Entrevista. “Perú, la transición interminable”

Escrito Por: Hugo Neira 1.163 veces - Nov• 12•18

El notable historiador, sociólogo, periodista, ensayista y docente universitario nos ayuda , en esta entrevista de lectura imperdible, a entender mejor el misterioso universo de la política peruana. Leamos con atención:

– ¿Cómo ve Dr Neira la situación actual?

Le agradezco la invitación a esta nueva revista. Le voy a contestar esa pregunta. Pero quisiera que me permita tomar distancia del panorama peruano, el actual, que es uno de los más riesgosos que he conocido en mi vida. Quiero responderle situando la inmediata realidad en un lapso de tiempo, para abordar la situación peruana, desde los 90 en adelante. Y por eso prefiero comenzar preguntándonos por qué no hemos conseguido llegar a ser democracias modernas. No es nuestro caso. Hay un antecedente, la Transición española. Le ruego que me deje desarrollar mis ideas desde ese punto de partida.

Lo diré a grandes rasgos. Hasta 1975, España tenía un régimen autoritario y excluyente. Sin embargo, en los años 80, España es una democracia europea, con derechos y libertades de los ciudadanos y una Constitución, fruto de una larga deliberación entre políticos. ¿Qué pasó? De la muerte del General Franco, en noviembre de 1975, al referéndum que confirma la aprobación por consulta popular de la Monarquía constitucional y parlamentaria, diciembre de 1978, median solo tres años. De la muerte de Franco a la primera victoria electoral de los socialistas (diez millones de votos) en octubre de 1982, siete años. Al ingreso de España a la Comunidad Europea, diez. Todo esto ocurre en el mismo país, con los mismos habitantes, la misma idiosincrasia, ni más ni menos ricos, y con los mismos actores, desde el Ejército a la Banca y los sindicatos obreros, lo que no impide que España pase de ser de un país con un régimen de poder personal a uno abierto, de Estado de derecho y monarquía de corte europeo y liberal. Se admitirá que los plazos resultan breves para semejante mutación.

A ese proceso se le llama la Transición española. Es un tema que algunos peruanos conocen, entre ellos, Enrique Bernales. Debe importarnos, cómo se deja el autoritarismo para instalar una democracia, y hacerlo de manera pacífica y negociada, y esa Transición tiene una ejemplaridad indiscutible. A lo que voy, la idea de transición política no es un concepto exclusivamente español. Transiciones han habido varias. En Chile, la salida de la dictadura de Pinochet fue a la manera española, pactada y electoral. Y por eso, las autoridades democráticamente elegidas, renuncian a establecer la responsabilidad de policías y torturadores. El caso de México, inimaginable sin la hegemonía del PRI, pero eso ya ha ocurrido. Pero el post Tito significó la desaparición de Yugoslavia, entre otros causales. Nada está escrito. El caso de la España posfranquista guarda, pues, su originalidad, y la integridad de su enigma.

¿Qué pasó en España? Lo que debe sorprendernos es que el retorno a la democracia, después de cuarenta años, la hacen dos ex herederos de Franco, Juan Carlos I, y el segundo Presidente de Gobierno, don Adolfo Suárez, ambos surgidos incuestionablemente del franquismo histórico. La paradoja del caso español es que la desfranquización estuvo a cargo de franquistas, lo que no le quita ni sinceridad ni seriedad. Pero lo segundo, que hubo y hay Reforma política, pese a todos los problemas que enfrentan, la España posfranquista fue una sorpresa, el acuerdo entre tirios y troyanos, eso que nos es imposible hacer. Más tarde, hubo un Rey español que iría por América Latina para explicar, en Buenos Aires o en Santiago, cómo se sale de regímenes de fuerza sin por ello volver a desenterrar el hacha de la guerra. Yo estuve durante la Transición en Madrid. Luego de haber trabajado en un diario opuesto radicalmente a Franco. Y en camino a París, a terminar mi tesis. De ahí, me convencí de que la democracia es posible, incluso en las sociedades más beligerantes y recesivas.

Entonces, la cuestión nuestra, es sencilla y espeluznante: ¿hasta cuándo se extiende y prolonga la transición peruana? Este es un tema que no interesa a mí solamente, todo lo contrario. Hay una bibliografía muy sólida sobre esta materia, de investigadores peruanos. En 1992, acaso uno de los primeros, Nicolás Lynch, con La transición conservadora. Edición del Zorro de arriba y de abajo, lo tengo aquí en mi mesa de trabajo, como puede verlo. Lynch se ocupa del posvelasquismo. Pero en el 2005, es el libro de César Arias Quincot, tan bueno como el de Lynch, La difícil transición democrática. Lo publica la Fundación Ebert. Son los años de presidencia de Toledo, se ocupa de la caída de Beatriz Merino, de la corrupción (¡desde esa época!), «del irregular tiempo de las reformas». De la cultura autoritaria y sus amenazas. Algunos vieron que esto del pasaje de la ilegitimidad constitucional (el intento de Fujimori padre por un tercer mandato) precisaba de un ingeniería constitucional para la transición, propuesta de Domingo García Belaunde, en un libro muy importante. En el 2000, antes que llegara Toledo, un grupo de investigadores reúnen sus trabajos en Perú 2000: un triunfo sin democracia. Están E. Bernales, J. Ciurlizza, E. Dargent, Valentín Paniagua, que se nos fue. Lo edita la Comisión Andina de Juristas.

¿Qué es lo que estoy diciendo? Que aquí tenemos un enorme problema, que requiere ponerlo en el tapete de debates tanto teóricamente como en la acción política. ¿Por qué seguimos siendo una democracia frágil e inclinada a gestos autoritarios? Esa transición peruana al siglo XXI — sí sostengo que no hemos entrado a ese siglo— se está demorando demasiado.

– ¿Pero no cree usted que otros problemas nos ocupan, la inseguridad ciudadana, la corrupción, la delincuencia, los feminicidios?

Sin duda, pero lo que trato de decir aquí, es que todo eso, sin disminuir su importancia, son efectos de una causalidad. Y mi manera de pensar es buscar las causas de los fenómenos sociales. En un libro, Eduardo Dargent dice que desarrolla la idea de la “cultura de guerra” que proviene de la historiadora McEvoy, y él añade la de “democracia precaria”. Y para mi asombro, diciendo que seguimos cargando un legado, y «en palabras de Hugo Neira, vivimos en una suerte de transición interminable». En efecto, eso dije en Hacia la Tercera Mitad, en el capítulo de los «Señores del desorden» (p. 337). Pero es un libro de hace más de veinte años¡! Y las cosas empeoran. No es la mejor manera de defender la democracia llevando a una cárcel a quien sea la cabeza del partido de la oposición. Con ese paso, el gobierno peruano ingresa a ese terreno ambiguo de democracias que se comportan como tiranías. Es grave. Que la señora Keiko debe ser investigada, es obvio. Pero la privación de la libertad es simplemente un abuso de la fuerza, no del derecho.

Preguntémonos por qué no hemos salido del posvelasquismo o del posfujimorismo de Alberto. Que haya seguidores de un gobernante autoritario, ya ha ocurrido anteriormente. En las cámaras del Perú de los 60, hubo una buena cantidad de diputados odriístas. Nadie pensó que eso era un riesgo para la vida democrática. Eran muy conservadores, ¿y qué? No voy a entrar en especulaciones si Fuerza Popular pretendía montar un poder total y dictatorial, eso pertenece al mundo de las conjeturas. Eso es metafísica. Yo soy sociólogo, esas brumas y neblinas y adivinaciones, no son mi fuerte. Soy un fanático de la razón razonante. Pues bien, en el libro de Dargent, se encuentra una explicación muy convincente. En su libro, que deberíamos todos conocer, dice desde la entrada, cómo nace su idea de los “demócratas precarios”. Ocurre en el 2005, cuando sorprendentemente Ollanta Humala, un amigo y probable continuador de Hugo Chávez, es decir, “un candidato que no valoraba las reglas de la democracia liberal”, es apoyado por la izquierda. Y lo mejor del caso, justo “esos viejos miembros de la izquierda peruana que criticaron al fujimorismo por no respetar la democracia”. Maravilloso, para la historia: “intelectuales de izquierda señalaban que era necesario darle a Humala el beneficio de la duda”. ¿Hay algo todavía mejor? Sí, lo hay, cinismo o el hábito de cambiar de hábito. “Por ahí no quedaron las sorpresas. Empresarios, tecnócratas, periodistas, entre ellos defensores de los peores actos del Fujimorismo, usaron un discurso de libertades democráticas y respeto institucional, para criticar a Humala”. “Atacaban a Humala con un discurso democrático”. Conclusión de Dargent. “Las elites de derecha y de izquierda todavía subordinan su compromiso con la democracia liberal a sus intereses de corto y mediano plazo”. Lo que dice Dargent, es muy claro. “Esas elites tienen una actitud instrumental”, figuran, rodean a presidentes, los llevan a la derrota, como pasó con PPK. Ni autoritarios ni democráticos, solo por ratos. Son un modus vivendi. En el 2001, escribí un ensayo sobre El Mal Peruano. “El abuso de poder, la plata fácil, la falta de escrúpulos y la espera de la impunidad”. ¡Y no sabíamos lo de Odebrecht! Hoy el mal peruano es esas elites que solo piensan en el beneficio personal. ¿Quién media entonces por los intereses populares? ¿O por los de los empresarios? Necesitamos, con urgencia, partidos de izquierda, partidos de derecha, y de centro. Como pasa en otras naciones de este continente. Nada por el momento, ni en la sociedad y en la mentalidad de las clases pobres, ni en el Estado, garantiza que la debilidad de los que gobiernan, o creen que gobiernan, los incline al autoritarismo. ¿Quién tiene la culpa? Nosotros mismos, que perdimos veinte años con Presidentes precarios.

– Los políticos antipolíticos. ¿Tiene usted alguna otra paradoja?

Claro que sí. Los presidentes del 2000 a nuestros días, han sido líderes improvisados, sin experiencia de partidos, con dos excepciones: Valentín Paniagua y obviamente, Alan García, que venía del aprismo, luego de mandar a sus casas a la vieja guardia. Pero Fujimori, Toledo, Humala, la señora Villarán, y el propio PPK (sí, había sido ministro varias veces, pero nunca hizo vida de partido) … ¿? Yo los llama outsiders en un libro sobre la historia del Perú contemporáneo que está en tintas. Y como estamos cerca del Bicentenario se me ocurre esta similitud. Con la Independencia, a inicios del siglo XIX, nos llenamos de caudillos, que solo sabían hacer la guerra. Ahora volvemos a repetir el plato. El outsider es el invitado inesperado. Y casi todos los candidatos que obtuvieron la presidencia entre el 2001 y el 2016 han sido outsiders. La excepción es Alan García. En la era del outsider que vivimos, no disminuyeron sino que se multiplicaron los movimientos políticos. Y de los 90 a la fecha, los aspirantes siguieron saliendo de la nada. Entonces, no hay clase política. Y como tenemos izquierdistas y derechistas precarios, tampoco partidos ni líderes con mente y pantalones.

Los presidentes quieren ser populares. No solo por legitimarse, sino por la frivolidad de siempre. La señora Bachelet, en la vecindad chilena, se fue con muy baja popularidad, ¡y qué importa! Logró imponerles a las egoístas clases medias una reforma de la educación. En ese país, eso equivale al ascensor para la movilidad social. A Macron, en Francia, no faltan quienes lo detestan. Pero ser estadista no significa ser bien amado. La silla presidencial no es para una miss Perú, ni siquiera para una miss Chiclayo. Pero me temo que mis paisanos aman los presidentes que no hacen gran cosa… A Belaunde lo amaron por eso, aparte de que era honesto. Él pudo salvar la democracia si llamaba a un referéndum para decir ‘sí’ o ‘no’ a la reforma agraria. No lo hizo. Los militares radicales crecieron en número, el resto lo sabemos.

Cuando se dice outsider en Lima se piensa inmediatamente en Alberto Fujimori. Es con Belmont y en la capital, cuando aparecen “los independientes”. Así comienza la historia de los outsiders. Desde entonces, no desaparecieron, al contrario. Y podemos guardar esa fecha. Es el final de un sistema de partidos políticos en el Perú. No el fin de la política, acaso el inicio de un gigantesco debate. Como sabemos, los líderes de partidos por lo general han hecho política desde jóvenes, han sido líderes universitarios y en alguna organización ascendieron de modo gradual y constante. Es el caso de Luis Bedoya Reyes, de Alan García. Un outsider no. Una buena mañana, se despierta político. Razones coyunturales no faltan. El Perú siempre está en crisis. Viene la hora de la iluminación y el tranquilo funcionario del Banco Mundial, o profesor de economía, o rector de universidad, o comandante, decide salvar a la patria. Y ahí comienza nuestra tragicomedia. Da pena el presidente improvisado. Y uno ve hundirse el país, lentamente.

– ¿Y qué hay que hacer, entonces?

Educar al Soberano. Desde Rousseau, desde San Martín, el ciudadano de a pie. No hay clases de educación cívica en los colegios. Nuestra cultura política es cero. No saben que una democracia es mayorías y minorías. No saben lo que se le ocurrió a un filósofo francés hace más de dos siglos, a Charles-Louis de Secondat, conocido como Montesquieu, en 1755: «para que no se pueda abusar del poder, es preciso un poder ante el poder». En la pagina 205 del Espíritu de las leyes. Esto no lo saben, pero sí las doscientas o más naciones que existen en el planeta. Salvo en Perú. Un gobierno tiene que tener limitaciones. O vienen de las leyes, o vienen de la conciencia de los ciudadanos. La cuestión actual es sencilla: ¿se puede quedar el Perú sin un partido de oposición? Si muchos peruanos piensan que solo les importa que haya un mandón, entonces, no tenemos cura alguna. Eso se llama “la sumisión voluntaria”. Y viene desde la herencia de una cultura que agachó la cerviz por varios siglos, y lo sigue haciendo.

– En fin, he escuchado decir que usted aborrece el presidencialismo latinoaemericano, que produce excesos de poder, y preferiría regímenes parlamentarios, que abundan en Europa.

Es cierto. Pero eso es una ilusión. Mire, en París tuvo como profesor a Lucien Goldmann, y en una de sus clase nos explicó qué era “los límites de la conciencia posible”. Y puso de ejemplo a Lenin. Cuando vuelve a Rusia, sus camaradas querían ya tomar el poder, y les convenció de que eso era prematuro, estaban en guerra, los mujiks, los campesinos, eran soldados, lo que querían, era paz. Y volver a sus tierras. Lo de la toma de poder caía fuera de “los límites de la conciencia posible”. No entienden, hoy, el parlamentarismo. Hay que hacer lo que hizo un Concilio limeño en el siglo XVI. Los indígenas reconvertidos al cristianismo aceptan que Jesús fuera un dios con un padre; lo de la virginidad de María ya les costaba trabajo, pero eso de la Santa Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, era demasiado. Caía fuera de “los límites de la conciencia posible”. Entonces, eso que un poder controle a otro poder, lo van a entender cuando, a mitad del siglo XXI, se den cuenta que sirve para que nadie abuse del poder, porque el poder está partido en tres. ¡Menos mal! Pero eso, yo no lo veré.

Publicado en el suplemento “Politicón” del diario Expreso, 10 de noviembre de 2018, pp. 7-8-9.

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