Conciencia y falsa conciencia

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Conciencia y falsa conciencia

 

Parte I

Navidad del niño, ilusión primeraTercera navegación. Sumas y restasNóbel. Todos los juegos, el juegoCuestión de métodosEl Código Da Vinci, en trenDe intelectuales y otras vanidadesDel Habano, el GoceDogville. La belleza del malLa caja negra del profesor EastonEsplendor del barrocoUn Premio de la Nozick FondationPasión. Pasiones¡Temblad, canallas!Las caravelas Spirit y Beagle 2Colegio del Perú (I)Navidad Feliz


Parte II

Pepe Carvalho – Fiesta de los muertos – Los viajes de Gulliver – Mahabharata – Polvo enamorado – La gente está llorando – Clonación de Jesús – Ritual yanomami y premeriato – ¿Clases medias o medias clases? – La cólera del Papa – Humboldt, el retorno – El dedo en la llaga – Teleficción. El clonaje humano – Los hombres no salen encinta

 

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Sabatina, 24 de diciembre del 2005

 

Navidad del niño, ilusión primera

 

Hugo Neira


Cuando se acaba el año, todos los diciembres de mi vida, viva donde viva, en las islas semidesnudas de palmeras tahitianas o en los fríos parisinos, es decir, en medio de la más alta densidad de museos, exposiciones, librerías y públicos masivos de curiosidad infatigable, o en esta enorme ciudad comercial que es Lima, con dinero o sin él, residente o viajero, peruano o arrimado por decenios a pasaportes con los cuales puedes viajar por el planeta entero, si es diciembre, haga calor o hielo, no la paso del todo bien. Poco importa que Santa Claus, San Nicolás, Papá Noel o como le llamen ande vestido de rojo invernal o con guayabera tropical, igual me recuerda aquella espina que llamamos niñez. Estas fiestas me devuelven, lo cual es infame, al período horrendo de la existencia en que no eres, y dependes de otros, los gigantones, los adultos, que te regalen algo o nada. 

La melancólica infancia, a la que según el poeta, todos pertenecemos. Que no se haga problemas el lector, no fui de niño ni más ni menos infeliz o feliz que otros, conocí como todos la angustia consumista infantil de la noche pascual, aunque mis abuelas provincianas y cristianas de las de antes, afirmaban que los presentes –nunca decían regalos– los traía para el 6 de enero los Reyes Magos. Había pues que esperar, lo cual me iba haciendo lentamente un ‘outsider’, en el bronco barrio de Lince. Entre morenos, blancos pobres y cholos, todos trompeadores, mi infancia fue un “match” de box ininterrumpido de la primaria hasta los últimos años de la secundaria, y ni siquiera Navidad era tregua. Porque al día siguiente, el feriado 25, había que lucir los regalos en la calle, escaparate de imberbes desplantes, ponerse la ropa nueva o sacar el camioncito eléctrico, o sea, competir. Y ay de aquel cuyos mayores no habían dispuesto gastos navideños, que por lo general era mi caso. No hay duda, en el Perú, los pobres mismos, y yo lo era, aspiran a pequeño-burgueses. Como mi padre se ausentaba o aparecía a deshora, y según mis abuelas no había sino para el yantar cotidiano, el techo hogareño y acaso uno que otro gasto, pero eso sí, estricto y para la escuela, el niño que fui se las ingeniaba; o sea trabajaba las semanas por Pascua para adquirir el regalo que luego fingía venir del misterioso Papá Noel. Cuestión de no ventilar líos de familia y perder prestigio con la barra de la esquina. Me autorregalaba, pues. Mi pobre padre a veces llegaba con algo, parte de un pacto, como se verá. A veces arribaba una encomienda de provincias, envío de mi lejana madre. 

Acaso por todo eso, estas fiestas, más paganas que cristianas, a mí la verdad es que me pone a parir como dicen los madrileños. Vamos a ver, ¿seré el único? Claro, es ocasión para reunirse con la familia o los amigos, pero también con las penas. ¿No ha hablado de esto Valdelomar, en la cena pascual y el sitio en la mesa del ausente? A mí, estos días me abren los vastos pasadizos del adentro. Algunos  dan a un patio que ya no existe, a un tiempo que fue. Lo cierto es que recuerdo con más fuerza, por estos días, a mi padre, aunque viviese por su lado, vuelto a casar, en una quinta por los Barrios Altos. Y recuerdo a los tíos abuelos y nuestra modesta casa de Lince. O a Porras el maestro, y a los amigos muertos, a Carlos Delgado que siempre se me aparece en sueños por estas fechas. Y bueno, ya no están en este valle de lágrimas ni unos ni otros. Ni Jorge, el hermano que perdimos hace tan poco. Y entonces ocurre que después de un sueño de esos (yo soy de los que se acuerdan de sus ensoñaciones) me digo hoy voy a verlos, y a mi vieja tía Alicia que me criara, y me doy cuenta, de golpe, que no. Que ya no. Y hasta me entra la llorona como quien no quiere la cosa, la llorona que me viene cuando me estoy cepillando los dientes, lo cual no es muy  cómodo que digamos. Malditas fiestas que remueven los conchos del alma. Acaso para eso sirvan. Alguien preguntará: ¿y el placer de obsequiar? Sin duda, pero de regalar, regalo en cualquier momento del año, lo saben quienes me conocen, así porque sí, sin mediación del gigantón barbudo y capitalista. Para el afecto no hay fechas. Confieso además que me desacomoda que se suspendan actividades docentes, la verdad es que me la paso muy bien con lo que hago, dictar clases. Pero vienen esas vacaciones forzadas y me encuentro dando vueltas en casa, diciéndome que al fin tengo tiempo para leer, escribir y hacer lo que me dé en gana, pero eso no es del todo verdad y espero con impaciencia que pase el vendaval comercial de estos días. Y sin embargo…

La Navidad fue cuando aprendemos a soñar, aunque por mi parte, de pequeño confesé a mi padre que sabía que Papá Noel no existía y quien traía o no un presente era él, pero tras una rabieta formidable, recapacitó. Fue un tiempo, entonces, en libros mal impresos, de aventuras de un llamado Sandokán, de viajes extraordinarios de Verne, o de cuatro espadachines que se juran lealtad en Dumas. El embuste feliz del trineo de Navidad tal vez abría paso a lo que hoy me deslumbra, el cine de Spielberg, una visita de extraterrestres por una vez no agresivos en Encuentros de tercer tipo, o al Kubrick de 2001. Odisea del espacio. El cine, Capilla Sixtina de nuestro tiempo. No es lugar, en fin, para enumerar todo lo que me intriga y sigue maravillando sin agravio de la edad y hasta de las circunstancias, acaso sospechar un cándido misterio: algo en mí de ese niño insomne en una noche de Pascua, extasiado por la apuesta de una vuelta al mundo, o el inacabable cuento oriental ante un sultán rencoroso. Gracias Noel, viejo embustero. Gracias por Miguel Strogoff: el correo del Zar y Nuestra Señora de París de Hugo, y la isla de Robinson Crusoe, y el estremecimiento de Edmond Dantes escapando de su prisión al caer al mar. Y el llamado de la selva en la historia de un perro que me hizo amarlos a los que tuve, de Jack London. Gracias por las vidas que tuve, tras la lectura. Gracias por la esperanza de otra vida en esta.

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Sabatina, 05 de noviembre del 2005


Tercera navegación. Sumas y restas

 

Hugo Neira


Este libro (*) se ha abierto paso en la conciencia de su tiempo y en la lectura de sus contemporáneos sin que intervenga su autor. Anclado en la isla de Tahití y en la docencia, no me ocupé de su destino, intentando nuevas navegaciones. Pero Hacia la tercera mitad halló por sí mismo espacios de amistad. Aparecieron lectores, entre ellos gente joven, que se reconocían menos en su doctrina, no la hay, y más bien en su voluntad de estilo y de pensar el pensar. Otros, más próximos generacionalmente hablando, a los que debo agradecer como Max Hernández y Francisco Sagasti, lo incluyeron en “la lista de libros que todo peruano debe leer”. Si estas páginas devuelven a muchos peruanos –para quienes está de preferencia dirigido– la libertad de pensar, entonces me siento cumplido. A mi retorno, en especial en universidades provincianas, no ha faltado quienes me han confesado que luego de leerlo, dejaron de ser senderistas. Me sentí, entonces, tan gratificado como un humanista del siglo XVII a quien le confiesan que por sus escritos algunos han dejado de ser anabaptistas. Por lo menos este libro no ha contribuido al río de sangre de nuestra historia, al contrario.

 

¿Qué es este conjunto de ensayos? Y como lo ha señalado un crítico inteligente, acaso un solo e inmenso ensayo que sigue un método no convencional. Para cada problema, el abordaje desde una conjunción compleja de diversos factores, pero ello requiere de estudios más allá de las fronteras académicas tradicionales. Por eso, no pude ( ni quise ) abordar la Conquista del Perú sin su antecedente, México, porque la caída de Tenochtitlán en manos de Cortés prepara la del Cusco en manos de Pizarro. Ni la colonización de América sin abordar la Monarquía Universal y Católica, de los Habsburgos o los Austrias. Invitaba, y sigo invitando, a comprender la complejidad de esa dominación virreinal, que permita comprender a su turno la complejidad de la presente. Entre el XVI y el XIX hubo una matriz particular de acomodo/revuelta, un Estado singular, mejor un protoestado, porque los Austrias estaban interesados en la estabilidad (y ese orden duró tres siglos) mientras tanto, se organizó lo que llamo “la esfera de los favores”. O lo que he designado en un libro posterior, “el tejido despótico” (en El mal peruano). El tema es grave, apunta a las formas sinuosas de autoorganización entre peruanos por la que nos damos maña, no para cambiar, sino para que todo siga igual. 

Postulo, pues, que lo que llamo “El antiguo régimen”, y otros por pereza, la Colonia, no ha muerto. No hubo ninguna gran revolución en la historia moderna y contemporánea del Perú, lo que se llama verdaderamente una revolución, una quiebra, un tajo en la historia. Es lo contrario, lo pernicioso del pasado sigue vigente bajo la máscara de modernidad de los tiempos presentes. Las plagas sociales que nos están hundiendo como país, desde la vigencia de lo ilícito, la preferencia por los vínculos y no la ley, no tienden a desaparecer. Al contrario, están haciendo compatibles, ante el asombro de los mismos peruanos, democracia y corrupción, orden legal y extremo desorden social, es combinación que acaso intrigue y hasta divierta a los analistas extranjeros, pero que es nuestra cotidiana vivencia y nuestra desesperación. Las sociedades, dice Castoriadis, “crean sus instituciones pero no lo saben, y no quieren saberlo, hacen todo lo que pueden por ocultarlo”. Para decirlo de una manera sencilla, he vuelto física y mentalmente al Perú, pero no para compartir gran parte de los sentidos corrientes que los peruanos tienen sobre su propia sociedad. No, no ese el camino, confundirse con el criterio general, que  es apenas “doxa”, opinión, y peor con los prejuicios y mitos reinantes. Sobre la materia hay doctrina de autonomía. Es tiempo de rendirle homenaje en estas líneas, a un amable fantasma ejemplar, al mexicano  Octavio Paz. “No quería ni el Sillón del Príncipe ni el asiento de doctor de alguna Santa Escritura revolucionaria”.  Su deber, dijo lindamente Paz, “era preservarse ante Estado, partidos e ideologías. Para luchar contra el poder y sus abusos, contra la fascinación de la ortodoxia”. Querer al Perú es una cosa, coincidir con sus defectos, y hasta alabarlos como hacen algunos, es otra.

He abordado con apasionamiento esa hilera de héroes trágicos que son nuestros intelectuales, desde Garcilaso a Olavide, de Prada a César Vallejo, de Ribeyro a Scorza, a Vargas Llosa, exiliados o alejados, siempre preteridos, aun en vida, y en el interior del país, como Basadre adorado cuando desaparecido, Porras exiliado en su casa de Colina por haberse rebelado contra un orden que asesina suavemente sin matar. Y por eso, el mayor de los héroes de esa incapacidad a asumir que el rebelde tiene un rol y que no es el de aguafiestas, lo ocupa Haya de la Torre. No me ha pesado ni el corazón ni la pluma para este descargo. Sobre todo, viniendo de una generación que lo combatió. Y no digo esto para ganarme aleluyas ajenas. He negado los determinismos. Con lo cual no me acoge la izquierda fiel a su religión política de las leyes de la historia. Tampoco la nueva derecha fiel a su religión política de las leyes del mercado. Ni a uno ni a otro interesa lo que me interesa: sin hipoteca ideológica, un proyecto político que rinda a la sociedad y al individuo lo que le es propio, la autonomía. Espero por eso, con mi voz, o estas páginas, que la sociedad peruana abandone el extradeterminismo que la habita. ¿Qué es una sociedad extradeterminada? Aquella que coloca en un afuera imaginario (pero deseado) la causa de sus males y de sus instituciones. Providencia. Leyes de la historia. Etnia. Fatalidad. El problema es que nuestra sociedad oculta y no revela la fuente de sus propias y perversas instituciones. Retardando su propio proyecto de autonomía. Al volver al Perú, con este libro y sus herejías, combato la emergencia impresionante del sinsentido al tiempo que espero que la propia sociedad peruana se vuelque sobre sí misma, se mire en el espejo de sus propias pasiones y defectos, y se autoorganice. Al centro de nuestro propio laberinto, el Minotauro que nos domina que no es sino un retrato de lo ya conocido, vernacular y propio. Los hombres hacen su desgracia o su felicidad colectiva; no enseño alguna misteriosa doctrina, sino lo que todos sabemos desde los griegos, y desde Marx, Weber, Sartre y Arendt: el sujeto social somos nosotros mismos. Nuestras las cadenas y nuestras las alas. Necesitamos una nueva representación de nosotros mismos. Acaso algo de ello se halle en parte de estas 750 páginas.

(*) Extraído del prólogo a la tercera edición de “Hacia la Tercera Mitad, Perú, siglos XVI-XX. Ensayos de relectura herética”, Editorial Herética, Lima, octubre del 2005

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Sabatina, 22 de octubre del 2005


Nóbel. Todos los juegos, el juego

 

Hugo Neira

"El hombre es un animal que trabaja y piensa y que canta, danza, juega, cuenta historias, celebra; el carácter de la fiesta es universal, desde la fiesta Holi de los hindús al Ramadán de los musulmanes".

 

 La noticia del premio Nóbel en economía otorgado al norteamericano Thomas Schelling viene a llamar la atención y de modo espectacular sobre “La Teoría del Juego”, uno de los modelos más en boga en el actual raciocinio de matemáticos, economistas, sociólogos y analistas políticos. Una forma de razonar, hoy bajo los reflectores. No es la primera vez que “los medios” se interesan por los teóricos del juego. Hace poco se pudo asistir, en el cine, aquí en Lima, a la vida de John Nash, cuyas aplicaciones en 1951 prueban que en un juego no-cooperativo, actores enfrentados pueden establecer coaliciones con el fin “egoísta” de disminuir los riesgos. Una aplicación de esa posibilidad sería en el caso presente del referéndum próximo sobre regionalización, que algunas regiones dudosas por temor a perder sus ventajas, comprendieran que la mejor manera de guardarlas es, paradójicamente, asociándose. Digo nomás, por así decir.

Volviendo al Nóbel, al parecer Roberto Aumann, israelita de 75 años de origen alemán, socio en el premio, habría aplicado el análisis de Schelling al conflicto del Medio Oriente. Un signo de los tiempos, economía y guerra. De este Nóbel se ha ocupado mi vecino de página, con la competencia que se le conoce, Gonzalo García. Lo que me toca añadir es, acaso, la importancia paradojal de la no- novedad. En efecto, hay que decir que Schelling publica en 1945 La estrategia del conflicto, desde entonces obra influyente, leída y seguida por estrategas militares, por economistas apasionados en el aparentemente banal regateo comercial, y últimamente por ambientalistas ante la compleja interacción entre clima natural, conducta humana e industrias. Pero la obra decisiva es de 1978, Micromotives and Macrobehavior (Norton and Company). El FCE de México la tradujo en 1989 bajo el título por una vez atinado de Micromotivos y Macroconducta. No se den el trabajo de buscarla en librerías limeñas, está agotada. Pero esa obra original, por paradojal que parezca, no es lo que lo ha llevado al Nóbel. A Schelling lo han premiado por otra cosa. El jurado ha sido muy claro: “Por haber ampliado nuestra comprensión del conflicto y la cooperación mediante el análisis de la Teoría de los Juegos”. Aquí la palabra clave es “ampliar”.

¿Cómo razona un Nóbel preocupado, o mejor, ocupado en la Teoría del juego? Reflexionando a partir de acontecimientos de lo más triviales, como a continuación se demuestra.  “Alguna vez fui invitado a dictar una conferencia a un público numeroso”, cuenta Schelling. Le cuelgan un micrófono en el cuello, lo meten en una sala de 800 personas y sin más preámbulo le ceden la palabra. Schelling no deja de observar que el público asistente había optado por una ocupación de asientos bastante bizarra. “La mayoría se apiñaba en las últimas 24 filas del fondo, dejando vacía una primera docena de sillas”. ¿Por qué razón? No se reservaron asientos ni hubo acomodadores. Nadie determinó cómo se organizaba la concurrencia. “La gente votó con sus traseros”, dice toscamente. Pero su planteo es de singular fineza: ¿Por qué, en efecto, los que llegaron primero comenzaron por sentarse desde la decimotercera línea, y los que llegaron después se sentaron en las filas subsiguientes, al fondo? Son páginas que merecen visitarse. “Mi propósito al invitarlos a especular acerca de los motivos que produjeron ese tipo de distribución, no es elaborar un manual de administración de auditorios ni sacar analogías sobre la conducta de gente de barrio o de multitudes, sino dar un ejemplo vívido de un análisis característico de las ciencias sociales: la relación entre la conducta de individuos que integran un agregado social y las características del mismo agregado”.

El listado de conductas posibles de estudio es casi el de nuestra vida cotidiana. “Por qué hablamos los idiomas que hablamos y cómo los hablamos; con quién nos casamos, y si tenemos hijos; qué nombre les ponemos, cerca de quién vivimos y a quiénes elegimos como amigos, qué juegos jugamos y qué hábitos creamos, qué moda seguimos, si salimos o no a caminar por las calles, si nos quedamos en casa, qué animales caseros adoptamos, a qué hora comemos, cómo nos deshacemos de la basura”. “La Teoría del juego” a la que renuevan este par de premiados en realidad arranca en 1944. Oskar Morgenstein y von Neumann la conciben en tiempos de guerra. Para juegos de estrategia. Cabe preguntarse cuándo dio la “Teoría” el salto a las ciencias sociales. Cuando pudimos contar con potentes computadoras dicen, hoy, con cierto cinismo  matemáticos y economistas.

El juego, como la fiesta, el mito, la religión, los ritos, baña la actividad humana. Del juego se ocupan las ciencias humanas, desde 1938, cuando Huizinga publica El Homo ludens. Para nuestra especie no es suficiente el calificativo de “faber”, fabricante de cosas y de conocimientos, “sapiens”, sino de “ludens”. El hombre es un animal que trabaja y piensa y que canta, danza, juega, cuenta historias, celebra; el carácter de la fiesta es universal, desde la fiesta Holi de los hindúes al Ramadán de los musulmanes. Y nuestro Carnaval heredado de los romanos. La supervivencia de la humanidad reside en su capacidad de trabajo y de reposo. En su capacidad de fiesta. Y aunque no es de esos juegos de los que hable Schelling sino de mercados abiertos siempre incompletos, está claro que optamos, aunque no siempre de modo racional. La gente sabe que un tercio de matrimonios van a ir al divorcio antes de los cinco años, pero igual se casan, lo recuerda mientras se ocupa de los equilibrios duales o las curvas de tolerancia. Sobre “La Teoría del juego”, Schelling y compañía, se puede acudir a la gran enciclopedia de nuestro tiempo, a Internet (por ejemplo, www.clarin.com). En cuanto al título de esta crónica, es un homenaje a Julio Cortázar. Lo suyo, “Todos los fuegos, el fuego”. Intuyo que le hubiese gustado este retruécano, le encantaba el jazz, que no es sino juego musical. Según dicen los astrofísicos, las “cuerdas” que sostienen el universo no son sino eso, cuerdas musicales. Shiva danza, dicen los hindúes, y el mundo es y deja de ser. El dios lo crea y a la vez lo destruye, incesantemente.

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Sabatina, 11 de junio del 2005


Cuestión de métodos

 

Hugo Neira


Desde hace unas semanas me encuentro, para mi sorpresa, tratando temas que son abordados por Mario Vargas Llosa. Primero en torno a Sartre en el centenario. Luego, en la interpretación de lo que ocurre en Europa. El resultado han sido crónicas opuestas, raigalmente antagónicas. Es juego de fuegos cruzados, involuntario sin duda. Sendos trabajos hallándose en la arena pública, más de uno me pregunta qué es lo que pasa.

De pasar no pasa nada. El día que le den el Nóbel será para mí un día de gran alegría, pero como uno estima a los amigos, y es el caso, también se estima a sí mismo. Hace casi un mes, se publicó en Lima la nota de Mario sobre Jean-Paul Sartre en el momento en que yo abría un ciclo en la Alliance Française y mucha gente fue a mi conferencia con el artículo suyo en la mano y en la cabeza la hipótesis desalentadora de “Sartre ya fue”. Flotaba en el aire esa versión reductora: un Sartre existencialista “démodé” y confuso compañero de viaje de los comunistas. Sostuve lo contrario, no me parecía central la evanescencia de su literatura, entendía a Sartre como esencialmente filósofo, secundariamente autor de obras de teatro y de ficción. Y puesto que filósofo, aun de pie. Como de pie están Platón o Spinoza. Por lo demás, admito que las objeciones de Sartre al marxismo no son las mejores. Mayores y necesarias, constructoras de otra lectura inconforme del mundo capitalista, se hallan en la obra de Cornelius Castoriadis, griego. El relumbrón literario de Sartre acaso impidió comprender a Castoriadis. Son cosas que también ocurren.

Por ahí debía comenzar, su tabla de valores no es la mía. De un lado, no pongo la creación literaria necesariamente por encima de las otras formas de creación (una sola excepción: la poesía)  y me vería en un apuro si me dan a elegir entre el teatro isabelino y Thomas More autor de “la Utopía”. Del otro, de la escena social y política, suelo examinar con paciencia incluso aquello que no me simpatiza, “la razón de la sinrazón”, como diría don Alonso Quijano. Ciertamente, franceses y holandeses han votado vigorosamente contra un excelente texto constitucional. Pero no me parece que los europeos que optaron por el “no” sean unos estrafalarios nacionalistas, ni “aspiren al abismo” (Caretas). Los habitan sus propias razones, muchas de ellas sensatas, lo he explicado en estas mismas páginas, menos difundidas que la cadena de diarios donde se reproducen las de Mario, pero eso es lo que menos me importa. Insisto y firmo: no me parece que no quieran los europeos la mundialización. Otra cosa es que no quieran el capitalismo a la manera americana. Tratar a Francia como conservadora y reaccionaria es juicio temerario. Desde los bancos de la escuela me enseñaron a no confundir lo particular con lo general.

¿Por qué lecturas tan diametralmente distintas? Creo que es problema de método. Hay dos maneras de encarar la lectura de lo social, sigo a Max Weber. Una es “la ética de la convicción”. La otra “la ética de la responsabilidad”. La distinción es capital. La primera, trato de no practicarla demasiado, no porque no tenga mis propios valores sino porque en el estado actual de nuestra cultura es terreno fértil al uso de afirmaciones perentorias y conduce a la cerrazón y al fanatismo de los que queremos convencer. Me pongo en otra lógica, en Weber y su “sociología comprensiva”. “Los motivos de los hombres”. Develar las causalidades internas de una conducta, aun la más irracional, cargada de sentidos y sinsentidos. ¿El método weberiano es posible en la urgencia del periodismo? Me esfuerzo en ello, cuando tengo ocasión examino fanatismos. Me intrigan. Los partidarios de Le Pen. Como senderistas, fujimoristas,  etnocaceristas. Despierta mi curiosidad aquello que precisamente está en las antípodas de mi propia alma. No sería de otra manera sociólogo. A Mario, crítico de su tiempo, en el uso de su libertad sartriana, hay gente y cosas que le repugnan, y a los que condena con un entusiasmo que no puede sino hacerme sonreír, me recuerda cuando militábamos en los jóvenes comunistas de San Marcos y nos habitaba el fervor hegeliano de corregir el mundo. Pero el tiempo de la ideología absoluta, incluso la del libremercado, está cerrado. La era de la crítica ha vuelto, pero ella bien puede consistir en explicar cómo se constituye el imaginario perverso de las sociedades. No es buen camino instarlas a llegar a la conciencia de sí tras sermones y rezongos pasadistas. Hay que develar, es más díficil, pero es el equivalente, no veo otro, de liberar. En fin, cada quien hará lo que pueda. Cuestión de métodos. Nada impedirá, sin embargo, que el porvenir que ignoramos, escriba nuevas páginas de la historia con renglones torcidos. 

Nota. Según las últimas informaciones, en Europa hacen una pausa, como lo había presentido. Pero seguiré examinando ese inmenso no al “pensamiento único” del neoliberalismo y que los europeos han mandado de paseo, guste o no guste.

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Sabatina, 26 de marzo del 2005


El Código Da Vinci, en tren

 

Hugo Neira.

"Casi no leo el “Código Da Vinci” por tomarlo por un policial esotérico-religioso y best-seller mundial gracias al marketing"

 

 

No pensaba leerlo. Suelo desconfiar de obras que se venden por millones de ejemplares. Con mayor razón, si el tema es la vida de Jesús, y me dije, otro delirio más. Casi no leo el Código Da Vinci por tomarlo por un policial esotérico-religioso y best-seller mundial gracias al marketing. Error, me hubiera perdido una obra apasionante. Y que puede tomarse como novela, es decir, ficción, o un brulote (*) herético de marca mayor, a cada quien su lectura.

Se lee un libro a veces por azar, y este es el caso, un regalo de Navidad, de Marion mi hija, 15 años y estudios en un liceo francés, quien me obsequia no la novela sino una obra sobre la misma. En efecto, de Dan Burstein, “The Secrets…” (New York, 2005) trabajo colectivo de una cincuentena de profesores de universidades, gente de estudios bíblicos, historia católica y orígenes del cristianismo. Los eruditos no denigran sino alaban Da Vinci Code. Dan Brown —también profesor de literatura inglesa— se ha inspirado en sus trabajos y no lo critican, se lo agradecen, los ha sacado del semianonimato. Ahora bien, las numerosas pesquisas vienen a entrelazarse, para lo mejor o peor, con la intriga novelesca.

He invocado el azar. Me dejó tirado en España un avión debido al mal tiempo y recorrí el camino de retorno en trenes franceses y en la primera estación compré la novela, y  estuve leyendo ambos libros, entre bajada y subida a trenes y de estación en estación, durante un largo día de invierno, por el corazón ferroviario de Francia. Se lee muy bien en los confortables vagones, calientes y bien iluminados. Afuera caía la nieve entre Hendaya y Burdeos (13h26 a 18h00) pero ya las primeras páginas me llevaban por las galerías del Louvre donde se inicia la intriga: ¡ciertos signos secretos se hayan escondidos tras el cuadro de la Gioconda! Los personajes, Sophie y Langdon, corren de un lado al otro, hay en marcha un vasto complot, y mientras afuera nevaba, yo de lector estaba en el bosque de Boulogne de París, o en la iglesia Saint-Sulpice, y más tarde, en el trayecto    Burdeos-Brive (18h13 a 21h27) tras un sandwich y un café, en Londres, a donde se traslada la intriga. Para ser sincero no pude sacar los ojos de esas páginas.

Dos líneas sobre la construcción narrativa. Los recursos narrativos de Brown son los mismos de  los cuentos para niños del s. XIX, como Pinocho o la Caperucita Roja, aunque nadie pueda creer que a un niño de madera le crece la nariz cuando miente o que un lobo pueda hablar. Son lecturas, pues, fundadas en un pacto de credulidad. No distinto del que sigue las aventuras de Harry Potter, o el itinerario del “hobbit” creado por Tolkien. Todas, obras con un misterio por descifrar, y se sigue un hilo. Por ello, las ediciones en inglés y en francés incluyen sendos mapas de París, Londres, Roma, Efeso y Nicea. Ese es parte de su encanto, es una caza al tesoro. Una aventura.  

Que un gran asunto religioso se halle de telón de fondo ya se usó anteriormente, recordaremos las novelas de Humberto Eco, El nombre de la rosa, y en especial El péndulo de Foucault, en el que una secta secreta atraviesa las edades. ¿Por qué ha despertado tanto interés como repulsa? Cierto, la idea del complot, esta vez, en el lugar de los malvados, tradicionalmente ocupado por la CIA, nazis subterráneos o tortuosos templarios, le tocó el turno al Opus Dei. En fin, Evangelios Apócrifos. Manuscritos del Mar Muerto. De todo como en botica. Pero creo que el problema no radica en que mezcle lo real con lo ficticio, por ejemplo Jacques Seurière, el conservador del Museo del Louvre en la intriga, fue en realidad un clásico de libros esotéricos, sino en algo más. En sus tremendas hipótesis. No me voy a refugiar, pues, en la cobardía de presentar al Código Da Vinci como sólo obra de ficción. Seamos claros, no se trata de que Jesús fuera o no casado como todo judío a su edad, a sus 33 años sino, si es cierto o falso, que la fama de prostituta de María Magdalena se la inventaron tardíamente, los eruditos dicen que por el siglo VI, y si esto es así, entonces la novela reclama un lugar central de las mujeres en la fundación del cristianismo. En efecto, si una discípula fue un apóstol entre los otros (la palabra apóstola ni existe) ¿para cuándo mujeres curas? Así, queda planteado el tema femenino y la vinculación entre sacralidad, sexo y divinidad. Y otra interpretación de María Magdalena, víctima de un colosal y milenario ninguneo machista. El fastidioso Brown ha provocado las iras del cardenal Tarcisio Bertone, guardián del dogma. Lo que es a mí me ha dejado intrigado.

(*) PD. Brulote: barco cargado de materias inflamables que se lanzaba contra los barcos enemigos para incendiarlos (María Moliner)

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Sabatina,  11 de diciembre del 2004

De intelectuales y otras vanidades

 

Hugo Neira


La figura del intelectual ha marcado el siglo veinte. Los momentos claves, las dudas existenciales, las batallas masivas e ideológicas. No es poco. Siglo de anarquismo, fascismo, nazismo, socialismo, tendencias todas tan intemperantes que Raymond Aron las llamó "religiones seculares’’. Pues bien, en ellas los intelectuales fueron tanto heresiarcas como catecúmenos. No sólo han destruido creencias (es decir, ilusiones, mentiras públicas) también las han edificado. El balance no puede ser sino mitigado. Ni santas palomas ni culpables. Concernidos.

Lo fueron, por el lado bueno de las cosas, Gandhi, Martin Luther King, Bertrand Russell. Pero también Lenin, Mussolini (excelente periodista y orador) y Goebbels. Han construido "cárceles del pensamiento" señala uno de ellos —de mi grata y personal predilección— me refiero al mexicano Octavio Paz, cuya postura muy temprana, hacia los 70, rompe con el corset del “intelectual comprometido”. No quería "ni el sillón del príncipe ni el asiento de doctor de alguna Santa Escritura revolucionaria. "Su deber de escritor, dijo Paz, era preservarse ante el Estado, partidos e ideologías. Para luchar contra el poder y sus abusos, contra la fascinación de la ortodoxia, contra la propia sociedad mexicana. El laberinto de la soledad, alguna vez le pregunté a un mexicano qué efecto le hacía libro tan alabado. Paz no fue tierno con los propios mexicanos. Los trató de disimulados. Pues miré usted, me dijo, “a nosotros nos suena como una mentada de madre”. Luego añadió, “pero qué bien escribe el cabrón, no?”

Sartre decía con saludable impertinencia, "intelectual es aquel que se mete en lo que no le importa". Algo parecido avanzó Tocqueville a mitad del XIX, el intelectual portador de "las pasiones generales y dominantes’’. La formulación no ha envejecido. "La capa social que se caracteriza por apoyar o criticar a los que ejercen el poder de decisión" (Raymond Aron). ¿Pero qué pasa cuando no se tiene una clase política? ¿Cuando la tentación del reemplazo es perentoria? En ese caso se tiene una capa social volcada a la vez al poder y al saber. Y es entonces pertinente llamarla "intelligentsia". Caso ruso en el XIX, ruso, no soviético. Caso nuestro en el siglo XX. La cosa tiene bemoles. Define en mucho a nuestros políticos-intelectuales por carismáticos, acaso en exceso, y también su lado oscuro. Ante alumnos sin formación crítica, en el fondo de una universidad provinciana de los sesenta, emergió el culto al profesor/profeta llamado Abimael Guzmán. ¿Quién dice que la amalgama de socialprovincialismo y "rapto excepcional del alma" (uso adrede uno de los rasgos del sentimentalismo hitleriano) no pueda volver a producirse en las confusas ideologías que surgan en los Andes?

Desde el affaire Dreyfus (1898) el "intelectual", adjetivo sustantivado creado por un político, Clemenceau, entró a la escena histórica. La inteligente Encyclopædia Universalis les dedica páginas matizadas. "Es difícil circunscribir, confiesa, sus límites o describir adecuadamente sus funciones". Hay que recordar también a Karl Mannheim: la ‘freischbewende intelligenz’. Intelectuales flotantes: los que podían trascender sus limitaciones de clase. Ni olvidar a Bourdieu, demoledor de las propias mentiras del gremio: el quehacer intelectual como “el ejercicio de una función de poder criticando justamente el poder”. Sibilino pero eficaz. No es el experto sino su opuesto dice Bobbio. ¿Por qué irrita? Por reclamar una situación paradojal. A su vez la vocación por intervenir y la autonomía de la “distancia crítica”. Pocas sociedades, entonces, lo toleran. Pero las que lo hacen, son las más sanas. Así, intelectual es papel más bien vicario que gozoso. Vicario: que hace las veces de otro y lo substituye. El pueblo, la clase, la nación, los indígenas, los pobres, qué sé yo. Pero puede deslizarse a profeta, gurú, jefe de secta. Sobre el papel del ‘profeta’ desde el Antiguo Testamento a la sociología de las religiones que iniciara Max Weber, su figura moderna es la del castigado por decir justamente lo indecible, la verdad social. Para ocultarla se asesina a Trotsky.

La sociedad vive el secreto de sus mentiras decía Foucault. Viene el intelectual para desencantar, Weber. De hacerlo hay un precio: incomprensión, ludibrio. También equívoca fama. No es el guardián del dogma sino su contrario. Todo esto, acaso, se discutirá la semana próxima. (1) En suma, resulta saludable que el saber universitario se interese. Hay estudios críticos sobre los nuestros —Osmar Gonzales, Sinesio López— pero pocos; habrá que contar de hoy en adelante con lo que deje ese coloquio convocado por Carmen Mac Evoy. Una nueva historia intelectual, anímica, social. Las ideas peruanas cambiaron cuando se estudió en los sesenta a la oligarquía. Ahora no se trata de los que detentan el poder socioeconómico sino el simbólico. Con razón o sin ella, eso ya lo veremos.

(1) PUCP. Intelectuales y poder en la Historia del Perú. Coloquio Internacional. Del 14 al 16 diciembre.

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Domingo, 21 de noviembre del 2004


Del Habano, el Goce

 

Hugo Neira

"El tabaco es ritualidad. Es magia que viene de lejos.
Creció a la sombra de las aldeas cubanas con esclavos negros.
Los “orishas” lo masticaban"

 

El habano se goza con delicadeza. El enrollado debe ser impecable, el cultivo esmerado. Las regiones cubanas de donde viene el buen habano son Oriente y Las Villas. Dicen que el mejor tabaco del mundo, por la salinidad del suelo y el clima, está en la provincia cubana de Pinar del Río. El habano no es señal ideológica, entre amantes de los buenos cigarros se recuerda al Zar Nicolás II y a Napoleón Bonaparte, los mató, al primero una revolución, al segundo sus obstinadas guerras, no un cáncer de lengua. La elaboración es lenta, cuando las hojas se vuelven de verde claro y tienen fuerza, las clasifican. La tabacalería cubana es ciencia exacta, unas 50 variantes por textura y presencia, que luego se empacan para su fermentación. El Cohiba es fermentado hasta tres veces. Luego viene la obra de arte, torcerlos. Un Montecristo, un Partagas, un Bolívar, no por gusto llamado así. ¿Cómo decían los latinos para las cosas realmente superiores? Óptimo.

Luego viene el disfrute. Lento, sosegadamente. Se sujeta el puro con el dedo índice y el pulgar a la vez que se ejerce una ligera presión. Una pequeña guillotina corta la perilla. Tenga cuidado, la parte inferior debe permanecer intacta, la hoja aprensada por manos hábiles y que ninguna máquina hasta la fecha ha podido sustituir, no debe desenrollarse. Ahora aspire o, mejor, como se dice en buen castellano, inhale. La muerte del habano debe ser tan digna como su breve y espléndida vida, no lo apague. Deje que se apague solo, como esos viejos señores que se mueren de su cansada natura. En Lima compre pocos. No se fuma puros como se fuma cigarrillos. Son caros, y el clima húmedo limeño los arruina. Adquiéralos en establecimientos donde hay deshumedecedores. Conozco unos cuantos. Y sobre todo, no se apresure. El tabaco es al vulgar cigarrillo lo que el erotismo a irse de putas. Nada que ver ni con la imperiosa necesidad del instinto y menos con la prisa.

El tabaco es ritualidad. Es magia que viene de lejos. Creció a la sombra de las aldeas cubanas con esclavos negros. Los "orishas" lo masticaban. Era hoja curativa. Con la trata negrera, tabaco y divinidades africanas llegaron al Caribe a la fuerza. Sin saberlo, están con nosotros cada vez que encendemos un habano. "Es un placer que se ha demonizado", dijo el español Vázquez Montalbán. Como se iba a morir de otra cosa, fumaba sus puros. Cuba no puede pensarse sin ese milagro, el gran libro de Fernando Ortiz que deberíamos conocer como a Mariátegui, Arguedas, Gabriel García Márquez o a Carlos Monsiváis, como un maestro de la prosa americana, en Contrapunto cubano del tabaco y el azúcar. El tabaco nace, el azúcar se hace, dice. El tabaco no cambia de color, como el azúcar que se blanquea, "nace moreno y muere con el color de su raza" Es sin duda maligno, agrega. De la misma estirpe tétrica de la mandrágora que enloquece y la pecaminosa belladona. Con ser peligroso, y lo es (lo digo para evitar réplicas antitabaquistas), el mejor es el cubano. El puro es tentación de escritores, Chejov, Byron, Flaubert, Balzac, García Lorca. Acaso porque es riesgo y audacia. Cierto, se ha vuelto ostentación.

Tiempos de religión del consumo, de diferencialismo social, el cine nos muestra inescrupulosos gángsteres con el puro entre los dientes, y patronos opulentos. La cuestión es por qué se fuma, y en particular habanos. Puedo decirlo: despeja la cabeza. No en vano se le condenó por satánico, ayudaba a pensar. "Ex fumo dare lucem", de ahí su frecuencia en una ralea variada de gente que para el bien y el mal necesitan las ideas claras, gente que se va por los pasillos de los grandes hoteles para no incomodar, celebridades del jet-set, artistas, incluyendo damas, de todo un poco. Los une por encima de la nicotina y la pose algo más poderoso que la ideología, el dinero y la fama. Los une el ritual. Saben llevarlo a la oreja, apretarlo mientras se le hace girar. No se le chupa, no es un dulce. Logia o secta exigente, saben que es capa, tripa, corte y encendido. Si no sabe cuánto interesa para el placer el tiro y la combustión, simplemente no fume habanos. De esa iniciación a la sabiduría depende la duración del puro. Si no está bien cortado se le apaga en la boca o al revés, lo achicharra. No cortarlo bien es como descorchar mal un excelente vino. Se fuma puros para saborear el aroma, pero eche el humo por la boca, no lo trague. Puede usted vivir muchos años sin ellos. Puede irse de este mundo ignorando esa maravillosa combinación de tierra, sol, clima, artesanía y conocimiento. Y de libertad individual, aunque con toda seguridad, dan cáncer. Hombre, de algo tiene uno que morirse.

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Sabatina, 09 de octubre del 2004


Dogville. La belleza del mal

 

Hugo Neira.


Corren los años treinta. Una bella fugitiva, Grace, encarnada por Nicole Kidman, se refugia en una comuna aislada, Dogville, Estados Unidos. Se supone que estamos en una comunidad rural norteamericana donde las decisiones se toman por consenso, y así, en efecto, animados por Tom "el filósofo" lugareño, los habitantes deciden proteger a Grace de los gángsteres que la persiguen. En compensación le imponen servicios. A medida que avanza el relato, se descubre que los acogedores ciudadanos de Dogville son peores, para Grace, que sus perseguidores.

No, no estoy haciendo crítica cinematográfica. No es mi oficio. Por lo demás, buenos, si no excelentes, críticos han ya destacado la construcción escénica de Lars von Trier, un decorado donde las casas de la aldea son apenas marcas en el suelo, la patética y deliberada desnudez. No hay paredes ni accesorios, lo cual deja libre juego al juego del actor. Lo que hago no es, pues, crítica, sino recoger el rumor de la platea durante las tres horas del filme y los del público a la salida. No soy sino un observador, en el sentido que lo entendía Ortega y Gasset. Vi el filme de Lars von Trier en el Alcázar, uno tiene orejas, en el pasillo me enredé en una conversación, esas cosas del azar. Prometí esta cavilación, no son otra cosa estas breves líneas.

Dogville seduce y a la vez provoca malestar. La bella y desamparada Grace es sometida al trabajo de sirvienta, luego obligada a acostarse con los hombres de la localidad, y tras la prostitución, como intenta huir de Dogville, le cuelgan un collar en el cuello como a una perra. La gente de ese pueblo pasa rápidamente de la filantropía al abuso. ¿Somos los humanos tan malvados? La sorpresa es el desenlace. Grace, o Nicole Kidman, pasa de mártir a vengadora. Llega el padre, el temible padre-gángster, nada menos que Ben Gazzara, y las máscaras caen, la hija del Big man decide entonces volver con el poderoso padre, quien como Jehová reparte el bien y el mal, y la dulce perseguida se convierte en un ángel exterminador. En efecto dirige a los arcángeles-criminales que masacran la aldea. No nos sorprendamos de que el público se quede temblando. No es para menos. La crítica internacional no ha faltado a esta cita del cine con la filosofía política. La película es una fábula sobre los instintos humanos. Los de la gente corriente, de todos: la voluntad de dominación.

Dogville es un filme antihollywood: una historia contada sin efectos especiales, ya lo he dicho, sin decorados titánicos. Un anti Matrix dice un crítico norteamericano (pero a mí me gustó Matrix, ya escribiré). En fin, está claro que de entrada contradice el estereotipo dominante, la idea que tenemos de una aldea estadounidense, supuestamente con gente encantadora. En efecto, lo son, hasta que toman conciencia de que con Grace tienen una sirvienta gratuita y luego una esclava. La segunda razón para desencontrarse con Dogville es no darse cuenta de que lo que están en juego son los mitos fundadores de la modernidad política. Es decir, tanto 1773 como 1789, en la base, el postulado de que el pueblo es bueno y que librado a su instinto decide el bien, mediante un pacto de bondad. Un principio que viene de Rousseau. El fundamento mismo del Contrato social y la Soberanía del pueblo. Lars von Trier y su película discuten el postulado fundador del occidente democrático. En efecto, una aldea de pacíficos ciudadanos, pero el poder total sobre una desvalida los vuelve malvados. ¿Y Grace qué es? El ángel exterminador de visita en Sodoma, comprobada la abominación no queda sino el exterminio. ¿Retorno al Dios severo del Antiguo Testamento?

Lo inquietante, lo terrible, en Dogville es esa solución final en manos del padre gángster de Grace. La idea es devastadora. El puede decidir el bien y el mal, y los vecinos, la gente pequeña, ¿sólo sus pequeñas y mezquinas maldades? Eso es Dogville, una metáfora sobre el poder. Una metáfora elitista y aristocrática. Nicole Kidman está magnífica cuando pasa del sufrimiento a la venganza. El filme acaba con el exterminio de los falsos-buenos. Se entiende el estupor del público. Véala, lector, antes de que la saquen de la cartelera. En el mejor de los casos, es una fábula filosófica-política. En el peor, tres horas con Nicole Kidman encarnando la belleza del mal. La idea es contradictoria, pero eso es precisamente un Oximorón, ¿no es cierto, Martha?

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Sabatina, 04 de setiembre del 2004


La caja negra del profesor Easton

 

Hugo Neira


Viene a verme uno de mis ex estudiantes de la Nueva Guinea, Teihotaatamaraetefau, a quien llamo Teiva. El lector recordará alguna de sus visitas anteriores. Verlo me da un gran gusto, pero también susto y disgusto debido a sus descarnadas opiniones. Viene esta vez acompañado del profesor David Easton, una celebridad. Hacia los años 60, Easton propuso abordar el estudio de toda estructura política como una "caja negra" de output-input, o sea, de demandas sociales y/o respuestas gubernamentales. Siguió trabajando hasta su muerte en ese enfoque teórico.

Un hombre alto y delgado me tiende una mano fuerte y toma asiento con toda naturalidad. Inmediatamente aparece una chimenea de animado fuego, tenemos los tres, incluyendo a Taiva, un buen cognac en la mano y al otro lado de las ventanas de ese ensueño, cae nieve. Easton va de frente al grano.

–¿De modo que en un curso suyo va usted a utilizar mi diagrama de la caja negra?

– En efecto, me escucho responder, el régimen político, como usted ha señalado, es el centro nervioso de un país. Pero algo anda mal en el caso nuestro.

– Simplifiquemos, dice Easton, o el espectro de Easton. Hay tres sistemas. El político, el económico y el cultural. ¿Cuál es el que falla en Perú ?

– Mire, el económico no necesariamente. Lo "macro", como se dice, está creciendo. Camisea nos daría un par de puntos más de crecimiento en el curso de los años venideros. Se discute fuertemente si chorrea o no. Un economista como Gonzalo García inspirado en lo que dicen las encuestadoras señala que ha aumentado el ingreso arriba y en los estratos bajos. O sea, está chorreando. Además, la economía mundial ha entrado a un ciclo Kondratieff de alza y de demanda de minerales que nos conviene. Alza por muchos años.

– Y a eso se añade el retorno a la democracia, y que se preparan diversos frentes para el 2006, lo cual es saludable. El problema no es pues enteramente político, reflexiona Easton.

– ¿Qué es entonces?, pregunto. Teiva permanece silencioso.

– Acaso provenga del sistema cultural, señala Easton. Puesto que los otros dos sistemas, mal que bien, funcionan.

Pienso, entonces, que la cosa es grave. Se cambia un sistema político, se sale de una dictadura a una democracia, se empobrece o dinamiza una economía de exportación como la nuestra, pero la finta, las argollas, el standard bajo de la ética en la viabilidad de la nación, en suma, la "cultura política" demora decenios y hasta siglos en cambiar. Comienzo a sudar frío. El espectral Easton parece adivinarme.

– ¿El sistema cultural, no? Eso es lo que falla en su país, amigo mío, están ustedes en un verdadero lío. Y con parsimonia de académico anglosajón se hunde en el sillón y desarrolla sus hipótesis.

– Miren, de la "caja negra", o sea, del gobierno, sale un mensaje contradictorio. El doble lazo: "combato la corrupción", pero la anterior y no la actual. Como para volver esquizofrénica a la opinión pública, y es lo que está sucediendo. ¿Cómo se llama ese congresista vuestro, que insulta al Presidente?

–Rafael Rey, decimos a coro Heiva y yo.

–Sí, ese que ataca a Toledo pero exime a Fujimori, pero según fuentes bien informadas ¡resulta ser el favorito de los empresarios! Hasta un espectro como yo se asombra.

Teiva, que ha estado callado, interviene.

– Con todos mis respetos, creo que otras son las demandas que golpean la "caja negra" del gobierno sin ser escuchadas. ¿Conocen ustedes a la profesora Duvalier, francesa y antropóloga? Es una lástima, ella podría contarles cómo en la comunidad andina en la que reside, le ha dicho el propio Alcalde que por favor hable con el gobierno para que vuelva Sendero. No, no (se apresura a añadir Teiva), no es como lo están pensando. Asocian a Sendero al orden. Quieren que alguien juzgue a los abigeos. ¿Y no es cierto que en la misma puerta de Lima, pobladores de asentamientos humanos se toman la justicia con sus propias manos? El clamor general es de seguridad legal.

– Un asunto de policía y jueces de paz, agrego. De orden republicano. Que hasta ahora no hemos tenido.

Easton dice entonces que eso requiere de otro sistema cultural, acaso medio "puritano" que vendría de abajo. Teiva le responde que lo que viene de abajo es una mezcla de "orden y desorden" sin precedentes históricos, y que los políticos tradicionales de izquierda, centro y derecha no sienten venir esas demandas. Me escabullo de la reunión y los dejo discutiendo.

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Jupiterina, 01 de abril del 2004

Esplendor del barroco

 

Hugo Neira


Del barroco, arte y literatura, también fue escena. La política se hizo teatro y lo teatral, política. Le interesaron las representaciones. En "El gran teatro del mundo" el personaje del pobre (Aristóteles Picho) es inmenso porque es nadie. ¿De qué estoy hablando? Del atrio de la Catedral vuelto escena, mundo, cielo e infierno. Grupos electrónicos. Carros, torres. Un auto sacramental es plaza y calle. Pero calle que no calla. Sermón y entretenimiento. Ya quisiera la televisión de nuestros días ese mensaje con masaje. No al ego, al alma. En esa época la gente la tenía. Y pecaban. Pero "la vida era cuestión de salvación y no de sanación" (Eloy Jáuregui, en Usted es la culpable).

Un auto era y es metáfora. Los conceptos como protagonistas. Codicia, Discreción, Muerte, Libre Albedrío. Se nota cómo combatía la Santa Madre Iglesia a sus enemigas, a las iglesias reformadas. Vulgo protestantismo. Ya se pasaron esos ardores. Queda el gran teatro de Pedro Calderón de la Barca. Gloria del convencimiento inteligente para que las masas se echasen a pensar en el más allá desde el más acá. España del XVI al XVIII. Un auto era y es para los sentidos. Vista y oído. Y sin embargo, danza, juego, imaginación y símbolos ¿Para qué acompañamientos, acólitos, bailarinas, el ejército de la muerte, el diablo, la corte del Rey? El inconfesado propósito es hacernos pensar. Y pensar en teológica gracia. En el que hemos visto, truena la voz del autor, estupendo Ricardo Fernández. Un coro entre plañidero y mandón recuerda "Obrad bien. Que Dios es Dios". El personaje fuerte es el de la Muerte (Luis Sandoval) y su cortejo, todos de negro, como los heraldos de Vallejo, siglo XXI obliga, vestidos como para la película Matrix, ropas de cuero, figurines del flamenco que palmean (Alma gitana, dirigida por Lourdes Carlín). Esto y su contrario. Lo dicho, el barroco.

En la mise en scène de Luis Peirano hay gigantes con zancas. Actores como si salieran de las escalinatas. Multitudes que entran y salen por puertas que son cuna y tumba. Aparte del simbolismo, no deja de ser un excelente recurso. El tema es la representación, los destinos. ¿Por qué unos nacen ricos y otros desdichados? Y si unos van por la vida de hermosas (Mónica Sánchez, guapa de verdad), otros de labraderos (Américo Valdez), los unos altos señores y los otros míseros, todos sometidos a la inexorable muerte, la gran igualitaria. Drama de la fe, gente en olor de santidad y otros reprobados que parten a los infiernos. ¿Infortunio y fiesta? Ambas cosas, el barroco ridiculiza los defectos creando tensiones, que exhibe. En fin, en algún momento irrumpen marineras, fuegos de artificios y comparsas tradicionales con pasacalles y huainos. Fiesta y rictus de angustia, todo.

Por cierto, la máquina infernal que devora al rico (¿qué habrán dicho los del BID?) echa fuego en la escena al punto que por un momento pensé que iba a pasar una desgracia. Pero la cosa funcionó con impecable relojería. Y los actores, con buena dicción. Y no falló ni una cabriola de ángel o demonio. Da gusto ver una puesta teatral de esta calidad. La noche en que la vi, la gente aplaudió de pie. No soy hombre de teatro pero durante años en Europa hallé tiempo para ir a festivales, en especial al de Avignon, que es ciento de grupos de actores durante 30 días con sus noches en villa con murallas no más grande que Barranco. Teatro clásico francés, español, hindú, japonés, chino y hasta experimental, con caballos y jinetes tártaros. Pues bien, afirmo que la obra montada por el esfuerzo de la PUCP y los auspiciadores y los 400 actores es teatro del grande, del muy grande. Bravo.

PD. Estas notas fueron llamadas "jupiterinas" porque salían los jueves y permitían comentarios personales a mitad de semana. He decidido detenerlas. Ocurre que tengo una carga docente fuerte. Así, por mucha buena voluntad que tenga, Jupiterinas, adiós. Siguen los sábados las sabatinas.

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Sabatina, 24 de Abril del 2004


Un Premio de la Nozick Fondation

 

Hugo Neira


Viene a verme uno de mis ex estudiantes de la Papúa Nueva Guinea, Teihotaatamaraetefau, de prenombre Vaitea. Ya graduado, se dedicó a acumular bolsas de estudio como isleño y británico de ultramar. Por Lima vino hace meses y me trajo varios trabajos suyos, lo del síndrome maya de los peruanos ¿recuerdan? En el juego de la pelota del México antiguo, al capitán del equipo vencedor como premio se le cortaba la cabeza y así partía al paraíso. Igual, en nuestros procesos electorales, al vencedor se le inmola. Teiva y sus ideas. Me intriga y a la vez me irrita.

– Profesor, vengo a verlo porque estoy de paso y me envía la Fondation Robert Nozick al Perú.

Lo que nos faltaba, Vaitea asociado a los hiperliberales norteamericanos. Me arrepiento de haberle puesto notas aprobatorias. En cuanto al filósofo Nozick, apenas me acuerdo vagamente que muerto en enero del 2002, a los 63 años, fue saludado por la prensa americana como uno de los más brillantes espíritus de nuestro tiempo. En "Anarquía, Estado y Utopía" Nozick predicaba por un Estado reducido a casi nada. En Estados Unidos lo escucharon y lo aplaudieron pero se libraron de llevar a cabo sus teorías.

-Qué hace usted con esos hiperliberales?, pregunto a Teiva. ¿Y qué diablos tiene que ver la situación peruana con el Estado mínimo?

Como siempre, Teihotaatamaraetefau se toma su tiempo para contestarme. Se acomoda en el sofá, estira sus interminables piernas, luego se mira el borde de las uñas, en un gesto típico suyo que siempre me exaspera.

-Bueno, profesor, no sé cómo decirle sin ofenderle. Pero el Perú es el país que la Fondation Robert Nozick ha elegido para premiar por realizar la obra del Maestro.

-Está usted mal de la cabeza Vaitea —me escucho decir indignado—, en Perú ¿no ve que no hay plata para pagarles a los policías, a los maestros? ¿No ve que falta Estado y fisco? ¿De qué estamos hablando?

Vaitea sonríe. Y argumenta muy parsimoniosamente.

-Justamente. El Maestro Nozick propugnaba un Estado mínimo cuya principal tarea fuera proteger a los ciudadanos de la violencia y el robo, pero no por obra del mismo Estado sino con agencias privadas. Bueno, eso que es utópico, como nos dijo el Times Litterary Supplement, ya lo han hecho los peruanos.

Estoy a punto de tirarle algo por la cabeza, cuando Vaitea prosigue. ¿Y sus huachimanes? ¿No están llenos de clínicas y colegios privados? Hasta en los Conos los prefieren. ¿No es a eso a lo que aspiran los gremios de empresarios, a nada de impuestos? Ustedes han logrado lo que es el sueño de los liberales de todo el planeta, la extinción del Estado. Los peruanos lo detestan, lo ven como un grupo de personas que les quita la plata de los bolsillos. Pero para nosotros, los discípulos de Nozick, son un ejemplo mundial.

Hace una pausa y continúa. Han progresado. En la colonia ¿no es verdad que un Virrey le hizo la guerra al rico minero Salcedo, propietario de las minas de Laycacota? Lo decapitó. Lo cuenta vuestro Ricardo Palma. Ahora en cambio no pueden ni llevar a un juzgado a un ricohombre como el señor Dionisio Romero. Vaitea remata: es nuestro héroe. Van a venir muchos nozickistas.

– ¿Para invertir, supongo?

-Qué va, profesor. No ha entendido. Para acelerar el proceso. Una agencia podría ocuparse de la defensa. Otra de cuidar fronteras. Habrá un Presidente pero como mero coordinador de firmas locales o internacionales. El resto a trabajar. Perú y nación ya no habría. Ni Soberanía. El cenicero que le envié por la cabeza menos mal que no le acertó.

PD. Comentaré la encuesta sobre democracia del PNUD. Su tecnicidad no es suficiente, sus resultados son susceptibles de diversas y contradictorias lecturas o interpretaciones. "¿Presidentes que vayan más allá de las leyes?", ¿Qué hay detrás de esa pregunta? ¿Presentarnos como un continente de autoritarios? Hasta el próximo sábado.

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Sabatina, 10 de abril del 2004


Pasión. Pasiones

 

Hugo Neira


¿Quién dice que fue siempre suave la representación de Jesús? A propósito de la Pasión, pienso en los soldados patibularios en la pintura del Caravaggio. Realismo, crudeza, atrevimiento. Hacia el 1600. No es necesario haber visitado los grandes museos. Sus claroscuros están en cualquier historia del arte. ¿No los ha visto Mel Gibson? Sin duda, católico tradicional. El cine hereda las artes. Cristos ensangrentados en millares de iglesias, y por siglos. En torno a esa película, mucho ruido. Mucha ideología. Poco se la trata por lo que es. Como representación. No Teología. ¿Saben cuántas películas se han hecho en torno a la pasión de Jesús de Nazaret? Más de 180. Lo sigue de cerca nada menos que el Conde Drácula con 175 filmes y no muy lejos, Frankenstein. Entre Vampiro y Monstruo, doblan en taquilla al Nazareno. La cosa es clara, más que la bondad, atrae a los grandes públicos la exhibición del mal.

Hubo en las pantallas muchos Jesús antes que el dolido y castigado de Mel Gibson. Conviene acordarse, y reflexionar. De los años sesenta, el Jesús de Pasolini, encarnado por un actor catalán. Ardiente, mesiánico, tercermundista. La pasión según Mateo. De otro lado, tiempo de hippies, comunidades y flores. El Jesús de Luis Buñuel, en La vía láctea". El personaje, esa vez, un Jesús alegre y juvenil, como todo el grupo de apóstoles, se diría una suerte de alegre banda de jóvenes amigos. Buñuel, sin duda, quería entrar en contacto, en empatía, con los jóvenes de entonces y proponer otro rostro de Jesús de Nazaret. La bondad de la alegría. Al de Buñuel no lo flagelan. Al de Mel Gibson, sí.

En efecto, prolongadas escenas del flagelamiento. Son cortos los instantes de ternura cuando Jesús recuerda su infancia. Breve el tiempo en la cruz. La Pasión, la que está en las carteleras, es fuerte. Pero no es para ataques de nervios o infartos, no exageremos. Pone las cosas en su lugar. El Imperio romano fue cruel. Esclavista. La crucifixión no era sólo una condena a muerte. Era un suplicio. Una tortura a plena luz del día. Roma cruel. Pero, se fijarán, casi ni habla este Redentor. Esta Pasión es casi enteramente visual. Ni hay milagros. Jesús como atleta del sufrimiento.

¿Qué nos quiere decir esta película? Quizás no tanto sobre lo que ocurrió sobre Judea sino sobre la época en que vivimos. Para entenderla, no hay más remedio que echar mano, y que me perdone el lector, a uno de esos conceptos de la filosofía alemana, el de "zeitgeist". Intraducible, más o menos, el aire del tiempo. Lo que la gente sospecha o intuye. La carga de presentimientos. Entonces, cada tiempo tiene su propia imagen de Jesús. ¿Por qué la reciente, tan violenta? Porque sencilla, tristemente, hemos vuelto a tiempos apesadumbrados. Eso no pudo estar en anteriores producciones. No en el Jesús revolucionario de Pasolini ni en el libertario de Luis Buñuel. Pero acaso por eso mismo, para nuestros días, el actor Jim Caviezel, al margen de lo que sea en la vida real (le escuché en cable unas declaraciones un poco megalomaniacas), nos brinda un Jesús fuerte, viril. La escena de la flagelación es atroz, pero el victimado se levanta. Como decía, se ha vuelto a Caravaggio. Tampoco el Renacimiento fue un tiempo tranquilo. Abundaban los condotieros, los violentos.

Esta es, pues, mi teoría. El "espíritu" del filme trasunta la mayor preocupación de nuestro tiempo. Esto es, el estado de guerra. Mel Gibson, querer queriendo, vuelve a poner en escena los centuriones. Y el Imperio. El poder de la crueldad y la crueldad del poder. En el ánimo del espectador, el once de setiembre. Las guerras de Irak. Atocha en Madrid. Este tiempo nuestro de amenazas. Acaso un tiempo de Vísperas. En suma, La Pasión devuelve al mundo católico una lectura severa de lo que fue la pasión. Devuelve al sacrificio de Jesús toda su grandeza. Devuelve a los cristianos del planeta entero su memoria colectiva. Devuelve al cristianismo la conciencia de que nació como una religión de perseguidos. Bueno es decirlo.

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Jupiterina, 19 de febrero del 2004


¡Temblad, canallas!

 

Hugo Neira


¡Cómo somos! Ni se ha constituido el Colegio del Perú, apenas es vaga idea y reciente comisión (de la que no soy parte, ni falta que hace), pero ya se emprende su demolición. En efecto, expuse lo que podría ser esa entidad, abierta, libre, pero cometí la audacia de mencionar a Macera y a Martha Hildebrandt. Yo, que nunca repetí como otros "como decía Macera". Pero don Gregorio Martínez, mi vecino de página, dice nones. Que expíen. Véase "La fama no exime".

Pensándolo bien, he decidido darle razón. ¿Por qué solo los mencionados? Pongamos en que se prosiga en tan sano ejercicio de vindicta pública, aunque la lista sea larga. Fuera, pues, de nuestro aprecio y de los estantes de bibliotecas Abraham Valdelomar por irse con beca a Europa, estipendiado por la República aristocrática. Y el poeta Chocano, por admirador de Leguía. Ciro Alegría y toda la obra de Sánchez, por apristas. En cuanto a César Vallejo, que no se haga el santurrón, cómplice de los comunistas españoles que asaltaban conventos, violaban monjas y fusilaban en plena guerra civil a libertarios como Durriti. Oprobio para el poeta que prefirió, finalmente, los castaños de París. Ya en esta vía de santa limpieza, a la hoguera toda la obra histórica de Riva Agüero, hombre de fortuna, "camisa negra" fascista cuando viejo. Y la de Basadre, por retraído. Los intelectuales de los sesenta, de Matos Mar a Flores Galindo, al purgatorio. Solo se salvaría la viuda de José María Arguedas. Adelante, siempre se puede hallar un equívoco, grande o pequeño. La idea es clara: deben purgar. A la hoguera gregorista Pablo Neruda, por su imperdonable canto a Stalin. Y Gabriel García Márquez, amigo sin fallas de Fidel Castro. Olvidemos a Cortázar, ¿no le reprocharon sus propios paisanos el vivir en París y no en Buenos Aires? Abajo Borges: en cuanto supo que estaba perdido, decidió irse a morir a Ginebra para imitar a Rousseau. Ciudadano del mundo, cosmopolita de mierda.

La ira del Señor es infinita. ¿Cómo admirar a Honoré de Balzac? Era monárquico. Flaubert, un rentista burgués, como lo explica Sartre. ¿Ezra Pound, dices? No te quedes corto, Gregorio. Faulkner, nostálgico del sudismo. Fitzgerald, admirador de los ricos. Hemingway, un protonazi, se ha señalado su gusto por la violencia, la caza de leones en el África y las armas. Melville, el de la "Moby Dick", marinero de balleneras, asesino de ballenas azules.

El tema del Colegio del Perú ha suscitado esta controversia. Si el gregorismo cundiera, no habría ninguna universidad en el mundo, o las habría como en el Cairo, donde solo dicta cátedra el musulmanismo. No, no creo en "lo políticamente correcto", ni en su versión americana de "discriminación positiva", ni cómo se lo practicó en versión criollo-totalitaria por "profesores con línea" en el San Marcos del pasado. Max Weber, en 1919, separa en la cátedra lo político y lo científico. En eso creo, pero como el saber aséptico sin germen de vanidad ideológica resulta raro, la educación debe consistir en dotar de armas mentales a nuestros estudiantes para que enfrenten la seducción profesoral venga de quien venga. Incluso de nosotros mismos.

Puestos en moralistas, la literatura y el entero saber nos parecerán contaminados. El esfuerzo catártico por librarse de la podredumbre humana ya ha sido emprendido en el pasado por el ardoroso Savaranola y por los nazis. Si lo retomamos no hay límite, ni en los clásicos. ¿Por qué no Shakespeare, cliente de la corte isabelina? Dickens, partidario del imperialismo inglés. Los escritores del Siglo de Oro, unos pedigüeños. Góngora y Lope, y Quevedo, letrado oportunista y consejero real. No hablemos de Voltaire, amigo de déspotas. Los rusos no son tampoco de fiar. León Tolstoï, noble con haciendas y siervos. Soljenitsyn, nostálgico de la vieja Rusia zarista. Los premios Nóbel no garantizan nada. Octavio Paz no lo merecería: como diplomático sirvió al podrido régimen del PRI. Arrasemos con cada creador. Equivocado Platón, ¿no sirvió al tirano de Siracusa? Entonces, ¿qué estudiar? Lo mejor es nada. La Biblia está llena de parricidios, violencia e incestos. ¿A quién admirar? A nadie. Leonardo de Vinci, considerado un genio, fabricaba armas para los regímenes de su tiempo forzosamente despóticos, y era gay. Intelectuales, escritores, artistas, putos del mundo, temblad, ha llegado el gregorismo. Como dices, "nunca será tarde para sancionar el oprobio".

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Jupiterina, 08 de enero del 2004
 

Las caravelas Spirit y Beagle 2

 

Hugo Neira


El sol se levanta sobre un terreno rocoso. El color del suelo es a veces rojo, otras veces lila, no muy distinto a lo acostumbrado. Estoy hablando de lo que se deja ver del suelo de Marte transmitido por el robot Spirit, un contorno natural de nitidez asombrosa. La obra de un robot de seis ruedas, después de un viaje de 7 meses en la sonda americana y de 5 millones de kilómetros antes de posarse en el suelo de ese planeta distinto y parecido al nuestro. Con imágenes mejores todavía que las del inolvidable Viking 1 y Viking 2 de 1976. Ahora bien, en la noche de Navidad había llegado otro, más pequeño, el Beagle 2, llevado por la sonda europea Mars Express. El problema es que el robot europeo permanece en silencio.

Una señal de nueve notas. Eso es lo que debe emitir el pequeño Beagle 2. Nueve notas del grupo musical pop británico Blur. Pero hasta el momento, nada. ¿Qué le pasa al Beagle 2? Su padre científico es el profesor Colin Pillinger, que espera los rastreos hechos desde la nave espacial Mars Odyssey de la NASA y del radiotelescopio gigante de Jodrell Bank, en Inglaterra. Pero nada. Sin embargo el mecanismo de aterrizaje es ingenioso: un despliegue de paracaídas y varios globos duros de aire (airbags) para que ruede y se amortigue el golpe. Lo que hay dentro es sencillo, una especie de sartén del diámetro de una rueda de bicicleta y paneles solares. No se sabe si el pequeño Beagle 2 se ha extraviado en algún cráter, hay vientos y tormentas en la superficie marciana. Como en el Caribe del viaje de las primeras caravelas.

¿Cuánto nos debe interesar lo que está ocurriendo en torno al planeta rojo? Pienso que mucho y por tres razones. La primera es que, además de ser peruanos, somos parte de la especie humana, de su aventura. Lo segundo es que la ciencia y la tecnología, aunque no las produzcamos, igual nos afectará. Lo que en ella ocurra no puede dejarnos indiferentes. Pienso, por lo demás, que acaso estamos atravesando una época que, por sus efectos, guarda alguna similitud con el siglo XVI. Con la época de los grandes viajes y descubrimientos. El mundo no fue el mismo antes y después de 1492. Ayer, caravelas y galeones. Hoy sondas espaciales, robots y viajes tripulados, que vendrán. En las controversias de 1992, al cumplirse los 500 años, en diversos coloquios y reuniones de reflexión algo quedó claro: historia universal sólo la hay desde esa época.
El mundo se unificó. Lo que ocurría y se vivía en los países del Islam, Europa, África, América e India era, sin el Descubrimiento, mera historia de civilizaciones por separado.

Por lo demás, conviene recordar que luego de Colón no pasó gran cosa, y sólo en 1519, después de muchos otros, Cortés encontró una gran civilización, la azteca, es decir, 26 años después. Lo del Cuzco fue todavía más tarde. Marte está resultando igualmente difícil e imprevisible. Desde 1960, desde la primera misión soviética, se han enviado 33 misiones a Marte, y han fracasado la mitad. En 1998, el Japón fracasó con la nave Nozomi. En 1999, La Nasa con Mars Climate y Polar Lander. Pero la sonda Mars Odissey, que es de 2001, sigue activa. Y ha aterrizado el "Spirit", un todoterreno americano.

Entre tanto, el Beagle 2 está también en Marte. ¿Pero dónde? ¿Qué Tenochtitlán de sabiduría (hallazgos de agua por ejemplo) van a librarnos los robots exploradores, antes de que los primeros hombres viajen de aquí a veinte años? ¿Qué Nuevo Mundo, en el sentido real y figurado, se abre con estas navegaciones? ¿Qué historia envolverá la nuestra?

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Sabatina, 17 de enero del 2004


Colegio del Perú (I)

 

Hugo Neira


Parece que se va a echar a andar el proyecto de un Colegio del Perú. Por fin, una Alta Escuela de Estudios como la hay en otros lugares. Sobre esa idea anduvimos algunos desde hace rato. Luego la dejamos para tiempo mejores. ¿Serán estos? Ya se ha nombrado una comisión de alto nivel. La preside Pérez de Cuéllar. Sinceramente me alegro, pero conviene recordar algunos obstáculos reales, ahora que están en la fase de preparación.

Cartesiano que es uno, comenzaré por lo obvio. Hay dos instituciones en el mundo que llevan ese nombre. El Collège de France y el Colegio de México. La primera, como se verá, está completamente fuera de nuestros alcances. La segunda, de imitarla, nos acarrearía problemas, celos y rivalidad con universidades y centros de enseñanza superior ya existentes. Esto último lo examino en la próxima semana.

El Collège de France, institución bien francesa, existe desde 1535, es decir, de cuando los españoles acababan de tomar al Cuzco incaico. ¿Sus propósitos? "Enseñar libremente la investigación en el momento en que se realiza, facilitar la difusión de conocimientos, favorecer la emergencia de disciplinas nuevas, la óptica multidisciplinaria, tal es después de siglos la misión del Collège de France".

¿Quién que haya residido un tiempo en París no conoce o ha frecuentado el monumental local, plaza Marcelin-Berthelot, a un paso de la boca del metro Cluny-Sorbonne, lugar acogedor, donde va el pueblo de Francia a escuchar a sus sabios? El pueblo digo, la señora burguesa que tiene tiempo y la conserje cargada con la compra, el curioso y el catedrático que igual va a escuchar a alguna eminencia. Porque ese es el detalle, los sabios elegidos para esas cátedras libres (como las que soñamos en la Reforma universitaria de los años treinta) no dictan sino lo que lo están investigando, sus pesquisas avanzadas, de frontera. Para la transmisión del saber están liceos y universidades. No, en el Collège se escucha lo último, lo audaz, lo que marcará el rumbo mismo del saber y el conocimiento.

Para los cursos no se necesita inscripción, se accede a las cómodas y sencillas salas con sólo llegar con veinte minutos de anticipación. El nombramiento de profesores es de por vida. No muchos, unos 40. Disertan libremente sobre lo divino y humano, biología y genética, física atómica, paleontología, historia de la India, de la antigüedad faraónica, moderna y contemporánea, por decir algo. Entre ellos un conocido nuestro, Nathan Wachtel (La visión de los vencidos) en la cátedra de las sociedades meso-americanas. Aunque en sus últimos cursos prefiera tratar de marranos y milenaristas, inspirado por viajes y pesquisas en el Brasil.

Tal institución se explica históricamente. Esa Alta Escuela proviene de una política de Estado. Desde la Monarquía Absoluta, en varias ocasiones el poder civil tuvo que contrariar a una Sorbonne conservadora. El Collège de France en el XIX le dio tribuna al erudito Renán, el excura que había osado una heterodoxa vida de Jesús. La tradición paradójica de incluir y no excluir a los "difíciles" se reforzó en los años sesenta, ahí enseñó Barthes una teoría de la literatura que sobrepasó a los formalistas rusos. Ahí Foucault con sus clases escandalosas sobre la doble emergencia de la sexualidad y la moral desde la Antigüedad tardía, ligadas ya al viento de narcisismo del mundo venido de California.

Ahí el cuestionador Bourdieu que discutía incluso su propia sociología. El Colegio de Francia corona el sistema educativo y lo interroga. Es una combinación de libertad espiritual, autocaptación de miembros y rentas oficiales. Alto lugar de gente consagrada y a la vez capaz de seguir innovando. Sitio de disertaciones sabias y a la vez entretenidas donde nadie se aburre. Fiesta del espíritu y no de melancólico y a veces inaudible balbuceo de vacas sagradas. De ahí el respeto del asiduo público. Y de quienes peregrinan, venidos del mundo entero, a ese pozo de agua clara.

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Jupiterina, 25 de diciembre del 2003


Navidad Feliz

 

Hugo Neira


Cuando era niño, a estas alturas del año que coincidían con la espera de la Navidad y el fin del colegio, mis viejas abuelas me encomendaban una tarea sagrada, hacer crecer el trigo. Me ocupaba de una colección de pequeñas macetas que luego iban a disponerse a lo alto y a lo largo del nacimiento familiar. Para que naciera el niño Dios, en un pesebre de imaginación. Vivíamos en una casa muy modesta, y la habitación más lujosa, la sala de recibo, siempre acicalada porque mis viejas abuelas esperaban siempre los parientes que solían pasar a verlas desde la lejana provincia, era sacrificada en diciembre y enero a un ritual inevitable. El Belem, el pesebre casero. Las sillas eran puestas patas para arriba, las mesas se colocaban unas sobre otras, sobre el conjunto arquitectural se disponían paños grises color de cerros que dormían en un gran arcón durante el resto del año, del cual emergían maravillas, un mundo de miniaturas. Era un génesis, el alba de la tierra y el cielo. La tarea me entusiasmaba, demiurgo infantil.

El caos primicial iba tomando poco a poco forma. Las faldas de los cerros se poblaban de ovejas, de pastores italianos y tiroleses que mis mayores guardaban de viajes de otrora, a veces los animales solían ser más altos que los chalets suizos o los campanarios de aldeas, no importaba. El nacimiento tenía sus secretas disposiciones, no era este mundo sino su reverso calmo y dichoso porque esperaba el milagro del nacimiento de un niño puro de una madre pura. Más tarde, era yo quien se encaramaba para colgar sobre las nubes de cartón arrugado, sobre el fondo de una sábana que remedaba un ostensible cielo azul, estrellas hechas a mano con el papel brillante de dulces y chocolates. Muy alta, una estrella que era un foco de luz eléctrica, recordaba la de Belem, guía de magos y sencillos peregrinos. Por fin mis tías abuelas, ellas mismas por temor que yo hiciera un disparate y dejara caer al Niño, depositaban el manuelito cuzqueño de paladar de espejo, herencia de sabe Dios qué parienta. Y luego, rezábamos. Los regalos, si los había, eran para el seis de enero, en bajada de Reyes.

¿En qué momento perdí la fe? O acaso no la perdí, se transformó. En la adolescencia, cuando entró en mi conciencia y a paso de carga, don Miguel de Unamuno con La Agonía del Cristianismo, y luego, esa máquina del razonar agnóstico, La vida de Jesús, de Ernest Renan. Fueron formas de iniciación a la desolación de saberse solo y a la vez el camino a una construcción personal de la esperanza. Unamuno me enseñaba que la fe cristiana no era una beatitud sino una lucha, una verdad agónica, un combate doloroso del alma. "Una fe que no duda es fe muerta".

Renan por su parte, aplicando los métodos de la crítica histórica, me revelaba un Jesús humano, que por ello salía paradójicamente engrandecido ante mis ojos. Ambas lecturas y mis interrogaciones me sacaron del catolicismo, cierto, sin remover mis valores cristianos culturalmente hablando. Luego vino Kant y su crítica racionalista de las pruebas de la existencia de Dios. Y luego el marxismo, las religiones como hechos históricos. Pero la formidable argumentación del joven Marx, "la religión es la teoría general del mundo, su lógica bajo una forma popular, su complemento ceremonial, su consolación, la realización quimérica de la esencia humana" y que culmina con "la religión es el opio del pueblo", no me terminó nunca de convencer.

Heredaba de una infancia iluminada por los misterios y rezos de las abuelas un intacto instinto de trascendencia. Fue el encendido candil con el que viajé por el mundo atento a lo sagrado, a religiones, mezquitas y sinagogas, lector de Agustín, de Teresa de Ávila (sobre la que publiqué un ensayo) o de la mística árabe y la cábala. Un día en el Cairo, cuando estudiante, era el Ramadán, y el hotelero buscaba asignarme un lugar para que pudiera comer y no ayunar, ya que no era musulmán. ¿Qué es usted?, me preguntó. Y le enseñé papeles. No, me dijo, ¿qué religión? Respondí entonces, ante mi sorpresa, como si otro hablase, soy judío-cristiano. Entonces, me dijo sin pestañear, aquí los restaurantes para cristianos y aquí los de judíos, mostrándome un plano de las calles del Cairo. Y así, por un largo mes, cené con cristianos coptos y judíos cairotas, y, creo, pocas veces he sido más feliz en mi vida.

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