Carta a mis colegas franceses (II) 

Escrito Por: Hugo Neira 118 veces - Nov• 13•23

Segunda parte de la carta escrita en 1995, Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos

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[…] Sendero Luminoso y Mario Vargas Llosa encarnan, sin desearlo probablemente, uno de los prejuicios favorables más sólidos del mundo occidental, la superioridad de las elites revolucionarias sobre los pueblos y la del intelectual sobre todo el resto. Si Occidente no cree en esto, descree de sí mismo. Una tradición de relativo éxito, desde Diderot a Lenin, está ahí para decir que sin los hombres providenciales, sin las vanguardias, sin los héroes, no hay historia ni progreso, ni Modernidad ni democracia, ni nada. Ante Sendero Luminoso, visto como un jacobinismo con dos siglos de retardo, como una jacquerie de los tiempos modernos y sus dirigentes como impuntuales Robespierre, el espanto se mezcla con la admiración. Sin duda sería bueno evitar baños de sangre revolucionarios, pero cuando no queda más remedio, y en países del tercer mundo, y con campesinados lúgubres y minorías políticas corrompidas, con clases negociantes que no llegan a ser burguesías, ¿qué otra cosa puede esperarse? Algunos procesos de cambios contemporáneos en países del tercer mundo, han venido a consolidar el sólido tópico que consiste en autoconvencerse de que los pueblos avanzan solo después de las grandes y feroces purgas.

Por cierto, la revolución no ha ocurrido ni en Japón ni en los países prósperos del sudeste asiático, pero eso poco importa. Y el despegue industrial de Corea del Sur o de Taiwán, además de ser competitivo, no tiene el carisma de la sangre que tiene la revolución china, no hay ópera pekinesa ni invita a ser visitado. Además, Singapur, como se sabe, es un lugar próspero pero antipático, tirar una colilla de cigarrillo por la ventana del automóvil cuesta una elevadísima multa en dólares contantes y sonantes. En cambio, ¿quién se ha desprendido del idilio, con las imágenes de una China de los años treinta, cuyos niveles de pobreza y descomposición recuerdan mucho lo de la abyecta miseria de las barriadas y los villorrios andinos, que no pudo ahorrarse una revolución sangrienta? La China de Mao se elevó al rango de una nación moderna gracias a esos sacrificios. Mao, un intelectual, como el doctor Abimael Guzmán, la salvó. Guzmán, por lo demás, es profesor de filosofía, un lector de Kant.

En cuanto a Vargas Llosa, la decisión de votar por el desconocido Fujimori con tal de que el escritor no llegase al poder legal resulta una paradoja sin respuesta. Así como Sendero Luminoso ha dejado correr el prejuicio que lo convierte en expresión del descontento de las masas indígenas, él mismo una suerte de integrismo andino, lo cual es radicalmente falso, la corriente vargasllosista ha dejado entender —y el escritor en sus libros justificativos—, que los ciudadanos peruanos han votado en contra suya porque es blanco y es culto, y casi, porque es honesto. A medio Occidente se le paran los pelos. El voto de las barriadas es un voto sádico, se sanciona al mejor; y masoquista, se elige un futuro patrón, un presidente que pronto dejará ver su verdadero rostro, el de un dictador que cierra el parlamento. A estas alturas, muchos de mis interlocutores dejaron de interesarse en el Perú, dejaron de pensar en el Perú como algo que se pueda entender. Que resulta un país bajo el signo del absurdo, un agujero negro del espacio. Las noticias posteriores, que dan cuenta de los resultados electorales, de encuestas de opinión con la popularidad de Fujimori pese al cierre (y apertura) del parlamento, caen en un terreno minado por los intensos, y en apariencia, razonables prejuicios.

Nuestro imaginario interlocutor (pero no tan imaginario, podría citar listas enteras de nombres) ha dejado caer los brazos, y los diarios. En ellos salen publicadas, sin embargo, noticias sobre el repunte económico, Perú entre los países con más rápido incremento del PBI, entre los países que se señalan para el siglo XXI como los nuevos tigres o dragones; los más paupérrimos, los más inesperados, Marruecos, Kazajistán, Costa de Marfil (Michel Hirsh, en Newsweek, Nueva York, diciembre de 1994). Noticias que se pierden en el furor de otras, en una agitada información internacional en donde hay otros tantos mundos incomprensibles: Palestina, la ex Yugoslavia, la guerra de los rusos contra Chechenia. A propósito, ¿no habrá allá también un candidato liberal y escritor a quien los pervertidos pueblos no quieran como gobernador? Decididamente, los países merecen los gobiernos que tienen.

Los elementos para pensar la realidad —la realidad misma de Occidente y el resto de países del mundo— con otros criterios, ya está en circulación en las mejores librerías especializadas, y anda contenida en la jerga nueva que maneja uno que otro sociólogo y filósofo, pero todavía no ha entrado en los hábitos mentales de la generalidad de los ciudadanos de países industriales y avanzados. Son las ideas que se abren paso, en el postmarxismo y el posestructuralismo, desde Foucault a Castoriadis, por una parte —pero ¿quién es Castoriadis? El último gurú se murió con Jean-Paul Sartre—, que el intelectual ha dejado de encarnar la razón universal —puede equivocarse, y de hecho lo hace— y que, por otra parte, y esto es casi el resumen de la nueva lectura de la sociedad, “las sociedades se autorganizan y se autoproducen”. Foucault como Bourdieu, y en cierta medida Althusser, se han preocupado por determinar las posibilidades de todo saber en toda época, y en consecuencia, la relativa precariedad del propio saber. La nueva cientificidad, desplazando a la convicción del progreso de la razón por obra del apocalipsis revolucionario, deja sitio a ideas más modestas cuya configuración tarda en formarse, careciendo de las certidumbres de los días del existencialismo sartreano y el marxismo parisino (que había decretado que los campos de concentración soviéticos era una mentira de la CIA y de renegados del Este). Hoy en cambio circulan otros criterios, más porosos y fluidos, desde Prigogine y su “nueva alianza”, a las hipótesis “del azar y la necesidad”, o lo que los italianos llaman, el “intelectual modesto”. Agregaré otros paradigmas en circulación restringida: la importancia de la “sociedad civil” (es decir, todos, y no solo los políticos profesionales); la idea de  “autorganización y la primacía de los individuos y los actores sociales”, en suma, una posmodernidad en donde los mitos de las vanguardias iluminadas, que alimentaron a todos los progresismos pero también a los jóvenes  nazis, han dejado de tener sentido.  […] (Continúa la semana próxima)

Publicado en El Montonero., 13 de noviembre de 2023

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