La idea de protesta me encandela, no por su contenido solamente sino por sus analogías. Reclamar, desaprobar, censurar (aunque no lo usaría así), rechazar. Y también aprecio su contrario, el conformarse. No es mi caso.
Primera protesta. Sin el «quédate en casa» de este gobierno —o como dicen en otros países, confinamiento— de repente hubiera habido también en Lima una protesta sobre eso de un policía en Minneapolis con la rodilla en el cuello de un señor que tenía la desgracia de ser black —George Floyd— y que protestando porque le faltaba el aire, se fue directo al cielo. Lo que ha provocado, como sabemos, incontables protestas que solo se pueden comparar a las que hubo en los sesenta, cuando los estadounidenses estaban cansados de enviar a los jóvenes a morir en Vietnam. Años de Ho Chi Minh. «Es el Bonaparte de esta era», me dijo Perón. Solíamos conversar, vivía en las afueras de Madrid, y unos jóvenes argentinos, por cierto exiliados por montoneros, me llevaron para que lo conociera. Sí, pues, conocí a Perón, nadie es perfecto.
Pero no entiendo. Claro que conozco América del norte, incluso me detenía por ratos cuando volvía de Europa a Polinesia francesa parando en California, porque uno de mis hermanos, Federico, médico, vivía ahí. Muchas veces he ido a Gringolandia. Incluso conocí a los Kennedy pero no es tiempo de contarlo. Hoy ¿realmente, racistas? Y sobre todo, ¿anti blacks? Ahora bien, como vivimos en una era surrealista en que vemos lo que pasa en el mundo como si tal cosa, desfilan en nuestras pantallas las manifestaciones con muy pocos afros y sí, en cambio, muchísimos caucasianos, así se dice ¿no? Los blancos de ayer admiraron a ese black que fue boxeador invencible que se llamaba Joe Louis. Y tuvieron como lo máximo a otro black que se llamaba Cassius Clay y que prefería llamarse Muhammad Ali. Magnífico.
El rostro de los afros en la vida americana. No por ocho años con Obama sino permanentemente. ¿No es cierto que a un black como el artista Morgan Freeman le han dado roles siempre de hombre honesto, simpático, sereno (incluso en una de las muchas películas que ha filmado, hace de Dios)? Cómo le gustaría a Trump ese rol. Y cuando los extraterrestres atacan a nuestro mundo, en la película Día de la Independencia, uno de los héroes lo encarna un black, Will Smith, y logran entrar a la nave capitana de los extraterrestres, le colocan una bomba hiperpotente en la nave principal y la invasión sucumbe y se salva el planeta y la humanidad. Entonces, ¿qué pasa con la policía americana? ¿Por qué los rostros de los artistas blacks —además de los citados y de Sidney Poitier, que siempre hace de negro cultivado y serio— no los conocen?
Me hace pensar en el odio de los nazis en los años treinta ante los judíos, justamente porque eran una élite. O sea, lo del policía blanco que mata a un black bien educado y que no le discuten en nada —incluso sonríe, eso se ve en los vídeos—, todo eso huele no solo a racismo sino a nazismo. Microviolencia. Macroproblemas. Me tinca otra cosa, una modesta hipótesis. La etnografía inquieta a los Estados Unidos, país que nace de la inmigración. Por ahora los blancos son el 66%. Los latinos y asiáticos, unos 23% y los afroamericanos, un 12,4%. Unos 37 millones. A eso se añade que asiáticos y latinos tienen más hijos. «La población hispana o latina es joven y de rápido crecimiento», dice la Oficina de los Censos. Temen, pues, el 2050. Serían un país de mestizajes. Bueno, ¿qué los asusta? Nosotros somos desde 1492 un continente de mestizajes. Lo que pasa es que no comprendemos la ventaja que tenemos de ser una sociedad universal. Y Europa, ¿no es acaso un mosaico de lenguas y naciones? Eso que se llama ‘razas’, los antropólogos ya no lo usan. Lo que hay es culturas diversas.
Segunda protesta. Estoy desencantado. El caso Richard Cisneros, o Richard Swing. La fiscalía investiga ministros y exministros como Salvador del Solar. Ahora bien, leo los diarios y luego recorto algunas páginas y textos. Y los separo por temáticas. ¿Sabe usted, amigo lector o lectora, que el paquete Swing es más gordo que el asunto Floyd, la meseta del Covid-19 que —por lo visto— se nos va hasta el 2022? Ahora bien, señor Swing, usted ha jugado un rol muy apreciado. Acaso mayor que un Primer ministro. Es un puesto muy alto, y con todos mis respetos, le explico qué cosa es una marioneta o un títere, lo hago porque no me parece muy letrado. Ahora bien marionetas y títeres no eran cualquier cosa. Los reyes del absolutismo tenían en la corte sus bufones, y mire usted, era el único cortesano al que se le permitía decir lo que sea. El bufón era fino, inteligente, los reyes le permitían sus bromas. Eran la voz del pueblo. Hay cuadros célebres y una vasta literatura. Pero ese no ha sido su rol. Los bufones no apapachaban, decían lo que escuchaban como queja o protesta de los de abajo en las barbas de Carlos V o Felipe II.
Eso tuvimos, en la medida de nuestras posibilidades, en nuestra cultura peruana. Claro está, en tiempos de Maricastaña, pero hubo un Cordero y Velarde. Era cantante, alegre, hablantín, y sobre todo pobre. Lo volvieron loco, unos amigos le hicieron creer que debería ser presidente. Y se lo creyó, y gastó sus ahorros en hacer sus afiches. Cuando le dijeron que era una broma, no regresó a la razón. Se hizo llamar Apu Capac Inca, Emperador del Perú y Conductor del Mundo; Soldado de Tierra, Mar, Aire —y además— de Profundidad (porque se habían olvidado de los submarinos). Vivía de su periódico que se llamaba El León del Pueblo, «sale cuando puede, y pega cuando quiere». Llevaba un sombrero de tarro, chaqueta negra y la «banda presidencial». Pero no estaba tan loco. Cuando un político de los serios reunía una muchedrumbre, los rivales contrataban a Cordero y Velarde que, llegado a la plazuela o calle, se llevaba el público. ¿Por qué razón? Porque les decía zambacanuta a los poderosos. Yo sé, no es el estilo de usted. Otro de ese calibre es Tulio Loza, mi paisano, abanquino, el popular Camotillo, el tinterillo. ¿Y por qué para mensajes llenos de sabiduría y de humor no han llamado a Melcochita? Es el representante de una cultura amulatada y fina. Cuando le preguntaba Bayly qué pensaba de una estrella de la tele peruana —pongamos una Maruja—, Melcochita respondía: «la llaman la anticuchera». Y luego, «porque se la comen en cualquier esquina». La ambigüedad, pero con un oxímoron que elude la palabrota.
Y por qué no, en estos días de confinamiento, en los hogares, hubiéramos estado mejor matando el tiempo con Al fondo hay sitio o La paisana Jacinta, no por azar la ponen fea, gesto de racismo enmascarado, pero ella –o él– se defiende. Y no con eso de ayudas personales que son el palabreo seudopsicológico sin valor científico alguno, y menos humor e ironía, que siempre ha sido una lección moral. Lo que es usted es algo que no creo que conozca. Es usted un Eróstrato, la versión acriollada del griego que quema el Templo de Artemisa con tal de ser famoso. Estará usted satisfecho, la prensa, yo mismo caigo en la trampa. Sí, pues, temáticas de un tiempo de decadencia. Sin embargo, acaso lo que nos admira es su desenfado para sacarse un selfie con los poderosos, pero mucho más nos inquieta el nivel cultural del contorno palaciego. ¡No conocen este país! No saben qué es lo que le gustaría al populorum. Qué lejos están, les dicen que se laven las manos a las capas populares que no tienen ni siquiera un solo caño, como los callejones de antaño, más cómodos. Dios Santo, ¡qué retroceso!
PD: Están con Covid-19 Eloy Jáuregui y el Dr Oscar Ugarte del Instituto de Gobierno y Gestión Pública. Ambos se acercaron a los focos, uno como escritor y periodista, el otro como médico. Esperamos que se salven. Con todo respeto y admiración.
Publicado en El Montonero., 8 de junio de 2020