina y de Chorrillos. Cuando uno de ellos se asusta, toma un avión y “se quita” a Miami. Mataron, y de paso se exhibieron. Los héroes del estadio no fueron entonces los jugadores ni el equipo que competía, se robaron el show los violentos. Narcisismo descomunal, nada de ser simples espectadores. Y sabiendo que había cámaras, ¡el deliberado deseo de transgredir! Pero del palco 130 al 128 saltaron a la barbarie. La camiseta de un club fue su pretexto. Exhibieron en el Monumental una violencia de muchachones acomodados, prueba que nuestro actual tipo de crecimiento económico no conduce a la civilización. Conduce a una suerte de hitlerismo privatista, abrumador. Lanzando a Oyarce nos matan la esperanza. ¿A más dinero, peor nos irá?

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