En esta oportunidad comentaré el reciente debate de presidenciables. No hay tema más arduo, por eso recurro a conceptos.
En lengua inglesa se usan ‘politics’ y ‘policy’. No es lo mismo. ‘Politics’ es el estudio de regímenes sean pluralistas o autoritarios, en cambio las políticas particulares en salud, educación, seguridad ciudadana vienen a ser ‘policy’. En francés existe ‘la politique’ y ‘le politique’. Lo primero es una actividad. Lo segundo, lo político, más filosófico, lleva al orden ético, a lo deseable o dañino. Al interés común. Sí pues, no todo es mercado.
Escuché, lápiz en mano, a todos los candidatos. Fue muy interesante, se nota que han estado en campaña y en contacto con los ciudadanos. Están empapados de la situación del país. Dos grandes ejes aparecen, me parece, en ese debate. Unos acudieron al tema de la Constitución de 1993. Y otros no. ¿Y qué se cuestiona? Sencillamente el modelo, el esquema de poderes, o como se le quiera llamar. Los que la quieren anular son Santos y Verónika Mendoza. La que la defiende es Keiko Fujimori.
Al interior de esos dos bloques, hay divisiones. Zonas grises. Alan García aludió a alguna modificación, la pena de muerte. Alfredo Barnechea a una puesta en cuestión. Señala que el país ha perdido miles de millones, o sea, los acuerdos del gas de Camisea. Flores-Aráoz a reformas judiciales. PPK no abandonó su plan de gobierno. Policy.
Razonemos. El tema es crucial. Es cierto, desde 1993 lo económico manda a lo político. Dicho de otra manera, la racionalidad fiscal del Ministerio de Economía y Finanzas y el Banco Central de Reserva reduce las iniciativas del que se sienta en la silla. Seamos sinceros, tampoco eso es dañino. De no haber las barreras actuales, el ‘mandatario’, el que fuese, podría echar mano, por ejemplo, a las reservas del país y lanzarse a una política personalista de subsidios, ganando una inmensa popularidad, aunque hunda la economía.
Lo contrario tampoco es saludable. Un poder legítimo pero atado de manos. Y la gente se da cuenta y crece el descontento. Cada cinco años los electores nos envían un ‘outsider’. Hace veinte años que estamos empantanados. La economía va bien y la política cada vez peor. Desde 1990 al 2015, el PBI y el PBI per cápita se han triplicado. Pero seguimos con la disposición más baja del continente para la democracia. Perú: 12,2%. Colombia: 18%. Chile: 29% (Usaid, 2014). Hay elecciones y maniobras para un golpe de Estado. La transición sigue inconclusa.
Para situaciones parecidas, desde el fondo del tiempo, los griegos inventaron dos roles. El nomoteta, el legislador. Y el político, “el que por excelencia sabe deliberar, decidir y mandar en un marco legislativo dado” (Aristóteles, Ética a Nicómaco). No hay ley ni constitución que lo prevea todo. Y ahí entra el político para desatar nudos. No escuché eso, alguien parado entre ‘politics’ y ‘policy’. Entre fines y medios.
Los que hablaron de obras se olvidaron de lo político. Los radicales del tema constitucional, de las demandas populares. Sin duda debido a la restricción del tiempo. Esperemos la segunda vuelta. Cómo llegar a ser nación, república, no solo gobierno. Algunos jugaron a ser el gran gerente. Es un error. Los ciudadanos quieren jefes, dirigentes. Quieren una esperanza.
Basadre decía que el gran hombre en política es alguien más que un estadista que solo piensa en el Estado. “Habría que inventar una palabra especial, nacionador, nacionante. Nacionero”. Cito a Basadre, un exiliado. Sacaron a nuestros pensadores de los textos de la historia que ya no se enseña. Y ese formato. ¡Dos minutos!
Publicado en El Comercio, 09 de abril de 2016