Me anima el deseo de escribir sobre Palma puesto que por fin se termina la reparación de su casa-museo de Miraflores. En la esquina de la calle Colina con la calle General Suárez, 189, a una cuadra de la casa que fue de Raúl Porras Barrenechea, otro lugar histórico. Un diario dice: «el lugar está lleno de historia y cultura viva». Los visitantes, como en todo caso de casa-museo, encontrarán «cartas, libros y escritos de puño y letra, y objetos personales». En una revista la definen como «un ranchito típico del siglo XX». Será más bien, del XIX. Pero es cierto que en vida del escritor, Miraflores era un lugar campestre y periférico a la Lima del centenario. En cuanto al general Suárez, he buscado qué general es ese, los diccionarios biográficos hablan de un Belisario Suárez, nacido en Arica, oficial en las filas de Ramón Castilla. También se unió a Piérola, cuando este se va a la sierra. Hay otro Suárez, Manuel. Estuvo en la batalla de Tarapacá. Pierde la vida, «al frente de sus soldados llegó a tomar los Krupp de los chilenos a la bayoneta, y peleó hasta caer con el pecho atravesado por las balas del enemigo». Esta mínima investigación es curiosidad. Y si acaso hay otra vida después de la muerte, el alma de Palma —si eso existe— estaría satisfecha de ese azar, porque don Ricardo no fue solo un gran escritor —uno de los más importantes del castellano— sino esencialmente un patriota.
Algún diario dice a propósito de la casa-museo, «una joya histórica y arquitectónica». Un poco excesivo, «histórica» sí, pero era y es una casa modesta, nada que ver con una de esas casonas con zaguanes, arcos y patios de las casonas limeñas. Un hogar para Palma y sus hijos, dos mujeres, una de ellas Angélica, escritora, y Ricardo Palma hijo, cirujano. Un tanto que los hemos olvidado. A Angélica la conoció Riva-Agüero: «había migrado a España, luego vive en Argentina», y prosigue, «era amena, dulce, con algo de melancolía, amiga intelectual» pero precisa «aunque en ideas sociales y políticas no coincidiéramos siempre». Para mi gusto, un dato muy importante. Palma nunca dejó de ser un rebelde.
Esa discrepancia de la hija de Palma con Riva-Agüero, nos pone en la línea de intentar otro retrato y otra interpretación del escritor que inventa Las Tradiciones, ‘era un conservador’. Con Ricardo Palma, ha ocurrido que se sabe a duras penas que es el autor de Las Tradiciones, publicadas en 1872, 1874, 1875, 1883. No me refiero a otras publicaciones, a su bibliografía enorme, interminable, poemas, obras teatrales como Rodil, sus Anales de la inquisición de Lima, y ensayos sobre Monteagudo y Sánchez Carrión, o estudios sobre Verbos y gerundios, neologismos y americanismos. Que fuera Director de la Biblioteca Nacional, luego de la guerra del Pacífico en que fue saqueada, o que fuese en vida miembro de la Academia Española, todo esto, nos inclina a pensar en un hombre de orden y conservador. Pero era Palma un liberal. En ese siglo peruano, en el XIX, el lado de los liberales era el de los descontentos. El Palma político se descubre, por ejemplo, por su simpatía por Andrés de Santa Cruz, el hombre de la Confederación Perú-Boliviana, justamente ese boliviano, mestizo, detestado por Orbegoso y los limeños que veían en Santa Cruz, «un rostro de cholo sin la marcialidad de la barba de moda entonces» (Jorge Basadre, La iniciación de la República, tomo I, página n°355). No sé si me dejo entender, lo de la destrucción de la Confederación era una meta de Chile concebida por Diego Portales. En el laberinto de los caudillos, Ricardo Palma, por liberal, estaba del lado de Ramón Castilla. He dicho laberinto, porque en algún momento, el joven liberal Ricardo Palma anduvo en un complot, y Castilla lo exila a Chile, por tres años. Pero ese siglo XIX y sus personajes son especiales, había una cierta ética. Cuando muere Castilla, sobre su lápida aparecen estos versos: Libertador del indio y del esclavo Soldado de la ley, nunca vencido. Al rigor del destino has sucumbido, con noble audacia y contingente bravo, vivida luz que en nuestra cielo funge, tu nombre para honrar es suficiente, dos palabras, no más, Ramón Castilla. Esos versos para esa ocasión, son de Ricardo Palma. Pese al destierro. ¡Qué tiempos esos!
En fin, algo más debemos añadir sobre sus inclinaciones morales y políticas. En un trabajo sobre su correspondencia, se le conoce sus Cartas con Guillermo E. Billinghurst. El insoportable minero, combatiente en la guerra y con fuerte apoyo popular, presidente un par de años, 1912-1914, ‘hombre de temperamento violento e intransigente’, derrocado por el general Oscar Benavides, resulta que era muy amigo de Palma. Esas Cartas reunidas es el trabajo estupendo de Osmar Gonzales y Delfina González del Riego, que confirma la actitud de Palma. Es también conocida la simpatía por Piérola. Infatigable montonero (nombre peruano a los guerrilleros a caballo). Entonces, ¿Palma un conservador?
Ante Palma hay un punto de vista que lo cree artesano de un mito colonial que favorecía a las clases dominantes. Eso a mí me parece un malentendido. Conviene discutirlo. Incluso partiendo de los que lo integraron, como Riva-Agüero, «Palma es el tipo de criollo culto, literario». Y lo trata de «burlón, irreverente». «El criollo, aunque ha sido muy religioso, no reverencia al clero y a la Iglesia.» Porras va un poco más lejos: el estilo, la prosa, «alas de originalidad, estilo desenvuelto, jugosa mezcolanza, latinazgos de colegial, dicharrachos de abuelas picarescas». En suma, maneras de una lengua en la que entre lo culto y el bochinche popular. Pero un intelectual de mi generación, José Miguel Oviedo, en su gigantesca Historia de la Literatura hispanoamericana, tiene este acierto: «Palma descubre que era posible contar la historia nacional o americana, y hacerlo de otra manera» (tomo II, p. 119). Las Tradiciones, pues, no son una nostalgia de la colonialidad como muchos lo han creído. El tiempo de Palma es el de la sátira costumbrista y criolla, visible en la poesía, el teatro, el periodismo y Palma que desestructura la seriedad de arzobispos y virreyes, sorprendiendo a uno de ellos trepando a un balcón con miras amorosas. O frailes como Martín de Porres, con magias con los ratones. O «El Alacrán de Fray Gómez», sin duda la mejor tradición de Palma (según Porras).
En suma la tradición no se inventa con Las Tradiciones. La hubo en diversas sociedades, Walter Scott, que crea la novela histórica. Pero Palma cabe en una palabra, la «broma» (Luis Alberto Sánchez). Ricardo Palma parte de la literatura satírica que abundaba en el Perú, desde Caviedes. ¿O es que su tradicionalismo corresponde a que era limeño? Así lo hemos creído, pero investigadores —Iván Rodríguez, Porras— discuten su fecha de nacimiento. Y otros la cuna. Según Luis Humberto Delgado, su lugar de nacimiento sería Arequipa. En todo caso, de aspecto «mestizo, hijo de cholo y cuarterona» (Sánchez). O sea, con algo de negro.
En fin, ¿por qué todo este ajetreo cuando se abre la casa-museo? Me parece que no vendrá mucha gente joven y peruanos, lo han creído parte del establishment. Error, Las tradiciones son un arte. No una ideología. Ricardo Palma «se jactaba de no tener en sus venas sangre azul, ni ser coronel ni doctor» (Manuel Zanutelli). ¡Se hizo solo! Sus personajes eran reales y los encuentra en archivos y bibliotecas. Ese autodidacta llega a ser miembro de la Academia Española. Solo comparable con otro autodidacta, José Carlos Mariátegui. Sí, pues, el amor a los libros, que hemos dejado de lado. Y lo bien que nos va con una clase política de primera, ¿no?
Publicado en El Montonero., 12 de octubre de 2020
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