Para entender los tiempos caóticos y de desengaño que vivimos, debemos siempre tener al alcance de la mano a los clásicos, pues el ser humano no ha cambiado mucho a lo largo de los siglos. Anticipando lo que se nos venía, y pensando en mis alumnos, escribí tres libros sobre los conceptos políticos y sus teóricos, cómo nacen las naciones y qué es política en el presente siglo. Me refiero a la trilogía ¿Qué es República?, que salió en el 2012, ¿Qué es Nación? del año siguiente, 2013, y ¿Qué es Política en el siglo XXI?, en el 2018, todos con la editorial de la Universidad san Martín de Porres. Empecé con República porque es el primer debate, el que permite poner en claro el tipo de ciudadanos que queremos ser, tanto para mandar como para obedecer. Porque si no sabemos para qué vivimos juntos, todo resultará falso y se volverá engaño, y los ciudadanos, defraudados, terminarán aborreciendo la política misma. ¿Acaso no nos está pasando a los peruanos? Acudo entonces a lo que advertía en el preámbulo de ¿Qué es República?, hace de eso once años.
¿Qué pasa si desaparecen la política y los políticos? De hecho, suele ocurrir y muy frecuentemente. Cuando las decisiones públicas no son tomadas desde la saludable controversia, cuando el poder lo ejerce un solo hombre, incuestionablemente, o un partido como grupo cerrado y exclusivo. La respuesta es que cuando no hay política se instala el totalitarismo. No como una consecuencia del exceso de política sino de su ausencia (Hannah Arendt). La tentación de la no política habita no solo en las revoluciones conservadoras, también seduce a las democracias liberales. Lo advirtió en 1835 Tocqueville, y lo describe admirablemente: “Retirado cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás, y sus hijos y sus amigos particulares forman para él toda la especie humana; se halla al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él solo, y si bien le queda una familia, puede decirse que no tiene patria”. Y luego, concluye con una suerte de premonición de ese nuevo tipo de despotismo: “Sobre estos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga solo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, se asemejaría al poder paterno… pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar” (La Democracia en América,cap. VI, segundo libro). Difícilmente encontraremos, en la actual literatura social y política, una descripción más precisa sobre la despolitización en las sociedades avanzadas y posindustriales de nuestros días. ¿Cuánto más ricas, menos interesadas en “la cuestión general”, en el “bien común”? Tocqueville, ante ese proceso que avanza como algunas enfermedades letales, sin dolor pero persistentemente, no encuentra la causa en las leyes al uso o un defecto en la constitución, sino en el propio cuerpo electoral. “Unos abandonan la libertad porque la creen peligrosa”, dice Tocqueville. “Otros, porque la juzgan imposible”. “Si yo tuviese esta última creencia —añade— “no hubiera escrito la presente obra”. Por mi parte diré que, de no compartir sus temores, no lo hubiese citado tan extensamente. El pronóstico tocquevilliano engloba a los individuos modernos, a los ciudadanos, clases sociales enteras, la libertad y la igualdad, la dinámica misma de las sociedades contemporáneas. Y, por cierto, a la cuestión de qué es política y qué es, todavía, un orden republicano de iguales.
Publicado en El Montonero., 14 de agosto de 2023