No me acuerdo bien, pero alguien ha dicho que toda la filosofía no es sino un desacuerdo entre Sócrates y el brillante Heráclito. El primero, estaba convencido que había una verdad, sus célebres diálogos eran un modo de arrancarla mediante preguntas y respuestas, en operación que llamaba Aletheia, es decir, develación. De la madre, que era partera, decía el propio Sócrates, venía ese recurso. Pero Heráclito prefería la sabiduría sin certezas. Y postulaba más bien la observación de un mundo que fluye. El enigma de unos hechos que nunca serán como creíamos que iban a ser. Si esto es así, entonces Héraclito triunfa en los Estadios. Mejor dicho, en las tribunas. Para ser más preciso, en los millones de seres humanos que nos asomamos a lo imprevisible. Y eso acaso sea lo que nos gusta. Un Mundial, por algo Olímpico, es una agora, es decir, un espacio de competencias. Pero a lo que voy, no solo vemos partidos, sino que hacemos pronósticos.
Uno de mis colegas de página, Octavio Vinces, se ha ocupado «de la épica de un espectáculo global». Sí, en efecto, al fútbol se le puede asociar al torneo, al combate violento de otros tiempos, con armas y a caballo, quien lo duda. Para eso fue inventado, para reemplazar. Antes de volverse un tranquilo reino de Monarquía parlamentaria, la isla británica fue el teatro de guerras interminables, se batían por la verde tierra inglesa, sajones, escandinavos y normandos. Algo de todo eso les queda con sus barras bravas. Pero hay algo más. Hay un tema, un concepto, un campo de estudios que hasta el momento, solo ha interesado a algunas profesiones científicas. Es el tema del caos, el azar, asunto para físicos y matemáticos.
¿Y qué es el azar? Sea lo que sea, está en el campo de juego. El concepto de azar hace poco ha entrado en el campo de las nociones decisivas, utilizado en el estudio del universo e incluso para las crisis cíclicas del capitalismo. Azar quiere decir cuando algo ocurre y se ignoran sus causas. Cuando lo fortuito es previsible. Cuando ningún determinismo es aplicable, dicen los epistemólogos. En pequeña escala, los hechos tienen mayor complejidad, y resisten mejor una previsión que la trayectoria de un planeta. Se han fijado, estamos en un mundo de computadoras y ¿resulta que nadie, ni la mejor universidad, se anima a un pronóstico sobre un Mundial de Fútbol? Y han tenido que recurrir a los pronósticos del amigo pulpo, que encima se ha muerto.
Este Mundial nos revela a todos las reglas del caos y su problemática. El Mundial nos enseña que tal vez Heráclito tenía razón. Cada partido esconde una lógica oculta. Cada partido es una ecuación con demasiadas incógnitas: cómo está de ánimo cada jugador, cómo se lleva con el técnico, acaso qué le pasa por la cabeza, temas íntimos, difíciles de saber. Ademas está la cuestión de la formación y los cambios. Torneo, sin duda. Pero también, hipótesis. El fútbol no nos embrutece. Todos somos comentaristas. En cada uno renace el aprendiz de brujo. Las ganas tremendas de ser gurú o adivinador. O comentarista de fútbol, pero claro, hay que tener para eso, al menos, el deje argentino.
Publicado en El Montonero., 20 de junio del 2014