Alan o el aprismo del siglo veintiuno

Escrito Por: Hugo Neira 400 veces - Dic• 12•21

Desde esa cúspide del pensar peruano sobre el destino de la nación y el pueblo que es Villa Mercedes, la casa de Haya de la Torre y su biblioteca, me piden estas líneas sobre Alan García. Lo hace el amigo Bendezú, que es el alma y motor de esa institución. Nada más facil y a la vez tan difícil como esta tarea. Al mismo tiempo, ¡qué problemática inmensa! Alan García es parte de la historia contemporánea y a la vez, por su trayectoria, sus dos gobiernos, sus libros, el ejemplo espartano de preferir el averno, el inframundo a la humillación. Entiendo la necesidad y la urgencia de hablar de quien ya no está con nosotros, porque en el Perú no mata la muerte sino el silencio.   

Es de mañana cuando escribo estas líneas. Desde uno de esos edificios clasemedieros que trepan cerros y contrafuertes geológicos, veo a Lima envuelta en la levedad de sus neblinas y de su vida política. ¿Es que sabemos hacia dónde vamos? Por mi parte, me parece mentira estar escribiendo esta nota, tras la muerte de Alan García. Por razones generacionales —le llevaba varios años—, pensé que era yo el que podía partir primero. Pensé en todo menos en lo que ha ocurrido. Fue víctima de una solapada contienda que bajo el pretexto de la lucha contra la corrupción, elimina los posibles rivales presidenciales. En su caso, el zaharimiento de una megacomisión durante cinco años del gobierno de Ollanta Humala —o mejor dicho, de Nadine Heredia—, por lo visto, no fue suficiente. Alan García ha sufrido, esta vez, el peor de los exilios. El sarcasmo de sufrirlo en su propio país. Y uno se pregunta si todo esto no es sino la reduplicación de las  persecuciones de los años treinta y cuarenta. 

Debo pasar a otro ámbito, el presente. La coacción dramática de capturar a sus rivales en la madrugada y en su casa, el brazo secular, no va a poder alcanzar a callar otra métrica, otra cadencia que es la de las ideas. La prepotencia tiene un límite donde se inicia la gaya ciencia. Y en ese jardín, se instala lo potencial, lo virtuoso, lo que no muere. Hace siglos, San Agustín se reía de los bárbaros que tomaban militarmente Roma, pensando que así acababan con los cristianos. Se reía porque la Iglesia no era un casino o un chalet, ni un cuartel. Era un grupo de gente, poco o numeroso. Gente con un itinerario, un recorrido, una travesía. En el Perú, cada político, si lo es, es una suerte de ingeniero de caminos, o lo que se llama un baquiano.  

La vida y las ideas de Alan trasladan un candil de un siglo a otro. Discípulo de Haya de la Torre, su capacidad y el destino, lo llevan a Palacio. Cosa que el maestro no alcanza a vivir, aunque cuenta mucho el Presidente de la Constituyente de 1979. Entonces, se recuperaba para la ley, algunas de las grandes reformas iniciadas en los 70. Pero nuestra sociedad, cuando se libra de alguna carga o un yugo, el latifundismo por ejemplo, inventa otros. La carencia de nuestros días ya no es del todo la pobreza sino la incompleta formación personal de millones de peruanos. Ha habido algo perverso que destruyó los colegios públicos, y eso no fue casualidad. Pienso, pues, en el político y estadista que fue Alan, entre dos siglos, dos sociedades, dos tiempos. Y creo que pensó en otros cauces. Y como todo aquel que innova, unos lo entendieron. Otros no.

Un partido es un censo perpetuo. Es también unos celos interminables. Ninguna organización humana, desde la tribu a un imperio, escapa a esos conflictos. Por lo general, internos, intestinales. En los asuntos del partido aprista tengo como regla no intervenir. Pero no cultivo la excentricidad de dejar de reconocer su importancia. La historia del aprismo es también la historia del Perú si se toma en cuenta la lucha a la vez por la justicia social y la democracia. Como sabemos, no van necesariamente juntas. El Perú ha cambiado en el siglo XX desde sus tiranos y autócratas, Leguía, Odría, y sin duda el velascato, por las razones que sabemos. Una vieja oligarquía e incluso las élites económicas de tipo industrial y banquero, no han dejado de capturar el Estado y evitar grandes reformas. Seamos breves y sinceros, el establishment político peruano, desde 1931 hasta nuestros días, controló la formulación de las políticas, aunque de vez en cuando algo llegó a remecerlo.

Ahora bien, es cierto que en su primer gobierno, confía en la fuerza de un capitalismo de Estado, lo cual era corriente. Lo practicaba también en Chile un presidente socialista, Salvador Allende. Una teoría de la CEPAL, la salida de la dependencia por la capacidad del Estado y no el mercado, y claro está, no tuvo el éxito esperado. Por lo demás, en ese periodo, el terrorismo de Sendero interviene, agravando las dificultades. Sin embargo, el segundo gobierno de Alan García fue una lección de cómo se podía coordinar la economía liberal y la corrección concreta de las grandes iniquidades que atormentan a los pobres y a los marginales. Pero ese éxito se lo niegan. Lo catalogan como capitalismo neoliberal. Cicatera izquierda, que entierra todo lo que no sea su propio mérito. El tono es despectivo. «Desarrollo, democracia y otras fantasías» (Perú Hoy n°17, DESCO, 2010).

En realidad, faltan a la verdad. No toman en cuenta los 6 millones de no pobres que emergen en su gobierno. Había hallado una fórmula para el progreso, el mercado y el Estado. Eso fue el segundo gobierno. Del 2006 al 2011, «en promedio, el PBI creció durante los cinco años en 7,2%, y su gobierno deja unas reservas internacionales netas por US $ 47,059 millones. «Gracias a un apropiado manejo de la economía», dice el Banco Central. Fue un sistema lo más próximo de lo que nos es posible, de las naciones socialdemócratas de Europa, aunque no tengamos los recursos industriales ni las clases medias profesionales y con ética para ese tipo de poder político. No duró mucho.

Para continuar, no necesitamos detenernos en los catastróficos gobiernos del 2011 hasta nuestros días. Acaso, sus consecuencias. Hoy, la sociedad que tenemos, es cada vez más atomizada. Hoy, la realidad es grandes y arrogantes corporaciones, Estado frágil, «demócratas precarios» (Dargent). Nos rodean males sociales, un pantano sofisticado de movimientos políticos que terminan en el escándalo, signos diversos de descomposición. Alan García conocía la izquierda, pero era la del siglo XX. Hoy es otra cosa. Para entenderla, es preciso la espeleología. Pasemos a cosas más serias.

Los libros que nos ha dejado Alan García, son una salida hacia un siglo XXI, si queremos lucidez. Vivimos otro tiempo. Cambios climáticos, un mundo sin hegemonía de ninguna gran potencia, contiendas y equilibrios entre los Estados Unidos, Rusia, China, la Unión Europea. El derecho internacional por los suelos. De lo contrario, Maduro ya no gobernaría. Nuestra sociedad también se ha transformado. Prácticamente no hay analfabetos. Y sin embargo, cada vez más se lee menos. Por lo demás, la vida peruana transcurre en la costa, ya no en las grandes cuencas de la sierra. Somos una sociedad urbana, lo rural es poquísimo. El nuevo contexto es no solo social y económico sino cultural. La técnica y las comunicaciones son decisivas. La sociedad es hipermediática. Y todo esto prepara a otro tipo de cultura política.  

Acaso por ello, Alan García anticipa desde el 2003, el nexo entre globalización y la justicia social. Es sencillo, pero no todo el mundo piensa así. La globalización es un hecho, guste o no. La justicia social no solo el ideal, el pragmatismo de la política es resolver los problemas. Hay una palabra clave en esa obra, la modernidad. Escribe:  «debe ser la bandera de la Política de la Juventud». Trae a colación por capítulo «la información y la genética, las relaciones sociales interactivas, el globalismo, una nueva acción y pensamientos políticos». En ese libro estudia los grandes cambios desde 1930, hasta la informalidad, la nueva composición de la clase media. En otro libro, razona y explica a Confucio, y no me parece un estudio algo exótico y lejano. Lo estudia porque ha encontrado una lógica y una ética. Y así lo dice en la página 46, «la tesis de este libro es un enfoque culturalista, según el cual con la adopción de ciertas ideas o valores, se orientaría la realidad». A lo que quiere llegar, es lo que llama «la personalidad básica» de nuestro país. Él encarnó ese modo de ser de nuestros mejores pensadores y políticos, no dejar el saber al ocuparse del poder. Todo eso debe correr hasta alcanzar no solo una manera de entender el Perú y Latinoamérica, sino «una concepción del mundo». La tarea de apristas y no apristas es eso, para el siglo XXI. La intelligentsia que libera. Esa herencia es lo que nos deja. Sus libros, su lección. Morir, si es posible, para que no triunfe la bestia.  (HN, julio de 2019)

Publicado en la revista Indoamérica n°2 , Set-Dic de 2021, Editora Matices EIRL, pp. 13-14-15.

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