Elogio de un libro peruano y para peruanos

Escrito Por: Hugo Neira 534 veces - Ene• 10•22

Es la madrugada, todavía no es de día en Santiago de Chile. He pasado la noche en un paseo por el libro titulado El  umbral de los dioses (Cauces Editores). No tiene una sola temática porque los dioses y demonios van de un lado a otro, y el libro llegó a mis manos como un regalo, y en Los Álamos, donde vivimos, alguien lo entregó en la caseta de los vigilantes (o como otros les llaman, wachimanes). Me lo dieron cuando nos despedíamos, lo metí en el portafolio sin acudir a algún tipo de magia. Pero ya sobre las nubes, que es el lugar desde donde se puede leer mejor su contenido, llama la atención  la portada. Hay vivos y muertos, diversos seres tanto amables como demoniacos. El libro nos hace saber que las imágenes de la portada son las «Cuatro Partes Del Mundo», obra de Alex Ángeles, Carlos Lamas y Ángel Valdez, acrílico e impresión serigráfica sobre tela del 2003. Es acrílico —insisto— y la tela mide 178×158 cm. No es fácil verlo por entero, reposa en la Colección del Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA).

Pero si el posible lector todavía no asume que está ante un libro singular, al menos puede que se sorprenda que tenga más de dos autores. A saber Moisés Lemlij y Luis Millones. O sea, dos ciencias sociales, la psicología, como es sabido en Lemlij, y la antropología con Millones. En la página 15 el libro nos prepara para una «aproximación psicoantropológica a los mitos andinos». Pero en el prólogo se hace público que es una conversación entre el psicoanálisis y la historia, viene de los años sesenta «cuando la coyuntura generacional reunió a un conjunto de jóvenes interesados en la cultura andina». Hubo afinidades y amistades, y rivalidades. Pero eso no es todo. El prólogo explica que por un conjunto ligado «al propio desarrollo de las disciplinas en mención». Pero con los autores de esas páginas se descubre, desde el índice, que Max Hernández  se ocupa de «Las formas de lo invisible», «Los sueños del inca conquistador» en páginas de Moisés Lemlij y también «Pachacútec y el incesto dinástico», y «Algunos mitos referentes al dios Pachacámac» de nada menos que María Rostworowski, y en conjunto con Luis Millones, Alberto Péndola y Max Hernández está el capítulo sobre «Identidad y origen: el mito del nacimiento de Pariacaca».

El libro se anticipa en ser claros sobre sus fines y metas, no solo de uno sino de varios. «Se ha mencionado que Lima fue el lugar de encuentro y teatro de las acciones de la reflexión y consulta de los autores. Esto se ajusta a la verdad, pero no quiere decir que las investigaciones se redujeran al ámbito de la capital. Se trabajó en Ayacucho, en la selva, en Carhuamayo, Junín y en los valles del Chillón y de Lurín —o sea Lima— para cubrir temas que son muestras de esta labor multidisciplinaria. Hay, pues, un profundo interés en dar una dimensión nacional y de proveer un correlato empírico a nuestras reflexiones»  (página 13).

El libro luego se ocupa del Taki Onqoy, «la enfermedad del canto». «Los años oscuros de Santa Rosa de Lima» (en manos de Luis Millones). Y con Moisés Lemlij y Luis Millones, desde las páginas 237 a 254, sobre los demonios del siglo XVII, que es una interpretación psicoanalítica de las «idolatrías». Y en una que sobrepasa al pasado histórico, la importancia del psicoanálisis del mito, no me digan que me equivoco, estamos rodeados de mitos contemporáneos que se podrían discutir si es que usamos la razón, incluso cuando se trata de actitudes y mentalidades que han salido de eso que se llama razón. Quizá otra disciplina es de urgencia, me refiero, más allá del libro El umbral de los dioses, al que nuestra Edad Media no está del todo estudiada. La aceptación de un Dios superior. El Dios Sol fue desplazado por el Dios Padre eterno, venido al mundo andino no tanto por los conquistadores sino por la habilidad de dominicos, agustinos, franciscanos. Todo lo que sabemos de esa transición de la fe de los  indígenas a la teología que llega desde el mar, se apoya no solo en las disciplinas de nuestros días sino en los testigos, Santa Cruz Pachacuti, desde que lo tenemos, desde 1927. Y de los cronistas, desde Garcilaso hasta Arguedas. Es cierto que a Juan Carlos Estenssoro, peruano y profesor de historia en París, le debemos la mutación ya no de los incas sino de la masa de indígenas, el pasaje «del paganismo a la santidad», título de su libro. Pero esa transformación no fue solo el peso del poder colonial. La Iglesia actuó de una manera mucho más compleja, incluyendo no solo los viejos rituales sino las huacas sagradas, los protagonistas predicadores indígenas. Consta en «El mito del nacimiento del Pariacaca», información que conoció Julio C. Tello, desde la etnografía que estudia en 1977, y también Julio Cotler y José Matos Mar, desde los ritos y tradiciones de Huarochirí, en 1987, traducidos gracias a Taylor. Y este libro que celebramos nos dice que el periodo peruano con doble mentalidad, que se llama periodo colonial o virreinato —o si se quiere, del siglo XV hasta el fin de este tiempo más o menos moderno, nuestra Edad Media—, no hemos terminado de estudiarlo.            

Las tendencias, la rivalidad de clases y estamentos, las leyendas, las utopías actuales, nada de esto acaso requiere de otra disciplina. Sin olvidar el cuerpo, la mente, la fe, acaso la sociología. Pero la sociología hoy no es sino un apéndice del marxismo, el liberalismo, cuando el socialismo no se hizo fuera de las pasiones y las emociones o las utopías. Casi todas provienen de la vieja europa. Pero este libro abre unas ventanas nuevas. Cómo se forma en lo que ese libro llama «las formas de lo invisible». Desde el primer aprismo al filo del comienzo del siglo XX, o el desdén a Vargas Llosa y que prefirieran a Fujimori. Y cómo llegó, adónde llegó Sendero Luminoso. En «¡Qué  difícil es ser Dios!» de Carlos Iván Degregori, no podemos evitar dos frases suyas: «SL fue una etapa oscura de nuestra historia». Pero también dijo «que era un objeto de estudio opaco y elusivo». Hay otra idea en Iván Degregori: «Los Robin Hood ya pasaron a la historia. Abimael Guzmán y la izquierda latinoamericana». Como se entiende, hay ambigüedad. Los 75 mil muertos, los jóvenes que creyeron que habían hecho estudios para manuales, la base social de jóvenes campesinos y buena parte de la población andina, ignoran las herramientas intelectuales que necesitan. Tenemos que entrar a otro milenio, como China, India, y pronto el África.

Algo de lo más histórico es que el país que surge pese a la administración imperial produjo un campo de religiones. Y eso es lo que explica este libro, los indígenas absorbieron otros cielos, otros dioses, mientras estaban embebidos. Por más abrupto que fuera el camino impregnado de la fe de los recién llegados, sería algo de fusión de ambas religiones, algo barroco. No había contradicciones, detrás del Dios Sol, un Dios oculto, hacedor del Cosmos. Y que tuviera hijos con poderes únicos, que eran exploradores y bajaban al mundo de los mortales. Esas visitas, las conocían en la memoria de las creencias milenarias.

Publicado en El Montonero., 10 de enero de 2021

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