Es lo que más nos puede interesar como latinoamericanos: una realidad, y un concepto teóricamente confuso. Verlo como algo étnico y de mezclas nos llevaría a definiciones calamitosas, a dividirnos en guerras tribales. Sin embargo, es lo que propalan muchas ONGs: la ruptura de las actuales naciones en diversas comunidades, a la manera anglosajona. Por esa ruta podemos llegar al gueto judío, al nazismo. Tanto de los que se creen blancos como de los que se toman por negros o indios puros.
Yo estoy por lo contrario. Todos somos mestizos pero culturales. Esa vía es trabajosa pero necesaria. Hay que admitir el concepto como una metáfora. Desde Nietzsche, «la verdad es un tropel de metáforas». Y Borges: «Quizá la historia universal no es más que la historia de algunas metáforas» (Mestizajes, Laplantine, 2001). Ya sería mucho poner esa idea en plural. Viene del griego metaforein que significa transportar, sustituir, transformar, en general, metamorfosis. Pero en nuestro caso hay lugar de partida pero no de llegada, está en la historia misma, que es como sabemos, impredecible.
¿Qué son los mestizajes nuestros? El castellano en el que nos expresamos. Es la religión que practicamos, un producto del Concilio de Trento y del Real Patronato, en el que cedía el Vaticano al Emperador, desde Carlos V, en todo el periodo colonial, el derecho formal de nombrar a los obispos. ¿Qué es nuestra historia cuando la cuenta el mestizo Garcilaso de la Vega, o el semicura Huamán Poma de Ayala, sino el producto de un mestizaje con reivindicaciones locales? ¿Y qué es San Martín, Bolívar, Iturbide (mexicano que se proclama emperador en México) y la centena de caudillos, sino condotieros tardíos? ¿Y qué han sido los diversos populismos, desde Perón a Hugo Chávez, sino combinaciones de modalidades de movilización del pueblo con bonapartismos que recuerdan el ascenso de Lenin, Mussolini, Hitler, por el personalismo del líder? Desde este anticipado mundo complejo, contradictorio y por momentos tan enredado que no se puede realizar ni un desarrollo calmo tampoco una revolución (casi no las ha habido), lo que somos es ese torbellino. Sociedades semitradicionales y semimodernas, por momento, posmodernas. Con varios tiempos históricos diferentes, varios pasados presentes. La huella oral y mental de las viejas civilizaciones. Varias sociedades a veces dentro de un caótico Estado-nación. Con élites entre sí enemistadas. Lo mejor es que tomemos en cuenta el aporte del antropólogo Laplantine.
Publicado en la revista quincenal EME, año 1, n°6 / diario Expreso del 03 de diciembre de 2016
http://emelarevista.com/el-poder-del-mestizaje/