Que a Juan Carlos I, «sensato rey», le siga el hijo, Felipe VI, ha despertado un reguero antimonarquista en nuestra muy civilizada prensa. Eso de ser antimonárquico, y con más ganas si se trata de un riesgo lejano, como que viste mucho. Uno queda regio. Mismo Simón Bolívar. Me tinca que esos, los de grandes apellidos, no anduvieron tan antimonárquicos cuando sus tatarabuelos y ancestros inclinaban «la humillada cerviz» ante Pezuela y con La Serna, antes de San Martín.
Varias naciones en Europa son monárquicas. A saber, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Inglaterra o Reino Unido, Noruega y Suecia. Y no parece que les vaya mal. En realidad, la lista se estira con Luxemburgo, gran ducado, o Liechtenstein, que es un principado cuya extensión, más o menos, es la de San Juan de Lurigancho, pero que igual añade a su distrital corona el concepto de «parlamentaria». Y ahí está el «detalle», como decía ese gran filósofo mexicano Mario Moreno, más conocido como Cantinflas.
De esas Monarquías parlamentarias el detalle es que sus Reyes no gobiernan. Cada día, la reina Isabel II de Inglaterra se ocupará de su personal agenda, pero no despacha los asuntos de Inglaterra en el célebre 10 de Downing Street sino que eso es la chamba de su Primer ministro. Ahora bien, en España se le llama Presidente de Gobierno. De modo que si un Presidente sudamericano, Correa o Evo Morales, va a zanjar un problema por las Españas, no verá forzosamente a Felipe VI sino a un señor de lentes y barbita llamado Mariano Rajoy. En Suecia, el monarca, Carlos Gustavo, no gobierna cada día la próspera y democrática Suecia. El poder está en la clase política y partidos. Entonces, ¿para qué Coronas en Europa?
Esa es la pregunta de fondo. ¿Por qué algunos de los pueblos más cultos, prósperos y democráticos del planeta —belgas, dinamarqueses, holandeses, ingleses, suecos y noruegos— han optado por guardar esa institución? La respuesta viene del sentido común. Si las cosas se ponen muy mal, entonces, una señora de ochenta y tantos años, Isabel II, tiene poderes disuasorios, de veto. La Reina solo opina y es suficiente. Es decir, por encima del juego de intereses y pasiones colectivas hay un árbitro incontestable, la Corona. Así se han librado de aparatosos golpes de Estado. Así progresó la Europa nórdica descrita por un viajero llamado Victor Raúl Haya de la Torre. Y se fijó en Suecia, más socialista que la extinta URSS.
Sobre la Monarquía en Perú, desde Sánchez Carrión hicimos bien en evitarla, no hubiese sido otra cosa que una continuidad del absolutismo de esos días. Pero por evitarla, fuimos al pantano del poder personal. Caudillos, dictadores y autócratas. Y así en otras patrias, con las excepciones del caso, Lula que sabe irse, Bachelet que sabe volver. Por casa, hasta nuevo aviso, un presidencialismo errático. De pronto, lo que está mal no es tanto los inquilinos de Palacio sino el sillón mismo. ¿No sería bueno elegir con el mismo voto popular, a la vez Presidente y Primer Ministro? ¿Y el segundo, con plenos poderes? Nuestros reyecitos, como a algunos les gusta la juerga y la frivolidad, entonces serían nuestras reinas coronadas… Con fotos de familia, sonrientes, mientras alguien chambea en Palacio…
Publicado en El Montonero., 23 de junio de 2014