Para dejar de ser un país inacabado y de pobres hemos partido de dos supuestos. Y cuando digo hemos, es el mundo político, empresarial, y la opinión, la académica como las redes sociales. El primero, la democracia. El segundo, el realismo económico, o lo que llaman neoliberalismo. Pero prevengo que no me voy a lanzar ni a una diatriba ni a un elogio del libre comercio, sector privado, reducción del gasto público, etc. En el neoliberalismo hay tendencias moderadas y radicales. Sus detractores recuerdan Pinochet y sus Chicago Boys, o Fujimori en el Perú. La desregularización es un largo debate. Voy directamente a los resultados.
Hemos intentado, pues, la práctica de la democracia + el mercado. Pero la cuenta no nos sale. Tenemos elecciones sin interrupción desde Paniagua (2000-2001). O sea, quince años, tres gobiernos, Toledo, García, Humala. La cuenta puede ser más larga, Belaunde, en 1980. O sea, hace de eso 35 añitos. No es poco. Y la pregunta es: ¿somos por eso un país más democrático? Parto de fuentes externas, más neutrales. Ellas dicen que solo un 12% tiene una actitud estable ante la democracia (2014, USAID). Entre los motivos de desconfianza, lo poca aprobación al sistema judicial. También una muy baja disposición a la tolerancia. Asoma, pues, una tradición autoritaria. Se explica la poca disposición a tener partidos políticos y debates de fondo. Nada de esto evita la politización, al contrario. Conga, Tía María. En suma, no democracia pero sí política improvisada y fluctuante. De maravilla.
El segundo tema es la economía. Es sabido, tuvimos picos altos de PBI entre el 2006 y el 2012, lo que no quita el jalón de orejas del FMI. El Perú como toda la América Latina es el continente de las desigualdades. Se nos viene encima años difíciles, años de vacas flacas. Se nos viene un vendaval. Hace rato que este país deriva hacia el entusiasmo por la demanda externa. Ahora, hacia la neblina de una economía mundial de bajo crecimiento. Y dentro, masas de no ciudadanos. ¿Pagan impuestos?
Dos por dos no nos salen cuatro. Sobre lo que falta, se invocan muchas áreas. La desigualdad de los ingresos (R. Webb). La reforma del servicio civil (Castilla). La flexibilidad laboral (Jorge Toyama). Esos retos se mueven ante esferas visibles, Estado, economía privada, clase política. ¿Qué es lo que no se ve? Alberto Vergara, en un artículo que inspira esta nota (“Crispación sin crisis”, El Comercio, 25.10.15) observa «una polarización sobre la nada política». De acuerdo Alberto, pero hay que mirar más y hacia abajo. Por mi parte siempre he mirado hacia el abismo.
Hace años observé la anomia. Y creo que el análisis político, para sociedades no modernas del todo como la peruana, debe acompañarse de estudio de creencias. Así, las cuentas no nos salen porque el paradigma político y el paradigma económico se acompañan de un paradigma cultural que en Perú dejó de construirse. La involución se inicia, pues, con el abandono de la escuela estándar de educación primaria y secundaria. El resultado es catastrófico. Carecemos de personal calificado y de una masa mayoritaria de ciudadanos educados. La mejora económica no resuelve el abismo, lo acrecienta. A los jóvenes de origen popular los duermen con empleos precarios. Un estudio —y hecho por jóvenes— nos dice que la mayoría de “emprendedores” entre 19 y 29 años no asiste a ningún centro de enseñanza «porque no les gusta estudiar (CONAJU, p. 39). Un 87% es indiferente a las elecciones. Por lo demás, no nos quejemos del poco o nada capital simbólico de los elegidos congresistas. ¿Qué garantiza que mejoren? Puede empeorar. Abajo, a los neourbanos populares los volvieron pymes, gente con ambición de billete, y la cultura profesional la guardan para las clases medias con plata y sentido de las cosas. Tenemos, pues, un desarrollo descendente. Esa «nada cultural» —¡y abajo!— es el taller del diablo. Cualquier cosa sale de ahí. Y no va a ser precisamente muy democrática que digamos.
Publicado en El Montonero., 26 de octubre de 2015
http://elmontonero.pe/columnas/peru-cuando-dos-por-dos-no-es-cuatro