¿Cómo hacer política en el Perú? ¿Cómo servirse del Estado cuando las demandas sociales son de por sí concurrenciales? Esas preguntas las intenté responder hace cuatro años en mi libro El águila y el cóndor. México/Perú.*
La fragmentación no favorece tampoco a los poderes municipales y regionales. Con menos razón, el poder nacional. El problema no es quién manda en el Perú sino qué hay que hacer para poder mandar. Entre tanto, el sistema político peruano de estos días no es sino un acto de democracia plebiscitaria a favor de algún jefe de Estado que llegará a la casa de Pizarro, sin partidos, sin militantes, sin servicio leal de funcionarios de carrera y que va a vivir cinco años a la defensiva. Optando en general por la inacción o la fuga. Y entonces, la sociedad improvisará —sin gobierno— su propio camino.
Socialmente, entonces, ¿qué es el Perú? Una sociedad de masas que ha desdeñado la construcción de una nación. Y en cuanto al Estado, su reforma es lo último que se piensa. Sin embargo es cierto que hemos progresado si se toma en cuenta la división del trabajo, justamente uno de los rasgos de toda sociedad moderna. Pero, contrariando el mito de muchos peruanos que consideran nuestro país ininteligible tan original que escapa a toda clasificación, lo cierto es que no es así. No he mencionado por gusto la división del trabajo. Ya la tenemos. Existen estratos socioeconómicos. Una población ocupada que se asemeja a cualquier otra sociedad en vía de transformación.
Salvo que, para no perderse en el accidentado camino de la prosperidad, a los diversos oficios y formas del ingreso le son precisos dos requisitos. El primero, «un centralismo coordinador». Es una de las premisas de Durkheim. No quiere decir algún tipo de estatismo o planificación. Se trata de que es la ley «la coordinación». Impedir lo ilícito. El segundo requisito es que unas y otras capas productivas —y con el tiempo prósperas— no pierdan de vista la importancia de la solidaridad social. Es un principio no legal sino moral. Y eso son los impuestos. Ambos hacen la cohesión social. De lo contrario, dice Durkheim, «el precio que hay que pagar —cuando se evita la ley y la solidaridad— es la anomia». Textual, libro de 1893. El Perú ilustra con su crecimiento caótico, anómico, y el egoísmo reciente de las nuevas capas de ricos emergentes lo que un sociólogo de fines del siglo XIX auguraba. La anomia de Durkheim se instala como una gigantesca lombriz intestinal en una de esas repúblicas sudamericanas, que progresa en lo particular, pero sin lograr la cohesión en general de su propia sociedad. Como ocurre con todos los parásitos, la víctima desconoce la naturaleza de la entidad extraña que la posee. Para ese mal, tan enredado en nuestra mentalidad y comportamientos, no vale la pena hacer un viaje hasta Piura en busca de curanderos.
* Actualmente en venta en la FIL, en el stand la Universidad Ricardo Palma, el editor, junto con el tomo I, El mundo mesoamericano y el mundo andino, y Dos siglos de pensamiento de peruanos.
Publicado en El Montonero., 31 de julio de 2023