«Nosotros que nos queremos tanto
debemos separarnos, no me preguntes más»
—Los Panchos
La expresión latina sine ira et studio significa pensar y escribir sin resentimiento. Los que siguen mis crónicas, habrán notado que rara vez o nunca he usado ese vocablo. Pero es un hecho. Peruanismo que requiere un mínimo análisis. El caviar, huevos de esturión, no es nada del otro jueves. ¿Por qué su fama? Manjar apreciado por ser caro. Signo de poder como el champán.
Para mí fue sorpresa. Regresando de Europa en el 2003, invitado a una embajada escuché por vez primera el vocablo ‘caviar’. Y no me gustó para nada. Entre el muy seleccionado público había un invitado, un dirigente mestizo de una izquierda muy conocida y potente, bajito, bien encorbatado y entonces escucho a alguien decir: «¿Qué hace este aquí?» «Viene porque quiere comer caviar». El desdén por el político para ellos intruso de esa tarde me pareció doblemente inaceptable, por clasista y racista.
En política abundan los apodos. Recordemos a Jean Baudrillard «La izquierda divina». Etiqueta para gente famosa en París y de origen popular como el actor Depardieu y el roquero francés Johnny Hallyday y lo que tenían en común. Cada primero de mayo iban a animar la enorme fiesta que montaba el Partido Comunista de Francia. El gesto de las dos stars significaba que, ricos y célebres, no negaban sus orígenes. Lo de «divina» es reconocimiento. Lo de ‘caviar’ en Lima, es silbatina.
Hay una historia. Hasta finales del siglo XX, en Perú, en los diversos partidos comunistas, hubo todo tipo de gente, obreros, docentes, y aquellos venidos de clases medias altas o incluso de familias acomodadas. Por ejemplo, Francisco Moncloa, subdirector del Expreso que Velasco expropia y entrega al sindicato, tenía una librería en la plaza San Martín, y fue un promotor del IAC. Ricardo Letts Colmenares, funda Vanguardia Revolucionaria. El PC lo lidera Jorge del Prado. ¿Qué eran, qué éramos? Militantes. Eso que ni amarrado es un ‘caviar’.
¿Había que ser intelectual? Al pensamiento peruano poco se le ha estudiado. De esa temática me ocupé en «la liturgia de pensar». (Hace de eso 23 años, en Hacia la tercera mitad.) Dije que esa capa social había examinado industriales, comunidades indígenas, el Estado oligárquico, pero «poco dicen de sí mismos». Ahora bien, si los ‘caviares’ son intelectuales, no todos los intelectuales son ‘caviares’. Y citaré para esta crónica las opiniones de Pásara, entre ellas, «la catolización de la izquierda». Y el estudio de Osmar Gonzáles, Señales sin respuesta.
Hubo una izquierda nacida para enfrentar a la oligarquía y a la vez, al APRA. Pero, algo ocurrió. La revolución —por arriba— de las Fuerzas Armadas. «Y eso los hace vivir una época post-oligárquica» (Gonzáles). Una serie de cataclismos socio-políticos, Velasco, Sendero Luminoso y Fujimori. Tres estrategias distintas. Y todo cambia. Y entonces, para Pásara, «aquellos militantes radicalizados que quedaron desubicados luego que la DC (Democracia Cristiana) decide apoyar las reformas del velasquismo, estuvieron intelectualmente más dispuestos a sustituir la visión global del catolicismo por la también holística del marxismo». Lo del catolicismo que observa Pásara no es volverse protestante o ateo. Es otra cosa. Indica un desplazamiento del hábito de la intransigencia religiosa al campo de la política. Entonces, describe Pásara, «la elite se siente dueña de la verdad, no hay lugar para la discusión». Y alejados de las masas, «espacios cerrados, centros de investigación, las universidades».
Osmar Gonzáles, formado nada menos que en el Colegio de México, dedica uno de sus libros «a los zorros y el pensamiento socialista en el Perú». Y como buen investigador, estudia minuciosamente la infancia y juventud de Rolando Ames, Sinesio López, Carlos Iván Degregori, Manuel Córdoba, Alberto Adrianzén. Un par de cuestiones simples. ¿En qué colegios estudiaron, qué eran sus padres? Y resulta que tienen en común colegios de curas, de jesuitas o de curas franceses de la Inmaculada. Me temo que no se lo hayan perdonado. En fin, ya sabemos dónde aprendieron la intolerancia. Y el hábito de decidir quién es ‘correcto’ o incorrecto. Se hicieron marxistas porque necesitan un dogma. Y demonizar a sus rivales.
De la lista de ‘caviares’, sacaría dos intelectuales. Alberto Adrianzén rompió sus lazos, «ni reformadores ni revolucionarios». Y a Iván Degregori. «Los hondos y mortales desencuentros» es lo mejor sobre Abimael Guzmán. La meta no era una revolución en el Perú sino salvar al comunismo mundial. Desde Ayacucho. El delirio.
Rochabrún había notado que se separaban «bases y dirigencias». En efecto, el mito proletario se desvanece cuando en los ochenta «los caballos de Troya de los invasores» (J. Golte y Norma Adams) andinizan Lima y la cultura chicha reemplaza a lo criollo. Si los zorros se habían extinguido, ¿por qué no una «nueva izquierda»? ¿Quién más claro que Flores Galindo? Sin embargo la ve «sin faros ni mapas» (Tiempo de plagas). Desde entonces, un cierto tipo de pensar con sinceridad, se apaga. Siento decirlo.
No tienen partido, demasiado lejos del pueblo. Tampoco son «comunidad epistemológica», eso para Oxford o la Sorbona. O para la inteligencia que no es ‘caviar’. En ellos no va a amanecer una teoría del Perú actual. Influyen, gracias a su mundanidad, a ONGs y medios, y lo que aprendieron en las escuelas con curas: los contactos sociales. Pero mientras actúan —la política como escena teatral— no habrá una izquierda real. Ni lo que reclamaba Basadre, un «Estado en forma». Sus privilegios impiden la meritocracia tras la proliferación de sus consultorías. Seguirán prendidos de las pobres ubres de un débil Estado. En resumidas cuentas, un modus vivendi. Una manera de vivir. Nada que ver con la otrora grandeza de la izquierda y su capacidad de sacrificio. Béjar, o Letts con sus exilios. Hoy, son una limeñada que parece salida no de Lenin sino de las Tradiciones de Ricardo Palma.
Publicado en El Montonero., 18 de febrero de 2019
https://elmontonero.pe/columnas/los-caviares-sine-ira-et-studio