Parte final de la carta Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos, de 1995.
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[…] Todo lo que ha cambiado en el paisaje intelectual francés (porque en el interior del hexágono también la historia se acelera —nuevos pobres, xenofobia, Sin Domicilio Fijo —) bien puede ayudar a pensar que las certidumbres del fin del milenio no pueden ser pensadas con categorías mentales que se han muerto el día que se derrumbó el muro de Berlín o que algún indígena (¿pero qué es un indio?) le dijo que No al intelectual revolucionario que vino a proponerle acabar con los amos seculares para darle en cambio otros. Un No que probablemente se explica no porque sea tonto sino porque dicho indígena sabe leer y escribir, vender y comprar, viajar y regresar, tal vez ha abierto una tienda en el distrito cercano para vender artesanías, si es que no tiene un pariente a quien se las envía, en Nueva York o en Tokio. Y de paso que se ha hecho miembro de una secta protestante o una ONG que le da dinero, viajes e información. El indio posmoderno —residente ya no de una aldea de los Andes sino de la aldea global— se negaba a caminar por un sendero estalinista mientras el intelectual arcaico, fusil al hombro, insistía, con todo Occidente diciendo que sí, que vamos, que hagan lo que hemos decidido que deben hacer para el bien de ustedes mismos, no se pasen de perspicaces. ¿Desde cuándo Viernes quiere saber más que Robinson?
No, no es un desacierto que los andinos desconfiaran de los nuevos Pizarro que vinieron a mandarlos y prohibirles vender en los mercados, para ahogar a las ciudades, como estaba mandado en la vulgata maoísta. Muchos consideran que el voto de las barriadas y los jóvenes desocupados y cultos (la inmensa mayoría de la nación) fue un voto de acierto, de sentido común, no contra el novelista sino contra sus amigos. Acaso exageradamente, no vieron el grupo de empresarios liberales que había decidido tomar las riendas del país dado el desmanejo del gobierno de Alan García sino un grupo de blancos millonarios. En todo caso, una desacertada campaña electoral, por arrogante y millonaria, así terminó por presentarlos y hundirlos. Asombrosa modernidad política la de Lima donde las imágenes, como en otros lugares, cuentan tanto como los programas. No, no son desaciertos sino pruebas de algo oscuro y formidable que tardaremos en comprender, la lógica de los nuevos actores sociales.
Por lo demás, no siempre los observadores extranjeros se equivocan. A Menem y a Fujimori, la prensa internacional tiende a aproximar. Ambos descendientes de emigrantes —libaneses en un caso y japoneses en el otro—, ambos subiendo al poder diciendo una cosa y haciendo otra, en sendos casos, programas pragmáticos, realistas, liberales. Ambos, además, en líos con las esposas, divorciados y separados. Pero lo que es más importante es que ambos expresan no la capacidad de suicidio de argentinos y peruanos sino lo contrario, la cohesión del cuerpo social, la lucidez de los que van a votar en las sociedades complejas, en parte modernas y en parte tradicionales, en parte industriales y en parte rurales, de la posmodernidad latinoamericana, con regímenes híbridos y democracias personalistas. Pero parte ya de una aldea global, del mundo actual, en donde estamos todos embarcados, desde la polución, el GATT y el sida, aldea y fenómenos, que necesitan de nuevos paradigmas para ser comprendidos, y un estado de alerta mental. Sin duda excesivos para el habitante de las sociedades de la modernidad. Una modernidad cuyos alcances y potenciales difícilmente lograron discernir, mientras tuvo vigencia, una modernidad que ha cesado de ser al extenderse mediante la revolución técnica y de las comunicaciones al contorno total del planeta, abrazando a otros pueblos que la reciben en otra disposición de espíritu.
Desde hace un tiempo, una idea me ronda en la cabeza, la de que los más altos laboratorios de comprensión de nuestro tiempo, sin que dejen de serlo algunos campus de Estados Unidos o de Europa, lo son también sin quererlo, y a veces a despecho de sí mismos, los centros de estudio, universidades y hasta empresas privadas y gabinetes liberales, de cualquier gran capital latinoamericana. Un habitante del sector moderno de São Paulo o de La Paz tienen una lectura inmediata de un mundo fragmentado que el habitante de París o Londres precisa mediante el viaje por avión o la estancia, en un país muy distinto (salvo que se asome a su cuarto mundo, pero no es lo mismo). En cambio, quien vive en un país latinoamericano vive a la vez en el tercer mundo de las sociedades fragmentadas con masas de miserables, y en la del primer mundo, porque el tamaño y la calidad de los campus, la calidad de los ordenadores, el nivel de las elites profesionales y militares, no es menos que los de los países avanzados. Por lo general, los miembros de las minorías rectoras (que en algunos casos, son tantos millones como las de los semiempleados o marginales) han residido, obtenido doctorados y diplomas, hecho la experiencia del primer mundo. ¿Quién puede entender mejor a quién?
Siempre me ha llamado la atención la rapidez con la que mis interlocutores entendían el fenómeno Le Pen, las diferencias entre Balladur y Chirac, y por el contrario, al retornar entre europeos y casi en los mismos medios intelectuales y universitarios, la dificultad, o claramente la resistencia, a admitir que los ciudadanos tenían en el Perú sobradas razones para esquivar el iluminismo neoliberal de Mario Vargas Llosa o el degüello prometido por Sendero Luminoso. Mientras las elites tercermundistas (¿pero es que lo son?) entienden la racionalidad de los unos, los biempensantes de países avanzados discuten que fuera del mundo industrial. Y además, sin trabajo (aunque con secundaria completa) y sin libreta de cheques ni tarjeta Visa, alguien pueda saber dónde le aprieta el zapato. Y fue en ese momento en que Viernes mandó al diablo al eurocentrista de Robinson. (Tahití, 1995)
Publicado en El Montonero., 27 de noviembre de 2023
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