Estando en el extranjero, no dejo de leer diarios y en El Comercio, leí una entrevista a dos profesores chilenos, sobre sus impresiones sobre la visita del Papa Francisco a Chile. Rodrigo Larraín, teólogo. Y Miguel Ángel López, politólogo. Me quedé sorprendido del titular y de su contenido. Dicen que la visita de Francisco fue “deslucida”. “Una visita que fue especialmente dura en Chile, un país que poco a poco se ha distanciado de la religión católica. Y que lo recibió polarizado debido principalmente a los casos de abusos que se han revelado en el país sureño”. Da la casualidad que he estado en Santiago cuando la visita del Papa y me asombra su versión. ¿Polarización?
En primer lugar, discrepo, pero no me impide decir que coincido con varios de los puntos que resaltaron. Abreviadamente, “se dirigió a los jóvenes con un lenguaje cargado de simpatía y carisma, para que mantengan su fe e hizo en Temuco un pedido de aceptación de los pueblos indígenas y la preservación del medio ambiente”. Pero, en lo que los dos chilenos confunden al lector peruano es cuando tocan el tema del Papa Francisco ante la pedofilia de curas. Y sin ánimo de polémica (a mí lo que me interesa es la verdad), dicen de Francisco lo siguiente: “él dio una disculpa general”. Pues bien, no es así. En los discursos que tuvo, comenzaba por decir que tenía “vergüenza”. Le hemos escuchado: “Conozco el dolor que ha significado los casos de abusos cometidos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal”. “Dolor por el sufrimiento de las víctimas y sus familias”. “Los invito a que pidamos a Dios que nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón”. Ha dicho perdón y no eso de “disculpa general”. Reducción equivocada, sospechable y sesgada.
En segundo lugar, veo muy mal presentado el tema de Iglesia y sociedad chilena. Y hablo desde un punto de vista profesional. Con todos mis respetos, en ciencias sociales usamos desde hace más de un siglo, el concepto de secularización. “Significa que la religión ha perdido, en las sociedades modernas occidentales, un lugar central para producir los lazos humanos y las normas de conducta” (Encyclopædia Universalis). Pero el individuo moderno cree siempre, y las religiones no han desaparecido, todo lo contrario. Lo que reprocho a ambos colegas es que hayan confundido convicción personal y práctica religiosa. En España, según el Instituto Nacional de Estadística, el 73% de españoles se reconocen católicos. (Cuando Franco, eran el 85%.) Pero un 64,7% no va a misa. Era una buena ocasión para explicar que los valores cristianos, en las culturales occidentales, habitan la sociedad misma, en leyes y comportamientos. Es lo que me pasa a mí. Valores cristianos, sin casi prácticas. Pero intento decir las cosas como son.
Volviendo a lo de “deslucido”, es de lo que más discrepo porque he estado en Santiago en los días del Papa y el equivalente de la misa que hubo en Las Palmas fue la homilia en el Parque O’Higgins, y en la noche más fría del 2018, cientos de miles de peregrinos dormitaron bajo la intemperie para madrugar y escuchar a Francisco. Espectacular.
La verdad es que me sonrío. ¡Claro que en Lima hubo más gente! La capital del Perú tiene diez millones de habitantes. Y Santiago la mitad. Era obvio que tenía que haber más gente en Las Palmas. ¡Un asunto de demografía, señores!
En fin, me sorprende que un sociólogo y un politólogo olviden que el Papa es un guía espiritual con el fardo de un Estado. El Vaticano. Claro que hay que sancionar al obispo Juan Barros. Pero no puede echarlo de la noche a la mañana. No es Pinochet. ¡Sabe Dios qué peros le pondrán en Roma!
Publicado en El Comercio, 5 de febrero de 2018
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