Immanuel Kant (1724-1804) se ocupó poco de la política pero lo suficiente para inspirarnos en nuestros días. Tres de sus obras fundan los términos jurídicos de la modernidad. Crítica de la razón pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788), y la Crítica del juicio (1790). Siendo la más breve, propone una enseñanza política que después de Hobbes, Locke o Rousseau, va más lejos, según Pierre Hassner. En busca de nuestra libertad mental separa el mundo de los fenómenos —entre ellos los sociales— y el mundo de los noúmenos. El primero, es el mundo de las cosas en sus manifestaciones, y el otro, el de cosas que no lograremos entender. Así, para entrar al ámbito de la razón, necesitamos conceptos. O sea, herramientas del saber que intermedian nuestra conciencia y el mundo mismo. Sin las cuales no podríamos pensar ni acceder al conocimiento de la ley, la historia y la política. De Kant nos separan dos siglos, que no es nada en el pensar la filosofía y la ética. ¿A santo de qué viene todo esto? dirá el amable lector. Ocurre que corre una tendencia que llama a troche y moche al que no le cae bien, «terrorista». No voy a ser yo el que defienda lo indefendible. Pero recuerdo a Ernst Bloch, filósofo judío alemán, «el concepto es el estado mayor del conocimiento».
Desde ese punto de partida, se entiende que es terrorismo los atentados del 11 de marzo de 2004 en la estación Atocha de Madrid, cuando cuatro trenes simultáneamente explosionan. Obra de artefactos dejados en los andenes de la estación, 500 gramos de un explosivo llamado Goma-2 ECO. El atentado fue a la hora de mayor aglomeración y alcanzó hasta 500 metros y murieron 199 personas, unos 120 españoles y muchos de otros países, entre ellos, cuatro peruanos. Los autores de esa infamia rápidamente se identificaron, una carta llega a un diario de Londres y se reconocen como las brigadas de Abu Hafs al-Masri, en nombre de Al Qaeda. Eso es, pues, terrorismo.
En el Perú, nadie olvida lo ocurrido hace 28 años. El 16 de julio de 1992, dos coches bomba cargados de dinamita estallan en la calle Tarata, y matan a 15 residentes. Los daños al edificio fueron enormes. Yo no estaba en el Perú, y una amiga me escribe y me cuenta: «volaron las ventanas y vitrinas y se veía la modestia de sus muebles, su decente pobreza». Pese a ello, quienes vencen a SL fueron las Fuerzas Armadas en el campo y las rondas campesinas. Poco después, el Poder Judicial condena a perpetua a Abimael Guzmán, a Elena Yparraguirre y a otros 11 dirigentes. En Tarata había perdido su guerra Sendero Luminoso.
Terrorismo es el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Un inolvidable 11 de setiembre de 2001. Fanáticos secuestraron aviones comerciales para estrellarlos. 2996 muertos, 6000 heridos. Entre ellos, algunos peruanos. Años más tarde, el 2 de mayo de 2011, el mismo Barack Obama anuncia: «Justicia está hecha. Osama Bin Laden está muerto». En el territorio de Pakistán, la misión se llamó «Operación Lanza de Neptuno». Obama además tuvo el tino de sepultar el cuerpo de Bin Laden en el mar como cementerio. Y sin embargo tuvieron el gesto de celebrar los ritos islámicos del caso. Esa no solo fue una guerra política sino religiosa, la de una tendencia del Islam contra los países occidentales, y ahí siguen, entre Siria e Irak. Una guerra inacabable.
En el campo de la violencia, es harta conocida la victoria de los improvisados guerrilleros cubanos que desembarcaron en Sierra Maestra el 2 de diciembre de 1956, en un yate llamado el Granma —hoy en el museo de La Habana— y unos 82 guerrilleros, entre los cuales estaban los hermanos Castro, Cienfuegos, el Che, para enfrentar al tirano Batista, y es cierto que llegaron al poder, los «barbudos». No se definían como comunistas porque todavía no lo eran. Venían de una entidad insurreccional, el Movimiento 26 de Julio, cuya ideología era la rebeldía. El resto ya lo sabemos. Tiempos de la guerra fría. Nos hizo creer en toda la América Latina que una revolución no era una cuestión muy complicada. Consistía en ir al monte. Lo real, es que hoy una entidad muy académica y estricta, hace este resumen: «de 1959 a 1961, des échecs du castrisme insurrectionnel» (Encyclopædia Universalis). Traduzco, «los fracasos del castrismo insurreccional», y mencionan a Hugo Blanco: «en 1965 vencido por una contraofensiva de las Fuerzas Armadas peruanas». Pero no dicen que es un terrorista. Se ocupan de otros casos, Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil. Pero las rebeliones «castristas» —así las llaman— en ningún caso llegaron al poder.
En mi generación vimos a Cuba como una posibilidad, pero en los hechos no fue así. Las guerrillas a la cubana no lograron el poder en ningún sitio. Las causas son evidentes. Habían subvalorado la capacidad de los ejércitos nacionales, un error también de SL. Y por otra parte, a las guerrillas no acudieron a integrarse los campesinos. Lo dice el mismo Che Guevara en sus notas. Sobre los movimientos campesinos y la teoría foquista, hay un buen trabajo de Daniela Rubio Gieseke (PUCP). Pero tengo una objeción: los movimientos campesinos, las tomas de tierras, no tienen nada que ver con los revolucionarios foquistas. Ni Béjar ni Hugo Blanco dirigieron esos movimientos. Pero como a los indios los han tomado desde la colonia como tontos, no faltan los que no entienden que ellos tuvieron su emancipación y sus propios dirigentes.
Lo sé porque fui enviado al Cusco por el diario Expreso de José Antonio Encinas. Y conocí a Sumire, a Valer, una élite popular salida de la nada que dirigía la poderosa Federación Campesina en Cusco, con unos 1800 sindicatos rurales. A la cabeza de esa emergencia sin milicias armadas, un campesino quechua, cuya vida he narrado (Huillca, habla un campesino peruano, traducido a 7 lenguas). Lo suyo fue un movimiento de tipo Gandhi. Presión de masas para recuperabar sus tierras pero sin sangre. Vi crecer la ola de recuperaciones de tierras hacia Sicuani, hacia Puno. De no haber habido esa movilidad indígena que comienza en el valle de la Convención con las huelgas en que estaba Hugo Blanco, luego las marchas de los campesinos de las zonas altas y por último la Reforma Agraria, Sendero habría ganado. Pero los prejuicios raciales impiden comprender que los campesinos se autolibertaron con esa extraña revolución sin armas. Hoy, la papa, el camote, el choclo que llega a nuestras mesas, no viene de los latifundios desaparecidos sino de los hijos y nietos de esa liberación ocurrida en los sesenta. Han entrado al mercado, ya no son arrendires, envían sus hijos a estudiar al extranjero.
Volviendo a Kant, conceptualmente no es lo mismo el guerrillero que el terrorista. Este último no da la cara, no corre riesgos, pone la bomba que mata y se va. El guerrillero, tenga o no razón para tomar las armas en la mano, se da a conocer: Javier Heraud, Béjar. Y Luis Felipe de la Puente Uceda, el 23 de octubre de 1965, es derrotado en Mesa Pelada, en el Cusco. Contaba con tres columnas, pero no logró el apoyo campesino.
Entiendo lo que pasa por el alma de muchos peruanos: el riesgo de las elecciones del 2021. De la misma manera que las urnas se llenaron con votos de ciudadanos incautos, eso puede repetirse y dado el hundimiento momentáneo de los empleos por la pandemia, puede emerger otro aventurero. Además, estamos en la era de la mundialización y Hugo Blanco es conocido. Y parte del pueblo lo aprecia. Yo leo, y en uno de esos libros, se entrevista no a cusqueño sino a «un poblador de San Martín de Porres»: «hablaba en quechua y hablaba de los pobres. Por eso he votado por Hugo Blanco». Y otro, «él ha luchado bastante, le han apaleado». En un libro de ESAN, p. 314. Pero hoy Blanco solo se interesa por los problemas ambientales.
Yo también pienso que estamos al borde de un abismo. No se juega solo un sillón presidencial. Un error, y perdemos otro siglo. Pero para conseguir democracia y progreso material y moral se necesita de algo, la política. Y el gran problema de los peruanos son los peruanos mismos. Con el «otro» —cholo o criollo— no se compite sino se elimina. No se hagan, no hay partidos sino minorías que se comportan como clanes feroces. Al punto que un sociólogo, que nos conoce a fondo, Danilo Martuccelli, en Lima y sus arenas, dice que estamos pasando de «la cultura chicha» al «achorado». Y este tiene el «humor del aplaste». Pienso entonces en lo que dijo como despedida César Vallejo: «Ahora que me asfixia Bizancio». Eso era para nuestro gran poeta, Lima. Vallejo, que sabía mejor que nadie su castellano, sabía que el bizantinismo es «la afición a las discusiones inútiles». El debate de si guerrillero o terrorista y si usamos o no «negrita», muestra que Lima sigue siendo bizantina. Temerariamente.
PD: Es una pena la partida de Salazar Larraín. Para la próxima semana, escribiré sobre él y su estilo que siempre me admiró.
Publicado en El Montonero., 29 de julio de 2020
https://elmontonero.pe/columnas/conceptos-y-debate-dice-usted-terrorismo