Incas y falsedades

Written By: Hugo Neira - Jun• 05•23

El Imperio Socialista de los Incas (o L’empire socialiste des Inkas, su título original de 1928, traducido al castellano en 1940 por la editora Ziz-Zag de Chile y Rodas de Madrid en 1972) es un ensayo del economista francés Louis Baudin. El título ha sido un gran error, una confusión, que hizo el libro más conocido. Tuvo muchas ediciones posteriores a estas en castellano.

Si acudimos al libro El desarrollo del Estado inca, publicado en el Perú en 1996 por el Centro Bartolomé de Las Casas del Cusco, el investigador Brian S. Bauer resalta el “caso particular” que fue el mundo inca. No fue socialista. En 1531, los españoles descubren el Estado más grande de América, que se extendía desde el Ecuador de hoy hasta Chile, Santiago, y se vuelve imperio gracias al sistema de los ayllus, las comunidades rurales andinas, que contaban con su propia jerarquía interna. Gracias a esta investigación, sabemos que su desarrollo fue obra de los propios indios gracias al modelo de organización social andina, el ayllu. “Ayllus económicamente independientes ordenados según su tamaño y su posición social inherente. Estaban organizados en parcialidades por aldeas. Las relaciones simétricas entre las parcialidades eran esenciales para la reproducción de la comunidad como un todo, pero ellas también expresaban un ordenamiento jerárquico en términos de su relación relativa con el exterior”. (Bauer, p. 169). Sin embargo, Baudin llamó a esta organización “socialista”. Conviene decir que las organizaciones socialistas fueron muy posteriores a los Incas, es un concepto que viene de la civilización que había entrado a la industrialización. Por lo tanto, lo de “socialista” es solo una metáfora. (Los incas ignoraban la escritura y los “trabajadores” de la sociedad industrial.) No cualquier grupo social organizado es un socialismo. Lo que sostiene Bauer es que se desarrollaron según su propia conceptualización (la dualidad andina, las parcialidades) que remonta al periodo llamado Killke (1000-1476 d.C.), anterior a los incas. Un concepto marxista no puede aplicar a una época premarxista. El libro de Bauer es serio, ha sido revisado ante su publicación por una docena de lectores universitarios críticos (Tom Zuidema, Terence Turner, Jeffrey Parsons, Jane Buikstra).

Lo que sucede es que Baudin era un europeo que nunca había visitado el mundo andino. No entendía que la organización inca era sui géneris. Otras civilizaciones han tenido una organización propia, es el caso de los egipcios de los cuales le hablé al lector en este mismo portal hace un tiempo (https://elmontonero.pe/columnas/para-la-presidencia-y-el-estado-se-necesita-una-batuta). Hay un libro formidable sobre el tema, Instituciones de Egipto, publicado por Cátedra, en Madrid, en 1998. Organización social y jerarquía ha habido en el Asia, el África sin que se supiera de su existencia. Los incas tenían en su jerarquía social una manera de “unir a los distintos grupos étnicos de la zona del Cuzco como ‘incas’ que los separaba de la elite reinante” (Bauer, p. 41). En fin, es muy probable que el francés Baudin calificó de “socialista” al imperio inca con la mejor voluntad de hacerse entender (ausencia de propiedad privada de la tierra), pero deja la impresión de que no podía existir otra organización colectiva que la socialista, y eso antes de Karl Marx y su visión del mundo. No todo lo que está fuera del mundo europeo carece de racionalidad ni está perdido, eso es el pecado del eurocentrismo. Sistemas muy distintos a los que conocían los europeos, pero bien organizados.

Lo que los europeos trajeron a los indoamericanos que practicaban los sacrificios humanos, es la filosofía, el pensamiento estrictamente racional. “Antes de la Conquista, el pensamiento precolombino se vinculaba a la etnología, la mitología, el folclor o la historia de las religiones”, recuerda Alain Guy, filósofo e hispanista, en la Encyclopédie Philosophique Universelle (PUF, París, volumen IV. “Le Discours Philosophique” de 1998). Y John Arthur Passmore, filósofo australiano, recuerda, en el mismo libro, que “los aborígenes de Australia supieron desarrollar mitologías complejas en el arte y los rituales, pero nunca fueron filósofos. La filosofía australiana es un fenómeno del siglo XX”. 

El ser humano ha dejado de ser un animal en el momento que dejó de ser caníbal. Largo tiempo nos hemos preguntado qué es lo que nos hace humanos. Y los hombres hemos desarrollado muchas teorías. Para Aristóteles, era la razón. Para Descartes, la conciencia. Para Cassirer, el lenguaje. Para Heidegger, la imaginación. Para los culturalistas, era la cultura y la sociedad para Durkheim. O también la ausencia de natura (A. Gehlen, K. Lorenz) o la herramienta (K. P. Oakley). Y para Marx, era el trabajo…, como lo recuerda el gran sociólogo francés y editor, Jean-François Dortier, en una síntesis del 2004, señalando de paso que ninguna de estas respuestas por sí sola nos satisface. Las fronteras que nos esforzamos en establecer con el animal se han derrumbado los últimos años con los estudios de los filósofos, biólogos y etólogos. Las termitas, las hormigas o las abejas, trabajan todo el día, transforman la naturaleza para sus necesidades y viven en un mundo artificial creado por ellas mismas. Así no basta la técnica y el trabajo para definir nuestra condición humana. Sigue siendo un problema y una tarea de actualidad. Pero si se quiere estudiar las etapas de la formación del hombre, las religiones han sido decisivas. La llegada a América del cristianismo, un monoteísmo, acaba con los cultos paganos y cambia la sociedad sudamericana.

Publicado en El Montonero., 5 de junio de 2023

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La fatal errancia

Written By: Hugo Neira - May• 30•23

Escribo desde un lugar lejano de América Latina, un lugar de Europa a finales del siglo XXI.

A este lugar llegué porque me invitaron a un coloquio sobre los grandes pensadores del siglo XX. Yo elegí hablar del filósofo español Ortega & Gasset y la idea de nación de la que me había ocupado en un libro publicado en el 2013, ¿Qué es Nación? Cómo se había forjado en países muy distintos no solo por su tamaño sino por su cultura. Mientras transcurre el evento, en el hotel donde estoy alojado, se lava mi escasa ropa de fibra textil, se preparan comidas y bufetes de una gran variedad de productos frescos y sanos traídos de zonas lejanas en un tiempo récord gracias a los avances de la tecnología y biotecnología, algo que era imposible hacer decenios atrás.

La velocidad de la comunicación es el punto central de mi argumento. Yo prefiero pensar y tomarme el tiempo que esto necesita en vez de comunicar instantáneamente, cosa que la tecnología permite hacer, y no solo por vía oral como antes el teléfono fijo sino con imágenes y por escrito. A escribir como si se conversara nos han acostumbrado el chat y las aplicaciones. Así se puede atender cada vez mejor y dónde sea al ser humano en dificultad, pero cuando se trata de problemas de la sociedad humana, de su organización, preferiría que nos tomáramos un tiempo para pensar antes de opinar. La tentación del pensamiento hecho a la carrera es muy grande y cada vez más traba la búsqueda de salidas viables. Vimos lo que pasó en los últimos decenios de este siglo.

Cuando apareció el libro en el mundo, los textos llamaban a la reflexión, a la meditación. Permitieron construir el conocimiento y su difusión, fijar la memoria colectiva, estimular la imaginación. Un libro es para consultar o leer una y otra vez, es formativo. La imagen los volvió más atractivos y convincentes aún. Pero hoy la imagen, como decía Sartori, ha invadido nuestras vidas y devorado el pensamiento humano. Y me pregunto qué pasaría mañana si dejáramos los libros, las tesis y el pensamiento racional, los epistemes, que son la marca de las grandes civilizaciones, lo que nos permite llegar a la verdad, y tomaran su sitio las opiniones, o sea la doxa. Solo un viajero en el tiempo, en este caso venido del futuro, podría darse cuenta de que cuando se hacen las cosas con excesiva velocidad, los seres humanos caen en un error permanente. Así se perdió la sabiduría de los libros sagrados, el pensamiento científico y la filosofía y sufrimos tantas desgracias y tiranías. Porque el libro perdió su poder.

Claro que el arte y su poder de expresión —que sea la pintura, la música o el cine— es respetable, pero imaginemos un mundo solo de música y de prédica, por ejemplo, lo que se hace en los mítines en torno a una ideología. El llamado es a la emoción, al sentimiento, y es poderoso. Ante seres humanos desprovistas de una formación racional suficiente, el llamado a las emociones puede perder una sociedad. Pero tenemos también el caso paradójico de Alemania en los años treinta. Una nación racional, científica, de las más civilizadas de su tiempo, que se dejó vencer por el poder de las emociones que Hitler supo manejar con maestría. No podemos dejar la racionalidad que nos obliga a pensar por cuenta propia y preferirle seguir una corriente. Si todo es emoción y fe, la humanidad está perdida.

La política, la libertad y la democracia vienen de la Vieja Europa, de la Grecia antigua, no del mundo de las emociones de Hitler.  El logos de los griegos, la razón. En Atenas, el guerrero, el hoplita, sabía manejar las armas tanto como sabía pensar. Y construyeron un mundo por encima de las emociones y los sentimientos en el que importaba la razón. No debemos olvidar nunca la importancia de la razón. La verdadera identidad del ser humano es razón más emoción, no un abandono a los bajos instintos. Sin razón, sin cultura, el ser humano es incompleto.

El primer viajero que llegó a nuestro continente y regresó fue Colón. Luego llegaron muchos más, los llamaron emigrantes. La mayoría de los conocimientos que manejamos aparecieron en la Vieja Europa que siempre ha parecido más joven que el Nuevo Mundo. Las ideas, sin embargo, dieron la vuelta al mundo por completo. En los Estados Unidos y en la Vieja Europa fue donde se produjeron las más grandes sorpresas en materia de conocimientos. Los países que se emanciparon de los imperios perdieron el tiempo buscando vivir y trabajar de una manera distinta al viejo mundo industrializado. No lo emularon. No es lo mismo tener aviones, barcos, o teléfonos celulares importados que fabricarlos. Sucedió lo mismo en materia de salud humana. Los países periféricos vueltos independientes no se esforzaron en desarrollar servicios que alcancen a todos.

Los sudamericanos no fuimos capaces de ser un Asia latinoamericana, ni pudimos unirnos para hacernos escuchar y pesar en la economía-mundo. Así, si a América Latina se puede entrar, no se puede salir, todas las salidas son terribles. No solo nos falta la cultura industrial sino la filosofía, las modalidades políticas. No tuvimos monarquías, pero sí caudillos y repúblicas a medias. Nos faltó el amor a la ley que siempre existió en las repúblicas del Viejo Mundo y la de Estados Unidos. Al no tener una masificación de ciudadanos y basamentos sociales, se llega al poder a través de la violencia. Y no salimos de las democracias «procedimentales», y de la «finta» de la democracia.

PD: El autor es sociólogo por La Sorbona (EHESS) y ha sido docente universitario, por concurso público, en Francia. La Educación Nacional de este país lo nombró en la Polinesia Francesa. Es autor de más de 30 libros y escribe sus artículos desde la sociología, no es político.

Publicado en El Montonero., 29 de mayo de 2023

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La errancia

Written By: Hugo Neira - May• 22•23

A muchos les sorprenderá que invoque el concepto de errancia, al parecer adaptado a otras situaciones. No les faltará razón. La errancia como aventura real y metafísica ha estado asociada a la historia intelectual de Occidente, sin ella no se explica esa doble ruptura: Moisés dejando la seguridad de Egipto y Ulises recorriendo los mares por el cruel designio de los dioses. Ambos héroes fundadores. Pero la errancia explica también otros inicios. ¿No provienen los míticos hermanos Ayar de un lugar desconocido? ¿Acaso no viene de otro espacio el primer Inca y su esposa real? ¿No son símbolos de lo que la etnología comprueba, a saber, los desplazamientos en el tiempo de etnias y pueblos enteros?

De la errancia hemos excluido a los pueblos indios. Sin embargo, un recalcitrante estereotipo persiste en verlos como pegados a la tierra, sedentarios, pese a que, en los decenios finales del siglo XX peruano, tomaron las ciudades andinas y costeñas (“las ojotas porfiadas” de las que hablara Jorge Basadre). La gran migración del campo a la ciudad, espectacular en el caso del Perú, no despertó de su somnolencia a los investigadores. Acaso las espléndidas páginas de Riva-Agüero ligan en exceso al hombre andino con el paisaje, como si este fuese solo naturaleza y no, en gran parte, historia, novedad, desde que llegara la oveja, las aves de corral, y las campanas de las iglesias de aldeas que también vinieron de fuera. La errancia es geografía cambiante y excepcional aventura. Y en el fondo de los tiempos, hubo otros éxodos, otras migraciones.

Los andinos no son los únicos. Los aztecas dejaron atrás un reino magnífico, el de Tula, que no era el suyo. Tula, capital de los Toltecas, el lugar del rey filósofo Quetzalcóatl que se opuso a los sacrificios humanos, cae en el siglo XII. ¿Fueron los aztecas (mexicas) gente expulsada cuando caen los civilizados toltecas causantes, con otras tribus, de la misma caída? No lo sabemos, pero no fueron directamente hacia el valle del Anáhuac. Erraron miserablemente, muy próximos siempre a sus parientes tribales que los detestaban y trataban de chichimecas, de perros. Sus inicios fueron modestos, aunque luego inventarán sobre sí mismos —como todos los pueblos— su propia leyenda, ostentosa, teocrática. Según ella, los mexicas llegaron a la laguna que era casi una isla donde sobre un cactus se posaba un águila, cumpliendo un vaticinio. Menos poético, los feroces ancestros se detuvieron en un valle que combinaba la humedad de los pantanos y la altura de los volcanes, lo caliente y lo frío, es decir, un lugar estupendo, el templado valle de México. Desde donde dominaron. Alucinante historia de este pueblo que también se consideró pueblo elegido, no menos que el pueblo judío. Podemos imaginar la caravana del éxodo azteca bajando del norte, de las calcinadas tierras mexicanas a tierras más clementes, la larga hilera de excluidos, precedida por cinco sacerdotes que llevaban, interminablemente, sobre los hombros la efigie de la divinidad tribal, el feroz dios Huitzilopochtli. Tribu nómade por excelencia que luego transforma las humillaciones, el dolor de la amarga travesía, en una moral sin piedad, de vencedores crueles. Señores del valle central, del Anáhuac, los aztecas extienden su dominación a todos los pueblos vecinos sin excepción. Tras la errancia, México-Tenochtitlan es ciudad de maravilla que admirarán otros intrusos, los españoles, que habían conocido nada menos que Constantinopla con la cual la comparan, como lo cuenta un guerrero que sabe escribir, el cronista Bernal Díaz del Castillo. El “imperio” azteca no fue tal sino una federación de tres ciudades-Estado: Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba (Tlacopan hispanizado), conocida como La Triple Alianza. El orden azteca —la obligación de tributos, guerras rituales o “floridas”—, duró incontestablemente hasta que llegara Cortés, otro errante. Razón tuvo el tlatoani Moctezuma II de confundirlo con un emisario celeste de Quetzalcóatl, un juego de espejos de dónde proviene el error metafísico que llevó al desastre al poder azteca y que explica Maurice Duverger en un libro delicioso. Junto con esa civilización de libros plegables como lo incunables chinos —los Códices—, y de muchas pirámides donde los reyes-sacerdotes observaron los cielos y trazaron calendarios más perfectos que los actuales: los mayas.

El llamado a la errancia existe en otras tradiciones. No quisiera alargar el presente texto, pero en el Mahabharata hindú —varias veces más extenso que La Ilíada (y acaso más vivo, con mayor número de escenificaciones) — no se inicia sino cuando los cinco Pandavas deben abandonar el reino en las manos de sus primos y exilarse en compañía de la esposa común, Draupadi. En el Ramayana, el dios-hombre Rama debe exilarse durante catorce años en compañía de Sitá, la esposa, en medio de la jungla donde será raptada por el demonio Ravana. No hay héroe que no haya errado ni se haya perdido. La mitología china también está llena de emperadores legendarios, todos viajeros, como Yu que, asesinado por el Emperador celeste, renace para multiplicarse, y recorre el país, héroe de la lucha contra las inundaciones, de la tierra contra el desorden de las aguas.

Lo que ocurre es que la tradición de la errancia occidental, estimulada por los mitos cristianos y la leyenda caballeresca, es más conocida desde Perceval, Lancelot, y el Santo Grial. Parte de una historia literaria específica, nacida alrededor del año 1200, pero parece corresponder a un programa que se repite, a una invariante del pensamiento humano. Si hebreo quiere decir “el que va al otro lado”, hacia el extraño, sea hombre o pasaje físico (literalmente, el que va a la otra orilla), esa vocación metafísica —el acto de atravesar pruebas para alcanzar o el país de la dicha (las islas afortunadas, El Dorado) o bajar a los infiernos (como en el héroe griego Teseo)—, es a la vez tradición judía y germánica. Acaso el lugar de coincidencia sea Pablo, fundador del cristianismo, cuyo deslumbramiento y conversión ocurren, y no por azar, en el curso de un viaje a Damasco. Siempre el viaje, el alejamiento voluntario, como si para alcanzar la trascendencia, el genius loci, la aldea o lo conocido no fuera el lugar adecuado. El Quijote es un hombre de la Mancha, es decir, de la llanura, del polvo y de la nada, un hombre perdido que solo se encuentra si cabalga. La novela moderna, desde el esquema inicial de Cervantes, es una experiencia siempre individual. Alguien rompe un espacio cerrado, ora la aldea de don Alonso Quijano, ora el laberinto de Londres con Dickens. O es evasión a una isla como en Robinson Crusoe, evasión que se vuelve prisión —acaso la mayor novela metafísica, hasta que llega Kafka—, entonces no hay isla feliz ni Mancha que conquistar, no salimos nunca del Castillo. Signo de una distante burocracia o de un Dios inaccesible, nunca lo sabremos.

“Caminar entre pinares, dejar la montaña atrás”, dice Nietzsche. El alma del viaje habita Wotan, la divinidad que desciende a tierra bajo los rasgos del héroe Siegfried, su alter ego humano, y si no viaja, dice Apollinaire, es un dios triste. Los personajes germánicos, de Novalis a Hölderlin, la música, de Schubert a Wagner y Mahler, erran, y sin duda Zaratustra, el maestro inquieto, cuya búsqueda es la del paraíso como del infierno. El romanticismo fue errancia. Y lo fue César Vallejo muriéndose en París, como Julio Ramón Ribeyro o Manuel Scorza. Siempre lo otro, lo lejano, el ailleurs de Garcilaso que escribe sobre el Cusco en su casa solariega de Córdoba adquirida tardíamente cuando hereda al rico tío paterno. Pero no regresa. Distante y cercano a la vez como Mario Vargas Llosa. Como el mismo que este texto escribe, como si la esfinge del Perú solo entrega sus secretos a aquellos de sus hijos que atraviesan las fronteras, como Abraham. Como si para ser no había que estar. Autodescubrirse. Hay tres millones de peruanos que viven la diáspora contemporánea, que no es reducible a llanas razones alimenticias. Siguen partiendo poetas y artistas, científicos y pensadores. Maldición o signo, es hora de interrogarse. La errancia lleva siglos.

No necesitamos un San Martín o un Bolívar sino un Mandela. Nuestro país es todavía el de los dos Perúes, el de las “dos repúblicas” del virreinato. No logramos construir la nación. Si el lector no lo conoce bien, digamos algo sobre Mandela. Es conocido y respetado por todo el planeta. Nacido en 1918 en Sudáfrica, fue un político excepcional. El primer presidente de color en el país de la segregación racial, el Apartheid. Era nacionalista y revolucionario, por su activismo lo condenaron a cadena perpetua en 1962. Un abogado que había pasado por cuatro universidades. Tras 27 años de cárcel y mediante la presión internacional, salió libre y sin rencor. No echó a los blancos (afrikáners) del poder cuando fue elegido Presidente de su país (1994-1999). Respetó el Estado de Derecho que se extendió a las poblaciones negras. Luchó por tener una nación y lo consiguió. Logró la reconciliación nacional, la meta principal de su mandato. Falleció el 5 de diciembre del 2013 en su casa, con 95 años. Para saber más sobre Mandela, hay que buscar los muchos libros que se encuentran en venta por internet porque San Marcos y la PUCP tienen muy pocos.

Publicado en El Montonero., 22 de mayo de 2023

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De nuevo la sorpresa en Chile

Written By: Hugo Neira - May• 15•23

Dos años atrás, el 19 de mayo 2021 y en este mismo portal, le explicaba al amable lector qué estaba pasando en Chile con la elección de los 155 Constituyentes que iban a instalarse el 4 de julio para redactar una nueva Constitución. Pues había una sorpresa, la emergencia de una fuerza que nadie esperaba: 48 “independientes” salieron elegidos. Los partidos políticos clásicos, en cambio, fueron castigados. La coalición de centroderecha, Chile Vamos, solo sacó 37 escaños, no había logrado un derecho al veto. “Estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y nuevos liderazgos”, dijo el entonces presidente Piñera. No había ganado la izquierda tampoco sino el “pueblo”, lo que para mí representaba un cambio cultural de orden social más que político. Estaba claro pues, como lo señalé entonces, que iban a mandar los “independientes”, cosa que despertó interés a nivel internacional. Los “independientes” resultaron ser el ciudadano corriente, el que no tiene líder, y que se preparaba a dialogar con otras fuerzas. Todo indicaba que lo que estaba pasando en Chile era un giro en la historia de la política, algo que nos recordaba la genuina ‘soberanía del pueblo’ de Rousseau.

Lamentablemente, el trabajo de los convencionales, a lo largo de doce meses, no estuvo a la altura de las expectativas de la ciudadanía. El texto final fue rechazado de manera contundente, por un 62% de electores y una muy alta participación debido al voto obligatorio. Se acordó entonces un nuevo proceso, impulsado por la coalición de izquierda en el poder. Recobró protagonismo la política y los partidos políticos, también los “expertos”, una necesidad según la interpretación que se hizo del Rechazo del 4 de setiembre pasado. La votación de los nuevos constituyentes, que era obligatoria, tuvo lugar el domingo 7 de mayo. El Servicio Electoral había dispuesto una novedad práctica e inclusiva para facilitar el sufragio de los adultos mayores y los discapacitados, el “voto asistido” (o sea, la urna que viene a uno mientras espera sentado en un espacio preparado, con facilitadores especialmente presentes para ello), y además, sillas de ruedas a disposición, para dar solo unos ejemplos. Competían cinco listas de partidos o de pactos electorales, dos y tres respectivamente. El Partido de la Gente (PDG) y el Partido Republicano (PR), uno populista y otro conservador. Chile Seguro (alianza de centroderecha), Unidad para Chile y Todo por Chile, dos alianzas que representaban a la coalición del presidente Boric y a la centroizquierda.

Y de nuevo, otra sorpresa, acaso varias sorpresas. De las cinco listas en competencia, dos no formaban parte del Acuerdo para un nuevo proceso constituyente. Se trata del Partido de la Gente y del Partido Republicano del excandidato presidencial JA Kast. Del nuevo Consejo Constitucional (ya no se habla de Asamblea Constituyente) que fue reducido a 50 escaños, salió una mayoría inesperada de 23 escaños, y con derecho a veto, del Partido Republicano, es decir lo más conservador de la oferta. Con 11 escaños conseguidos por Chile Seguro, la derecha suma 44 escaños y arrincona a las listas de izquierdas que entre ambas solo sacaron 16 escaños. La hegemonía de la derecha es la segunda sorpresa, y solo dos años después de su castigo electoral en el proceso anterior. Una tercera, es el voto de castigo para Todo por Chile, la centroizquierda, que prefirió desmarcarse de la lista de la coalición que gobierna, Unidad para Chile. No consiguió ningún escaño (como tampoco alcanzó uno el Partido de la Gente). Otra sorpresa más, y un mensaje tal vez, es el voto nulo (16,98%) que junto con los sufragios en blanco ha sumado 21,54% de los votos emitidos. Los pueblos originarios consiguieron un escaño supernumerario.  

Una semana después, la interpretación de esos resultados tan contrastados entre la ex Convención Constitucional y el Consejo Constitucional ocupa la clase política y la ciudadanía entera. Al representante de la encuestadora Criteria, Cristián Valdivieso, se le ha preguntado cómo entendía que un proceso constituyente que se originó en un estallido social terminara en manos de la derecha conservadora. Y respondió que se ha dado un proceso fuerte de desideologización de la sociedad y otro de dilución del famoso clivaje del Sí y No. Que la izquierda, tan elitista, tan universitaria, se olvidó de la importancia del crecimiento económico, de la pega (trabajo en chileno), y de la vida cotidiana con narcotráfico y la violencia. Los republicanos ganaron a lo largo del país, triunfaron en 250 comunas de las 346 que tiene. Incluso en la región Valparaíso, sacaron más votos (37,2%) que la lista del oficialismo, Unidad por Chile (35,3%). Y progresaron en la región metropolitana consiguiendo el 32,1% de los votos, bien pegados a Unidad por Chile que consiguió el 33,2%. El republicano Cristián Valenzuela lo explica por una “buena campaña, el sello identitario del partido”. “Pusimos la política de cara a la gente, hablamos con la verdad junto a un momento muy malo del gobierno. La agenda de Chile hoy es la agenda de los Republicanos en temas como seguridad, inmigración descontrolada” (La segunda del 12/05/23). Mucho se habló de la teoría del péndulo pero según varios comentaristas del mismo diario, no hay tal fenómeno en la historia de Chile. “Lo que hay es una ciudadanía castigada por la delincuencia y que demanda bienes públicos como seguridad, educación, salud y pensiones” (A. Luengo). Otra opinión:  “El péndulo es un consuelo para el fracaso de algunos políticos. El resultado no fue predicho por nadie” (M. Somarriva). Y la ministra de la Mujer, la señora Antonia Orellana, no teme la actuación de los Republicanos pues los considera una “fuerza política articulada, con densidad y con financiamiento y nexos internacionales, con visión de país”.

Lo imprevisto. Siempre en mi vida que empieza a ser larga, he sido atento a las emergencias

de lo nuevo. Lo imprevisto forma parte de ese futuro inmediato, nos guste o no.

Publicado en El Montonero., 15 de mayo de 2023

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Temporalidad y política

Written By: Hugo Neira - May• 09•23

Eran los años 30 y 40. Se pensaba en el Perú en políticas de identidad entre la ley y la voluntad popular. La democracia era un asunto de masas porque había crecido la población, y los derechos sociales eran las mayores demandas. Al mismo tiempo, el sistema parlamentario encontraba límites en su papel crucial de ejercer la “discusión pública”. Vino con el tiempo la costumbre de hablar de “amigos y enemigos”, de “nosotros y ellos”, lo que provocó, hasta el día de hoy, una polarización. Pero en los diarios de esa época, se nota algo muy importante: la democracia era un caballo de batalla de Haya de la Torre.

Para Ricardo Ramos Tremolada, escritor aprista, en ese momento el país no conectaba con Haya porque los políticos no lo entendían (“país incomprendido”). Reprocha a Haya una “terca búsqueda de mayores niveles de participación de la sociedad en el manejo del Estado”, lo que en Haya se llamaba “democracia funcional”. El lenguaje de los políticos no era entendido por las masas, y más sencillamente, la política tampoco. Desconectados de la gente popular, los partidos fueron débiles siempre, aunque Haya tuviera carisma y el Apra una sólida organización.

Lo dije algunos años atrás. No podemos evitar el tema del tiempo. El tiempo pasa, al menos esa es nuestra pobre sensación de mortales. Nada puede eludirlo, ni las más altas civilizaciones, ni los mayores imperios. Es imposible escapar a la temporalidad que es un concepto que ocupa a la filosofía y a la física contemporánea: “la flecha del tiempo” que signa la vida del planeta, del sol, de las galaxias, del hombre mismo, del universo entero.

El tiempo como vivencia no es a todos accesible y sin dificultad alguna. Ahora bien, paradójicamente, la primera dificultad está en el lenguaje corriente. ¿Cómo no vamos a saber que no es lo mismo el tiempo del niño, del adolescente y del anciano? ¿Quién no sabe que alguien le está haciendo perder el tiempo, por ejemplo? Cualquier empresario sabe que la gestión del tiempo es decisiva. Y cuándo se nos hace tarde. Nuestra gramática en el castellano, como en francés, inglés y otras lenguas indoeuropeas, contiene la idea de un pasado, presente y futuro. Sin embargo, los lingüistas y filósofos dicen que el concepto de tiempo es huidizo y casi infernal. Sufre, como concepto, de una polisemia fulgurante. Es a la vez “la sucesión y la simultaneidad, la duración y el cambio, la época que se vive y el porvenir, la espera y la velocidad en la que discurre”, dice la Enciclopedia.

La segunda son las metáforas. Le atribuimos una serie de analogías. La más conocida, la más sencilla, el tiempo se asimila a un río. Algo que fluye, en constante movimiento. Desde Heráclito a nuestros días. Como si el tiempo mismo creara los instantes que lo componen. Un pensador, en el siglo XIX, cortó por lo sano la temática del tiempo, Victor Duruy, 1867, quien afirma que el pasado le pertenece a la historia, el presente a la política y el porvenir a Dios. Pero los positivistas europeos de fines del XIX no podían imaginar las guerras del siglo XX ni que una contienda terminara cuando una bomba sobre Hiroshima de 15 kilotones equivalía a todo lo que los hombres habían empleado en el curso de sus guerras a cañonazos. En nuestros días, de alimentos transgénicos, estrés ecológico y cambios climáticos, no podemos dejar las cosas en manos de la providencia, porque pueden caer en manos del diablo.

La historia intelectual de Occidente es también la historia del tiempo. Está en Platón y en Plotino, el tiempo, “la imagen móvil de la eternidad” (Timeo). En Aristóteles, en su Física. Y en los inicios del cristianismo, religión con una meta, el fin, el Apocalipsis. Nadie se asombra que el tiempo está en Las Confesiones de San Agustín. Y en el inmenso pensador, no uno sino tres presentes: “el presente del pasado, el presente del futuro, y el presente del presente”.  De  ahí a Kant, el tiempo, “la forma a priori de la sensibilidad y del ordenamiento del sentido mismo”. Y sumariamente, Bergson, en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889). Y en 1905 en Husserl, “el ahora” que se confunde con el presente vital de la conciencia misma. Y obviamente, Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger. El tiempo como preocupación, como basamento mismo de la existencia humana, el Dasein. “El presente existencial es el momento de la decisión”. En el cual el existente se construye a sí mismo. Pienso también en Paul Ricœur, Temps et récit, III, 1983. Dice el filósofo francés que el récit (o relato en castellano), al contarnos algo, cruza el tiempo histórico con la ficción, vale decir, el tiempo objetivo y el tiempo subjetivo de los personajes que lo han vivido como sujetos. Los tiempos simultáneos de los personajes de las novelas de Mario Vargas Llosa.

Física cuántica, filosofía, historia. ¿Qué nos interesa, especialmente, de esa enorme Babel de conocimientos? Un solo punto, para el presente perturbado por el pasado y colonizado por el futuro si lo decimos a la manera de San Agustín. Y esa concepción del mundo y de la vida se llama la temporalidad. No son los datos ni la cronología, es la idea que la historia se mueve en el tiempo para algo. Falso o verdadero, es como si hubiese en el tiempo una segunda naturaleza, dice el historiador francés François Hartog, al tratar el tema de las temporalidades. Vamos a darle razón, preferimos pensarlo por etapas. De ahí nuestra predilección a marcar (y a veces a imaginar) lo que llamamos épocas. Acaso esto, en los tiempos modernos, comienza cuando el Ancien Régime, vale decir, la organización Estado monárquico y sociedad de estamentos que precede a 1789, era un tiempo. Y otro el que viene se desprende a partir de las consecuencias de 1789. Esa temporalidad está posteriormente en Hegel, Marx, hasta nuestros días.

Publicado en El Montonero., 8 de mayo de 2023

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