Al lado de nuestro Bicentenario, hay otros. México lo celebra tomando en cuenta 1808, cuando se rebelaron Hidalgo y Morelos, y Chile, Colombia y Ecuador, anteriormente que Perú y Bolivia. También cuenta un bicentenario de alguien que no luchó en la América hispana pero sí en Europa. El miércoles 5 de mayo es la fecha en que fallece Napoleón Bonaparte. ¿Qué hizo por diversas independencias? Algo decisivo. No ocurrió en América sino en la misma España.
En 1808, las tropas francesas y bonapartistas invaden España, y Bonaparte toma prisionero no uno sino dos reyes, Fernando VII y el padre, Carlos IV. Los lleva a la ciudad de Bayona y los obliga a una abdicación doble. En nuestros días, un americanista —así se llama a los historiadores que en el extranjero se ocupan de la América Latina—, Thomas Calvo, llama a este acontecimiento «la divina sorpresa». Lo que hizo Bonaparte deja al Imperio español acéfalo. El efecto fue gigantesco. ¿Cómo podían administrar las colonias los virreyes en el otro lado del Atlántico, y sin Rey ni Consejo de Indias? En Caracas y en Buenos Aires, el que era virrey llama a los criollos para gobernar. Una capa social con privilegios y fortuna material, pero que no participaba en el poder, de vez en cuando, acaso como oidores, pero nada más. Por supuesto que la clase criolla aprovecha de ese accidente lejano. Fue su primer momento de legitimidad política. En Lima no ocurrió así, el hábil Abascal no los necesitó.
Hoy día, cuando los académicos y estudiosos discuten sobre las causas de la Independencia, antes de la llegada de San Martín a Paracas, se toma en cuenta las Cortes de Cádiz en 1808, el exilio de los jesuistas, los abusos de los corregidores con los indígenas, las reformas borbónicas que irritaron por el aumento de los impuestos, pero sin duda, nadie deja de lado lo de Bayona. Es evidente, fue entonces cuando se descubre el ocaso del Imperio Español. Por cierto, Bonaparte no lo hizo para beneficio de lo que se llamaba Las Indias, sino por ahogar, al menos comercialmente, a Inglaterra, su gran rival. Fue lo que se llama un efecto colateral. Hubo, además, una rebelión contra el ejército invasor. Militarmente, el ejército español había sido vencido, pero el pueblo español inventa una manera de guerrear, se llama «la guerrilla». Decía Bonaparte «que pueblo es este que no se da por vencido». Esa guerra interna evitaba a la vez, el envío de soldados a las colonias. En 1820, el general Riego se niega a ir a las Indias. Eran 20 mil soldados. De ahí se entiende que Canterac sabía que no había tropas de reserva. Y en Ayacucho se produce la abdicación. El no del general Riego no aparece en la versión oficial de la historia del Perú.
«No hay figura más popular en la historia universal que la de Napoleón», dice la Encyclopædia Universalis. ¿Sabe, el amable lector, cuántos libros se ha escrito sobre Bonaparte? 88 mil libros. Extraño personaje, no era francés sino corso. Nació en Ajaccio, y nace justo un año después que Córcega fuera incluida en el Imperio de Francia. El azar, el destino, lo que llaman los hindúes el kharma lo acompaña. De no ser francés, no hubiera podido estudiar en la Escuela Militar de Brienne. Tiene suerte, además de su talento, porque es un oficial muy joven cuando ocurre la Revolución Francesa y los nobles (que eran las fuerzas militares) abandonan o huyen al extranjero. Se había lucido en campañas menores, era artillero. Pero no lo nombraban general. Y una mujer, Joséphine de Beauharnais, bella y viuda —al marido lo habían guillotinado en el periodo llamado «el terror»—, tenía contactos con los poderosos, y convence a uno de sus amantes de darle una ocasión al joven general. Y así, con recursos de esos tiempos, Bonaparte consigue la campaña de Italia, en 1796. ¡Y se casa con Joséphine!
Ese cargo de general no era un regalo. Francia no era una potencia. País desvastado por la guerra contra varias Monarquías europeas. Y Bonaparte les dice a sus soldados, antes de partir a cruzar los Alpes y caer sobre Italia: «estais mal vestidos y mal alimentados. Pero en Italia, hay lo que no tenemos». Su victoria fue un relámpago, y les dice a sus tropas: «Soldados… En quince días habéis ganado seis victorias, capturado veintiuna banderas. Habéis ganado batallas sin tener cañones. Habéis cruzado ríos sin puentes, habéis hecho marchas forzadas sin zapatos, acampado sin licor y a veces sin pan. Solo los soldados de la Libertad son capaces de soportar todo lo que habéis soportado.» Napoleón, el verbo. Y además estadista. El Código Civil que él dicta. De artillero a Emperador, gracias a un referéndum. Era popular, soldado-emperador que dormía en el suelo, cubierto por un abrigo militar. Y en las guerras napoleónicas, oficiales y tropas comían algo que inventó el mundo de los incas, la papa. El tubérculo conocido en Europa para luchar contra el hambre.
Es evidente que nuestra independencia y Libertadores tienen como antecedente a Bonaparte. El guerrero a la vez popular y estadista. No hubiera habido ni un San Martín ni un Bolívar sin el ejemplo de Napoleón. Nuestros libertadores son tan bonapartistas como los guerrilleros fueron del Che Guevara. El cruce de San Martín con el Ejército de los Andes en Chile, y la batalla de Chacabuco y Maipú en 1817, hacen pensar en la travesía de Bonaparte de los Alpes. ¿Y Bolívar, que quería una presidencia vitalicia? Cuando San Martín declara la Independencia dice: «por la voluntad general de los peruanos», eso es Rousseau puro. El padre de la revolución francesa. La historia y las ideas republicanas peruanas en el XIX, para bien o mal, son una extensión de la historia universal. La Independencia de la América, desde México a Uruguay, fue un gran acontecimiento planetario. No solo un asunto nacional y local.
Publicado en Caretas n°2548, edición impresa del 22 de abril de 2021
Edición virtual del 5 de mayo de 2021