Conciencia y falsa conciencia

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11/12/2007 – Diario La República

Por: Hugo Neira

El poder del Magisterium

 

Vas al cine, nada más simple, días navideños, y tras una película que dicen para niños, en la magia onírica del cinematógrafo, te ves envuelto en un mundo de imaginación. Un inquietante mundo paralelo en el que cada quien tiene unos animales domésticos, llamados "daemos", perros, gatos, ardillas o pájaros, que son el alma de las personas. Ahora bien, en ese mundo el poder total reside en una suerte de congregación llamada Magisterium. Ella se encarga de evitar que los niños crezcan. Y así, este cronista, que creyó ir al cine a distraerse, es devuelto al más grave de nuestros problemas peruanos: la educación y sus sectas pedagógicas.

Para comenzar, la historia transcurre en un universo paralelo. No es nuestro planeta, pero se le parece muchísimo. Hay tierras frías, heladas, una Noruega, y hay osos (uno magnífico, con coraza, para algunos lo mejor del filme). No faltará el espectador que objetará la propuesta de mundos paralelos. Quien así razone no está al tanto de la actual astrofísica. Las estrellas que vemos en el cielo (acaso no en Lima, pero sí en los estrellados cielos andinos) son parte de una sola galaxia, la nuestra, la Vía Láctea. Ahora bien, la nuestra, es apenas una entre cientos de miles de millones de galaxias. (J. Gribbin, El caos y la complejidad). Al punto que si tuviera que poner una cifra, sería una con 24 ceros de planetas posibles, así que mejor lo dejamos ahí.

Para proseguir, conviene recordar que la literatura infantil no ha sido nunca del todo infantil. Sus obras expresan a menudo a escritores adultos y a sus fastidios. Jonathan Swift describe lo poco que le gustaba la Inglaterra de su tiempo ("Liliput", la pequeña puta). Tras los cuentos de navidad de la literatura inglesa está el horror de la miseria proletaria y eso es el "Oliver Twist" de Dickens. La curiosidad de niños y adultos europeos de fines del siglo XIX son el público de Jules Verne. Cierto, es la otra lectura, la de la sospecha.  Literatura de soterrada angustia, según los psicoanalistas, en ella laten las pesadillas de los más pequeños, brujas y enanos maléficos, y lobos que se comen las caperucitas rojas. Ya no se discute esa versión dura del mundo, los pulgarcitos abandonados en el bosque de la vida, acosados por los ogros. Es decir, los temibles adultos. ¿Literatura con monstruos? Es mejor, es precaución.

En aquella tierra paralela se ha desarrollado otra civilización industrial. En "La brújula dorada" el guionista se divierte proponiendo un mundo donde las añejas invenciones no se dejaron de lado y vuelan los dirigibles, no los aviones. Los coches son eléctricos y no de explosión de gases. Pero las diferencias decisivas son de actitud mental. Algo ha pasado en ese mundo paralelo. No han evolucionado hacia una sociedad de individuos, no aplauden las ideas nuevas, al hábito de pensar libremente. Separando a los niños de sus "daemos", los separan de su propia conciencia, de su alma.  Se entiende, entonces, el sentido de la lucha de la heroína, la niña Lyra. En su derecho a buscar, por su cuenta, la verdad. Se lo impide el Magisterium, y su hábil y encantadora emisaria, Marisa Coulter, encarnada por Nicole Kidman, más bella que nunca, y en este filme, más ambigua, perversa que nunca. La Kidman, suave nazi futurista, dice que "los humanos en otro momento pecaron" y entonces la finalidad del Magisterium, orden totalitario-pedagógica, es velar para que nadie piense por su cuenta. Incluso el uso de esa idea de "daemos" –viene del griego, de Homero, quiere decir no el diablo sino un ser inteligente, interior– sorprende por su sofisticación, rara en un filme que aspira a la taquilla. Así, la clave es la llamada "brújula dorada", un objeto de consulta, pero no lo que dice bobamente Yahoo, que contiene "la verdad suprema". No, permite buscarla. Se mueve una aguja, pero si se le  hace "la buena pregunta". ¿Y no es eso la clave de toda buena educación? ¿Saber interrogarse?

Hay, pues, contenido filosófico. La intriga gira en torno a la lucha por resguardar "el liberium arbitrum", o sea, la capacidad de optar entre el bien y el mal. Me parece, doctrina de San Agustín, y entonces no se entendería los calores de los sectores más conservadores del catolicismo norteamericano: la idea moderna de libertad individual tiene el antecedente cristiano del libre arbitrio. Salvo que la campaña actual contra "La brújula dorada" sea un arreglo de cuentas con P. Pullman, un libre pensador muy conocido, cuyas novelas han servido al guión. Filme complejo, para adultos y niños avispados, pero saludable al explorar nuevos territorios de magia y reencantamiento. ¿Y guerras futuras por la libertad de pensar?  En fin, no sé si el "Magisterium" es símbolo de la vieja Inquisición o de sectas pedagógicas recientes, las de por aquí, ocupadas no tanto en que los pequeños aprendan métodos y materias sino en que coincidan con su medio social aunque este sea mediocre. ¿Cómo se enteró el director Chris Weitz de nuestros problemas? Se agradece.

 

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03/04/2007 – Diario La República

Por: Hugo Neira

De la práctica de leer sentado

 

No te sorprenderá, Miguel Ángel, que te escriba a los pocos días de mi vuelta a Lima. Te había prometido un "rapport" más extenso para tu diario ‘The New Barcelona’, pero quiero hacerte partícipe inmediatamente de mi asombro. La ciudad, hoy con cerca de 16 millones de seres humanos, me ha impresionado. Es verdad que, vuelto después de 10 años, en el 2016, Lima no es la que dejé.

Me dirás qué es lo que más me impresiona de entrada, te diré que la reforma del transporte público. Dos grandes ejes atraviesan la enorme ciudad, uno de norte a sur, en el que vagamente se puede reconocer los restos del antiguo proyecto del tren eléctrico, sus columnas inocupadas hasta el 2007, y otros tramos que se le han añadido. Mis paisanos han optado por lo rápido y aéreo pero, en el segundo medio de transporte masivo de pasajeros que va, esta vez, del mar hacia las estribaciones andinas, en términos limeños, de Magdalena del Mar hasta el fondo de La Molina, sí han cavado. Ambas vías forman como una gran cruz. Son trenes rápidos de pasajeros, el último que acabo de señalar, va por debajo de lo que fuera la avenida Brasil, antes lugar de exhibiciones marciales y hoy gran eje en beneficio de millones de peruanos.

¿Por qué me entusiasma tanto este aspecto? La metamorfosis de Lima es total. Ni rastro de la antigua capital, de micros ruidosos, de atascos y fastidios mil. Como comprenderás, que millones de peruanos viajen sentados cómodamente, ha cambiado no solamente el humor de los ciudadanos sino sus hábitos. La lectura –recuerda los cargos que en el pasado tuve en la materia– se ha vuelto de golpe masiva. Sé que sabes esto porque varias editoriales catalanas (después que ustedes se independizaran del Estado español) se han instalado en Lima. Tus amigos han visto el efecto pero no la causa. La causa es el transporte. En el pasado, lo recuerdo bien, era casi imposible volver a salir de casa al llegar del trabajo, ahora no, la gente, gracias al metro, va de compras en cualquier momento (las súpertiendas permanecen abiertas las 24 horas), al cine, pasean, y el comercio se ha multiplicado por mil. Nadie se explica cómo se pudo vivir en Lima antigua sin transportes masivos, y menos por qué los sucesivos gobiernos tardaron tanto en darse cuenta de ese hecho, sin embargo, simple. No es posible una gran metrópoli sin trenes de velocidad.

Hoy además existen lugares de esparcimiento que no existían cuando aquí vivía, y que le dan ahora a la vida limeña un nervio diferente. Por ejemplo, el gran eje de la avenida Leguía, antes avenida Arequipa. Para comenzar, el devolverle el nombre que debió siempre tener, el de un Presidente de comienzos del siglo XX, que en efecto, acabó su vida como un tirano pero también es verdad que fue un gran modernizador. Ahora bien, cuando vivía en Lima, hace diez años, este trayecto era el de una avenida estrecha, de tráfico casi imposible. Dos gobiernos seguidos se han empleado en remodelarla. Un tranvía rapidísimo va por su eje central, y a los lados, caminos peatonales. Es un paseo encantador, kilómetros de tiendas comerciales, cafés al aire libre, cines y librerías, algo así como las ramblas catalanas pero mucho más extensas. Y como nunca llueve, ya me dirás. Sin duda ha jugado un papel decisivo el que diversos Ministerios, por un golpe de genio de un Primer Ministro, llevaran oficinas y servicios públicos a este eje, abriendo el paso a lo que fue luego un pingüe negocio para propietarios.

En fin, lo mejor lo guardo para el final. Saliendo ya de la enorme ciudad, como resultado de los inmensos chantiers abiertos por el presidente García para generar empleo por vía de una alianza entre el fisco y un "pool" de empresas privadas, se extiende algo formidable. Unos dicen que es algo como la ciudad "des Sciences et de l’ Industrie" de la Villette en las afueras de París, otros el "Bombay Corporation" de la India, o más simplemente, una serie interminable de pabellones con exposiciones permanentes y temporales, islas temáticas las llaman los peruanos (biodiversidad, océanos, tecnologías nuevas) dedicadas a actividades lúdicas como científicas. Esta demanda de entretenimiento masivo es reciente. Hoy los visitantes admiran, en las inmensas instalaciones, el progreso paso a paso de la ciencia y el saber humano. Este hábito cultural se instaló en el imaginario social cuando diversas fuerzas políticas y la opinión en general, llegaron a la conclusión, entre el 2007 y el 2012, que la reforma de la educación, por entonces emprendida, no era suficiente para hacer entrar al Perú por completo en la modernidad, la sociedad del conocimiento y el siglo XXI. Me dicen que los visitantes de estos parques sumaron el último año los 5 millones.

 

Y en eso, me desperté.

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15/07/ 2006 – Diario La República

Por: Hugo Neira

Cabezazo. Ética. Zinedine Zidane

 

¿Un gesto deportivo (un mal gesto) puede convertirse en asunto de debate público? Si cabe que así sea, cuando el gesto se produce en un Mundial, en Alemania 2006, y en el partido decisivo por la Copa. Hablo de la falta de Zinedine Zidane al italiano Marco Materazzi. Hablo de un cabezazo que, en directo, fue visto por nada menos que 1,500 millones de seres humanos. Complejo y grave acontecimiento. Variada temática por razones que se explican a continuación.

Unos días antes del encuentro final, el mismo “Zizou” había sido convertido, por la misma magia perversa de “los medios” que luego lo exhibirían en su mal humor, como el héroe indiscutible de la Copa del Mundo. Venía a encarnar Zidane a un equipo francés acusado de una francesidad sólo de nombre. La respuesta era el equipo mismo, en realidad constituido por jugadores de orígenes étnicos diferentes, un equipo blanco-negro-árabe, cantando “La Marsellesa” y batiéndose por la camiseta azul, “les Bleus” símbolo de la inclusión racial a la francesa. Hasta el cabezazo de “Zizou”.

El diario Le Monde hace la pregunta siguiente a sus lectores. “El gesto de Zidane ante un defensor italiano que le vale una tarjeta roja al final de la Copa del mundo de fútbol, es para usted: a) perdonable debido a la tensión del partido y al insulto recibido, b) o no perdonable, al dar un mal ejemplo de tomar la justicia por su propia cuenta. El gran diario francés no pregunta por azar y suele dedicar sus encuestas a grandes asuntos públicos. Estoy diciendo, pues, que el tema en debate deja de ser únicamente de fútbol o de deporte, se vuelve tema moral, de ética.

¿Se hunde no solo la imagen de “Zizou” sino las posibilidades del deporte mismo como el lugar en que se sublima la violencia social? En este caso, no la sublima, la exhibe. Y por partida doble. Los prejuicios del italiano Materazzi que tiene a flor de labios el insulto racial. Y así, el reflexivo Zidane, por lo general ecuánime, esta vez deja de serlo. Y responde con un cabezazo que hará escuela. ¿Zidane, héroe o mártir? Hay que situar este debate en su contexto, cómo se puede percibir fuera de Europa es una cosa y otra en la misma nación francesa, en donde el tema de la integración, la violencia física en las ciudades y barrios habitados por población de origen marroquí y argelina, lleva al malestar de esa parte nada desdeñable de la población francesa, de los hijos y nietos de esa inmigración llamados beurs, expresión intraducible porque deriva de una expresión de la lengua árabe.

Violencia, pan de cada día de los servicios de migración, de la policía y los medios de prensa, dada la regularidad con que se incendian misteriosamente en la noche urbana coches de particulares, como se ha visto en los motines del otoño pasado. No, la cosa arde por el lado racial. Tanto o más que en el mítico Bronx de los neoyorkinos, el Belleville de los parisinos, donde la comunidad del África del norte se ha aposentado, con tiendas especializadas en frutos exóticos, restaurantes hindúes o turcos, por lo general encantadores, pero que de un instante a otro se vuelven un polvorín. Zonas urbanas de malestar confuso la zone. Nada de fiar. De imprecisas fronteras entre la calma y la protesta (como en la rica Vicky limeña, o el nocturno Barranco).

Pero a lo que voy, hasta el cabezazo de Zidane, franceses de origen e hijos y nietos de la inmigración, se habían hallado un alma en el multirracial equipo de “Les Bleus”. Y calmaban el ánimo los Thierry Henry, los Thuram, para irritación de los neofascistas europeos, mientras provocaban, dicho sea de paso, una cierta envidia en los países anglosajones. Hace poco leía en The Washington Post el argumento siguiente. En el equipo de fútbol francés, 17 de 23 jugadores son de color, en la Asamblea Nacional de 577 miembros, solamente 11 lo son. ¡Bingo! La victoria de Francia ante Portugal había sido festejada en las calles por las poblaciones árabes y negras. ¿Y después del cabezazo? ¿Y tras la ausencia de Zidane cuando los tiros al arco?

Este cronista tuvo, bajo la impresión del momento, una reacción de censura. Me dije, qué lástima, que ausencia de autocontrol. Pero –Dios y los imbéciles no se equivocan nunca– me puse a reconsiderar el asunto. No hay que ser un experto en inteligencia para leer sobre los labios. Los labios sucios de Materazzi. Hay que saber dos cosas. Por una parte, en casi todos los países de Europa, un insulto de carácter racista es materia de denuncia judicial por el agraviado. Y de la otra, que existen frases breves, hirientes, en francés, que expresan racismo: “sale juif”, “sale noir”, “sale arabe”. O sea, sucio judío, sucio negro, sucio árabe. Es de baja estofa usarlas, pero ocurre. Y los futbolistas como Materazzi, cosmopolitas forzados, las aprenden. Me dije, lo han insultado.

Hoy, en efecto, sabemos que fue así. De modo que a “Zizou” no le quedó otra que elegir entre un comportamiento moral o un comportamiento ético. No, no es lo mismo. Moral es lo que el conjunto social manda hacer o no hacer. No es inmoral en playas europeas, por ejemplo, que las damas se bañen con los senos al aire. En otras sociedades, sí lo es. La moral la determinan la colectividad, las costumbres. La ética, en cambio, es personal, es de libre elección. Es estima de sí mismo. Zidane ha señalado en sus últimas declaraciones, que a sus espaldas, el jugador italiano lo insultó tres veces seguidas. Retrocedió, y le dio un cabezazo en el pecho, no en el rostro. En resumidas cuentas, Zidane dejó de lado la moral del deporte, y ante 1,500 millones de seres humanos, castigó a un racista. Me parece un gesto ético.

¿Qué es ética? «No vivir de cualquier manera», dice el filósofo español Fernando Savater. Entonces, el cabezazo lo reciben también Mussolini, Hitler y los partidarios de la segregación étnica; y, por estos lados, del trato discriminatorio. Zidane: un gentleman. Los caballeros también se baten. Cuando los insultan.

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17/06/2006 – Diario La República

Por: Hugo Neira

Fútbol y civilización

 

La intención de esta crónica no es sino la de ser fiel a mí mismo. El fútbol formó parte de mi vida de niño en el arrabalero Lince de mi infancia en donde íbamos a jugar al Maquilón, un estadio rupestre que ha desaparecido. En el colegio secundario era parte del seleccionado para el atletismo, y en consecuencia, el profesor de gimnasia, Conrado Pérez (qué lujos de los colegios estatales de entonces), me tenía prohibido jugar fútbol porque era velocista. “Los músculos se forman de manera diferente”, argumentaba. Pero en cuanto podía, me jugaba mi partidazo, veloz y zurdo, o sea, un buen puntero izquierdo.

Hoy, hablando de estas cosas con un joven amigo mío, con Alberto Vergara, hoy profesor en la PUCP, el brillante Vergara a quien le espera un destino en Canadá, me decía que en el fútbol se aprende cuanto hay de la vida misma, y él, juega con apasionamiento. ¿Qué se aprende? La importancia de la técnica, la rigurosa preparación, el espíritu de equipo pero también que existe la astucia, la finta, la zancadilla, y hasta el golpe bajo, la maldad. Nadie puede estar seguro de nada. Los dioses del estadio nos recuerdan que existen los dioses, es decir, el azar, categoría que por nuestra parte introducimos en la historia y las ciencias sociales.

Cuando el que escribe era un estudiante pobre que le hacía fichas al maestro Porras en la casa de Colina, un día se me acerca Porras y me dice: “Oiga Usted, le gusta el fútbol, ¿no es cierto?”. Le digo que sí y me extiende un cartón. “Es un pase permanente para el palco oficial del estadio. Yo no tengo tiempo”. Porras era entonces senador y andaba hasta el gorro con sus comisiones parlamentarias. Y añadió como en broma: “Ahí se va a encontrar con un amigo suyo”. No entendí hasta que fui, en efecto, al Estadio Nacional y en el palco de marras me encontré a Jorge Basadre, el otro ilustre invitado de honor de la Federación de Fútbol. Ya sé que les va a llenar de envidia, pero qué remedio: durante años coincidí con el maestro Basadre, quien en cada ocasión me indicaba que me sentara cerca de él para comentar. Basadre, espectador de partidos de fútbol en el Nacional, no paraba de señalar las misteriosas correlaciones entre el carácter nacional y lo que ocurría en la cancha. Lince y Basadre, se entra en la vida con calle pero también con palco.

Es cierto que los detractores del fútbol recuerdan que los estadios sirven al poder desde los tiempos del César romano a las tiranías modernas, y que en efecto, desde los estadios repletos de adherentes a Hitler a la junta militar argentina de los ochenta, diversos autoritarismos y totalitarismos intentaron legitimarse. Pero hay pueblos y regímenes democráticos que igual lo cultivan sin que la legitimidad pase por las barras bravas. Es un hecho, el fútbol subyuga a pueblos y naciones. Pues bien, ¿qué es lo que en él subyuga? Intentaré una apretada respuesta.

No solo el fútbol es deporte, es también ceremonia, negocio y un apasionante enigma. Dado el papel que tiene lo imprevisible, “en fútbol, todo es posible”, la gente siente y presiente la presencia del azar, es decir, del sino. Cada partido es la demostración masiva y contundente de que más allá de la táctica existe algo que bien podemos llamar como los antiguos, el destino. Esa intuición del imaginario colectivo, bastante escéptico en otros dominios terrestres o celestes, por el poder de las comunicaciones, da en los mundiales la vuelta al mundo. Así, el fútbol ocupa el lugar del drama teatral en el mundo antiguo. Los griegos inventaron la tragedia y le dieron los más grandes espacios que sus recursos le permitían, los anfiteatros magníficos que hoy se visitan. Los romanos, es sabido, el circo, que dicho sea de paso, es monumental. Nosotros, no los peruanos ni los latinoamericanos ni los europeos, el planeta entero, le ofrece el inmenso circo romano de nuestro tiempo, vale decir, los medios de comunicación.

Si el planeta es un balón de fútbol, no faltarán los remisos, inmunes y vacunados, allá ellos. Pero la cuestión de si el fútbol y en general los deportes son una forma suprema del mundo contemporáneo de conquista de salud o una forma más de consumismo y alienación, carece de una respuesta definitiva. Los estadios son políticos pero en un registro que igual distribuye favores a los regímenes autoritarios como abuchea a políticos oportunistas. Nada lleva a creer que el aficionado a deportes de masas es un idiota cultural o un fanático o un alienado al “pan y circo” del capitalismo tardío. Se olvida con facilidad que la civilización que la inventó, que le dio su espíritu, sus reglas, es la Inglaterra liberal del siglo XIX, la misma que inventó el parlamentarismo, el fair play, el culto por la ropa de tweed y el paseo rutinario con perros civilizados. No es solamente que en sociedades de la competencia individual y la meritocracia que ahora casi lo son todas, el fútbol en particular viene a encarnar un ideal democrático por aquello del ascenso social, y de ahí la tenaz esperanza, “cualquiera puede volverse un grande”, como Pelé o Maradona.

Pero hay algo más: el juego del fútbol indica, como en todos los otros deportes, que no hay juego si no se cumplen reglas. Es el estadio el lugar en donde se puede lucir la mayor habilidad personal pero donde hay un árbitro. No encuentro mejor metáfora viviente de que es ante el mercado, la pasión del poder, y la maldad innata en los hombres, el papel del reglamento, la ley, el orden que cuida la libertad, y los límites mismos de esa libertad. ¿Se han fijado que cada deporte prohíbe algo? El tocar la pelota con las manos en el fútbol. No se usan los pies en basket-ball. Cada prohibición moderna, como quien no quiere la cosa, reintroduce lo sagrado, lo prohibido. Y es lección de multitudes. Cuando pasen las centurias, y los historiadores nos miren con el sosiego y la distancia que ahora no tenemos, se verá que el denigrado deporte sirvió a formar una civilización universal tanto como la democracia y las escuelas. Jugando jugando, es la más alta escuela de vida. ¿No les llama la atención que cuando los jugadores terminan de jugar, se abrazan? Y hacen lo que algunos políticos (que se toman por guerreros) no pueden, o les cuesta un mundo saludarse.

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