Desde Max Weber, hay una sociología de la dominación. Pero el concepto de Herrschaft, «lo usa de manera restringida y precisa» (Francisco Gil Villegas en la tercera edición castellana de Economía y Sociedad). Para entender a Weber hay que partir del concepto de Verstehen que se puede traducir por comprensión. Es decir, entender «la economía, los órdenes y poderes sociales». Siempre y cuando el sociólogo se obligue a imponerse la objetividad. Pero ello no significa complicidad con los poderes fácticos. Comprender o Verstehen es develar el velo de ignorancia que cubre la conciencia de los dominados. Formas de orden y dominados y dominadores, siempre los hay en toda sociedad humana. A diferencia de Karl Marx, no funda Weber una internacional política. Deja la tarea de la acción a lo que llama «los actores sociales». La paradoja es que la sociología comprensiva, cuando se vuelve Erklärend (explicación), revela las formas más ocultas del poder de los dominantes. En efecto, más allá de la policía, los ejércitos y el dinero, hay una forma de violencia que no es física. La llamamos desde Weber la «violencia simbólica». Ella lleva a aceptar en los dominados los dogmas y criterios de los dominadores. Los medios, la educación, las costumbres…
¿A qué viene todo esto? El azar construye la presente nota. Ocurre que en este mes de junio, dicto un curso sobre pensamiento social francés en la Alliance Française, lo cual incluye pensadores, digamos, de Sartre a Touraine. Y me ocuparé de Pierre Bourdieu. Y justo entre mis papeles, revisando mis notas, encuentro un artículo suyo sobre la cuestión gay y lesbianas. De años atrás, obviamente. Ahora bien, Bourdieu casi no se ocupa del movimiento de homosexuales hombres o mujeres, porque ellos —dice— no lo necesitan, «se defienden lúcidamente de la visión dominante» a la que llama «el falonarcisismo mediterráneo». Bourdieu se ocupa de la violencia simbólica en general. Y entonces me pregunté cómo se está usando y para qué, en nuestra sociedad peruana. ¡Y quiénes!
Por mi parte, en clase o en un artículo, creo que se debe definir el concepto que se usa. «La violencia simbólica es un poder casi mágico, que permite, tanto como el uso de la fuerza física o de la presión económica, influir en la mentalidad, gustos y hábitos de los dominados, hasta convencerlos de aceptar los criterios de sus dominadores». Bourdieu fue miembro del Collège de France y desde ese altísimo púlpito laico, examina sin complacencia alguna, a la élite francesa (La nobleza de Estado). A los catedráticos mismos, siendo uno de ellos (Homo academicus). Francia, a diferencia nuestra, adora sus críticos, de Voltaire a nuestros días. Nosotros, en cambio, preferimos que se vayan (Pásara, Oviedo, Julio Ortega). Para felicidad de las camarillas que se benefician con el éxodo de los mejores.
A mí me parece muy valioso que los dominadores luchen para que se deje de marcar negativamente a categorías sexuales que son una realidad y tienen derecho, como todos, a la visibilidad. Pero ese mismo aparato de poder que rechaza un estigma —de orden sexual— es el mismo que estigmatiza en el orden intelectual y político a aquellos que osan no estar de acuerdo con ellos. Han establecido una polaridad, keikismo y oficialismo, de la que viven. Y en el campo de las ideas ellos, que no son gran cosa, deciden quiénes son los «correctos». Y el que no lo es, «resulta el otro». Al cual evitan minuciosamente. El estigma toma la forma, entonces, de la invisibilidad. No siempre, ni a Carlos Meléndez, ni a mí ni a El Montonero.
El azar he dicho. Ocurre que en estos días, Hernando de Soto ha recibido el Premio Internacional sobre Desarrollo Empresarial 2017, en Suecia. «Por su investigación sobre la formalización del derecho de propiedad como el motor de los países en desarrollo». La noticia está en Internet y no en algún diario peruano. Y ni siquiera lo he encontrado yo, sino Claire mi mujer, que sabiendo que ando zambullido en mis clases y libros, trajina por las redes. «Los análisis de De Soto» —dice el paper que circula— «fueron una fuente principal de inspiración para los informes Doing Business del Banco Mundial realizados con regularidad en 190 economías y ciudades seleccionadas a nivel subnacional y regional.»
De Soto se llevará una sorpresa ante estas líneas que no me ha pedido. Ciertamente, en algún momento trabajó con Alberto Fujimori. Yo no lo hice. Vivía en el extranjero pero vine unas semanas a ser parte del esfuerzo cívico por impedir que llegase a un tercer mandato. Creo que se llamaba el Foro Democrático. Fuimos, con Lourdes Flores, Cucho Haya de la Torre, por desangeladas universidades a predicar contra ese abuso. ¿Pero esa es una razón para no escuchar hoy, al excepcional consultor que es De Soto? Digo, pues, que en Lima hay inquisidores. Ni siquiera son una burguesía. Pequeños burgueses, incapaces de reconocer la existencia del otro, del distinto. Sacrifican el saber para seguir en el poder. De Soto es un sabio. Ay del Perú cargado de problemas, que lo desperdicia.
Publicado en El Montonero., 12 de junio de 2017