Carta a mis colegas franceses (III)

Escrito Por: Hugo Neira 103 veces - Nov• 21•23

Prosigo con esta carta escrita en 1995: Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos

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[…] Pero esta idea de que las minorías no conducen necesariamente a las enjoyadas puertas del paraíso socialista es algo que va a tardar en entrar en las operaciones elementales que solemos utilizar para manejarnos ante la historia presente y en el esfuerzo por entender el rumbo que toman las cosas. ¿Cómo, las elites no son tan decisivas? ¿Los profetas no sirven? La desolación no es menor que cuando los padres descubren que sus hijos deciden qué van a hacer de sus vidas, con quién van a casarse, en dónde van a ir a trabajar, sin contar con los viejos. Occidente envejeció de golpe cuando pusieron preso al profeta Abimael, un heredero de Kant y de Marx, y desdeñaron al novelista, un heredero de Víctor Hugo y de Karl Popper, por las citas a “la sociedad abierta” que, de paso, dejaron de mármol a los jóvenes de las barriadas. Algo conocen de la “sociedad abierta”, y en carne propia, empujando diariamente la carretilla para ir a vender.

Las condiciones en que se están produciendo los cambios sociales en la mayoría de los países de la América Latina no son las de las sociedades del Ancien Régime, ni las del Asia de comienzos de siglo, bueno es recordarlo. (Ni las del África negra y los países musulmanes que están tan cerquita a Europa, y que ayudan a descomprendernos, tampoco). Cuentan con abrumadoras masas analfabetas sumidas en mentalidades lejanas a la modernidad, animismos y supersticiones rurales incontables, que la Larga Marcha de Mao y sus columnas vino a barrer, algo que sería, puesto en términos europeos, a la vez la marcha de Bonaparte llamando a constituir repúblicas y la de Carlomagno abriendo escuelas, cuando no pasaba a degüello a los bárbaros recalcitrantes. Los especialistas de la América Latina saben que hoy la mayoría de la población sabe leer y escribir y vive en aglomeraciones urbanas, lo que a la vez aumenta la desagregación social y acrecienta la toma de conciencia y la socialización. Pero esa imagen —la de un mundo de gente ya moderna pero pobre—, tarda en entrar, o no es creíble. ¿Cómo es posible que la educación haya llegado desvinculada del aumento de los ingresos personales? ¿Que la sociedad en muchos países de la América Latina sea a la vez la de un conjunto compuesto de gente que lee diarios, escucha radios y televisoras, sabe lo que pasa en su país y en el mundo, y de otro que no tiene empleo fijo, improvisa sus medios de subsistencia y de alojamiento, una suerte de plebe culta y empobrecida? Sin duda el asombro es natural. Es la primera vez en la historia que aparece un tipo de sociedad de estas características. Avanzada en unos casos, retrasada en otros.

Las sociedades de la posmodernidad de la América Latina llegaron primero al cine que al teatro, a la ciudadanía que al consumo. Al negocio propio que al supermercado. Llegó el libro, la escuela y el voto. No llegaron las fábricas humeantes de la industrialización decimonónica. Llegó el ómnibus de transporte público antes que el automóvil para cada familia, y el rápido avión en donde los campesinos llevan hasta gallinas. No llegaron las monarquías absolutas ni constitucionales, los emperadores y democracias burguesas. Llegó el caudillo y el dictador militar, el jefe de partido a lo Castro o a lo Presidente mexicano. No llegaron los partidos comunistas y socialistas, partidos de clase. Llegaron movimientos comunitarios más interesados en reunir a los que son explotados y que, siendo muchos, formaron frentes híbridos de clases, populismos, unidos no solo por razones sino por sentimientos de adhesión a una causa nacional, no solo social. Llegó el Estado, no llegó la nación. La cultura a veces antes que el pan. En las calles de Lima, que mis amigos hallan fea y yo hallo hermosa porque hay gente, he visto muy de mañana agruparse gente para leer los periódicos que se exhibían en un quiosco callejero. Son personas que no pueden llevárselos, el comprarlos significa renunciar a adquirir algo más de comida necesaria a sus enormes recorridos en la inmensa ciudad que es hoy Lima. Llegó la política antes que el puesto de trabajo. Acaso en el otro extremo de mis estudiantes, despolitizados después de Mayo del 68 y contemporáneos de un tiempo de desilusiones del poscomunismo.

Llegó un estilo de estrategias de supervivencia: la economía informal, la migración interna, o la externa hacia los grandes centros mundiales, en general, la autonomía de los sujetos sociales, y sociedades de pobres pero no de idiotas. Esa lucidez de los periféricos es casi un reproche viviente cuando en la vida de un occidental medio —cada vez más rodeado de medios de información y saber—, una sutil desidia se instala en el lugar de lo que fuera hasta hace poco entusiasmo por el conocimiento y el saber. Decir que Diderot o Lenin hubieran actuado de otra manera si el primero hubiera tenido que verse ante masas alfabetas y descontentas, y el segundo ante una multitud de actores sociales, una sociedad muy fragmentada pero muy activa, en sociedades civiles que no son las del pasado, es sugerir que las nuevas elites, que no han dejado de aparecer, no harán lo que hicieron sus predecesores sino otra cosa. Acaso intentar comprender que esa sagacidad que brota del rumor popular es una nueva forma de sapiencia. Nutrida del desborde popular, de la plebe urbana, con las cicatrices de la pobreza. […] (Continúa y termina la semana próxima)

Publicado en El Montonero., 20 de noviembre de 2023

https://elmontonero.pe/columnas/carta-a-mis-colegas-franceses-iii

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