Carta a mis colegas franceses (I)

Escrito Por: Hugo Neira 146 veces - Nov• 06•23

Los años que residía en Tahití, en la Polinesia Francesa, coincidieron con los dos gobiernos de Fujimori en el Perú, o sea la década de los 90. A mis colegas de la Universidad del Pacífico, les resultaba difícil entender por qué los indios explotados del Perú no se sumaban a los revolucionarios de Sendero Luminoso. Y por qué no habían votado por el ilustrado y liberal candidato Mario Vargas Llosa. No tuve más remedio que explicarles el porqué en una larga carta inédita que, en este portal, amable lector, le entrego y en cuatro partes. Dicha carta, también llamada Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos, fue escrita en el año 1995. Trata de nuestra compleja realidad sudamericana frente a los prejuicios de Occidente.

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Los que amamos el Perú, conocemos a los peruanos y vivimos en el extranjero, nos es muy difícil explicar lo que ocurre en el país, su proceso de cambios, y como la gente pasa a definir sus alternativas en nuevos términos, en muchos casos, indecisos, pero siempre de modo diferente. Esta autonomía de los actores, esta racionalidad popular, a la que buena parte de la propia intelligentsia local tarda en reconocer y en acomodarse, en el exterior resulta absolutamente ininteligible. ¿Racionalidad de los peruanos de barriadas? ¿Autonomía democrática en las abandonadas aldeas  en los Andes? ¿De qué estamos hablando? Así, el episodio de Sendero Luminoso y la propuesta de conducción ilustrada de Mario Vargas Llosa presidenciable, han sido entendidos como dos propuestas, por opuestas que parezcan, de solucionar de una vez por todas los problemas de los peruanos. Que los indios de los Andes rechacen a sus terribles salvadores o que los pobres de Lima voten contra el candidato culto y honesto que es Mario Vargas Llosa,  aparece como un no sentido.

No vaya a creerse que esto ocurre con gente cualquiera, pasa entre universitarios y profesiones liberales, aun entre personas supuestamente informadas de nuestros asuntos por razones profesionales y sentimentales. Algún conocimiento ligero del país, en vez de mejorar las cosas, las agrava. Uno que otro viaje, la evidente pobreza de los peruanos, las prudencias que debe tomar un visitante o turista, el espectáculo mismo de nuestras ciudades y calles, llenas de gente presurosa e inclasificable, no anima a comprender lo que ahí está pasando. ¿Sentido común del voto popular? ¿Plebe urbana lúcida que sabe adónde va? Y que, por lo menos, ¿sabe qué no quiere? Blablablá.

Tardaremos mucho tiempo en desprendernos, y no solo los occidentales, si algún día ocurre, del secular prejuicio de pensar por los otros. En medios universitarios, en departamentos de enseñanza del español y aun en medios especializados en la América Latina de los Estados Unidos y de Europa, me he tropezado con gente que con la mejor intención del mundo aprobaba lo que la mayoría de peruanos desaprobaba, la dictadura del terror de Sendero. El argumento que voy a resumir, ciertamente, es como un molino de viento o una rueda de coche que gira en el vacío, lo que no quita que gire. No contiene nada de la realidad, también la idea de que la tierra no es el centro del universo y el sol no gira en torno nuestro —lo que parece a todas luces evidente— tardó en ser abandonada. Los interlocutores que en una vida de profesor he tenido la ocasión de encontrar suelen ser personas normalmente poco dispuestas a aceptar el abuso y la violencia como método político para cambiar las cosas, pero suelen razonar de forma que, finalmente, en casos extremos como los del Perú, la posibilidad de una victoria revolucionaria a sangre y fuego, y la consiguiente dictadura que daría lugar, después de todo, no es sino una cura drástica y un mal necesario. Un poco como el cobalto que se le aplica a un enfermo de cáncer. ¿Por qué no? Si es para salvarlo.

La propaganda de Sendero Luminoso en el exterior, presentándose como una guerrilla maoísta, con la doble significación prestigiosa de guerrilla y de maoísta, no es ajena a este prejuicio favorable. O la incapacidad de nuestras embajadas para explicar lo que pasa, en el hipotético caso que el mismo personal diplomático lo sepa. Dejando de lado el problema de la doble moral que este juicio favorable a priori a Sendero Luminoso contenga —lo que es malo para mí es bueno para otros—, el asunto encierra un problema mayor, el de la interpretación de los fenómenos sociales, estropeado por siglos de razonamiento en apariencia racionalista, y lo que es peor, por prejuicios elitistas. Persisto y firmo, elitistas.

Muchos se sorprenden de que Sendero Luminoso no solo no haya triunfado en Perú sino que además sea detestado en zonas populares, y que los habitantes andinos que habían huido de las zonas en conflicto, de retorno a los pueblitos ayacuchanos, levantan torres de madera y barro para vigilar, como un campo medieval, las excursiones de la barbarie, la proximidad de una columna del camarada Feliciano, precauciones que solo produce un gran asombro, y la incomprensión más total. ¿Cómo? ¿Los indios del Perú no quieren ser salvados de su secular miseria? ¿Y organizan rondas, con los fusiles que les proporcionan los militares? Incomprensible. Fácil es pensar que autoridades y criollos blancos no hacen sino manipular a las masas oprimidas, con la misma probable habilidad con que en el pasado los Tories y reformadores ingleses lograron apartar al proletariado de una reivindicación justiciera, arrastrando a los obreros ingleses a posturas prudentes como las del Partido Laborista o peor, las del conservadurismo popular en Inglaterra. La monarquía inglesa, el país de los feos sombreros de la reina y de gente sencilla que sigue adorando a la disoluta familia real, es el país de Marx, cuyos proletarios no emprendieron la gran carnicería. Un poco más y estamos en que los pueblos son tontos y la gente nace y muere esclava. Los negros norteamericanos, más cercanos a Uncle Tom que a Martín Luther King, tampoco tomaron el machete vindicativo, y ahí están, podridos de alienación y de miseria, en un país que les da derechos democráticos. (Continúa la semana próxima)

Publicado en El Montonero., 6 de noviembre de 2023

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