Retratos

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Martes, 30 de junio de 2009 – Diario La República

Nelson, el amigo del Perú

Por: Hugo Neira

Se va un amigo. Y un amigo del Perú. Lo primero acaso no justifica, de por sí, una nota. Lo segundo sí. ¿Sabe el lector que en este momento llegan a 800 los jóvenes peruanos que siguen estudios universitarios en Francia? ¿Y gracias a un programa de Cooperación franco-peruano que Nelson Vallejo-Gómez, agregado Universitario de la Embajada de Francia en el Perú, ha llevado adelante del 2007 al 2009? Pronto nos dejará, le confía RREE de Francia una nueva misión en Buenos Aires. Nelson acaba de recibir una medalla de reconocimiento de la Derrama Magisterial, en Lima, y un “honoris causa”, en Medellín, su tierra natal. Bueno es que se sepa que un grupo de 148 becados peruanos, y entre ellos, 20 de la San Antonio Abad del Cusco partieron el año pasado a París. Con la partida del agregado Universitario, la Cooperación francesa no se desvanece. Sigue, entre otras cosas, la “Alianza estratégica”, entre San Marcos, la UNI, y la Agraria, a la que se han sumado otras 20 universidades de nuestro país; existe un comité de selección, y facilidades para las visas y un sistema de financiamiento de Cofide. Para un informe detallado: www.ambafrance-pe.org.

¿Quién es Nelson Vallejo-Gómez? Es hombre joven, nacido en Colombia en 1962, vivirá en París desde 1982. Preferirá orientarse a la Educación en Francia y trabajar en Cooperación Internacional con carrera muy notable, ligado a gabinetes del sabio Claude Allègre y del muy creativo ministro Jack Lang, ambos socialistas. (Lang nos visitó el año pasado). Es colombiano y francés. Lo que explica su ductibilidad para vincular culturas. En nuestras conversaciones, un día me dijo que era hombre “del pensar mestizo”, referencia gentil a uno de mis libros.

En el fondo, Nelson es más que eso. Si bien es cierto que “la identidad múltiple”, concepto de Laplantine, explicaría la rapidez con la que Nelson comprende problemas por lo general arduos y difíciles como son los de la trama entre Estados, no deja de pesar su formación académica. Vallejo-Gómez es filósofo. Ha trabajado la filosofía griega y latina. Y luego, la filosofía contemporánea, alemana y francesa. Ahora bien, la cultura francesa cultiva el amor por las ciencias, y sus matemáticos, físicos y genéticos obtienen el Nobel tanto como otras sociedades avanzadas. Y son también un hogar de las CCSS, sin merma de filósofos, al contrario. De alguna manera filosofía y conocimiento se separaron en la modernidad y hoy se juntan. Por filosofar, filosofan todos: el arte de la disertación bien construida, oral o escrita, está impuesta a elites y cuadros superiores, investiguen lo que investiguen. Acaso por ello, el ayudar a formar cuadros superiores en nuestro país le vino de inmediato a la cabeza. El resultado es ese programa de Cooperación que ha puesto en marcha, gracias a que últimamente, hay que decirlo, Francia nos ha enviado embajadores de excepción, Pierre Charasse, y la actual, madame Cécile Pozzo di Borgo. Nunca algo así se había concretado.

Hay otro rasgo. Acaso una formación únicamente de filósofo lo hubiese llevado a un derrotero convencional. Lo apartó de ese camino las relaciones internacionales. Es decir, un contacto cognitivo directo con otras sociedades. Y algo más: la relación personal con el sabio Edgar Morin, de quien fue secretario. Y tras esas ideas fue a sacar un doctorado en Educación, en “sistemas complejos”. El paradigma de la complejidad de Morin invita a la multidisciplinaridad. Nos lo trajo al país, lo vimos en la BNP donde dictó una de sus admirables conferencias. Pronto de vuelta, según entiendo, para iniciar un instituto en la Ricardo Palma. Para saber más, preguntarle al doctor Iván Rodríguez.

En suma, Nelson Vallejo-Gómez es lo que llama Serge Gruzinski un passeur. Es decir, alguien que comprende los valores de una cultura y puede explicárselos a otra cultura, distante en tiempo y circunstancias. Gente así necesita el mundo de la globalización. Todas las civilizaciones, dijo Rorty, son etnocentristas. Todas parten de su propia verdad y experiencia histórica. Siempre hay un ailleurs, es decir, algo lejano y extraño. Eso es propio, intransferible. Pero es preciso comprendernos, tolerarnos. O la especie se autodestruye.

En fin, en el acto de la Derrama dije que en la vida de Nelson están los preparativos de una obra inmensa de americanista. Figúrense, después de conocer íntimamente el laberinto peruano se va a Buenos Aires. Va a conocer otra caldera de significaciones, la Argentina. La de los Kirchner, que no logran convencer a los argentinos que deben pagar impuestos. Argentina, misterio insondable, estaban en el primer mundo y se salieron por el desorden de su vida política, ya nos contarás, Nelson. En fin, cuando en el acto de la Derrama escuché de boca de su presidente —César Reyes Valle—, y del rector del Cusco —Aguilar Callo—, y del presidente de la Asamblea de Rectores —Iván Rodríguez—, la enumeración de lo mucho que has hecho, me prometí, in pectore, esta nota. Y lo dije y suscribo, nos deja una lección de curiosidad, bonhomía, inteligencia, eficacia, y todo ello, con elegancia. Adiós, Nelson, hasta un café por Palermo, o acaso en el Haití de Miraflores.

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Jueves, 25 de marzo de 2010 – Diario La República

Chiappo, ovación y melancolía  

Por: Hugo Neira

Somos seres rituales. ¿Quiénes son ese somos? Los peruanos, los mexicanos, los actuales finlandeses, los antiguos mayas, todo el mundo, las antiguas civilizaciones y la actual, la especie humana por entero, desde hace unos 300 mil años, desde que los primeros “homo sapiens”, además de tallar sus primeros utensilios, se pusieron a enterrar a sus muertos. Rituales, celebración de vida y de muerte, bautizos y funerales, marcamos el tiempo de los que llegan y de los que se van. Pero celebración no quiere decir solamente fiesta. Celebrar es ponderar una calidad (María Moliner). Y con mayor razón en un duelo.

Se nos ha ido Leopoldo Chiappo. Pero, ¿Muerte, dónde está tu victoria? Cuando preparaba esta nota, al enterarme de su fallecimiento, recordé lo que ocurrió hace unos años en Lima, en un simposium, uno de esos gigantescos que montaba Moisés Lemlij. Llega la noticia de la muerte de Octavio Paz, y entonces, en la inmensa sala, una de las mayores del Hotel Los Delfines, en un pleno, el director de mesa interrumpe la sesión para decir lo siguiente: “Ha llegado la noticia de que acaba de fallecer Octavio Paz en México”. Y aquel moderador añade: “Les pido que nos pongamos de pie, y aplaudamos a Paz que se nos ha ido”. Por eso, por Chiappo, ahora, ovación por la lograda vida.

¿Qué no fue, con destreza y tino? ¿En Cayetano Heredia, en clases, libros y conferencias? La psicología, el Dante y La Divina Comedia, la educación, esto último le interesó en su momento, y no me extiendo, salvo decir que si se hubiese llevado a cabo, la reforma educativa en la que estuvo Chiappo, otro gallo nos cantara, y no seríamos este país de librerías desérticas y ciudadanos que no leen ni con una pistola en la sien. Pero los rituales, justamente por serlo, tienen sus límites, los del sentido común. Así, no insistiré en “cuanto fuimos amigos”. En la corona fúnebre como se decía en la República de las Letras de otrora, importa el que se ha ido, no el que escribe.

Chiappo o la elegancia. Su psicología aplicada al Dante era de erudito, y se sabe que lo incorporaron a sociedades mundiales. Pero cuando disertaba su sapiencia no aplastaba, se le seguía con facilidad. Escucharlo, sin power point, era acudir a una fiesta del espíritu. Era Chiappo un humanista. ¿Y qué es un humanista? Del amor por la humanidad, pero no en abstracto, sino por el oyente o el lector. “El cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que se quiere decir” (Juan de Valdez). La “devotio moderna”, como se la llamó desde Erasmo, porque de modo libre y directo nuevos maestros prefirieron el diálogo y la epístola para comunicar ideas. Y si le queremos hacer el mejor de los homenajes que es leerlo, para ilustrar textos de Chiappo, conozco un lugar en Lima donde se halla el ejemplar de La Divina Comedia ilustrado por Gustave Doré (francés, 1832-1883) que iría a esos ensayos, de maravilla. Mensaje a Lucho Valera.

¿Y adónde se van los muertos? Manuel Scorza, cuando escribe su admirable Réquiem por un Gentilhombre, dice estas líneas exactas: “Ya no lo veré, ya nunca más el mundo verá saltar de continente en continente los delfines con que se complacía su plateada inteligencia”. En efecto, así era Fernando Quíspez Asín. Y así, la plateada inteligencia de Leopoldo Chiappo que pasaba del continente del lenguaje a la psicología y a los laboriosos infiernos del Dante. En el mismo poema, Scorza imagina a Fernando “que sube jadeando la negra escalinata, por donde del Sol lentamente bajamos”. Fernando se fue joven, de un accidente. Imagino al humanista que acabamos de perder, desde otra metáfora. En la barca de Caronte, sobre el río que da la paz porque sus aguas proporcionan el olvido, lo imagino distraído, mientras rema el barquero. Ellos pueden olvidar, nosotros no. A veces la muerte canta –otra vez el poeta– “en la cima de una dulzura”.

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Jueves, 21 de abril de 2011 – Diario La República


Fernando Fuenzalida

Por: Hugo Neira
 

Fuenzalida era, cuando nos conocimos, ambos jóvenes, un muchacho alto, delgado, por lo general jovial, de deslumbrante inteligencia. Venía de una secundaria en la Inmaculada, y había leído y sabía de todo. Fernando vivía en una hermosa mansión, en Paseo Colón. En cambio yo venía de Lince, de un colegio estatal, había roto con mi padre por hacer estudios universitarios, y acaso no deberíamos habernos ni conocido, pero nos unía el Patio de Letras, San Marcos, la curiosidad por el saber, las ideas, la militancia. Estábamos en la juventud comunista, que era como un cuerpo de jesuitas laicos a la que no se entraba, te llamaban. Vivía yo a tiro de piedra de su casa, en el jirón Wakulski, al lado de la Plaza Bolognesi, en un callejón, cerca del único caño de agua, tres anchos cuartos, un lujo para mis ralos recursos. Fernando que conocía mis aprietos –andaba yo a salto de mata de un trabajo a otro– había tomado sus disposiciones.

Generoso Fernando. En la casona del Paseo Colón dio instrucciones a la empleada para que cada noche preparara la cena para el amigo que llegaría a la hora que pudiera. Así, innumerables veces, tarde la noche, en la ancha mesa del comedor, la casa silenciosa, me esperaba un plato caliente, finamente envuelto en una servilleta limpia. Devoraba aquello como un joven lobo y luego, por un acuerdo con Fernando, si las luces estaban encendidas, iba a verlo. En la inmensa recámara que el padre le asignaba, además de su cama, Fernando dispuso un sofá francés y frazadas para que pasara las noches y habláramos, Dios que hablábamos, de política, del partido, de libros, de “Enciclopedias, atlas, cosmos y cosmogonías” (Borges). Aquel era un diálogo febril, nos escuchábamos e igual nos disputábamos. Hasta que, piadosamente, el ángel del sueño descendía sobre nuestras cabezas.

Años después, Fuenzalida se fue con beca, por cinco años, a Polonia. Su estancia en Varsovia fue brevísima, volviendo al poco tiempo. Yo ya no estaba en el PC, por encontrarlo conservador y más allá de Engels y Marx, entendí había otras cumbres que escalar, pero igual me buscó. Hugo, me dijo: “se acabó. El socialismo real no existe”. Y tocando una fibra que sabía guardaba de Marx (hasta ahora) añadió, “no es el fin de las alienaciones, al contrario”. La verdad es que me quedé pasmado. Eso pasaba mucho antes que la URSS se derrumbara. En Lima pocos lo entendieron, Con todo, Fuenzalida hizo una meteórica carrera académica, como sabemos. Tan brillante y sabia que no me resisto a contar algo: Jaime de Althaus, que estudiaba Derecho, lo tuvo de profesor, le impresionó y cambió de rumbo y estudió Antropología. Tuvo amigos, y se me ocurre a vuelo de pluma, Ramón Mujica, Rafael Tapia, Max Hernández, entre muchos otros.

En esta hora adusta, la de los adioses, cabe que diga con sinceridad, a riesgo de equivocarme, cuáles de sus libros prefiero. Escribió decenas, y si tuviéramos una vida universitaria como está mandado, habría ya tesis sobre sus aportes, pero Lima no es Oxford. Destaca, me parece, La comunidad de indígenas de Huayopampa, donde sostiene algo enorme: las estructuras tradicionales aceptaron la economía de mercado. Y eso en libro de 1968. Qué duras son algunas cabezas peruanas para admitir la innovada realidad. El otro es Tierra Baldía, sobre el milenarismo, ensayo magnífico. Tan fuera de las capillas intelectuales de este país.

¿Y ahora Fernando, con quién hablaré de Zenón de Citio, el estoico y de esos neoplatónicos, gente de dos riberas, siglo II, entre Jesús y Atenas, que tanto nos intrigaban? ¿Tenía razón Epicteto cuando sostenía que la muerte no importa porque cuando es, no somos, y cuando somos, no es? ¿Y nos quedamos sin discutir tu última obra, la crisis general de la nación y el Estado que vaticinabas? ¿En el valle de Josafat, Fernando, entre la multitud de gentiles ya sanos de la vida? ¿Qué es morirse, camarada? Hasta que llegue esa hora ineluctable, echaré de menos tu rara capacidad de ser libre, y de vivir como un hombre justo.  

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Jueves, 25 de agosto de 2011 – Diario La República

Tantaleán. Gloria y ninguneo

Por: Hugo Neira
 

¿Saben una cosa? Me cuesta escribir estas líneas. Por el dolor de la pérdida del amigo y también el sino de esa vida. Escribo en este diario regularmente, desde los años 90, desde el fragor de la actualidad bajo Fujimori. Esta tarea de comentar, confieso me es grata. No en el caso presente. Porque me parece que hay que decir un par de cosas, acaso dolorosas. Cierto, la muerte de Tantaleán ha permitido resaltar su calidad como persona, en prensa y medios. Eso estuvo bien. Pero mi temor es que esas Coronas Fúnebres (así se llamaban en épocas menos áridas) se han detenido en su bondad e inteligencia, sin abordar el signo trágico de esa salida de escena.

Me han escrito amigos. Javier se ha muerto en Sepahua, (Atalaya-Ucayali) en el corazón de la selva. Para llegar a ese lugar, hizo un viaje de 20 horas –¡20 horas!– pasando por Ticlio, carretera central, cuya abra está a 4818 metros. Y luego bajó a más de 35 grados de calor. ¿Qué hacía Javier Tantaleán, pregunto, en esa expedición más que riesgosa? La última vez que nos vimos, le pregunté por su salud, cosa normal en gente de nuestra edad. Sobre la suya me dijo, “bajo control”, pero tocándose el lugar del corazón. Y no dijo más, así era de reservado. La cosa casi se me había olvidado, dada la conversación y proyectos comunes. ¿Pero el dedo sobre las coronarias?

Del riesgo que tomó se ha hablado. De su entrega, de ir a cumplir con un programa educativo, acaso con nostalgia de los rumanacuy de los años 80. Y está claro el pedido de ser velado en su partido, bajo la estrella aprista. Todo eso es cierto y lo inscribe en una lógica de implicancia. Pero dado el lugar, y las circunstancias de sus últimos años, creo que ese viaje se inscribe en una lógica de ruptura. En la soledad de un cuarto de hotel quien tenía numerosos hijos, nietos, familia, amigos, y por otra parte sus compañeros, ¿un gesto casual? Ese viaje tiene algo de corte de mangas, de artista que tira la reverencia y se va como un señor.

Javier estaba viviendo mal. Como tantos intelectuales peruanos –y por eso su muerte sobrepasa el drama personal– de unas consultorías por aquí, unas clases por allá, y en su caso agravado, aprista hasta las cachas. En consecuencia, las dos cosas enormes que cabían en su poderosa cabeza, y en sus servicios, se iban a desperdiciar. ¿Qué sabía Javier? Por una parte, qué es un Estado y en ese dominio, qué nos falta. Por la otra, investigar. Pero para doctores que sepan del Estado, no tenemos instituciones. Para investigar, aún menos. En ambos ámbitos, lo acosaba el ninguneo. Ahora bien, César Campos recuerda en su columna que he dicho en la presentación de un libro suyo, es decir, en persona, “el sabio Tantaleán”. Y en este diario comenté Piru (“Pirv”.12 mil kilómetros de Historia, 2004). Pero ¿sabio y aprista? A Tantaleán se le maltrató.

Esta nota quizá sea un responso. Rubén Darío escribió uno para Verlaine. “Padre y maestro mágico”, que sabíamos de memoria en colegios peruanos cuando no les habían quitado a los escolares ni literatura ni gramática. Pero ni soy Darío ni ésta es rezo de difuntos, y si lo fuese, será nota indignada: poco o nada aparece de la obra del doctor Javier Tantaleán, graduado en Francia, en sílabos y bibliografías de universidades del Perú. ¿Por obra deficiente? No, aquí la costumbre es ahorrarse el reconocimiento. Evitar el debate, flojera criolla o vieja táctica, no de estudiosos modernos sino de oidores del XVIII. Pese a ello, a ese hombre bueno que fue Tantaleán, jamás le escuché una sola palabra de reproche sobre quienes lo ninguneaban. Así, pregunto: ¿sobre el último y enorme libro con el cual se despide de este país ingrato, caerá el silencio? ¿los historiadores del Instituto Riva-Agüero se van a precipitar para reseñarlo? No lo creo. La práctica de la endogamia universitaria solo toma en cuenta a los de la propia capilla. Acaso Javier se fue señalándonos vicios intelectuales que explican porque en educación, a la cola del planeta. Qué decir sino, en el Perú no mata la muerte sino la desidia.  

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Lunes, 05 de diciembre de 2011 – Diario La República


Tantaleán. La historia global

 

Por: Hugo Neira  

A entender al virrey Toledo se dedicó Javier, pero desde una preocupación de nuestro tiempo, la gobernabilidad. De esa feliz extrapolación brota la originalidad de su trabajo. No se contentó con la célebre Visita (cinco años se tomó el Virrey antes de legislar) ni solo “las reducciones” y la normativa toledana sino que, desde el hilo plateado de la minería, vincula lo que pasa en este confín del mundo en el XVI, con los circuitos internacionales, el siglo de Oro español y el suntuoso Imperio de los Habsburgo. Un lazo queda establecido entre el “llimpi” o cinabrio de los socavones de Huancavelica y Carlos V, Rey de Castilla y de León (por herencia) y las lejanas tierras de México, Perú y Filipinas. Ese César flamenco-español, “Rex Hispaniarum, rex indiarum”, no fue un soberano meramente ibérico. La primera mundialización capitalista habla español. Tengo los dos volúmenes, 805 páginas, de Tiempo de Toledo. Es tan enorme lo que abarca que cabe describir más que reseñar. Tantaleán acompaña su relato con esquemas, mapas y cuadros estadísticos. Por ejemplo, en la p. 31, un esquema sobre la gobernabilidad del Perú del siglo XVI, elaboración del autor. Un mapa en la p. 58 nos ilustra de qué lugar de España procedían los conquistadores, y es visible la profusión de extremeños y vascos. En otro, el cuadro de las encomiendas indias. Más allá, un esquema enfrenta los rasgos de la “sociedad de la conquista”, válida hasta 1549, de la “sociedad colonial”, válida hasta 1824. Y hay imágenes, mapas de época, grabados antiguos. Tantaleán, en multimedia.  

Despliegue de textos en un texto. Javier preparó esta materia desde su original tesis francesa, y en 35 años, el saber histórico modificó sus metas y métodos, y él estuvo atento. De la historia como relato en Taine y en Seignobos, y los íconos de esa escuela: la cronología, el acontecimiento, se salta a la escuela francesa de Annales que prefiere las estructuras demográficas, económicas y sociales y “la larga duración”. La escuela de Febvre, Bloch y Braudel. En el Perú encarnan ese giro de la disciplina Basadre, Macera, Burga, Bonilla. Y ahora, Tantaleán. Pero hay algo escandaloso que su obra revela. Pese a que se multiplicaron en el extranjero los trabajos sobre esa matriz colonial que funda el virrey Toledo, como los estudios de Cook sobre el despoblamiento indio debido a las numerosas plagas, esa información  fue soslayada para cargar las tintas sobre la Conquista. Pero lo que despuebla los Andes son las bacterias. Por otra parte, muchos de los autores que aparecen en la obra comentada son conocidos por especialistas e ignorados por los ciudadanos. Entre ellos y la verdad histórica media no el saber científico sino las mañosas ideologías.  

Obra, pues, global, aplastante. El episodio del virrey Toledo se vuelve historia a la vez peruana y universal. Y con Tantaleán, enciclopedia de historia peruanista. Solo podía ser emprendida desde una visión pluridisciplinaria, la de Javier, con bagaje profesional de ingeniero en sus orígenes, luego doctorado en CCSS, sabio múltiple. Los alemanes tienen dos palabras para historia. Una de ellas es geschichte, es decir el conocimiento histórico que se mira a sí mismo. Eso es lo que Tantaleán hizo, historiar a los historiadores. Y además, como si fuese poco, vincular ecosistemas, minas, pueblecitos. Ante Toledo, en el XVI, la pregunta que se hizo fue cómo era gobernable el Perú. Ante el presente,  Tantaleán tuvo la misma interrogación. Cómo podía dársele racionalidad a esta nación que en cinco siglos no lo ha conseguido. Su obra conecta minería, poder local y poder imperial. ¿Y un tiempo siempre inmóvil del Perú? ¿De una Cajamarca a otra? La respuesta está en esos magníficos volúmenes. Historia local e historia global, en Francia adoraron a Duby por practicarla. En el Perú se ignoró olímpicamente a Tantaleán por lo mismo. Así estamos.

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