El velasquismo, visto por un no velasquista sincero

Escrito Por: Hugo Neira 4.035 veces - Oct• 13•13

Harto de ver la mala manera como se entiende el velasquismo, me sorprende la excepción. Es decir el artículo que reproducimos. Sobre el velasquismo se escribe con ignorancia y ligereza, sin comprender su historicidad, sin ánimo de objetividad, sin deseo de ver, como en todo gran fenómeno histórico, el aspecto negativo y el positivo. Por eso me sorprende el artículo de un amigo, Alfredo Vanini, al fin un juicio equilibrado e imparcial. El valor de su texto consiste en que viene de un hombre que por su edad era un niño cuando apareció y acabó el velasquismo. Si así se escribiera, como lo hace Alfredo, tendríamos una historia del Perú contemporáneo objetiva y no el mamarracho que se le entrega a los escolares. El Perú del fin del siglo XX y del arranque del XXI no tiene todavía historiador ni texto. Un puñado de personas como Alfredo nos devolvería un poco la conciencia de nación que ahora nos falta. Algo como lo que hacen Antonio Zapata y Alfredo Vanini por su cuenta y riesgos. Nos corre prisa lo que llama Carlos Meléndez en uno de sus últimos artículos  “la interpretación de los legados”. Felicito a Alfredo Vanini con cuyo permiso edito su artículo. Y propongo a un editor inteligente, si tal existe, que me ofrezco humildemente a un trabajo en equipo para de una vez salir de ese fantasma. (HN)

Ver también: http://www.bloghugoneira.com/biblio-upload/Peru.InformeUrgente.pdf

 

Velasquismo: una mirada distanciada y serena

Por: Alfredo Vanini

 

Todos los años pasa lo mismo: en vísperas del 3 de octubre, la misma letanía, “A mi papá el cholo Velasco le quitó su hacienda”, o “El Perú se jodió con Velasco” o “Velasco atrasó al país”. Frases altisonantes, quejumbrosas, pero eficaces a pesar de su opacidad. Porque lo opaco oculta los matices. El discurso sobre el velasquismo se elabora a partir la inquina personal que violenta el recuerdo, incluso en aquellos que no lo vivieron. Hace unos días, en la página de opinión del “decano”, un delirante artículo hacía el símil con un monstruo de enormes fauces. Argumento hueco y ridículo. En el Perú, un fantasma recorre las clases altas, eternamente: el fantasma del velasquismo.

 

Pero ¿por qué resulta tan difícil recordar cómo era el Perú antes de 1968? Que era un paraíso antes de la llegada de Velasco es algo que ni siquiera la china Tudela se atrevería a afirmar. Un inventario de los elementos de este proceso histórico nos permitiría encontrar el signo correcto de esa experiencia que cambió el país ese año. En primer lugar está el fin de la oligarquía (¡no, señora Barrón, la oligarquía no es una palabra inventada por Velasco!): diez familias que mantenían ahogado todo desarrollo social, educativo y económico, estableciendo relaciones de dependencia absoluta con el capital extranjero y de clientela con los partidos políticos (incluso con el Apra a partir de 1956). Y todo en provecho propio. En segundo lugar, esta paradoja: un gobierno autoritario promoviendo una vasta participación popular, generando movilización social, facilitando la formación de sindicatos, muchos de ellos hostiles al gobierno. Y sobre la marcha, esta otra: habiendo creado fuertes redes en el campo social, el velasquismo se negó —pudiendo hacerlo— a crear un partido único proscribiendo a todos los demás, debilitados tras el desastre del primer belaundismo. No se sometió al apoyo condicionado de Moscú (como aconsejaba Castro) ni tampoco echó mano de la fórmula del partido institucionalizado, tipo el PRI mexicano. Por más extraño que parezca,  la rígida cúpula militar toleró fuerzas anarco-sindicalistas dentro mismo de su burocracia. Confiscó los diarios, es verdad, pero no los parametró del todo: nombró directores de los medios expropiados a gente de pensamiento muy diverso, brindando, sin quererlo, un cierto pluralismo informativo. A diferencia del fujimorismo represor, el velasquismo no tuvo un dogma doctrinario en el tema laboral: favoreció a los industriales y favoreció a los trabajadores. Y fue el primer gobierno en reformar profundamente asuntos ligados a la educación pública, a las lenguas originales, a la situación de la mujer. Todo esto hizo la sociedad un poco más igualitaria. Pero ¿y la democracia?

Que no se me malentienda: creo en la democracia como el menos malo y peligroso de los sistemas de gobierno. Pero ¿acaso no vale la pena conjeturar qué tipo de transición democrática habría nacido del velasquismo de haber tenido éste más tiempo? Aunque suene provocador, ese gobierno introdujo valores de eficiencia económica: promovió industria, hizo leyes y hubo mediación social. Esta triada hizo posible un desarrollo que nos sacó del atraso y proyectó una idea real de Nación. Y de forma pacífica. Cuando Fujimori destruye estos nexos comienza el caudillismo oportunista que hoy vivimos dramáticamente en las provincias. Y de forma casi siempre violenta.

Otro paisaje social nace con el velasquismo. Social y urbano. Y simbólico. Postulo que en el Perú de hoy, todos debemos algo al velasquismo. Ciertos grupos económicos, su enorme fortuna, y el Perú de humillada cerviz su dignidad; la cultura popular su reconocimiento y la sociedad en su conjunto su modernización urbana. Incluso le debemos en gran parte la resistencia frente a Sendero Luminoso (esto será objeto de desarrollo en otro artículo).

 

Pero el odio inagotable de la derecha persiste en escamotear a las nuevas generaciones una mirada distanciada sobre el gobierno de Velasco.

 

Publicado en el semanario Miércoles de política,  02 de octubre del 2013, Lima

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