A veces ocurre que el azar determina tareas inesperadas. Como se cumplen 50 años de la irrupción del velasquismo, me llueven lugares y públicos que quieren saber lo que entonces había ocurrido. Béjar y yo, testigos de vista. Hace unos días, estuve en Cajamarca porque un grupo de estudiantes quería que les explicara por qué hubo la Reforma Agraria en 1969. Hace poco, estuve en Arequipa. La Universidad Católica de esa ciudad me había pedido un análisis y lectura de la obra de Juan Guillermo Carpio Muñoz, Texao. Arequipa y Mostajo. Son 14 tomos dedicados a la historia política y la cultura popular de los arequipeños. Y no faltó una invitación, siempre ante jóvenes, sobre el misterio del velasquismo.
Para mí, no lo es tanto. Pero los aniversarios, los eventos, o el simple recuerdo histórico, encienden la hoguera de las vanidades. A los que estaban presentes, por fortuna o desgracia, les cuesta trabajo tomar distancia. Los que no pudieron (por la edad, por ser muy jóvenes) o los muy viejos, por estar cargados de a prioris y consignas. Al punto de llegar a cargarle todos los defectos posteriores, incluyendo a Sendero Luminoso. En este caso, sin reflexionar un solo segundo que las rondas campesinas que se enfrentaron, al lado del ejército, al terrorismo senderista, eran campesinos con tierras y bienes que defender. Pierdo el tiempo pero lo repito: si no hubiese habido el voluntarismo de Velasco con el tema del indio pordiosero, a Sendero le habría ido mejor.
Pero existe la obligación moral de explicar por qué tras el remezón de 1969 del denominado velasquismo, proviene una sociedad abierta y paradójicamente trazada por ese mismo poder militar.
Lo han vuelto enigma. Entenderlo es posible. No se trata de capacidad intelectual, tampoco si es uno liberal o marxista. Se trata de tomar distancia. Y admitir que esa temática es un vasto campo de causas y procesos. Por eso mismo, la distancia de los hechos históricos es lo que abre espacio a lo que se llama lucidez. En mi terca vida de eterno estudiante, confieso que encontré una explicación de orden axiológico, en el fenomenólogo Alfred Schutz, en 1944, después de Max Weber y Max Scheler. Para entender dos élites, la militar y aquella que emerge con las tomas de tierra. El tema en Europa era por qué los judíos superaban en la comprensión de los fenómenos sociales a otros pensadores. Ahora bien el examen puntual de Schutz indica que también algunos no necesitaban ser judíos para tener una mirada clara y racional. No es, pues, un asunto que tenga que ver con la genética ni con la religión. «Los individuos lucidos son aquellos que no comparten los supuestos básicos del grupo social al que se incorporan» (Schutz). Desde su situación, es capaz de cuestionar todo lo que le parece incuestionable. ¿Y quién es ese sujeto? Por lo general, el extranjero. Se entiende, entonces, por qué algunos de los más exigentes de nuestra inteligencia —Porras, Macera, Estuardo Nuñez— se interesaron en los viajeros. Y en efecto, nos vieron mejor que nosotros mismos. Comenzando por Humboldt. En cuanto a los viajeros, es evidente que Flora Tristán vino después de Antonio de Ulloa y Jorge Juan, que revelaron los horrores de los curas coloniales y los corregidores, eso que despierta a Condorcanqui y su rebelión. La lista es larga, de Squier a Hiram Bingham; a franceses, de Sartiges o Radiguet. Nos describieron admirablemente.
Estoy diciendo que a veces es conveniente tomar un poco de distancia, incluso físicamente, del terruño y de la manada. ¿Estar conectado? ¡Es lo contrario! Si esto es cierto, Sartre se equivoca con el engagement. Las ventajas del outsider. Parte de algo, pero no del todo. El que practica la crítica de la crítica (Marx). Se puede seguir corrientes sin renunciar a la posibilidad de la heterodoxia. En fin, lo dice el español Ortega y Gasset. «Señores, yo soy nada menos que el extranjero, y me beneficio de sus melancólicos privilegios» («Meditación del pueblo joven», Madrid, Revista de Occidente, 1966, pp. 71-73). En suma, Kant llamaba a la inteligencia a ser libre, sapere aude, o sea, piensa por tu cuenta. «Atrévete a usar tu propio entendimiento». A esto se le llama el Aufklärung. Las Luces, la Ilustración. «Salir del yugo de una minoría despótica.» De esos que dicen «el fracaso de Velasco».
Ante la reforma agraria y el gobierno revolucionario militar, confieso que me pasaron dos cosas. La primera, el azar, la fortuna de haber sido enviado en calidad de «corresponsal de guerra», al Cusco. En el diario Expreso de los años sesenta, hubo un director fuera de lo común, José Antonio Encinas. Era un diplomático, lo llamaron. Venía de Harvard. En 1961, recluta jóvenes escritores como Abelardo Oquendo, Luis Loayza y Raúl Vargas, como editorialistas. Y también al autor de esta nota. En 1964 me envía como corresponsal en el sur cuando estallan las invasiones de tierras. Me lo impuso porque había sido alumno de Arguedas y de Matos Mar. Algo extraño pasaba en el sur andino. Algo que no era ni guerrillas ni los terribles levantamientos indígenas, por lo general sangrientos. Como había ocurrido, en el pasado, en Huancané, en Puno. Ahora bien, mis crónicas, recogidas en Cuzco: tierra y muerte, reciben en 1965 el Premio Nacional de Fomento a la Cultura. ¿Qué contenían? Una realidad que estaba más allá de los supuestos básicos sobre rebeliones. El outsider dador de inteligibilidad.
Encontré una capa nueva de campesinos capaces de autorganizarse. Y pensar por su cuenta. Sumire, Cornejo, Huillca, evitaban el enfrentamiento directo con la policía y las Fuerzas Armadas, mientras invadían tierras de hacienda, cuya propiedad habían perdido. No se dice, pero el XIX fue el peor siglo para los indios del Perú. Dejaron de tener nobles y curacas. Todos iguales y miserables. En realidad, la hacienda peruana en manos de los terratenientes no era sino la continuación de la encomienda colonial. Eso lo explica bien Bonilla y Karen Spalding, pero es inútil citar en qué libro, en un país en donde no se lee. Se llega a la realidad por el pensamiento mágico. El peruano de a pie, ya sabe. No necesita ni libros ni diarios, incluso, los digitales.
Lo que pasó en los sesenta, guste o no, fue un paso a la modernidad. Por una vez en nuestra historia fue un acto intrínseco, profundo, particular. No fue la independencia de los criollos que fueron liberados con ayuda externa. ¿Es por eso acaso que a las élites de izquierda les duele esa liberación endógena, sin líderes sino ellos mismos?
En fin, estoy diciendo que la idea de una reforma venía de lejos, pero se vuelve tarea del Estado desde las tomas de tierras por los 1800 sindicatos cusqueños —a la cabeza, Saturnino Huillca—, que remueven el mundo campesino. Todo había comenzado en el valle de la Convención (donde aparece Hugo Blanco, que se hace un arrendire, o sea, un indio más) y hay un golpe maestro. La huelga de trabajo. Los arrendires se niegan a trabajar para sus patrones arrendatarios. Se desploma el sistema. Para proseguir, tenían que pagar salarios¡! Y cuando Blanco va a dar a la cárcel, en Arequipa, el ejemplo de huelgas y «recuperaciones de tierras» se traslada a las grandes cuencas andinas. Cierto, el movimiento es detenido tras la captura de centenares de dirigentes campesinos. Pero los militares comenzaron a evaluar ese gigantesco y espontáneo movimiento rural. Eran los tiempos de la Guerra Fría, la URSS en pleno auge y la Cuba de Fidel. ¿Iban a ser ellos, la Fuerza Armada, los que tendrían que salir a reprimir a las masas rurales? Y entonces vieron a la oligarquía como el obstáculo al progreso social.
El segundo factor fue, pues, un cambio de mentalidad en las filas de los militares. Se toca poco este punto, el nacimiento del CAEM. Fundado en 1950, cuando Odría, era solo para el Alto Mando del Ejército, pero luego se extiende a la Aviación y la Marina. Era más que una Escuela Militar. Desde que fuera su Director el general José del Carmen Marín, tuvo un propósito que englobaba temas de Defensa y a la vez la más amplia formación en temas de desarrollo, economía y problemas sociales. En ella se forman —con los mejores profesores— los generales Jorge Fernández Maldonado, Leonidas Rodríguez, Rafael Hoyos Rubio, y por cierto, Juan Velasco Alvarado. Se entiende entonces, que tras el frustrante interregno belaundista (fracasa una vez más, un proyecto de reforma agraria) son las Fuerzas Armadas las que deciden «el camino revolucionario» (Hernando Aguirre Gamio).
En consecuencia, no fue el capricho de un dictador, es decir, Velasco, una reducción muy actual. No, es algo más claro y menos barroco que las flojas explicaciones al uso. Se reúnen dos modificaciones de mentalidad y estrategias. Una desde abajo, de los campesinos sureños. Y otra por arriba, un estamento social capaz de emprender un gobierno diferente, diríamos, de sustitución. (Lo digo sin proponer algún golpe de Estado). Otras son nuestras exigencias, otro siglo, otro capitalismo. Otra sociedad. Pero mi hipótesis, la coincidencia de la evolución de los indígenas cusqueños y de los militares entonces nacionalistas. Intereses distintos, pero el mismo rival. Los rentistas precapitalistas y feudatarios. Los militares pensaban en la nación. Los campesinos, en la tierra. No es la primera vez que en la historia de los pueblos ambas expectativas se combinan.
Hoy me pregunto, para nosotros, ¿cuáles son las modificaciones actuales en las capas tectónicas de la nación? ¿Estarán cambiando y no nos damos cuenta?
Publicado en El Montonero., 1 de julio de 2019
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