Esta semana, además de clases y un par de libros míos que me desvelan, he conversado con amigos de los entreveros que hay en los partidos políticos. Por lo visto hay gente que vive en el mejor de los mundos, a lo Leibniz. O sea, el reparto de puestos para el 2016. ¡Qué ilusos! No solo las ánforas dan sorpresas sino que el que cargue con el muerto con la economía por los suelos, va a pasar las de Caín. Pero una vez más, no la ven, no manyan la cosa. Me estaba poniendo de mal humor, y eso es malo para el hígado y para la escritura, en eso decido para esta carta semanal a amigos comentar lo visto el domingo pasado en el teatro Larco, Un fraude epistolar, de Fernando Ampuero. Dirigida por Giovanni Ciccia, del Grupo 9. Cuando se abre el telón, y uno entra en esa magia, a otro tiempo, a otras gentes y personajes, agradecí a los cielos estar en Lima, pese a mis negros pronósticos para el 2016.
Es la historia (real) de una broma por correo. Dos muchachos limeños se atreven a escribirle a Juan Ramón Jiménez, español, poeta, que era lo máximo, como hoy se dice. Y como eran limeños deciden hacerlo en broma. Fingen ser una chica limeña, Georgina Hübner, que en realidad existía, pero ni prestó ni nombre ni la curvada caligrafía de niña educada por monjas para las cartas que se fueron a España. Ahora bien, el poeta se la creyó, ¡una limeña! ¡Y joven! ¡Y admiradora! A la tercera carta —así fue en los hechos—Juan Ramón decide tomar el barco y desembarcar en Lima-Callao. Para que no viniera, los autores de la broma, veinteañeros asustados, logran que el poeta sepa que «Georgina Hübner ha muerto». Hay un poema de Juan Ramón, más tarde Premio Nobel, con esa frase. La obra es una tragicomedia, pero es más que eso.
Es Lima el personaje. Pero con todo los respetos a Chabuca Granda, no viene cabalgando José Antonio en un berebere criollo, no. No es la Lima rural de hacendados la que aparece sino la urbana. En la obra de Ampuero no es tampoco el medio pelo de mercachifles, escribanos o sacristanes. Ni nostalgia colonial, ni higuera de Pizarro, ni marinera, ni fervor cucufato. Ni personajes de hipérbole y linaje, escapados de una página de Riva-Agüero. Son un par de muchachos ingeniosos y zumbones, otra Lima, la del novecientos. En “Fraude epistolar”, en el escenario hay todo lo que habíamos olvidado de esta ciudad. La impalpable razón por la cual la admiraban los viajeros. O sea, una forma de vivir donde se sonríe en plena tragedia y no se pierde ocasión de gastar una broma. Porras, mi maestro, lo explica muy bien en uno de sus magistrales textos que un par de burros mandando en educación condenan al olvido. “Esa suerte de irreflexividad limeña” —dice— “eso de estar siempre de bromas”. Pero más que la zumba, la gracia de seres a los que el teatro presta vida. ¡Ese grupo de limeñas! En la salida me encuentro con Alfredo Bryce. Esta obra de Ampuero y Un mundo para Julius, van de la mano. Bravo por la puesta en escena. No se la pierdan. Es un viaje a una Lima amable.
Publicado en El Montonero., 03 de noviembre de 2014
http://elmontonero.pe/columnas/2014/11/ampuero-lima-el-900-vaya-teatro/