No me gusta nada lo que está pasando. Pero no quisiera continuar sin dirigirme a los jóvenes que sacan adelante esta revista. Qué bien que lo hagan. El Perú es un país extremadamente interesante, pero no brilla por sus revistas. Aparte de Caretas, que algo hace, no las tenemos, como la mexicana Nexos. Por lo demás, gracias por invitarme. Saben que les escribo desde el extranjero, adonde voy a ratos para acabar mis libros que son de teoría social y no de la circunstancia. ¡Cuántas ganas tenía de escribir los libros que estoy escribiendo! Quienes me invitan a este primer número saben que cuento con una pensión de profesor y que sé vivir con muy poco, a lo que muchos en Lima no podrían ceñirse, cuestión de modos de vida. Digo esto, con las disculpas por arrancar esta nota desde lo personal, pero es necesario dada las maledicencias: esa jubilación europea ganada tras treinta años de docencia superior francesa es lo que origina mis libros y mi libertad. Y un itinerario intelectual que me ha liberado de las mitologías políticas, esas que impiden pensar, a otros, al Perú con serenidad. Soy un científico social. Desde ahí escribo. Y no aspiro a otra cosa.
La revocatoria parece una profanación. Por la forma en que se discute en Lima, el debate alcanza ribetes de teatralidad. Pero no se trata del gran teatro del Mundo de Calderón de la Barca en las gradas de la catedral, cuando la montó Luis Peirano, sino, y a chaveta limpia, el enfrentamiento por el poder municipal. Dios, si eso son los decentes, qué le queda al resto del país. Pero lo de la Alcaldía de Lima no agota el sainete dramático-jocoso de estos días. La revocatoria no es el problema, salga lo que salga. Sino, la atmósfera que la acompaña. Huele muy mal y presagia cosas muy feas para los años inmediatos.
Tres temas son centrales en la disputa por Lima. Los puntos de vista de los revocadores y de los antirrevocadores. Luego, el tema de Lima misma. Por último, un aspecto más que político, antropológico: el descontento de esa parte plebeya y emergente de la población limeña a la que ahora, los del no, insultan. ¿O no se ha dicho que “es horrible”?
1. ¿Cómo es posible que haya dejado de invitarse, digamos, a tres o cuatro revocadores y a la vez, a los del no, a un debate ciudadano? El “detalle”, como decía el filósofo Mario Moreno Cantinflas, está en “a la vez”. Han ido a la televisión, pero por separado. Ha faltado ágora y debate ante públicos que pudiesen preguntar. ¿Cómo se olvidan, en un país ya acostumbrado a que los políticos discutan delante de una audiencia de masas? Me dirán, no es una presidenciable. Pero eso es relativo, en México DF, se ha visto ese tipo de forum. ¿El gobierno de una ciudad de cerca de 10 millones de habitantes, no lo merece? ¿Faltan espacios públicos? ¿No hay más de 75 universidades? Y alguno de los grandes diarios, no pudo convocar una mesa redonda, con unos y con otros, sin banderizarse? Qué lástima que no esté más al frente del Acuerdo Nacional, Max Hernández. En un país de ciudadanía a medio hacer, el fallido debate hubiese sido prueba de que somos una sociedad abierta, pero no lo ha habido. El Perú se encamina, me temo, a ser una sociedad sectaria. Y eso francamente, es lo peor que pueda ocurrir.
2. No se ha discutido sobre Lima. Han podido, y no solo en la televisión y en las campañas, explicar el fiasco del arenamiento en la Herradura, el retraso en el túnel de San Juan de Lurigancho, las pérdidas en el Metropolitano, o la canalización del río Rímac que acabó en lo que acabó. Quien sabe, en esos foros, el equipo de la señora alcaldesa se hubiera lucido. La gente no es estúpida, y saben que hacer algo en la administración pública es complicado. Pero no, prefirieron la magia de la publicidad. Llamaron a un brasileño. Las grandes torres de luces. Desmemoriados, Vargas Llosa perdió las presidenciales por el mismo error de campañas carísimas. Por lo demás, lo que ha pasado con la señora Villarán da que pensar. La resistencia que ha recibido no se explica solo por intentar el reordenamiento del tráfico, al menos lo intentó. Revocatoria o no, ha sido el gobierno municipal más impopular de todos los tiempos. Molesta, me parece, su estilo. Algo que es incurable, que el sociólogo Bourdieu ha llamado el habitus, es decir, gestos y maneras de “clase” que vienen de la cuna, no hay modo de sacárselas de encima. Como lo ha notado Carlos Meléndez, habla de vecinos y de “pobladores”, para desgracia suya, del demográfico distrito de San Juan de Lurigancho. Ella cree que todo es cuestión de sonrisas y los de abajo ven a una señora de la clase alta que intenta ser simpática con el jardinero y la cocinera, y se mete con la lavandera. Fatal. Como la palabra poto en boca de Lourdes Flores.
3. El debate nunca fue político. Se trasladó al campo impreciso de la moral, dictaminada por unos cuantos inquisidores. Aquí, los decentes. Allá, los hampones. O sea, se despolitizó el debate.
Vayamos al tema de fondo. ¿Puede el Perú actual atravesar una prolongada etapa próspera en su economía y sin embargo no desarrollarse como sociedad? Por paradójico que parezca esa es la situación presente. La economía está al alza, mientras se sigue descomponiendo la sociedad. Siento decirlo, en este instante del siglo XXI, la cultura política del Perú está por debajo de los retos que plantea la modernidad. Resulta claro, somos una sociedad de libertades públicas, pero no somos todavía una sociedad democrática, “aquella en la que los individuos se sienten iguales a los otros”. ¿Quién lo dice? Las ciencias políticas desde Tocqueville. En 1835, tras su célebre viaje a América. La democracia no solo es una cuestión de instituciones sino de formas de vivir con los otros. Y creo que en eso está el secreto del actual enfrentamiento. No se aguantan los unos y los otros.
Esto es pues, lo que pienso. Que el Perú está perdiendo el tiempo. Falta casi por entero obras de infraestructura, ferrocarriles, carreteras, hospitales, escuelas, y dar el salto a la tecnología y la ciencia como en India, Brasil, China. Nada de eso abandona a Lima, al contrario. La capital tiene que ser moderna y no lo es. Está ahogada, no tiene modo de transportar personas ni de transportar ideas en los diarios. Y a todo esto, la política empeora. No, no estoy diciendo que la política tiene que ser comedida y como dicen alturada, esas son mariconadas de señorones de otros tiempos. La política, y lo digo desde la experiencia de vivir en otras sociedades, es siempre agria, enfrentada, y desde los griegos es agon, es decir combate. Pero, eso que exhala en los medios de comunicación hoy en Lima, y que tiene de desborde, no el de Matos sino de alcantarillado roto, de error de Sedapal, de cloaca a cielo abierto, ¿es realmente política? Releía en estos días, el libro de Iván Degregori y no veo sino la reproducción de la política de la no-política. El mal peruano de los años noventa se repite. Habita hoy en una buena parte de esos mismos que combatieron contra Alberto Fujimori. Y tienen el tupé de llamarse de izquierda.
La revocatoria es un accidente municipal que vuelve a descolocar a la clase política, cada día más descontextualizada ante el imaginario social. Quien sí conoce al pueblo y viene de él, es Jéssica Yesenia, amiga de la China Tudela, ambas personajes de Rafo León. Es ideal para gran ciudad de varias culturas como Lima. Pituca achorada o achorada ascendente apitucada. Si revocan a la Alcaldesa, busquen a Jéssica. Si continúa la señora Villarán, me encantará igual Lima, una ciudad de vuelta a los días de Ricardo Palma, cuando mandaban las madres abadesas.
Posdata. Mi protesta por el intento de silenciar a Aldo Mariátegui. No lo conozco personalmente- no me manejo con esos criterios- me maltrataba regularmente, pero escribía con libertad y desenfado, y eso es el periodismo. La garra del escritor. Grave para las libertades su salida. Otra mala señal, la intolerancia con el que piensa distinto.
Editado en: Contrapoder. Política y Cultura, del 15 al 28 de febrero del 2013