“No espero nada del Perú oficial” (La República). Acababa de leer que a José Matos Mar le daban la Orden del Sol “en su lecho de enfermo”. Mala seña, me dije, debe estar muy mal para que corran a darle la condecoración. ¿No sabían su edad, 94 años? ¿No podían imponérsela unos años o unos meses atrás? Le hubieran dado una alegría.
Me dirán, “más vale tarde que nunca”, pero no es así. He vivido en otras sociedades y culturas, y he visto cómo tratan a sus mayores cuando son brillantes. Los reconocen y obtienen sus mejores frutos. Lévi-Strauss estuvo en su despacho pasado los cien años. ¿Lo del límite a los setenta? En Francia las leyes pedagógicas no las hace un general Mora. La nación gratifica a sus grandes mientras estos respiran. La cultura de cementerio es la nuestra, digna de análisis. Costumbre cicatera, tardía la de no reconocer méritos ajenos. Hay un problema con “el otro”. Patología social materia de Max Hernández, Jorge Bruce, Moisés Lemlij y la doctora Caplansky. Corro traslado.
Esa Orden de mérito, ¿lo es? Se la dieron a Francisco Franco. Está a medio camino entre las genuflexiones de Torre Tagle y el reconocer a creadores. No sé, se la han dado a Nicolae Ceausescu, a Dmitri Medvédev, y a Pat Nixon, por el mérito de ser la esposa de Nixon (¡!) Francamente. Y a Gian Marco, el cantautor. Hoy, acaso quiera decir que tienes un buen amigo en Relaciones Exteriores. ¿En nombre de la nación? Por favor.
Nota triste y calenturienta, puede ser. A José Matos Mar, del Sol o de los que están en la luna de Paita, no le ha faltado reconocimiento. El último homenaje y realista, la Universidad Ricardo Palma tiene a Matos como director de investigaciones hasta que se puso enfermo. Como ha guardado el Instituto de Estudios Peruanos a María Rostworowski. Por mi parte recuerdo un curso adicional de antropología con Matos Mar, fuimos a Pacaraos en un grupo sanmarquino, estaba Rodrigo Montoya. Era de ver a Matos explicando que cada casa en la plaza principal de esa comunidad era la historia de una familia de mandones y curacas. Desde la plaza, la estructura de una microsociedad. Lo que aprendí en ese trabajo de campo de unas semanas con Matos Mar me sirvió toda mi vida.
Matos Mar es inseparable de la vida del Perú contemporáneo. Voy a lo esencial. Por un lado, el social-progresismo. Junto a los dos Salazar Bondy, Bravo Bressani, Alberto Escobar. Fue un reducido grupo, poco importa. Influyeron poderosamente en Fernando Belaunde y en los militares de Velasco Alvarado. ¿No es poco, no? Y eran un puñado. Por otro lado la investigación. El IEP. Fue Matos y fue Cotler. Un monumento. El IEP ha hecho por el conocimiento de lo real peruano más que muchas universidades. Lo digo, desinteresadamente.
Hemos perdido todos a un hombre lúcido. El entusiasmo de sus últimos artículos en El Comercio son las del joven Matos, hasta el final autónomo y al lado de sus grandes amores, los de abajo, indios, gente de barriadas, todo aquello que le ocupó cerebro y corazón. A llorar al río hermanos peruanos. El mejor homenaje es leerlo. Amable lector ¿es usted docente? Entonces en su aula haga algo que evitan mañosamente los actuales pedagogos: abra un libro. Uno de Matos Mar. Por ejemplo su libro sobre Taquilé y Los Uros de esa isla del Titicaca. O uno sobre barriadas. Matos Mar vio claramente el Perú. Por cierto, lo que él llamó desborde, yo lo he llamado anomia, más riesgosa, pero esas discrepancias no nos alejaron ni enemistaron. Incluso discutimos juntos en un libro publicado por el Congreso. Quiero decir algo más sobre José Matos Mar. Sonreía, todo el tiempo sonreía. “Solo lo hacen los que han escalado las más altas montañas y ríen cuando miran hacia abajo” (Nietzsche). Fue una vida excepcional y cumplida.
Publicado en El Montonero., 10 de agosto de 2015
http://elmontonero.pe/columnas/jose-matos-y-la-orden-del-sol-y-la-luna