Julio Hevia, con mucho talento, vincula a nuestra realidad con uno de los grandes de la sociología francesa como Gabriel Tarde (1843-1904), cuya primera obra fue sobre “criminalidad comparada”. Aunque usted no lo crea. Viejo problema, y teoría sobre una praxis achorada que envuelve a personajes que “distribuyen el dinero lavado”. (HN)
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“Gabriel Tarde (1843-1904), pensador francés, fue juez y criminólogo autodidacta y, para muchos especialistas en ciencias sociales, el auténtico padre de la denominada microsociología del fragor cotidiano, aquella dimensión en la que los flujos del imitar, del oponer y del inventar se suceden e interceptan continuamente en las redes sociales pretéritas y en las virtuales de actualidad. Recientemente reivindicado por la posmodernidad y las corrientes mejor conceptualizadas del quehacer etnográfico urbano, Tarde era un convencido de que la revolución que las clases oprimidas atisban opera, no por el poder que una coyuntura y un contexto estructurales facilitan, sino por una suerte de acumulación gradual de diatribas, intercambios y coincidencias de puntos de vista, disconformidades que fueron y vinieron de uno a otro escenario, contrayéndose y dilatándose en unos y otros lugares, entre una y otra locación, de allí que lo que la sociología debe estudiar, opinaba el autor, no es necesariamente el estallido de un conflicto social o las coordenadas espacio-temporales en las que se manifiesta, sino las secuencias y conexiones que nos llevan hasta ellas, al punto que tal eclosión ya estaría, de algún modo contenida, en el momento que un obrero deja de devolverle el saludo al patrón, la circunstancia concreta en la que este último deja de ser el patrón del primero o la razón indiscutible de su sometimiento.
Entendiendo los pequeños acontecimientos y trocas diarias desde una lectura radial, es decir, imaginándolas como irradiaciones constantes que permiten vincular la escena micro con el orden macro, disolviendo en parte la rigidez de su diferencia y relativizando el valor de su volumen, Tarde fue quizás el primer estudioso en postular que la estadística bien podría constituirse en un instrumento para mapear los afectos de los distintos sectores, para monitorear sus fluctuaciones opinativas, en fin, dar cuenta de la presión imitativa en que se apoyan las creencias generales o, en términos más actuales, acompañar las recurrentes trayectorias que sigue aquella cultura del miedo que tan oportunamente saben administrar los medios masivos de comunicación.
Hoy por hoy es probablemente Bruno Latour, con su teoría del actor-red, quien mejor ha reinterpretado el legado de Tarde, al punto de señalar que en vez de una “ciencia de lo social” de lo que precisamos es de un “rastreo de las asociaciones”, por no hablar de un itinerario de los lugares que van constituyendo las acciones del sujeto o el de las huellas locales que viran globales o viceversa. Latour nos recuerda lo obvio: Wall Street no es una entidad fantasmagórica e inaprehensible, es un local, un conjunto de operarios, unas cifras fluctuantes, unos indicadores en alza o en baja, unos documentos que se validan o se desechan. Casi como señalar que aquí y allá todo depende de lo que Bourdieu hubiera llamado el capital de contactos con que cada cual cuenta o por el que cada cual se descuenta.
La escena clásica, casi histórica entre nosotros, nos muestra a un personaje distribuyendo el dinero lavado o por lavar en una oficina del Ministerio del Interior, mundo de fajos por el que todos se fajan; también hay transcripciones de conversas y confesiones telefónicas donde se definen y redefinen los grandes proyectos de la nación, allí donde los políticos viran empresarios, los empresarios se politizan y la delincuencia de cuello blanco campea y pampea; hoy tenemos, por añadidura, odebrechtmaníacos, odebrechtvictimados y odebrechtvictimadores. El público, el lector, el ciudadano que aún cree en la honestidad y la transparencia informativa se consuela certificando que aquello de lo que hoy nos enteramos no se hubiera revelado ayer con la misma celeridad y contundencia.
Describiendo los pesos diferenciales dados en el perfil metodológico de las antropologías norteamericanas e inglesas, Bauman sostiene que mientras los primeros se inclinaron a inventariar lo que oían, los segundos sistematizaron lo que vieron, cabe concluir que por acá, en Lima Perú, modernos tardíos y prepuberales, pasamos de un lugar a otro, sin solución de continuidad, entre vladivideos, petroaudios y demás odebrechtpatías.
Julio Hevia Garrido Lecca»