Nuestro ensayo de Apocalipsis no cuenta con cuatro caballos sino un trío. Uno que implica una catástrofe biológica, un sistema para poner orden llamado Estado y eso que llamamos costumbres. Alguien ha dicho que la complejidad comienza con el número tres. Y es eso lo que enfrentamos. El «nos» que estas líneas invoca, no es solo local, peruano o latinoamericano, sino, planetario. Sabemos que como Estado, en Italia se durmieron y luego han tenido que poner en cuarentena nada menos que 15 millones de italianos. En Alemania, en cambio, según el diario Die Zeit, se impuso hace rato en Baviera: los jóvenes que estuvieron en China, Irán o Corea del Sur, al retorno, se quedaron en sus casas. Lo que viaja rápidamente es el coronavirus. Y entonces, la pregunta que se hacen pueblos y naciones, desde el Congo africano a 50 países del Asia a Europa, los Estados Unidos y América Latina, es «si estamos en condiciones de enfrentar esta pandemia».
Parecería que el asunto gira sobre tests de diagnóstico rápido, capacidad de los hospitales, número de médicos y enfermeras, o penuria de medicamentos u objetos necesarios como las mascarillas, que por cierto en China lo llevan sus habitantes, estén o no estén contagiados. Sin duda alguna, por todas partes, el rol del Estado queda al desnudo. En el Perú, hay que reconocer el acierto del actual gobierno al decidir suspender las clases hasta el 30 de marzo. En cambio, en nuestro vecino Chile, una vez más, el presidente Piñera no toma las decisiones necesarias. No han cerrado las escuelas. Entonces quedan expuestos no solo los niños, sino los padres de familia.
Combatir esa pandemia no es solo un asunto de gobernabilidad. Otro sujeto social aparece nítidamente. Los que obedecen a las restricciones necesarias. Y los que no quieren obedecer. El tema de detener el coronavirus se vuelve entonces muy complejo, extremadamente. Intervienen los hábitos locales. O las pasiones identitarias. Me refiero a que turistas extranjeros enfrentaron a la policía española en Benidorm porque cerraban los bares. Era una decisión de la Autonomía de Valencia. Igual, se amotinaron. Pero hay casos más monumentales. En plena epidemia, el día de la mujer, el domingo pasado del 8 de marzo, por todas las capitales europeas, hubo desfiles masivos. Sobre todo en Madrid. ¡Exactamente lo que no había que hacer! No por desaire a las feministas sino por sentido común. Y no faltó quien dijera «vamos a pagar muy caro este descuido». Bueno, las cifras lo dirán. Exponenciales.
¿Qué pasa con la muy sonada cultura racionalista de los europeos? Escuchando al presidente Macron rogó a la nación francesa y al mundo, que siga sus consejos de disminuir la vida social, quedándose en casa. Igual siguieron con sus patrones de comportamientos, cafés, restaurantes, discotecas, lo cuenta con una sinceridad espeluznante. De ahí el decreto de cerrar lugares públicos. Ya se había jugado partidos de fútbol con tribunas vacías. Esas limitaciones son incómodas pero racionales. En países árabes, el magnífico tren veloz que va de la ciudad de Medina a la Meca, está suspendido. En el Vaticano, por vez primera se han cerrado los santuarios y las hermosas iglesias. En París, el Louvre, para pena de turistas y de muchos, queda desierto. Por lo visto, en este tiempo de coronavirus, la sociabilidad mata.
Para continuar, debo hacer de inmediato una transformación semántica de eso que llamamos costumbres, hábitos, a un concepto más amplio y preciso. Estamos hablando de «culturas». Y como el cronista que escribe este artículo es también un universitario (repito, yo no digo, académico. Ricardo Palma decía que académicos son los «micos de acá») para no perder el tiempo, acudimos a la definición de qué es cultura. En el XVIII y en el XIX, en Francia el concepto de civilización, con Diderot, les bastaba. Pensaban en los letrados y en el progreso, gran mito de la Ilustración. Y en los alemanes, cultura era un tanto el «genio particular de un pueblo». Eso era Herder, y los poetas alemanes, Schiegel y Novalis. La primera definición científica tiene fecha, 1871. Y tiene nombre, el antropólogo británico E. B. Tylor, que define la cultura «como el conjunto de actitudes adquiridas por el ser humano en sociedad». Lo cual incluye, «todos los componentes técnicos, simbólicos y sociales que se ha desarrollado en las sociedades humanas». Lo que ha seguido son los franceses Durkheim, Mauss, padres fundadores tanto de la antropología y la sociología. Y con ese concepto Malinowski se va a estudiar los nativos australianos y Lévi-Strauss a los borobos de la selva amazónica brasileña. Las ciencias de lo humano observan miles de culturas, «el sistema de enlaces y familias, el poder, religiones, juegos, arte, discursos, y los mitos y formas de la economía». ¿Estudios sobre primitivos? Hace rato que el concepto de cultura ha emigrado al mundo urbano, hubo cultura hippie, cultura generacional, normas nuevas de vivir y consumir. Y como en todo, más allá de lo material, hay patologías.
Es probable que la racionalidad occidental esté puesta en cuestión. Esta pandemia también es un test de países y de sorpresas, en nada placenteras. ¡¿Países democráticos que no obedecen a sus Estados?! En cambio la China actual, justamente, está saliendo de ese pandemonio de la crisis del coronavirus. ¿Porque hay un sistema de gobierno comunista? Algo tiene que ver. Pero conocí a China hace un tiempo. En los días de Mao. Invitados en un viaje que hicimos con Raúl Vargas y Hernando Aguirre Gamio. El impacto de esa sociedad —tan distinta del mundo occidental— me duró por decenios. En París, sin especializarme, a la par de estudiar otros temas, no dejé de frecuentar los institutos de estudios asiáticos. De todo aquello, simplemente una idea: para los chinos antiguos y contemporáneos, cuenta la sociedad antes que el individuo. No el sujeto sino el conjunto. Y no porque gobierne China un Partido Comunista es que obedecen. Igual lo harían si tuviesen un Emperador. Sus valores son otros. Y de ahí, su envidiable disciplina.
Ahora bien, ¿cuestión de gobiernos y medicinas? Insuficiente. Todo se juega en la cultura o hábitos de la población. Y cabe la interrogación: ¿sobrevivirán las sociedades occidentales y latinoamericanas, en donde el egoísmo personal parece ser mayoritario? ¿O bien se impondrá la conciencia social de formar parte de una colectividad? Quedarse en casa y dejar de hacer vida social por unas semanas, es el feroz test de estos días¡! Por favor.
El desamor a la norma es una endemia que acompaña a las víctimas del coronavirus. He visto en la tele una señora francesa dueña de un restaurante, dando abrazos y besos a sus clientes, exactamente lo contrario que les ha pedido Macron. Qué rabia le tienen. En fin, ¿triunfará el narcisismo, el gusto de a mí no me manda nadie? O sea, algo parecido cuando la potente Roma, se fue al tacho de la historia (¿?) Por lo demás, Nietzsche dijo que volvería Dionisio, el dios de los griegos del desorden y el caos. Alguien ha hablado de las «culturas fracasadas». No es idea mía sino de José Antonio Marina. ¿No lo conoce? Se pierde lo mejor del pensamiento español. Se ocupa del «talento y la estupidez de las sociedades». Tal cual. Anagrama. 2010.
PD: Escrito antes del mensaje presidencial de las 20:00 del día 15 de marzo. Completamente de acuerdo. El Estado existe para establecer el orden en beneficio del bien común.
Publicado en El Montonero., 16 de marzo de 2020
https://elmontonero.pe/columnas/coronavirus-estados-y-costumbres-malas-y-buenas