Hugo Otero, por estas fechas, debe estar aterrizando en Quito para asumir el cargo de Embajador del Perú. Otero suele tener un par de actividades en nada sencillas. O embajador y/o analista político. Debo contar que el azar de la vida hizo que coincidiera en París y en Santiago con mi tocayo en ese cargo. En Francia, cuando reinaba François Mitterrand, no hay otra manera de describirlo. Con Otero en la avenida Kléber, los vínculos con el Elíseo, fueron algo más que protocolares. Se hicieron amigos. El gran Mitterrand venía de la SFIO, una corriente más bien moderada, pero supo proponer a izquierdistas y comunistas «un socialismo de lo posible». Que llenó las urnas. Con fama de tener carácter y ser a la vez un gran señor, ¿qué le atrajo de la personalidad de nuestro embajador? Sin duda su vida. Otero, hijo de un aprista en el exilio, crece en tierra chilena del destierro. Mitterrand, prudente como mandatario —aunque hizo grandes reformas—, fue un hombre de la resistencia armada cuando la ocupación alemana. En Europa se aprecia a gente de izquierda que corra riesgos. En Perú, al revés, los que se autoproclaman serlo, llevan una vida de burgueses sedentarios y bien remunerados. Con las pocas excepciones del caso.
Me volví a encontrar con Otero, esta vez embajador en Santiago. Yo había ido expresamente para intentar recuperar los libros saqueados durante la guerra del Pacífico. Otero me dio un consejo decisivo. «La clase política chilena es muy formal y muy directa». «Ve de frente a ver a tu par, Ximena Cruzat, en la Biblioteca Nacional de Chile». Y eso fue lo que hice. Y a Nivia Palma, Directora DIBAM. No me extiendo en los detalles. Cada quien en sendas bibliotecas hizo su trabajo discretamente. Evité la prensa. Lo del silencio era decisivo. La presidenta Bachelet, primer gobierno, estaba de acuerdo. Pero tal devolución no era bien vista en sectores chilenos tradicionales. Por el lado peruano no fue tampoco fácil. Lo contaré en otra ocasión. Unos meses después, el 5 de noviembre del 2007, me llama Joselo (el canciller García Belaunde) para decirme, «ni te muevas». Esa mañana llegaban 238 cajas con libros antiguos, es decir, 3 mil 788 volúmenes, a las puertas de la BNP. Fue un gran día. Sin el consejo de Hugo Otero, no hubiésemos llegado a ese buen puerto.
Cada país tiene su singularidad. Estoy seguro que Hugo Otero muy pronto aprenderá in situ, cómo es el vecino país. Y podrá ayudar a ciudadanos peruanos y al Estado. Algo conozco de Ecuador, como americanista, pero el tiempo nos ha ganado. Amo los libros, y me tomo la libertad de recomendarle tres o cuatro, espléndidos. Hay una «intelligentsia» ecuatoriana. Y si el pasado de Ecuador es tan milenario como el nuestro, y si se quiere conocer su periodo aborigen y colonial, y la etapa que llaman colombiana y así hasta nuestros días, entonces el libro de Enrique Ayala Mora, editado en Quito, Resumen de historia del Ecuador, 2012, por la Universidad Andina Simón Bolívar. Es un texto sobrio y sistemático.
Ahora bien, tocayo, ¿un gran intelectual? Entonces Benjamín Carrión. Habrás escuchado hablar de él. La elegancia de Luis Alberto Sánchez con algo de panfletario. Su Breve Historia del Ecuador se llama El cuento de la patria. Desde las primeras líneas, «cada pueblo vive de sus mitos humanos, o los ha creado para hacer alarde de ellos.» Carrión solo es comparable al mexicano Vasconcelos. Su libro es el Ecuador desde el fundador general Flores al enigma de Quito. Un clásico. El tercer libro es de nuestros días. De Miguel Donoso Pareja, Ecuador: identidad o esquizofrenia. O sea, la rivalidad entre Quito y Guayaquil. Tanto como Lima y provincias. Mira lo que se dicen: «Buscando un lugar maldito/ que al echarme su rigor/ y no encontrando otro peor/ me vino a botar a Quito». Donoso tiene la cabeza de un Cotler y la pluma desenfadada de César Hildebrandt. Si sobre ese mundo de mutuas acusaciones quieres algo técnico, el trabajo de Jean-Paul Deler, 2007, sobre Ecuador, del espacio al Estado nacional. Un frío y exacto francés.
En fin, te recomiendo todos los libros de Jorge Enrique Adoum¡! Mi brillante amigo ecuatoriano en París. Padres libaneses, nacido en Ambato, tras la llegada al poder de un tirano más, Adoum prefirió irse a Europa. Me lo presenta Julio Ramón Ribeyro entonces Embajador en la Unesco, nombrado por Velasco (¡!) Adoum, poeta en su juventud, Ecuador amargo, que celebró Neruda. Luego obras de teatro, El sol bajo las patas de los caballos, 1987. Novelas, Entre Marx y una mujer desnuda, 1996. Y el ensayo Ecuador: señas particulares (2000). En dos palabras, la difícil sencillez. Ser ecuatoriano, ¿es un origen o una actitud?
Se me quedan otras interrogaciones trascendentes. La gastronomía. ¿Es verdad que el cebiche no lo comen sin maíz tostado y le añaden una cosa que llaman canguil? ¿Y qué es una esmeraldeña? ¿Y acaso es verdad que en política, la buena fórmula es un presidente costeño y un vice serrano? ¡Suerte maestro!
Publicado en El Montonero., 16 de enero de 2017
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