Por diversas razones, de trabajo y de salud —una inesperada invasión de bacterias estomacales—, he estado lejos de Lima. Meses de meses para llegar a estar sano. Como no era necesario estar en una clínica, nada me impide intentar comprender qué está pasando en el Perú. Hoy los medios de comunicación de nuestros días —televisión, internet— sobrepasan las fronteras, pero los periodistas sedentarios de mi país, me llevan una ventaja. Saben si fulano es amigo de sutano desde hace tiempo, y se entiende entonces la presencia de personas que no tienen ni experiencia ni formación para los cargos de funcionarios del Estado .
Sigo pensando que de inmediato necesitamos un Estado moderno. Pero eso es imposible mientras prevalezcan las males costumbres que vienen de la colonia. No somos una república sino un sistema político neocolonial. No soy el único que tenga una actitud crítica. En El capital ausente, dos peruanos, Dwight Ordoñez y Lorenzo Sousa, dicen algo que es un pistoletazo al corazón del seudo Estado limeño: «Las instituciones en el Perú no funcionan. Funcionan las argollas» (Tomo II, p. 275, 2003). Añadiría, por mi parte, que el derecho a ser nombrado no viene de la sociedad civil sino de conocidos, familiares o amigos. Lo digo porque los excluidos son una masa imposible de contar. Hace dos siglos que arrastramos la crisis de la ética mesocrática. El Estado existe para servir a la nación y al pueblo. Pero no es nuestro caso. Los funcionarios resultan, pues, de lo que las altas esferas deciden, incluidos tecnócratas elegidos a dedo, y en muchos casos, no solo en Lima sino en los gobiernos regionales y alcaldías, el pragmatismo de los que mejor conocemos, nuestros familiares. Cuando describo cómo son otras repúblicas en América Latina y en Europa, insisto en que se llega al rango de funcionario en competencia. (Fui profesor en Francia tras un concurso público.) Entonces, aparte de los presidentes, ¿quiénes se ocupan de la gobernabilidad? Quienes, finalmente, mandan.
Si me piden que diga en pocas palabras la vida republicana de estos dos siglos, me atrevería a decir que es la historia del establishment en sucesiones.
¿No es así? Comencemos con Jorge Basadre, nadie mejor que quien conoció el siglo XIX como la palma de sus manos. Basadre nos informa, después de la Independencia, de «la formación de un sólido grupo plutocrático nacional» de 1823 a 1853. La opulencia y el boato en una sociedad de pobres. Luego, «la apropiación de la región serrana del país por un pequeño número de antiguos y nuevos propietarios de tierras que antes pertenecieran a las comunidades indígenas» (más adelante, vueltos poderosos hacendados y gamonales). Esto está en el su último libro, Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú republicano (pp. 12-13). En el siglo XX, surge desde 1930 la calificación de «oligarquías». Fueron siempre la gran fuerza político-económica, hasta la ruptura de «militares de izquierda». Así lo llamo porque es cómo los reconocen en el mundo entero. Pero luego de Velasco, el establishment se recupera. Y continúa. Hace rato que Francisco Durand lo dice, ver Riqueza económica y pobreza política: Reflexiones sobre las élites del poder en un país inestable. Está lejos, profesor en los Estados Unidos, pero nos entiende desde fuera. Lo último, desde 1919, no es sino una guerra en las fuerzas en conflicto, un asalto al poder.
La historia no es un camino en el tiempo. Hay sociedades que son inmóviles. La nuestra es una. Aunque tengamos coches, internet, nuevos medicamentos, la estructura del poder no se modifica. Y la pandemia viene al caso: como hay variantes en la Covid-19, también, en nuestro caso, ya no hay dictaduras sino autoritarismos sin límites. Por mucho que hablaramos de dictaduras civiles o militares, de tal o cual ideología, sigue siendo algo especial. Por eso Basadre buscó un término original y adecuado. Lo encuentra en Max Weber. Una definición muy especial, el sultanismo. Concepto de Weber y tomado a fondo por Basadre, el último libro en su vida fue un texto realmente muy crítico, y hasta diría una dolorosa convicción. El sultanismo es el «sistema estatal que carece de contenido racional y desarrolla en extremo la esfera de la gracia del jefe». Las Repúblicas —dice Basadre— surgieron en los Estados Unidos o en los viejos Estados europeos. Las ideas post guerras de las independencias no vinieron de los ámbitos europeos sino más bien de los países árabes. Pero al menos ellos tienen el Corán. ¿Qué ética puede salvar al Perú? Ética civil.
Mientras hilaba estas ideas, me preguntaba si eran digestivas para aquellos que no conocen la historia del Perú, puesto que, desde 1990, en los colegios del Estado, la pedagogía dejó de transmitir «conocimientos». Quiere esto decir que hace 30 años, millones de escolares peruanos jamás han escuchado un curso de Historia de su país, y la del mundo. Y además, adiós a la gramática, lógica, geografía, química, física, educación cívica y música y deportes. Pensaba en esto cuando, por azar, tropiezo con un resumen excepcional sobre el Perú en lo que se llama la Enciclopædia Universalis. No solo se ocupan de ideas, pensamientos, ciencias sino de la historia de los pueblos del planeta. Entre ellos, el Perú. Lo que sigue son párrafos adecuados, en orden cronológico. Por supuesto, no todo.
Lo primero de lo que se habla de nosotros, es los Andes. «Segmentos de cordilleras del Pacífico que se extienden del Alaska a Tierra de Fuego. Los Andes peruanos se caracterizan por su masa y su continuidad, que también atraviesa los territorios nacionales de Bolivia y Ecuador». Los Andes meridionales son largos. O sea, Perú país andino. Hay varias zonas, pero se interesan por «la población indígena al lado del lago Titicaca (50 habitantes/km2)». Luego, notan las minas de cobre. «En los Andes del centro, se encuentran las fuertes densidades entre el Mántaro —región de Huancayo— las densas aldeas y la tierra fertil, con el valor del maíz, el trigo, la papa, y a los 4500 m, las comunidades cercanas a los yacimientos de cobre, zinc, plomo y plata. En cuanto a los Andes norteños, no han sido un sector olvidado de la República peruana». De esta forma estudian y describen tanto la Amazonía como la costa. Luego se ocupan de las ciudades como Arequipa, «oasis a 2400 m entre la costa y el altiplano».
En cuanto a nuestra independencia, no voy a repetir lo que ellos saben, y también nosotros, sobre San Martín y Bolívar. Pero subrayo que recuerdan que Chile pone una flota al servicio del Lord Alexander Cochrane, lo cual solemos olvidar. Lo que me parece. El autor de este episodio es un conocido y célebre peruanista francés, Olivier Dollfus. Él señala que, previamente a la lucha por la emancipación, en el reinado de Carlos III y en la Constitución de Cádiz de 1812, hubo un progreso liberal, pero regresó el régimen absolutista. Por mi parte, he afirmado que el Conde de Aranda se preocupaba por el destino de las Indias. Pero España no existía, era parte de un imperio, y los antiguos reinos, Castilla y Aragón, un territorio dominado, tanto como Italia y Flandes (hoy Holanda). Lo que llamamos España era un Imperio de los borbones en el XVIII. El más vasto del mundo. Con todo, lo que llamamos independencia se paraliza en 1808 cuando en México se aplasta el intento de emanciparse. Y ello regresa desde la invasión de Bonaparte al territorio español. En consecuencia, Dollfus resume nuestra situación de hace dos siglos, por poco no hay independencia. «De todos los países de América Latina, el Perú constituía el bastión más sólido de la monarquía española». Señalan «que los criollos, los más activos —negocios, comercio, haciendas— estaban activos en Lima, además de la Inquisición y la autoridad no discutible del virrey Abascal, que disponía de fuerzas militares apreciables, listas para aplastar cualquier rebelión.» Aranda fue puesto a la cabeza del Consejo de Indias, y estaba al tanto de los informes de los virreyes y lo que hicieron saber los marinos Juan y Antonio de Ulloa. Una inimaginable descomposición social. La Independencia fue sangre y coraje, pero fue contra un Imperio en caída.
El texto de nuestra historia da un salto de 1816 a 1884. Vinieron los tiempos de la fortuna en 1840 a 1868. No lo dicen, pero se explica por las guerras internas de los caudillos, Gamarra, Orbegoso, Santa Cruz, hasta la explotación del guano, y el nitrato en Tarapacá. Aquí destaca Ramón Castilla, presidente de la joven república en 1845-1851 y 1855-1862. «Hubo prosperidad y estabilidad política y llegaron técnicos extranjeros e inmigrantes. Luego viene la crisis y la guerra con Chile, 1868-1884. Hay un tema que les llama la atención, Piérola es reemplazado por Manuel Pardo, «un mandatario rodeado de ministros hombres de negocios y la aristocracia de funcionarios y la plutocracia surgida del guano y el salitre». Pero se olvida que Chile, «envidioso de la prosperidad del Perú, se preparaba para la guerra». Otra hubiese sido acaso la historia si hubiese tomado las precauciones del caso, sobre todo las dos fragatas que el presidente José Balta había mandado fabricar en Inglaterra. Pardo amaba el que se hiciera ferrocarriles en Perú, pero descuidó a los vecinos. Para seguir, el equipo de estudiosos de esta historia del Perú establece otra etapa, posguerra: dado el resultado catastrófico, se ven obligados a acudir a los créditos externos. «Gran Bretaña, la Peruvian Corporation, que costó 50 millones de libras en treintaitrés pagos anuales. Esa Corporation tendría el control de los trenes peruanos para explotarlos a su gusto por sesenta años». A esa época que va de 1884 a 1970, la llaman «el control financiero extranjero». Ahora bien, para los ciudadanos peruanos de estos días, ya pueden comenzar a entender por qué el Perú no pudo jamás escapar de su situación de penuria.
No por eso ese periodo fue estable y pacífico. Hubo pronunciamientos y dictaduras, dice este estudio de la Enciclopædia Universalis. De 1884 a 1930, con el pie ya en el siglo XX, «el Perú pasó a manos de los civilistas», López de Romaña en 1899, Pardo en 1904, Leguía en 1908, Oscar Benavides, 1913-1915, y luego aparece un segundo Leguía, que en su segundo gobierno aprende a ser demagogo, y dice: «nuestros hermanos, los indios». Yo no lo digo, los que hicieron esa investigacion, dicen: «…pero no aportó ninguna mejora de la situación miserable de los indios». Insisto que estos datos no son para unos cuantos. Una enciclopedia hoy es planetaria.
Lo que sigue es lo que ya sabemos. Ellos lo dicen: «Nacimiento de un movimiento marxista, el APRA. En 1930, para luchar contra la inmoralidad reinante» y pensando en un ideal bolivariano para una unión continental de los Estados latinoamericanos, y entre otras propuestas, la nacionalización de las industrias, la defensa de los intereses de los indígenas, en especial, las tierras. «No es un indigenismo político sino que las tierras pertenecían a los ricos criollos, y no a los ayllus indígenas, es decir, las antiguas comunidades anteriores, incluso antes de los Incas.»
El resto está dedicado al Perú contemporáneo. Desde 1930 a 1945, el establishment duda entre dos estrategias de lucha contra el APRA, o bien eliminarlos, o bien «recuperarlos». La gente del diario El Comercio es la más dura, el aprismo había tenido el error de mostrarse como algo internacional, y es pues el argumento para confinarlos como a los comunistas. Entonces, surge un compromiso. El aprismo sería libre y legal, pero había que resignarse a no tener otro presidente que José Luis Bustamante y Ribero. Ganó fácilmente, el perdedor en las urnas fue el general Ureta. No se entendieron. Y para colmo, en 1947 es asesinado el director del diario La Prensa, el aprismo tuvo siempre gente dispuesta a las armas. Pero eso acaba con la legalidad del aprismo. Durante una sublevación de la flota el 2 de octubre de 1948, el general Odría deja de lado a Bustamante, y gobierna ocho años. ¿Y qué dicen los estudiosos europeos?«La sustitución de Bustamante por Odría es la más grande victoria política de la clase dirigente tradicional». La derecha la llama «revolución restauradora». Pero hay que decir las cosas como son, el general Odría hizo dos cosas, «el orden» y el «libre juego de la economía». «Desde 1950 una libertad casi completa de intercambio». El dinamismo del gobierno del general Odría se ha explicado, para algunos, como el resultado del boom de la Guerra de Corea. No se puede negar, tiempo de grandes trabajos públicos, creación de empleos para trabajadores sin calificación, construcciones de edificios administrativos, hospitales, escuelas y reducción de los sindicatos, por lo general apristas.
Sobre Odría, diría, por mi parte, que era un hombre surgido de los mestizos o cholos, e hizo obras no populistas sino reales, populares, hizo que la clases altas tomaran sus distancias. Odría no pudo seguir. Se había vuelto demasiado autónomo. En las elecciones del 17 de junio de 1956, los resultados oficiales fueron los siguientes: Manuel Prado Ugarteche, 568’124 votos, Fernando Belaunde Terry, 457’638 votos, y Hernando de Lavalle, 222’324.
¿Por qué no funcionó la segunda convivencia, después de Odría? Aquí un párrafo del trabajo de los peruanistas europeos. «A la diferencia de Bustamante, en 1945, Prado disponía del Parlamento, el apoyo de un mayoría de partidarios que le eran personalmente fieles. En el Congreso elegido en 1956, los del APRA no podía contar con ellos, ni como partidiarios o aliados.» Por lo demás, Haya de la Torre, para no molestar a Manuel Prado, ante problemas agudos, pasó todo ese tiempo en el extranjero. «Durante la convivencia, a algunos apristas se les otorgó funciones diplomáticas, y el partido aprista soñaba con 1962». Como sabemos, una nueva figura política había emergido en las clases medias, Fernando Belaunde. Y por otra parte, «grupos de extrema izquierda y candidatos de la democracia cristiana.»
No nos detendremos sobre 1962 y la presidencia de Belaunde. El texto sobre la historia contemporánea puso más su atención sobre «el gobierno de los militares nacionalistas, 1968-1975. Los llaman ‘nasseristas’, por aquello de los países tercermundistas, también les ha interesado el Centro de Altos Estudios Militares, el CAEM. El gobierno militar, en 1968, ataca esa situación neofeudal. «En las manos de los propietarios estaba el 75% de tierras y el resto, 5,5% de campesinos con las tierras mediocres. Con la reforma agraria, en 1976, siete millones de hectáreas fueron expropiados.»
¿Qué pasó en el Perú? «Desde 1978 se había establecido una alternancia democrática.» Para las elecciones en los años 80 y 90, había partidos de izquierda, y entre ellos, líderes como Alfonso Barrantes. Extremas izquierdas pero en el juego de las urnas. Luego, Fredemo de Mario Vargas Llosa y ante él, un casi desconocido personaje, Fujimori. De este Fujishock, dice el texto, gana por ser populista, pero Sendero Luminoso ocupa el Estado hasta 1992, con unos doce años de terrorismo. Los europeos no dejan de observar que el combate de Sendero tiene un lugar que le importa mucho, «en el valle amazónico, donde activamente actúa en el tráfico de cocaína». Nos están diciendo que Sendero Luminoso tiene un posible proyecto, un Estado mafioso, como lo que ocurre en México de los Carteles, como en Venezuela. Pero en el mundo se sabe que «Sendero Luminoso, siguiendo a su líder Abimael Guzmán, es responsable de la muerte de 25’000 personas, una mayoría de campesinos negándose a unirse a él». Casi no vale decirlo pero treintaitres mis paisanos son bastante olvidadizos. Guzmán decía ser la continuidad de Mao, la lucha a partir del campo. Sin embargo, atacaron sus soldados los campesinos. Por lo tanto, no solo el ejército nacional lo venció sino las rondas campesinas y la oposición de los indígenas.
El estudio que hemos comentado no es de estos días. No dicen cómo fue la salida de Fujimori. Ni tampoco el retorno de Sendero. Como se puede deducir, después de Velasco y hasta ahora, volvemos a perder la ocasión de una vida política en que no se luche para mandar, bajo la máscara de querer salvar a los pobres esta el pattern secular del sultanismo. Hay políticas que parecen enigmáticas pero no lo son. Si bien yo no estoy en condición de responder al proyecto revolucionario o reformista, sí indicar que la lucha de clases se nos queda como algo corto para nuestro país y el siglo XXI. Nuestra sociedad conoce nuevas y múltiples diferenciaciones sociales. La presión de las reivindicaciones son diversas. Hay un problema no solo político y económico y social. Una democracia no puede solo reducirse a un sistema político y jurídico, los intereses son plurales. Para comenzar hay que reconocer al otro. Y por otra parte, tenemos que admitir que ninguna sociedad puede eludir los conflictos. Por eso es necesario la pluralidad de partidos, ideas y la discusión como arma de batalla. Pero en el Perú, en dos siglos, siempre se ha sabido excluir al rival.
Además conviene que dejemos de lado el pensamiento mágico, la esperanza del Edén, la utopía, a veces pensada como un retorno al mundo de Atahualipa (mal llamado Atahualpa, los conquistadores castellanos eran duros de oídos). En fin, la evolución del capitalismo podría terminar en algo tan social que admiraría el propio Marx. Pero la buena vía no es los autoritarismos. Somos sociedades muy complejas para una sola meta. Y desde ahora, hay que decirlo, este sistema de producción y vida de este siglo, tendrá que modificarse de una manera inevitable, a causa de los cambios climáticos. No es el comunismo que frenara la sociedad del consumo, que destruye la naturaleza. Viene otra era, otras civilizaciones, en un planeta en el que nos hemos vuelto, los seres humanos, las termitas de la naturaleza. ¿Qué haremos cuando no tengamos ríos en nuestros Andes y la Amazonía?
Publicado en El Montonero., 13 de setiembre de 2021
https://elmontonero.pe/columnas/en-esta-era-planetaria-como-ven-al-peru-otros-ojos