Micaela: de las blancas azucenas de Abancay a la libertad*

Escrito Por: Hugo Neira 101 veces - Mar• 18•24

Me ha pedido usted unas breves líneas para prologar su libro. Aquí las tiene. Es un honor porque Micaela es una excelente contribución al conocimiento de un momento de nuestra historia y de un personaje de carne y hueso excepcional. Y una nueva mirada, a partir de nuevas fuentes puestas a disposición del público, gracias al Congreso, para el bicentenario, fondos virtuales.

No discuten el saber histórico, lo amplían. En efecto, conocemos los abusos no solo de los corregidores sino de los curas de pueblos, un cortejo de delitos y vejaciones con los indios, lo vano de reales cédulas y tomos de leyes, que no evitaban lo que Manuel de Mendiburu señala en su Diccionario histórico-biográfico, «el descaro de sus comercios, el engaño a los provincianos, las excesivas ganancias, la imposición de la alcabala, las abominables cobranzas, la pérdida de ganados y sementeras, sobre los indios desesperados» (tomo IX, página 40). Los alzamientos, las rebeliones cada vez más graves, preceden y acompañan a José Gabriel Condorcanqui cuyo levantamiento no fue novedad en 1780, sino uno que fue más lejos que todo otro. Pero le confieso que hasta hoy, el rebelde curaca de Pampamarca, Tungasuca y Surimana —que descendía de los antiguos incas y se hizo reconocer como Túpac Amaru II— había perdido tempranamente sus padres y crece bajo la tutoría de sus tíos, los Noguera Condorcanqui, y lo educan en el colegio de San Francisco de Borja del Cusco que era para indios nobles, y ya de adulto, asume su cacicazgo. Incrementa su fortuna como arriero de piaras de mulas y a la vez viaja a Lima para abogar y defender a los naturales de Canas y Canchis de los abusos que sufrían, al tiempo que reclamaba sus derechos al marquesado de Oropesa. No era un cualquiera ese personaje que se enfrentaba a los corregidores.

Un triple rol. La red de arrieros y en consecuencia, su influencia más allá de Canas y del Cusco. La nobleza, que le permitió conocer al prócer José Baquíjano y Carrillo. Y su nivel intelectual, como lo prueban sus proclamas a las comunidades de la provincia de Chincha, las cartas que escribe a sus subordinados y luego a las autoridades. Pero de ese líder y comandante del mayor de los sublevamientos, este libro recoge las «cartas a  mi señora doña Micaela Bastidas». Cartas notables que el autor de este libro ha recuperado, puesto que han aparecido nuevas fuentes tanto para comprender a Túpac Amaru II como a su esposa.

Hasta el momento, conocíamos de José Gabriel su ascendencia real, incluso su porte, hay descripciones sobre su persona, su talla, sus maneras, un poco menos sobre su cultura. Hasta hoy se le ve como un guerrero, que lo era. Un líder que obtuvo no solo el apoyo de sus familiares sino de otros caciques, pero en este libro, algo más. Conocía su tiempo y su época. La instrucción que recibió, fue europea, y había accedido a los principios avanzados de la igualdad, la fraternidad y la libertad. Este libro hace bien en detenerse en que, en sus viajes a Lima, «toma contacto con los masones libertarios». Sabía aquello que llamamos hoy la Ilustración, y de paso, los acontecimientos internacionales. El revolucionario que apresa al corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, a quien hace un juicio y ejecuta en Tungasuca el 10 de noviembre de 1780,  era más que ese indio-curaca que vieron las autoridades. Túpac Amaru II, muerto el corregidor Arriaga, suprime las alcabalas, las mitas y las aduanas, declara la Independencia del Perú, liberta a los esclavos negros y a los indios mitayos, suprime los tributos, destruye los obrajes,  y triunfa —por un tiempo— en la batalla de Sangarará, el 18 de noviembre. Pero no toma el Cusco. Perdió tiempo y la reacción realista se fortaleció.

Y si en este libro se resalta diversas virtudes, es porque en el fragor de la rebelión, escribe magníficas cartas. Ahora bien, Micaela Bastidas fue algo más grande, más decisivo de lo que hasta ahora conocíamos. Cierto, sabemos que organizó, tras la rebelión de su marido, «tropas auxiliares indígenas» (Milla Batres, Diccionario Biográfico del Perú, tomo I, página 415). Desde las fuentes que este libro revela (Congreso de la República, «Documentos Bicentenario/Túpac Amaru»), sabemos ahora que la rebelión fue preparada con antelación, lo cuenta Bartolina Sisa, la mujer de Túpac Catari. Y con Micaela, el rebelde José Gabriel consultaba «aspectos logísticos y militares». Micaela no solo tenía carácter sino inteligencia. Su casa era un cuartel, en Tungasuca. Era mujer de montar a caballo, y se anticipa a la Mariscala, en las guerras republicanas, la mujer del caudillo Gamarra.

Qué poco sabíamos de Micaela hasta este libro. Provenía de una sociedad mestiza, y los Bastidas, por mucho que descendían de españoles, llevaban genes negros. Micaela era un tanto más alta que las mujeres de su tiempo. Sus enemigos la llamaban «zamba». Era bella. Se casaron temprano, ella con 15 años, él con 18. El novio, en «finas lanas de vicuña y alpaca». Ella, como las mestizas de Abancay, «sombrero blanco con orla de pana y cinta labrada de plata». Todo esto, se diría, no solo la historia sino el contexto cultural, a la vez quechua y criollismo, los poemas que acompañan el relato histórico, en cursiva para marcar lo sensible de lo racional.

Tiene razón el autor. No fue solo un levantamiento. «Una revolución social y técnica». Esa pareja, entre Rousseau y las lomas y entresijos de los Andes, las nieves coronadas y los lechos de ríos caudalosos, una epopeya, un martirio, la ejecución de ambos. Manachá riqsimuwankuchu. Manacha», dice el autor. «Puede que no me reconozcan». ¿Cuándo se levantarán ustedes? dice el poema. Cada tiempo, en efecto, tiene sus modos de dominación. Micaela, hoy día, será lectura de preferencia para libertarios y feministas. Gracias Luis Echegaray Vivanco. No hay victoria de la muerte cuando no se pierde la memoria de los que lucharon para hacernos libres. (HN, julio de 2019)

* Prólogo al libro Micaela, de Luis Alberto Echegaray Vivanco.

Publicado en El Montonero., 18 de marzo de 2024

https://elmontonero.pe/columnas/micaela-de-las-blancas-azucenas-de-abancay-a-la-libertad

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