Se avecinan tiempos difíciles. No veo una dualidad PPK y Keiko sino un triángulo. Estado, parlamento y sociedad. Y relaciones complejas. Ya no se trata de marketing electorero y mañoso, ya fue. Se trata de encontrar respuestas a los problemas de fondo y además en el corto plazo. Hay una primera problemática: la presidencia misma. Lo que voy a decir no concierne a la persona del presidente electo sino a la función política misma.
Para comenzar, se ha tenido tasas altas de crecimiento en el último decenio, mientras la autoridad presidencial se deterioraba. Es paradójico, qué duda cabe. ¿Milagro económico por decenios y profundidad del descontento? Segundo punto, se supone que nuestro régimen es presidencialista, como lo es América entera. ¿Realmente? Del sillón presidencial ha dejado de emanar un poder omnipotente. No me voy a detener en las causas, salvo que la mayor de todas es el caos regionalizado. Tercero, el actual presidente electo no cuenta con el soporte de un partido hegemónico. Y es probable que el país se haya habituado al laxismo tras cinco años con Humala. De ahí Cajamarca, Tía María. Y Santos o Arana para el 2021. De modo que cualquier gesto de autoridad va a pasar como autoritarismo.
Hay una segunda problemática, acaso más grave. Un texto riguroso de Waldo Mendoza, economista, académico y ex viceministro de Hacienda (2005-2006), nos revela que los ingresos de asalariados y no asalariados (el sector informal) no se ha movido desde 1990 en relación a rentistas e ingresos corporativos que han montado en flecha. La desigualdad es manifiesta, real, riesgosa. Llevamos 26 años de brecha social. ¿Se entiende que voten cada 5 años contra el sistema? ¿Y nos envían outsiders? Ese gigantesco reto cae ahora sobre los hombros de PPK y de Keiko.
El intitulado es una frase del profesor Paulo Drinot en una entrevista. En Drinot, que se formó en Oxford, no hay una pizca de simpatía por el fujimorismo. Lo que resalto, al margen de su opción a la cual tiene todo el derecho, es esta reflexión: «no hemos hecho el esfuerzo de estudiarlo y es un gran error porque no hemos podido explicar el fenómeno de estas elecciones y en el transcurso de los últimos años». Coincido y a la vez discrepo de varias de sus afirmaciones, por ejemplo, que ese voto refleje una «estructura de clase racializada peruana». Eso me parece una fantasía como cuando a Sendero se le atribuía pujos indianistas. Pero esa pregunta ya la formulé en diarios limeños y en un congreso internacional acudí a una idea de Marisol de la Cadena, antropóloga, que frente a la actual comunidad campesina, la llama «una realidad sin teoría». Lo mismo digo del keikismo. Drinot vive en Londres. Por lo visto, desde Inglaterra las ciencias sociales ven más claro el Perú que nuestras universidades. ¿Entender y explicar? Profesor Drinot, eso es muy difícil de hacer en este país. Aquí se ha creado un clima intransigente y un puñado de gente determina qué es lo correcto. Practican el estigma. Las pasiones políticas han invadido a la «intelligentsia». No es fácil pensar por cuenta propia, se lo aseguro.
Es obvio que el Presidente electo y Keiko se encuentren. Ya lo harán, dialogar y encontrar puntos comunes, sin duda pocos. Otra cosa es pactos corporativos. No pueden ni deben fusionarse. Eso sería un desastre. Nuestra gastronomía mezcla ingredientes. La política, en cambio «es la organización de las separaciones» (Manent). Hay mucha gente que tiembla ante un nuevo fantasma: la polarización. Mientras sea política, y no social, no la temo. En cuanto al diálogo, solo hago esta pregunta: ¿una negociación para un cambio o para mantener el statu quo? Si es esto último, vamos derecho al abismo.
He dejado para el párrafo final lo más urgente y difícil. La construcción del Estado. En Querétaro, México, en un coloquio, escuché dos ponencias. Una de Adam Przeworski, de la Universidad de Nueva York. Przeworski sostiene que la desigualdad —el gran mal social en todas las sociedades del planeta— es imposible de corregir, salvo si el Estado provee los servicios básicos. Esa idea no está en el programa gubernativo de PPK, siento decirlo. La otra ponencia fue de mi colega, el sociólogo Sinesio López. Sobriamente, es decir, sin llevar agua a molino alguno, nos expuso un cuadro de la presencia del Estado en las regiones. Aterrador. No hay Estado. Ahí se inscribe la violencia social en espacios geográficos abandonados. Cajamarca. El Sur. ¿Cuándo vamos a construir, pensadores y políticos, un sentido social que abandone el conformismo epistemológico? En estos inicios del siglo XXI pasan cosas tremendas, Castells las ha llamado «informalización liberal». Pasan cosas que no han pasado nunca. Y en consecuencia caben ideas y actitudes nuevas. El fujimorismo combina derechas e izquierdas, acaso sin desearlo. Y eso inquieta e irrita. Y pregunto: ¿cuesta tanto trabajo admitir que algo es emergente? Y en cuanto a la izquierda, está más cerca de Riva-Agüero que de Flores Galindo en lo que es teoría. Poco les importa, a la praxis, Verónika. Eso de entender no funcionó ante Sendero, la singularidad de Alejandro Toledo, el aprismo de Alan García, y creo, ante las intenciones de PPK y de Keiko. Deben tener un ‘telos’. Una finalidad. Ya la sabremos.
Publicado en El Comercio, 18 de junio de 2016